Cuando la violencia recurre a la belleza

La noche de hoy, 18 de noviembre de 2023, tendrá lugar el concurso de Miss Universo en El Salvador. Más que un hecho puntual, en este concurso confluyen una serie de dinámicas de violencia de la sociedad salvadoreña que tienen una importante raigambre histórica. Y es necesario recordar que esta edición es la segunda que se realiza en San Salvador. La primera fue en 1975, en el mismo lugar en el que se realizará esta noche: el Gimnasio Nacional “José Adolfo Pineda”. El otro país de la región que ha albergado estos concursos ha sido Panamá (1986 y 2003). Costa Rica intentó ser sede en 2021, pero no lo logró. Este pequeño texto aporta breves reflexiones con enlaces a notas de prensa y artículos que pueden servir a la persona lectora interesada en analizar cómo el fenómeno de la violencia se ve reflejado en este concurso de belleza desde el punto de vista de su complejidad social e histórica.  

Atuendo de la violencia

Para el año 2022, Alejandra Guajardo, representante de El Salvador en el concurso Miss Universo, utilizó un traje bastante llamativo para la presentación del vestido nacional. Se trataba de un diseño que se ocupaba de las distintas monedas que se han utilizado a lo largo de la historia en el país, comenzando con el cacao e incluyendo, por supuesto, la polémica criptomoneda Bitcoin. El bitcóin ya era moneda de curso legal desde septiembre de 2021, cuando lo aprobó la Asamblea Legislativa controlada por Nayib Bukele. Su circulación modesta y de resultados opacos ha dejado más sombras que luces (para un balance de esta política monetaria recomiendo el texto del periodista Nelson Rauda). 

Por su parte, para este año 2023, Fátima Calderón representó al país vestida con un atuendo que emulaba a Atlacatl. El traje de la modelo hacía referencia de manera directa al último gobernante indígena que enfrentó a Pedro de Alvarado en el siglo XVI, pero es imposible obviar el otro rastro simbólico que tiene este nombre y que refiere a uno de los temibles Batallones de Infantería de Reacción Inmediata (BIRI) que el ejército utilizó para reprimir masivamente a la población civil: el Batallón Atlacatl, perpetrador de crímenes como la tristemente célebre y aún impune Masacre del Mozote. 

Reparemos un momento en la simbología de estos trajes: en 2022, las monedas de un país con una de las economías más desiguales y con una redistribución más injusta; y en 2023, el nombre de un líder indígena apropiado por los BIRI para asesinar masivamente a parte de la población civil. Es como si en los trajes se lograra sintetizar efectivamente el horror de las condiciones sociales del país y lo exhibieran como un documento de la belleza. Esta aparente ambigüedad en los significados de los objetos que elabora una cultura fue abordada en su momento por el filósofo alemán Walter Benjamin, en cuyas tesis, acuñó una poderosa frase para referirse al contraste entre la visión positiva que la modernidad genera de sí misma y las consecuencias que tiene lo que consideramos civilizado, noble, bello, culto:

“No hay un solo documento de cultura que no sea a la vez de barbarie” 

Memoria de la violencia

La edición número 71 del concurso Miss Universo se realizó en enero 2023. Al finalizar la ceremonia, el presidente Nayib Bukele anunció en un breve y ágil spot publicitario que la edición número 72 se realizaría en El Salvador. El momento del anuncio era significativo: en el país se había dictaminado desde marzo de 2022 un régimen de excepción caracterizado por miles de capturas arbitrarias, desapariciones, torturas, entre otras violaciones a los Derechos Humanos. El comercial, lejos de tratar temas de Derechos Humanos, promocionaba al país como destino turístico lleno de bellezas naturales y ahora convertido en el “más seguro de América Latina” (para un análisis de este discurso ver el artículo de la abogada Leonor Caronila Suarez). 

Pero no es la primera vez que un gobernante salvadoreño autoritario recurre a un concurso de belleza para legitimarse en el poder. En 1975, el Cnel. Arturo Armando Molina, que había asumido la presidencia con puño de hierro desde 1972 –luego del recordado fraude electoral–, se dispuso a promover y realizar la edición número 24 de Miss Universo a instancias del Instituto Salvadoreño de Turismo (IST). El concurso se llevó a cabo el 19 de julio de 1975 en un Gimnasio Nacional ataviado con un set que emulaba también un pasado indígena mediante la representación de una pirámide de donde salían y entraban las modelos y el presentador. Un dato significativo de la ceremonia fue la ovación que recibió el Presidente de la República, quien se levantó de su palco preferencial y saludó al público. La ceremonia completa de la edición número 24 está colgada en Youtube. 

La representante de El Salvador en esa ceremonia fue Carmen Elena Figueroa, una vivaz joven de la élite salvadoreña, de rasgos decididamente diferentes al fenotipo pipil o maya. Blanca, alta, de ojos azules, hija del Coronel Carlos Humberto Figueroa, educada en Italia y Estados Unidos y que, años después, se tornaría en uno de los rostros fundamentales del partido derechista Arena, en el gobierno del expresidente Elías Antonio Saca. En una nota biográfica que publicó el periodico digital El Faro en 2016, Carmen Elena Figueroa, devenida en ese momento en diputada, afirmaba que ella era el “ícono del país de la sonrisa”. «El país de la sonrisa» fue el eslogan con el que el IST promocionó a El Salvador como un destino turístico en el marco del concurso de belleza. Y en efecto, ella era ese ícono: la representante de una élite militar, económica y étnica que intentaba sonreír, pese a que su entorno se llenaba de reclamos populares que se habían negado a responder por años, y que en ese momento abanderaban ya organizaciones armadas. El país se encontraba en un clima de preguerra civil que finalmente se formalizaría como tal en 1980. 

Menos de dos semanas después de la realización del concurso de Miss Universo, el 30 de julio de 1975, el Ejército y la Policía de Hacienda perpetraron una masacre al reprimir una manifestación de estudiantes de secundaria y universitarios. En la memoria de quienes fueron represaliados ese día queda el eslogan del país de la sonrisa, pero desde el contraste que representaba esa pretendida sonrisa, con la represión masiva y brutal que fue el signo de los gobiernos del Partido Conciliación Nacional (PCN) durante todos los años que gobernó.

Continuidad de la violencia

Luego de más de un año de aplicación continua de las draconianas medidas del régimen de excepción, el gobierno de Nayib Bukele promociona el país como un destino “seguro” y asocia el descenso del delito común y el asesinato con un descenso de la violencia. Pero la violencia del El Salvador tiene un entramado de mucha mayor raigambre que es visible en los esfuerzos de la élite gobernante en atraer iniciativas como el concurso Miss Universo.

Esa necesidad de “suavizar” la imagen del país y las críticas por el trato que se les da a las personas detenidas en el marco de la política represiva, da pistas justo de la dimensión contraria de la “seguridad” o la “tranquilidad”. De esta manera, el recurso simbólico de la belleza es un arma de doble filo, porque cuando se hace visible para el público espectador, lo que deja ver es la continuidad de la violencia que las élites beneficiarias de la desigualdad han construido históricamente. Y es ahí donde aparecen estos concursos de belleza como documentos de cultura al mismo tiempo que como documentos de barbarie.

La repetición de este recurso en el tiempo (1975 y 2023) deja ver, además, los patrones históricos de dominación con los cuales los gobernantes autoritarios han tratado de imponer a rajatabla sus utopías de una sociedad con una jerarquía rígida y excluyente de la mayoría de habitantes del país. Para algunos gobernantes de El Salvador, la belleza también es un recurso para matizar la violencia.


  • Mario Zúñiga Núñez es profesor de la Escuela de Antropología de la Universidad de Costa Rica.

 

¿TE HA GUSTADO EL ARTÍCULO?

Suscríbete al boletín y recibe cada semana los contenidos en tu email.