Guatemala castiga y encierra a su Congreso

130 diputados permanecieron nueve horas retenidos dentro de las instalaciones del Congreso de Guatemala. El malestar generado por su intento de modificar el Código Penal para evitar ir a prisión llevó a miles de personas a bloquear los accesos tras una sesión extraordinaria y no permitir su salida. Trataron de escalar tejados, pidieron compasión a los derechos humanos y durante nueve horas pasaron miedo.

Foto FACTUM/Sandra Sebastián


Estamos retenidos ilegalmente. Son las 9 de la noche del 15 de septiembre de 2017. No nos dejan salir. Hubo violencia al entrar, y hay violencia si queremos salir. La policía ha dicho que solo protege el edificio, pero no nos permiten salir, no quitan las turbias violentas que están en la calle. Y nos amenazan de muerte si salimos. Pedimos que la población nos proteja de esta violación a los derechos humanos”.

Fernando Linares Beltranena, el diputado del Partido Avanzada Nacional (PAN), con su característico bigote y su pajarita, a quien los Estados Unidos le denegó el visado hace unos meses, lleva la voz cantante. Está grabando un video de rescate. A su lado, están el diputado Eduardo Zachrisson Castillo y Juan Manuel Díaz-Durán. Detrás se pueden ver las sillas de madera del salón del hemiciclo.  Parece la escena de una película cómica, o trágica, o quizá una película de serie B de acción.

Se trata de un nuevo capítulo de la serie de Guatemala en lucha contra la impunidad, que inició nueva temporada hace dos semanas, cuando la Comisión Internacional Contra la Impunidad (CICIG) y el Ministerio Público pidieron retirar la inmunidad al presidente Jimmy Morales.

Pero con el presidente, en la investigación sobre financiamiento ilícito durante la campaña electoral, también solicitaron el antejuicio de los secretarios generales de otros partidos políticos. La lucha contra la impunidad ya había tocado varias veces las puertas del Congreso y los diputados comenzaron la defensiva. Primero, votaron en contra de que Jimmy Morales pudiera ser investigado; y después, el miércoles 13 de septiembre, de forma sorpresiva, aprobaron una moción privilegiada que modificó el Código Procesal Penal para que todos los delitos de cuello blanco -peculado, testaferros, colusión, financiamiento ilícito- pudieran conmutarse por una multa y evitar condena en prisión. Actualmente, una quinta parte del Congreso se encuentra con procesos de antejuicio.

Sin embargo, en una jugada mal calculada, consensuada fuera del Congreso, los diputados modificaron un total de 400 delitos, entre ellos extorsión o asesinato, y las reacciones contrarias no se hicieron esperar. Los legisladores se arrepintieron y, un día más tarde, en una reunión de jefes de bloque, decidieron que dedicarían su día de la Independencia para rectificar las reformas al Código Penal y que no pasaran al Ejecutivo.

La fiesta ciudadana que se convirtió en un castigo

Así, mientras los niños marchan en sus desfiles con sus trompetas y tambores, 130 diputados han llegado al Hemiciclo en el Día de la Independencia. La manifestación popular se ha congregado frente al Congreso desde primeras horas de la mañana, los ciudadanos están enojados, pero también felices de ver a tanta gente saliendo a las calles.  “Hay que hacer algo, hay que salir a la calle y organizarse, si no hay más gente es porque los medios manipulan, porque se ha dado una campaña de división entre defender a un extranjero, o a un presidente evangélico apoyado por los militares”, explica Sofía Marroquín, de 30 años, que, junto a su hermana, se encuentra tapando el acceso al parqueo del edificio.

Desde que los diputados comienzan a entrar, cerca de las dos de la tarde, los gritos y agresiones verbales inician. El mismo Linares Beltranena se ha caído al suelo y herido la rodilla. Finalmente, acceden Hemiciclo y, en una sesión plenaria que apenas dura unos minutos, los 130 asistentes aprueban por unanimidad un Acuerdo Legislativo para que las reformas al Código Penal no pasen al Ejecutivo.

“Y así como nosotros estamos acá dando la cara, esperamos que esas personas que mancharon de sangre una bandera enmienden y den la cara y le pidan perdón al pueblo de Guatemala”, dice Adín Maldonado, del partido FCN. Maldonado fue acusado por la junta pesquisidora del Congreso de recibir 300,000 quetzales no registrados durante la campaña.

Afuera, cada vez llegan más personas, y lo único que piden es que los diputados renuncien. Parece que no hay otra alternativa. No los van a dejar salir. Son cerca de las 4 de la tarde y ya las cuatro puertas de acceso al Congreso han sido taponadas por manifestantes. Una de ellas, por la que sacan la basura, cerrada desde fuera con un candado. Durante cerca de media hora se forma una cadena humana, conformada por cientos de personas, que rodea toda la cuadra del Congreso.

“Hay que poner el cuerpo, ocupar el espacio público, yo parto de la idea del cuerpo como ente político, estar ahí, hacerlo tangible. Porque vos podés estar muy a favor, escribir en Twitter, pero no es lo mismo poner el cuerpo. Y es necesario”, explica Nora Pérez, artista visual, de 28 años, quien se encuentra conformando la cadena.

Ha comenzado a llover, pero los asistentes no se mueven y cada vez comienza a llegar más gente. Se ha convertido, una vez más, en una fiesta ciudadana. Padres con niños, bebes en carruajes, adolescentes y muchos jóvenes. Periodistas, activistas, la batucada, un joven tocando el saxofón. En todo caso, los insultos hacia los legisladores no cesan y la decisión de no dejarlos salir sigue en pie.

Dentro del Congreso, los diputados pasaron 9 horas encerrados. La sesión extradordinaria donde acordaron revertir las medidas que permitían más corrupción duró menos de cinco minutos. Luego vino su calvario. Foto FACTUM/Sandra Sebastián.

“Bajáte, bebe”

Los gritos se escuchan también desde el salón de los pasos perdidos del Congreso, desde los pasillos, desde el hemiciclo y los despachos de las bancadas, donde los diputados han comenzado a dispersarse. Mientras pasan las horas y, viendo que la situación no se resuelve, los legisladores se empiezan a alterar. “Le hemos pedido (al Procurador de Derechos Humanos) que, por favor, pudiera presentar una exhibición personal a nombre de los 130 diputados que estamos en este momento secuestrados en el Congreso de la República”, expone Patricia Sandoval, actual presidenta de la Comisión de Derechos Humanos. “Como está viendo, esta no es una situación pacifica, sino que hay personas violentas, que están drogadas”. Sandoval, de 30 años, es la ex esposa de Irvin Giovany Aguilar Duarte, quien estuvo en prisión por narcotráfico a inicios de los 2000 y fue capturado a finales de 2016, requerido por Estados Unidos, acusado de traficar cocaína.

Los diputados llevan ya varias horas sin comer y empiezan a estar cada vez más angustiados. Comienzan a pedir comida a la Procuraduría de Derechos Humanos mientras la gente, desde fuera, les grita “que coman mierda, que coman mierda”. No van a dejar entrar comida y este grupo de hombres y mujeres, muchos acusados de negociar contratos de obra pública, de tener a familiares trabajando en diferentes instituciones públicas, de tener vínculos con el narcotráfico, con el crimen organizado, está empezando a pasar hambre. Ni afuera del Congreso, ni en las redes sociales, nadie parece sentir lástima.

En un momento dado, el diputado Luis Enrique Hernández Azmitia aparece por los pasillos con unos jeans y unas zapatillas deportivas: se ha cambiado de ropa y empieza a correr por los pasillos, tratando de escaparse.

Siguen pasando las horas y está empezando a anochecer. En la calle del Congreso siguen los manifestantes, quienes, de hecho, han llevado comida a los agentes de policía que resguardan el edificio. En un momento dado, un hombre es visto trepando una pared y saltando al tejado del edificio contiguo, intentado escaparse. Es el mismo diputado Hernández Azmitia y los manifestantes empiezan a gritar, en tono de burla: “bajáte, bebé”, una frase que se hizo viral hace unos meses cuando, en un motín en el correccional Las Gaviotas, una madre le gritaba esta frase a su hijo, subido al tejado.

“La mayoría de persona que está dirigiendo esta turba no son guatemaltecas, yo salí a la venta, ahí hay terroristas, este no es el pueblo de Guatemala, esa no es democracia, ahí lo que hay es terrorismo”, afirma Estuardo Galdámez, militar y kaibil, de la misma promoción de la escuela politécnica que Byron Lima, señalado en varios casos de corrupción y relacionado en varias ocasiones a narcotráfico. Más tarde, Galdámez es captado por cámaras subido a un árbol de guayaba en el Parqueo del Congreso, divisando la manifestación entre las ramas.

“Nosotros lo que queremos es que se garanticen nuestros derechos humanos, nuestra integridad física, nuestras libertades”, afirma el diputado Manuel Conde Orellana. Entre tanto, Jaime Regalado, del departamento de Petén, dice que no van a negociar con terroristas. Regalado formó parte del grupo que iba a contratar por 400,000 dólares a una firma de lobistas para expulsar al embajador norteamericano Todd Robinson y también ha sido vinculado a narcotráfico.

A partir de las 9 de la noche, varias organizaciones como Justicia Ya o la Batucada anuncian su retirada, pero aún quedan 2 horas de agonía. Ya sin las familias y las organizaciones, el ambiente fuera del edificio se vuelve cada vez más tenso. Una hora más tarde, tras un momento de confusión en que los diputados piensan que van a salir, y un grupo de unos 8 legisladores comienzan a bromear en el parqueo con que, quizá, entregando algún rehén todos recobren su libertad. Jaime Regalado lidera una votación espontánea entre el grupo y entre todos deciden que entregarán a Juan Manuel Giordano, de 25 años, apodado el dipukid.

Desalojo violento de las fuerzas especiales de la Policía Nacional Civil contra manifestantes que rechazan la corrupción e impunidad del presidente Jimmy Morales y los diputados del Congreso de la República. Foto FACTUM/Sandra Sebastián

A las 11 de la noche, los antimotines llegan frente al Congreso y disuelven la manifestación con gases lacrimógenos. Mientras los diputados se preparan para salir, el gas pimienta ha entrado al Congreso, y hace que unos a los otros se pasen una botella de vinagre. Como un grupo de escolares, se dividen en filas de cinco personas, separados por la distancia de un brazo, la mayor parte ya sin sus trajes, y en su mayoría, con expresiones de pánico. Finalmente recobran su libertad comienzan a montarse en autobuses de la Policía Nacional Civil, que les espera con bolsas del McDonald’s.

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