Antonini de Jiménez, colaborador de la Revista Factum, ha escrito un libro editado en Amazon sobre la pandemia de la Covid-19, con el título de este comentario. Curiosamente, el autor, en su prefacio, recomienda que el libro no lo lean los “agelastas”, palabra de la que estoy seguro habrá lectores que será la primera vez que la leen. Su etimología es curiosa, ya que la palabra es para definir una cierta roca de Grecia donde la mitología señala que Deméter descansó en la búsqueda de Perséfone. Así mismo, su hermenéutica viene del griego agelatos, que en latín se aceptó como agelagtus, que significa “el que nunca ríe”.
Milan Kundera, el autor de la obra “La insoportable levedad del ser”, ha escrito sobre los agelastas: “No hay posibilidad de paz entre el novelista y el agelasta. Como jamás han oído la risa de Dios, los agelastas están convencidos de que la verdad es clara, de que todos los seres humanos deben pensar lo mismo y de que ellos son lo que creen ser. Pero es precisamente al perder la certidumbre de la verdad y el consentimiento unánime de los demás cuando el hombre se convierte en individuo. La novela es el paraíso imaginario de los individuos. Es el territorio en el que nadie es poseedor de la verdad, ni Ana ni Karenin, pero en el que todos tienen derecho a ser comprendidos, tanto Ana como Karenin”.
Y por si esto fuera poco, Rabelais, autor querido por Antonini, ya declaró en su obra como sabemos por el prólogo del “Cuarto libro de Pantagruel”, cuando al amparo de monseñor Odet, cardenal de Chatillon, le demanda que lo defienda de los agelastas, que lo habían acusado de manera tan atroz y sin razón por las herejías que supuestamente había en sus libros. Los agelastas eran, para Rabelais, unos gigantes que desconocían el alcohol, la risa y el sentido del humor.
Por todo ello, Antonini de Jiménez, de entrada, pide que los agelastas que no lean su libro, ya que, según él, “la humanidad se enfrenta ante el mayor reto desde la Segunda Guerra Mundial”. “En esta ocasión, como en todas, el pensamiento crítico es la más eficaz vacuna para combatir un virus que fundamentalmente ataca la libertad de expresión y la claridad de ideas”, dice De Jiménez, y pide al lector que utilice el texto como “una isla irreverente apostada contra los tópicos y lugares comunes”.
El libro está escrito en un estilo eminentemente socrático, como se supone que serían los diálogos de Sócrates en su academia, que tan excelentemente nos ha narrado Platón, ya que Sócrates no dejó nada escrito.
Antonini de Jiménez mantiene el espíritu de que el acontecer intelectual no debe ser pesado ni serio, ni aburrido, ni cargante, ni pedante, ni autoritario, y sí debe ser mediante el diálogo con sus “discípulos”, palabra muy curiosa, ya que es más sustantiva y ecuánime que “alumno”. Discípulo etimológicamente viene del latín discipulus y de discere o disco (aprender). Es decir, “el que aprende” o que se deja enseñar. Así, discípulo podría ser simplemente “el que está empujado a un aprendizaje”.
La narración no acontece confinado, palabra que el virus ha obligado a que todo el mundo se confine. Confinar, en nuestro lenguaje castellano o español, es muy claro: 1. Obligar a alguien a permanecer en un lugar o encerrarlo en él: “lo confinaron en un internado durante tres años”. 2. Desterrar a una persona a un lugar determinado que se convierte de forma obligatoria en su residencia habitual y de donde no puede salir.
No hace falta ser un psicoanalista para darse cuenta de que estar confinado no permite una libertad de acción, ya que no se puede ver ni ser libre. Por ello, Antonini desarrolla su obra enfrente de un estanque, en torno a una pradera, al aire libre, bajo el aleteo de aves libres y cantoras. Es decir, está en libertad y alegre. De aquí que los agelastas no lean su obra. No hay opción de que comprendan lo que el autor quiere alegar sobre el virus que nos atosiga y nos acogota, pues no son capaces de obrar alegremente, con risa.
Conviene no olvidar que la risa es una de las características del ser humano. Ya señaló Aristóteles que somos el único animal que ríe y que, además, como recalcó Bergson, es el único que hace reír.
Lo que nos está aconteciendo es más que evidente que acongoja y por ello es necesaria la risa. Como ya señaló Nietzsche, puesto que el ser humano es el único animal que sufre intensamente, es natural que haya tenido que inventar la risa, la voluntad del dominio. Cuando el hombre rompe a reír, sobrepuja a todos los animales. Por ello, así habló Zaratustra: “Cuanto más contento y seguro de sí mismo esté su espíritu, menos inclinado se siente el hombre a la carcajada; por el contrario, se apodera de él una sonrisa cada vez más intelectual, que es el signo de su asombro a la vista de numerosas semejanzas ocultas de la buena existencia”.
Habrá quizás quien no desee entrar en el intríngulis del mecanismo razonador de Antonini, pero en verdad con la que está cayendo ya Harari advirtió: “Es posible que seamos una de las últimas generaciones de Homo sapiens”.
Y recalca: “En un siglo o dos, o nos destruiremos o lo más probable utilizaremos la tecnología para hacernos una actualización a algo distinto”.
Ante una situación como la que se está viviendo, quizás sea bueno reflexionar seriamente, pero sin caer en el fatalismo ya que Harari afirma: “No importa si eres una ameba, un dinosaurio o un Homo sapiens. Estás hecho de compuestos orgánicos”.
Guste o no, un virus ínfimo, de unas micras, está poniendo patas arriba a nuestra sociedad y, curiosamente, guste o no guste, por ahora nos estamos defendiendo igual que en edades en las que no había tantos avances tecnológicos ni científicos. En esta ocasión nos defendemos con mascarillas y sabiendo que nos contagiamos, igual que hace siglos, por el aliento. Si miramos la historia, nos estamos defendiendo del dichoso virus igual que de otros hace centenares de años. Ahora nos ponemos mascarilla, como en las epidemias de los siglos XIX y XX y en la Edad Media. Por lo menos decían la palabra “Jesús” cada vez que alguien estornudaba o tosía, ya que el hálito maligno entraba por la boca. Por ello decían “Jesús”, para que el nombre del redentor impidiera que el neuma malsano los infectara. Algo hemos ganado, aunque aún hay muchos que además de la mascarilla siguen diciendo “Jesús”. Es un refuerzo.
Por ello es bueno esta metodología que plantea Antonini, pues sabe que la risa es un recurso que aumenta las defensas, como bien explicó el médico francés Laurent Joubert, autor de un tratado esencial Traité du ris (1579), del que la Asociación Española de Neuropsiquiatría ha ofrecido una versión en español, siguiendo, sin duda, una tan feliz como oportuna idea.
El libro de Antonini intenta desmitificar algunos de los catastrofismos que se han escrito y habrá quien crea que es un iconoclasta que se apunta a las teorías de los que están contra de vacunas y similares. No lo observo yo así, sino, más bien, como él apunta en su obra, como un intento de contrastar que los políticos optan por lo más fácil: confinar, desterrar a los ciudadanos a sus casas, en vez de invertir en salud y en educación, ya que dado que los políticos en muchos países desde la crisis del 2008 dejaron de invertir miles de millones en sanidad y educación, ahora con la pandemia se dan cuenta de que con las arcas vacías y con su gestión nefasta, en el caso de España, no había dinero ni para comprar mascarillas y por ello en los primeros momentos afirmaron que estas no eran necesarias. Hoy siguen optando por no invertir en personal sanitario, en recursos, y se afanan, ahora un poquito, en invertir en ciencia y en investigación. Quizás por ello Antonini escribe: “En otras palabras, hacemos de nuestra realidad nuestro campo de batalla. El peligro de ceder la administración política a la influencia de la medicina es que esta termina sobreponiéndose a la entera gestión de los asuntos civiles… y entonces… la sociedad acaba convertida en un hospital”.
Buena prueba de ello han sido las quisicosas, insignificancias, nimiedades, minucias, bagatelas, naderías, pequeñeces, tontadas y tonterías con que los políticos han estado alegando, diciendo unos que los científicos no sabían, otros afirmando que tenían comités de expertos que nunca señalan ni nombraban, y otros diciendo un día blanco y otro día negro sobre cómo actuar, u ocultando la verdad de lo que acontecía, y eso desde China hasta Estados Unidos, pasando por la Unión Europea.
Antonini señala a sus alumnos, en ese tono dialógico socrático, bajo ese cielo no confinado: “Uno de los retos más desvergonzados al que nos enfrenta esta crisis tiene que ver con la fragilidad con la que el progreso humano se hace acompañar”. Y ante la justificación de los encierros que hacen sus amigos, Antonini dice: “Si ha sido inevitable la aplicación del confinamiento general obligatorio, ¡la vida por encima de todo!”. Y el profesor argumenta: “La vida por encima de todo, eso mismo me digo. Y por eso contravengo esta estrategia”.
La cuestión de esta pandemia es si la gestión de ella se ha llevado usando desde su inicio la verdad, la claridad y la transparencia. Ya que desde el primer momento se puso en entredicho si el virus realmente era natural o artificial, situación que dada la opacidad de la libertad de opinión y de la transparencia del país de origen, caben serias dudas. Y más ante los miles y miles de muertos en el mundo, y en comparación con otros países, el que tiene más de mil millones de habitantes es en donde las defunciones han sido ínfimas, mientras el resto del mundo sigue acogotado por él. China está ya casi en normalidad y lo curioso es que este país y la India son los que tienen el control de más del 80 por ciento de los recursos para combatirlo y defenderse de él.
Acaba de publicarse en la Universidad Rovira y Virgili (URV) de Tarragona un trabajo en el que se cuestiona la procedencia natural del virus desde el reservorio de un animal.
La noticia publicada el 25 de noviembre de 2020 en el Diario de Tarragona, en síntesis, señala que, según los autores del trabajo, Antoni Romeu, catedrático, y Enric Ollé, profesor asociado, ambos del Departamento de Bioquímica y Biotecnología de la URV, como punto de partida, el estudio analiza las secuencias de los genomas de los coronavirus ligados con la Covid-19 y establece unas relaciones filogenéticas que no han sido descritas hasta la fecha. El hallazgo es la inclusión de cuatro aminoácidos en una parte poco variable del SARSCoV-2 que no sigue la evolución natural respecto al virus considerado predecesor. Y como conclusión, no se descarta un origen sintético ante ese ‘salto’ evolutivo y se emplaza a seguir investigando.
Por ello el profesor que describe Antonini señala: “No soy yo el que ha suspendido la vida en común. Tendrás que encontrar poderosas razones que justifiquen una alteración tan radical del funcionamiento normal de la sociedad. Aquel que invoca algo que rompe con el estado de la normalidad debe probarlo affirmanti incumbit probatio. La carga de la prueba, onus probando, está en el tejado de los que han justificado la cuarentena, no en aquellos que la han cuestionado”.
Antonini piensa que ojalá hubiera sido más adecuado filosofar un poco más y detenerse, si primar “solo” la vida olvidando la economía, es muy inteligente, y por ello exclama: “Se equivocan aquellos que privilegian la vida a la economía como si la primera fuera posible sin la segunda”.
Los que no entienden el binomio “vida/economía”, este ya se está observando en los países. Quiénes son los que están pagando el pato, en frase redonda, aquellos que se ven obligados a moverse cada día para tener un sustento mínimo, les guste o no, pues es su única manera de poder seguir “viviendo” con lo que sacan en el día a día. ¿Estos pueden confinarse o ser obligados a confinarse? Es la pregunta del millón. Ellos no pueden elegir, ya han sido elegidos por la vida y por la economía.
Hay países que han confinado al personal, pero les siguen manteniendo sus salarios en un porcentaje de poder seguir viviendo. Ha habido países en que han cerrado todos los negocios, pero a éstos se les paga, se les da el 70 por ciento de lo que en el mes del confinamiento declararon en el mismo mes del año pasado. Pero ha habido otros países que lo único que han hecho es mandar a todo el mundo a casa y “ahí vean cómo hacen”. Esa es la cuestión a dialogar, a pensar, a razonar. Eso es lo que Antonini debate.
Esta situación es la que quiere polemizar el personaje del profesor de Antonini: los efectos secundarios de la cuarentena, los económicos, los sociales, los emocionales, los psíquicos y sus efectos. No solo en los que tienen vida activa, sino en todos, desde los niños a los ancianos, todos son afectados, aunque su aporte a la economía productiva no lo sea.
El libro no aporta soluciones, es una ocasión para que reflexionemos y veamos si los argumentos del profesor “antoniniano” son objetivos, eficaces o tienen trampas dialécticas, pero su reflexión y lectura primero ayudará al confinamiento, pues se cultiva una de las mejores formas de estar en confinamiento, como es la lectura y la reflexión, y por otra parte se acepta “que la educación es, si no, la mejor manera de gobernar nuestros instintos al jerarquizarlos en función de metas más amplias que a la que arrastra la simple supervivencia”.
Creemos que el libro de Antonini de Jiménez es un aporte más en este mundo pandémico en que vivimos. Ya lo dijo Mafalda:
*Luis Fernando Valero es doctor en Ciencias de la Educación. Fue profesor y primer director del Centro de Proyección Social de la UCA, de 1976 a 1980. Fue profesor titular en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, España, y profesor invitado en varias universidades de Iberoamérica: Venezuela, Colombia, Argentina y Brasil.
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