No fue un discurso de toma de posesión. Fue un culto. Un carísimo espectáculo, en un centro histórico despejado de miseria para la ocasión, con mensajes pensados no para una ciudadanía crítica, con capacidad de disentir cuando algo no es correcto, si no para una masa fanatizada dispuesta siempre a agachar la cabeza.
Un culto que también tuvo como protagonista a una crecida Fuerza Armada, desprovista desde hace años de lo que debería ser su principal característica -ser apolítica-, para amarrar una narrativa que funciona muy bien a las dictaduras: Dios, fusiles y adelante, pueblo salvadoreño.
Un culto donde se mencionó 20 veces a Dios para dar la idea de que este proyecto, aunque ilegal, es un milagro. Y ya sabemos lo que pasa con los milagros y los supuestos deseos de una divinidad que está por encima del bien, el mal y la Constitución: Lo bueno y lo malo lo decide el enviado de ese Dios.
Los milagros no son hechos verificables; el uso maniqueo de lo que representa la fe en ellos sí.
Un popular pastor envangélico y el arzobispo de San Salvador completaron la utilería formal del espectáculo. Lejos quedaron los tiempos donde, a unos pasos del Palacio, en la Catedral, un arzobispo verdaderamente valiente cuestionaba al poder y denunciaba sus abusos. Escobar Alas, como el resto de delegaciones internacionales presentes, bendijo el inicio de un Estado de Facto con su mera presencia.
Eso no hay que olvidarlo.
Bukele, vestido con traje de emperador, repitió su idea de que para estar mejor hay que sufrir. Como hace cinco años, usó la figura de la medicina amarga, esta vez para, según sus palabras, enfocarse de lleno en los problemas importantes, comenzando con la economía.
Una economía que su primer gobierno, el legal, ha dejado peor de lo que ya estaba. Es cierto que el problema económico no empezó con el gobierno constitucional de Bukele, pero es igual de rotundo afirmar que la situación ha empeorado gracias a él. Una deuda de más de 10 mil millones de dólares en esos cinco años, incremento de la pobreza extrema, elevados precios en los alimentos y cero transparencia.
Para mejorar la economía, según Bukele, hace falta tener fe, dejar trabajar al gobierno y convertirse en autómatas, seres sin voluntad propia ni capacidad de crítica. Ninguna propuesta, ninguna promesa, ninguna estrategia. Solo fe.
Si el primer gobierno prometió una lucha contra la corrupción, que se convirtió en una de sus principales mentiras; el segundo es más burdo y sin temor a esconder su cinismo: necesita a una población dormida, que no se queje, y que asienta, sin pensar, las palabras de su pastor.
Bukele comenzó este 1 de junio su presidencia de facto, su dictadura, su usurpación de la presidencia. Como usted le quiera llamar al hecho de violar las leyes para acumular el poder absoluto y suprimir los derechos más básicos.
Y lo hizo con la exigencia de seguir la receta al pie de la letra, de obedecer sin titubear. La gente que estaba en la plaza, siguiendo su guión, se lo juró. ¿Serán realmente conscientes de todo lo que implica? No piensen y estarán mejor. Amén.
Foto FACTUM/Gerson Nájera
Opina
2 Responses to “No piensen y estarán mejor”
Con razon han puesto el detector de pendejos al nomas entrar al aeropuerto!!…