Realmente estuve tan solo en el concierto de Arjona

Muchas personas en El Salvador aman a Ricardo Arjona. Lo demostraron en el último concierto del 20 de diciembre de 2017. Mis editores creyeron que sería interesante que un periodista a quien no le gusta la música de Arjona fuera a ver el recital. Un náufrago. El pelo en la sopa. El elegido fui yo. Contra mi voluntad. No me gusta la música de Arjona. No pagaría por un álbum de él ni pagaría una entrada para uno de sus conciertos. Pero también creí que iba a ser interesante colarme y hacer esta crónica. Vi a Arjona en el estadio Mágico González de San Salvador. Fue mi primera vez, en directo, frente a este guatemalteco cantautor. Dani también llegó al concierto. Viajó doce horas desde Guatemala a El Salvador para vender camisetas, gorras y vinchas. No le fue muy bien en la venta al final de la noche. A su paisano, el del escenario, le fue de maravilla. Vendió miles de entradas. Hizo un espectáculo respetable. Su gente se regocijó.

Fotos FACTUM/Gerson Nájera


El anuncio luminoso de la cerveza Golden le sienta bien al tendedero de camisetas de Dani. Le alumbra la venta. La hace más llamativa. La luz la hace resaltar de las demás ventas que están regadas sobre la acera del estadio Mágico González, frente a la 49 avenida norte de San Salvador. Apenas son las 6 de la tarde y ya oscureció. El sol se esconde más temprano en estas épocas del año. Parece que a Dani le va a ir bien. Dos chicas se acercan a preguntarle el precio de las vinchas que vende. “Un dólar por cada una”, les responde. Le compran dos. Dani se queda con veinticinco centavos de ganancia por cada vincha. Los otros setenta y cinco centavos se guardan para su proveedor en Guatemala.

Dani es un comerciante pirata. Vende imitaciones de artículos oficiales de equipos de fútbol y de artistas. Uno de tantos vendedores que vocean en las afueras de los estadios cada vez que hay un partido de fútbol o un concierto. Dani vendió sus camisetas en el último recital de Ricardo Arjona en Guatemala. Dice que comerció bárbaro. Sacó buena ganancia. “Los guatemaltecos compran mucho de Arjona, es lo mejor de artistas que tiene Guatemala”, me dice mientras acomoda su producto frente al Mágico González. Anda bastantes camisetas. Unas treinta. Diez dólares cada una. Dos dólares de ganancia para él. Más o menos sesenta dólares para su bolsa si logra venderlas esta misma noche. Las gorras, diez y quince dólares, y la misma operación de veinte por ciento de ganancia. La mayoría dice Arjona: Circo Soledad, en blanco, negro, verde y rosa encendido.

Dani se vino a probar suerte a San Salvador. Pero se empieza a desesperar porque los arjonianos que todavía llegan en poco número le ignoran su venta. Pese a la luz del anuncio cervecero sobre las camisetas. Tiene 26 años y vive en Villa Nueva, departamento de Guatemala. Son siete hermanos y Dani es el único vendedor de calle. Todos viven separados. De sus trabajos apartan dinero para ayudar a su mamá. Dani tiene puesta una camisa celeste y una chaqueta negra, por si hace frío. Barba poco poblada. Moreno. Los ojos grandes y enrojecidos. Cansados por las doce horas de viaje en el autobús más barato entre Guatemala y El Salvador. Hacemos un trato: lo voy a buscar al final del concierto para que me cuente cómo le fue en la venta. Si saca buena plata, seguirá a Arjona hacia Nicaragua, donde continuará la gira del Circo Soledad. Si tiene mala suerte, pasará la noche en San Salvador y al amanecer regresará a Guatemala.

Este era el puesto de Dani, durante el concierto de Ricardo Arjona en San Salvador.
Foto Factum/Gerson Nájera.

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Los organizadores decidieron que la prensa viera el concierto desde el área de platinum, donde las entradas costaron ciento veinticinco dólares. Los periodistas esperamos desde fuera hasta que llenaran el espacio para entrar justo al inicio del concierto. Por allí vi pasar decenas y decenas de personas que pagaron ciento veinticinco dólares por ver a Ricardo Arjona. La mayoría mujeres. La constante de los hombres era para acompañar a sus novias, a sus esposas o a sus hijas. Casi una relación de un hombre por cada diez mujeres. El público mayoritario de Arjona en este país, sin duda, es femenino.

El concierto programado para las 8:30 de la noche arrancó alrededor de las 10. Se apagan las luces. El Mágico González estalla en un grito agudo y unísono. Suena la introducción de la canción que da nombre a su nuevo álbum y gira: Circo Soledad. La música es triste. Un piano solitario. Aparece Arjona. Vuelve el grito agudo y unísono. La melodía me atrapa. La escenografía es diez y la luz es tenue. Concuerdan con el concepto de tener un circo con el nombre de soledad. Espero estar frente a una de las grandes canciones de este guatemalteco. Pero la letra, como en muchas ocasiones, me vuelve a decepcionar. Descubro, parado frente al escenario, que a Arjona le va bien en muchas melodías y que si se dedicara a escribir letras de mejor calidad sus canciones pasaran a otros niveles.

El escenario, en cambio, es de primera. Está adornado con parafernalia circense: pelotas para acróbatas, ruedas de tiro al blanco para lanzar cuchillos, pinos para malabares, aros, maniquíes, una taquilla. Está iluminado con fuertes luces rojas y azules. Al fondo se proyectan imágenes de carruseles, de fachadas de circos, de paisajes de invierno, de otoño, de todo lo que se necesita para ambientar las canciones que Arjona le entona a su gente.

Debo decir que no me gusta la música de Ricardo Arjona.

Debo decir que este concierto agravó la alergia que le tengo.

Empieza la segunda canción: Ella. Los celulares de las chicas arriba. Graban videos. Suena Señorita y una señorita levanta un cartel que dice: “Me llamo Lucía, pero dime Señorita, y si pueden (hacer lo) que les pidamos, yo pido subir contigo”. Arjona canta El problema y se hace acompañar de dos violines y un violonchelo.

Los músicos que andan de gira con Arjona marcarán la diferencia en todo el concierto. Isaak Sakko, el bajista de Puerto Rico. Las cuerdas de Jonathan el gringo, Otto Ávalos el cubano y Tony Rijos el boricua. Yainer Horta, el saxofonista de Cuba. Las percusiones y batería de Armando Montiel y Giovanni Figueroa, los dos mexicanos. Y también el mexicano Víctor Patrón en el piano. Anda de gira también un grupo de actores circenses entre los que sobresale el guatemalteco Panchorizo. La banda es fenomenal.

El problema se intercala con Sin daños a terceros. Dos chicas me piden que les tome una foto con el guatemalteco de fondo. Fueron tres fotos. Agradecen y regresan a lo suyo: corear, bailar, saltar. Arjona se detiene. Se dirige a su público. Gritos, fotos, videos. “El Salvador, yo estoy aquí para lo que a ustedes se les dé la gana”, dice. Al fondo, una chica grita: “Pisame”. Otra grita: “Pegame un hijo”. Sigue el concierto y Arjona, envuelto en completo negro: saco, chaleco, camiseta, jeans y botas, va a cantar unas veintiséis canciones más.

El concierto va de un solo tirón. No hay bloques, no hay pausas. Una canción tras otra. Arjona se entrega, suda, canta, toca la guitarra, toca el teclado, bromea, coquetea, tira besos, recorre el escenario, saluda al público de atrás. Su gente lo ama. Y Arjona se deja amar.

Las primeras canciones del programa no se despegan del concepto de soledad. Todo rompe con la sexy Desnuda. Y vuelve a caer con la clásica Realmente no estoy tan solo. Llega Historia de un taxi. Arjona se sube a un armatoste plateado que hace las veces de coche y a la par lleva a su guitarrista y corista Suzy Correa. Pelirroja, espigada, botas largas, medias negras, shorts de cuero, chaleco negro con estrellas plata, morena, colombiana. Guapa. Se unen los violines y empiezan a jugar con el saxo y las percusiones. Arjona pide a sus músicos que le impriman caribe al momento. Por fin, música.

Pero había que volver al concepto de soledad y Arjona abre puerta a más baladas tristonas. Cuatro musas arjonianas se contonean frente a mí en el público. Las cervezas ayudan a que haya más soltura. Los músicos y los actores circenses de Arjona son el corazón de su gira. Hacen tap siguiendo una guitarra, hacen danza aérea con telas, juegan con la solfa, se divierten. Llega el clímax: Si el norte fuera el sur, Cuándo, Dime que no, Cómo duele, Señora de las cuatro décadas. Atrás quedan las calenturas femeninas de las seguidoras y el público completo se integra con el guatemalteco. Son las 11:30 y la temperatura ya bajó. Hace un poco de frío. El chaleco negro de seguro le sirve a Dani para abrigarse un poco fuera del estadio.

Arjona canta con sentimiento Te conozco. Logró que yo lo siguiera en la parte final: “Y es que tanto te conozco que hasta podría jurar: te mueres por regresar”. Suzy, la corista guapa, canta Fuiste tú. Su voz invade el Mágico González. Arjona hace un popurrí y le pide a su público que le ordene qué cantar. Se sienta en un banco con su guitarra electroacústica y se acompaña de Patrón en el piano. Suenan las antiguas, las clásicas. Y se viene la mejor interpretación musical de la noche: Buenas noches, don David. Todo el elenco se vuelca a hacer la actuación guiada por el piano juguetón. Panchorizo hace su performance y saca risas y aplausos. El escenario, las luces. Todo estaba como guante para la canción.

Se acerca el final con Minutos, una de las canciones que más me gustan de Arjona. Y finaliza todo a la medianoche con el himno Mujeres. Arjona se los echó a la bolsa a todos. Negocio redondo. Aplausos. Próxima parada: Nicaragua.

Salgo del estadio pensando en que Ricardo Arjona es entrañable para su público. Que eso es respetable. Que el tipo ha hecho un gran negocio con su música. Que llena recintos con facilidad. Y reafirmo mi postura: No me gusta su música en general. Sí tiene varias canciones que me hacen clic. Tiene a veces melodías tan bien elaboradas que fueran grandes obras si sus letras no las arruinaran. Tampoco pagaría ciento veinticinco dólares, ni menos, por ir a un concierto de Arjona.

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Dani está enojado. Vendió apenas unas camisas. Unas vinchas más. “Aquí no se vende bien, Arjona llenó el estadio pero la gente no compra”, me dice con fatiga. Dani no sabe dónde se va a quedar esta noche. Me dice que va a buscar una gasolinera de veinticuatro horas para buscar algo de comer y pasar el tiempo. No le alcanza para pagar un taxi y dormir en un hospedaje. Tampoco le ajusta para irse a Nicaragua con la venta y probar suerte allá con el consumismo arjoniano. Va a amanecer y Dani va a volver a su casa. Otras doce horas de viaje en el autobús más barato entre El Salvador y Guatemala.

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