El carcelero de Trump

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La noticia, ampliamente difundida, fue la llegada de más de 200 deportados desde los Estados Unidos. Un video, producido por el ministerio de propaganda de El Salvador, se encargó de poner los acentos a los mensajes que se querían transmitir: todos los deportados, la mayoría de nacionalidad venezolana, serían trasladados a la megacárcel salvadoreña.

El show de la mano dura a su esplendor.

Pero las ramificaciones de esta puesta en escena son las que importan. El envío de los deportados venezolanos violó una orden judicial en Estados Unidos. El problema es más profundo: la administración Trump decidió subyugar a otro poder de su país, una movida que demuestra lo lejos que pretende llegar Trump en su camino para formalizar su tiranía.

Lo que ha seguido corresponde al manual de los autoritarios. Trump exigió la destitución del juez federal que se opuso a sus caprichos. Una horda de sus seguidores se ha encargado de amenazar al juez, que ahora teme que los insultos digitales se conviertan en violencia física. ¿Les suena familiar esta creación de enemigos internos?

Estados Unidos está viviendo su propio 9 de febrero, con una declaración de intenciones similar a la que vivió El Salvador, y que lo llevará, si nada cambia, a su propio 1 de mayo: el Poder Ejecutivo lo quiere todo.

El Salvador tiene a su propio autoritario. Y ese es un problema, bastante grande, para los salvadoreños y para los aprovechados -y los incautos- de otros países que pretendan imitarlo. Pero que Estados Unidos tenga a su propio lunático, con poder absoluto, es peligroso para el mundo.

Precisamente porque una de las reflexiones más preocupantes de lo ocurrido con la deportación de venezolanos y su encarcelamiento en El Salvador (sin que la autoridades hayan explicado de qué delitos se les acusa) es que asistimos al uso del Régimen de Excepción como modelo de exportación.

A partir de ahora, ya no sólo los salvadoreños y salvadoreñas serán víctimas de graves violaciones a sus derechos humanos. A partir de ahora será aplicado como un método exportable, un método cuyas víctimas podrían proceder de cualquier origen. Solo basta que el sistema, incluso sin pruebas, diga que alguien es criminal.

Basta, por ejemplo, y como ya vimos, ser criminalizado por ingresar irregularmente a Estados Unidos.

El lunes por la mañana, una portavoz de la Casa Blanca reveló al mundo que de 238 venezolanos que fueron enviados a El Salvador, 137 fueron deportados bajo la Ley de Enemigos Extranjeros, pero otros 101 lo hicieron por una ley migratoria común.

Ese impacto ya lo comenzaron a sufrir familiares de migrantes venezolanos que reconocieron a sus parientes y los vieron ser tratados como animales por el simple hecho de haber migrado irregularmente.

A eso hemos llegado. A que El Salvador sea el modelo internacional para líderes populistas y autoritarios que anhelen alimentar su popularidad a costa de graves violaciones a los derechos humanos.

Sabíamos que la estrategia de mano dura contra el crimen, la suspensión de garantías constitucionales y la concentración de poder han sido replicadas en otros países, como Honduras y Ecuador. Estos líderes han visto el régimen salvadoreño como una fórmula para consolidar su poder, silenciar a la oposición y ganar popularidad a corto plazo, sin importar el costo en derechos humanos y libertades civiles.

Ahora sabemos que también la administración Trump estaba salivando con aplicar el mal llamado “modelo Bukele”, porque así como Bukele ha justificado a través de “la guerra a las pandillas” lo que cínicamente han identificado como “daños colaterales” para encarcelados inocentes, Trump ha aprovechado la demonización que ha construido de los migrantes a través de estructuras criminales como el Tren de Aragua. Es un modelo calcado.

¿Será ya demasiado tarde para que –ahora sí– se pronuncien las organizaciones internacionales que en el pasado miraron hacia otro lado al ver la aplicación del Régimen de Excepción que continúa vigente en El Salvador?

Puede ser que esta vez sí ya les preocupe, porque ahora las víctimas ya no solo serán las poblaciones excluidas, marginadas y estigmatizadas de El Salvador. Puede que esta vez sí importe los desmanes que desde hace años hace el carcelero de Trump.

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