No fue el mejor episodio. Pero sirvió para marcar más y mejor la definición de los dos bandos: negro y verde.
Foto Factum/Retomada de House of the Dragon
*Alerta de spoiler
La mitad del episodio es el juego de tronos para definir al sucesor del título de Señor de Marcaderiva. La otra mitad es la continuación del juego para definir al heredero del mismísmo Trono de Hierro.
Coris Velaryon, la Serpiente Marina, se está muriendo. En la serie por heridas de guerra, en el libro lo ataca una fiebre súbita. ¿Quién le sucederá como Señor de Marcaderiva si sus dos hijos han muerto?
Normalmente, el título le correspondería a su nieto. Pero la cabellera negra de los hijos de su primogénito exhiben a todo Poniente su bastardez. Por eso aparece Vaemond Velaryon, quien en la serie es el hermano de Coris, aunque en los libros es el mayor de sus sobrinos. Ese advenedizo aparece reclamando que es su sangre la que le legitima a heredar el título.
Ese pleito sucesorio se vuelve una batalla entre los negros y verdes. Otorgar el título a Vaemond Velaryon supondría reconocer que los hijos de Rhaenyra son bastardos (que lo son) y, como tales, no les corresponde que continúe en ellos el Trono de Hierro. La reina Alicent y su padre Otto Higthtower están prestos a aprovechar esa oportunidad.
Rhaenyra, por su parte, exige que el título lo herede su hijo Lucerys. Quien a pesar de la cabellera negra que todos ven, formalmente es el nieto de la Serpiente Marina. La mitad del episodio se enfoca en resolver esa intriga sucesoria.
La serie inventa una escena en que aparece medio podrido el rey Viserys en la audiencia, se inclina por el reclamo de su hija y desaira a su esposa. El sello de la decisión real lo termina poniendo Daemon, cuando parte en dos la cabeza de Vaemond Velaryon. Y así el episodio pasa a la segunda parte.
En una tensa cena familiar, el rey Viserys intenta que su esposa e hija se fundan en un abrazo familiar. El viejo se retira con una falsa paz sellada entre los verdes y negros. Una paz tan frágil que se rompe de inmediato con un audaz brindis de Aemond. El Tuerto reconoce a sus sobrinos muchas habilidades, entre ellas que son fuertes (Strong), una forma nada sutil de decirles bastardos.
En Crimen y Castigo, Dostoyevsky nos decía: “El poder se entrega solo a quien se atreve a agacharse y recogerlo; pero debe tener el coraje de hacerlo”. La obra de George R.R. Martin nos repite esa misma idea. Pero estas intrigas nos indican que incluso quien tiene el arrojo de arrebatar el poder se siente insatisfecho con ello. Hay algo que le mueve siempre a tratar de revestir de legitimidad su acto de fuerza barbárica.
El litigio por la sucesión del título de Señor de Marcaderiva se basa en definir si el heredero tiene sangre Velaryon o bastarda. Ahí es la sangre la que da legitimidad. El conflicto por el reinado de Poniente tiene eso, pero un componente adicional y más complejo.
En el Gran Consejo del año 101 se definió un criterio sucesorio: la corona la hereda el varón. Y ese criterio, que favoreció al rey Viserys para ocupar el Trono de Hierro, él mismo decidió revertirlo nombrando como sucesora a su hija (sin Consejo, ni nada).
La Danza de los Dragones se asoma en el próximo episodio. Y en esa guerra civil, negros y verdes tienen su propio argumento que sirve de cemento ideológico para su bando. El partido de los verdes exigirá el Trono de Hierro porque el criterio ya establecido por el Gran Consejo determina que el heredero es el hijo varón del rey (Aegon). Los negros, por su parte, basarán su reclamo en que la voluntad expresa del rey fue heredar el trono a su hija primogénita (Rhaenyra).
Ambas partes saben que en la carrera por el Trono de Hierro no basta con definir a fuego y sangre quién tiene más arrojo para agacharse y tomar el poder que ha caído en el suelo. Ambas partes necesitan competir también por convencer al mundo de que es su bando el que tiene la verdadera y única legitimidad para sentarse en el trono.
House of the Dragon aquí nos muestra que aunque la pelea por el poder se convierta en una salvaje pelea de dragones, quien gane buscará limpiarse la sangre y convencer a los demás de que no es un salvaje que se tiró al suelo a arrebatar el poder, sino alguien civilizado que lo ocupa legítimamente.
Eso explica que aunque un sujeto se lance a tomar el poder violando las reglas fundamentales, hará cualquier cosa para convencer a los demás de que ese acto de vandalismo no es tal. Inventará que hay algo que sí lo autoriza para ocupar el poder. Dirá que su legitimidad sí existe en algo, cualquier cosa. Un artículo escondido, por ejemplo.
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