A Alexander Arana no lo salvó la religión, como suelen iniciar muchas historias de redención. Lo salvó, según cuenta, su pasión por la música hardcore y el boxeo.
A inicios de 2013, “El Chele” Arana –como lo conocen en la escena musical salvadoreña– estaba en la cama de un hospital. Tras haberse sumergido en tres días de consumo intenso de cocaína, Alex batallaba con una intoxicación que lo llevó a urgencias. Sufrió, además, un ataque de paranoia y padecía de problemas con la presión arterial, debido a que por entonces tenía sobrepeso. Esta es la misma persona que ocho años después ostenta una medalla de bronce y una de plata en boxeo. Es, además, el vocalista de Sentencia, una banda muy respetada en el underground de esta escena musical en la región.
Arana también posee una tienda de variedades en Santa Ana; es chef; y también es padre de familia. Por eso, por el deseo de conocer su historia y profundizar en su manera de comprender al mundo, Factum agendó con él una serie de entrevistas.
La tercera cita en la que nos narró su vida ocurrió un sábado por la tarde en el Parque Cuscatlán, en San Salvador. Alex llegó puntual. Y aunque su andar pareciera tímido, su presencia impone. Nunca pasa inadvertida. Desde su llegada fue el centro de miradas atraídas por el lienzo en el que ha convertido a su cuerpo, cubierto casi en su totalidad por tatuajes. Además, como si faltaran más razones para llamar la atención, lucía una camiseta que decía «Cuídese de la envidia, mijo», una frase que corresponde a “Jeremías 17-5”, canción del fallecido rapero venezolano Canserbero.
Desde hace siete años, la vida de Arana ha sido de rock and roll sin drogas, ya que es straight edge. Es decir, pertenece a una subcultura cuya esencia radica en evitar el consumo de drogas y alcohol. Aunque, para llegar a ello, antes pasó una temporada (o más) entre adicciones, violencia y delincuencia.
Nació en julio de 1988 y creció en un matriarcado compuesto por comerciantes. «Mi mamá siempre se ha dedicado al comercio, en el mercado de San Salvador. La familia es puro comercio, en el negocio de las telas y todo eso», comenta. «Yo crecí en ese ambiente. Vos sabés que en eso una agarra malas mañas; en esos lugares», agrega, entre risas. Cuenta que no conoció a su papá y que su primer domicilio fue la colonia Dina, en San Salvador, un lugar que durante su infancia ya era «tenso con el tema de las pandillas».
A los siete años se mudó al municipio de Mejicanos, junto a su mamá y la pareja de ella. Y a los 12, a la ciudad de Santa Tecla. En esos años de adolescencia apareció la música en su vida: «Tenía compañeros que escuchaban cosas como Korn, Limp Bizkit, lo más básico, pero me llamaba la atención». Luego, el amigo de un primo le presentó a Iron Maiden y otras bandas de heavy metal.
Por esos años –alrededor de 2001 y 2002– fue a una de las ediciones del Guanarock, el mítico festival de rock salvadoreño. «Fui solo. Le pregunté al de la coaster cómo llegar. Ya en el lugar, me encontré a mi profesor de Sociales. Se estaba echando una cerveza y me dijo que no le contará a nadie en el colegio», rememora. Arana cuenta que en esa ocasión tocaron bandas como Adhesivo, Aborígenes y La Pepa, entre otros; y que esa variedad de géneros reunidos en un mismo lugar le sorprendió bastante y despertó su curiosidad por la escena local. Esa noche no supo cómo regresar a su casa. Un grupo de metaleros lo adoptó y lo llevó a una gasolinera, para tomar unos tragos y esperar el primer bus del día siguiente.
Su gusto se fue ampliando con el paso del tiempo: metal, punk, ska, rap. «Pero cuando me volaron los sesos fue cuando conocí a Hatebreed con “Last Breath”. Venía en un CD del Ozzfest. Lo escuchaba diferente y quería entenderlo». Pero en este punto, su vida también tuvo un cambio radical: «En 2005 tuvimos un problema en San Salvador, económico. Nos embargaron todo. Nos dejaron chulones, de un día para otro. Se vino mi viejo y empezó a averiguar qué podíamos hacer y se consiguió un contacto de un familiar en Santa Ana». Y así, él y su familia, pasaron a vivir en una pieza de mesón. Así empezaron desde cero un negocio de granos básicos en aquella ciudad del occidente salvadoreño.
Con el cambio de domicilio y –por tanto– de colegio, vinieron nuevas amistades. Eran los integrantes de una banda llamada Nunca Morirá, quienes lo introducirían al género del hardcore. «Uno de ellos me llevó un MP3 con varias bandas, entre estas, Throwdown, que fue la que me impactó», relata. Con Nunca Morirá asistió a los primeros toques en cocheras de San Salvador y conoció a las bandas nacionales y de la región.
Alexander quedó impresionado por lo peculiar de aquellos recitales. Por la forma en que bailaban en el pit, lanzando puños y patadas; también por el singalong, como se conoce al momento en que uno o varios miembros de la audiencia toman el micrófono y cantan un verso o el coro de la canción, muchas veces montados sobre el vocalista de la banda en escena. Y, por supuesto, por la fuerza y euforia de los asistentes.
En paralelo llegaría otro episodio que marcaría su vida para siempre: «Al mismo tiempo que conocí a los straight edge conocí a otros tipos ‘malacría’. Yo era junkie, para esa etapa. Andaba full punk y andaba jodiendo con los skinheads. Fumaban ‘bañados’. Los probé y… ¡para qué! Me fui directo al hoyo con la piedra. Con el crack tuve problemas serios. Me perdía de la casa. Empecé a robar cosas de la casa. Se puso bien heavy. Mi mamá se ponía a llorar. Tuve problemas con la policía. Estuve detenido varias veces».
Esa etapa inició cuando Alex tenía 15 años y duró una década. «Cuando tenía 20 años, nació mi hija. Intenté parar, pero no pude», dice. Aunque Arana estaba en las antípodas del straight edge, formaba parte de un crew —una especie de club— de estos: SAC (Santa Ana Crew). En principio los unía el interés por la música, pero poco a poco se fueron desviando.
«Nos metimos en problemas de robos, de andar jodiendo a la gente. Se empezó a crear una mala fama. Nos clasificaron como pandilla en Santa Ana. Me fui detenido como seis veces. En 2008 tuve un accidente de carro, porque nos metimos con personas que no debíamos. Un mes de nacida tenía mi hija. Al salir de estudiar, manejé para ir a verla y vi que un carro venía siguiéndome. Me pegó en la punta de mi carro y fui a dar a un poste. Sentía caliente mis piernas. Busqué mi celular. Intenté hablarle a la mamá de mi niña, pero cuando lo hacía noté que me salía sangre de la boca y no podía hablar bien. Me vi en el retrovisor y tenía cortada la punta de la lengua. Cuando me intentaron sacar no aguantaba las piernas. En la cama de la patrulla de policía me llevaron al hospital. Yo le tiraba golpes al policía para que me dejara porque no aguantaba el dolor. Me había fracturado la cadera. Pasé dos meses en cama», narra.
Un par de años después, los miembros del crew adoptaron la vestimenta chicana, como de cholos. Debido a esto tuvieron una discusión en un bar que terminó en pelea. El resultado: Arana pasó diez días detenido. Pese a todos esos episodios, no podía dejar sus adicciones. Aunque el punto de quiebre fue la intoxicación con cocaína, antes hubo otro hecho que lo hizo recapacitar sobre su vida: «Perdí mi hogar. La mamá de mi niña no aguantó mi estilo de vida. Tiempo después me dijo que estaba con alguien más y, como (yo) era mal trago, me metí en problemas con su nueva pareja. Al punto que llamaron al 911. Como ya tenía récord, me dejaron salir pero con medidas. Ahí ya me preguntaba a mí mismo qué putas estaba haciendo con mi vida».
Luego fue la intoxicación. «Con ese susto paré», menciona. «Dejar las drogas no es fácil. Fue una lucha constante. Bueno, todavía lo es», detalla. Y añade: «Conocí a una chera y me ayudó un vergo. Me metí a estudiar cocina y a darle vuelta al cassette».
Limpio de sustancias y con una nueva perspectiva de vida, Arana se propuso rescatar la escena hardcore de su ciudad al formar la banda Sentencia. Como no tenía experiencia previa haciendo música, sus inicios fueron bastante punk, al punto en que la primera alineación no tenía bajista. Poco a poco fue encontrando su identidad musical. Cuenta que, aunque la tendencia en el hardcore del país es hablar del movimiento straight edge en las canciones, a él no se le daba natural. Por eso optó por narrar sus vivencias y hacer comentarios sociales. Uno de sus paradigmas para esto fue la banda neoyorquina Madball.
«El género viene de la calle. Es una manera de protesta, de revolución, de lo que sucede en la sociedad y lo que le sucede a uno como persona. Para mí, la violencia es una realidad y hay que aprender a vivir con ella, a domesticarla. Pienso que hay que ver cómo aportás, en lugar de criticar. Sentencia te habla de la calle, de experiencias personales. Te habla de problemas. Es algo bien furioso, pero que quiere ser constructivo», describe.
A Alexander no le interesan las rivalidades entre crews: «Es estupidez, una perdida de tiempo. No han entendido el mensaje. Uno, de bicho, tiene esas actitudes, pero hay que madurar». Tampoco es sectario con los géneros musicales: «Conozco raperos que dan mensajes mucho más positivos que el hardcore. El género (de música que oyen) no es lo que define a las personas. Y uno de los mayores logros, para mí, con la banda, es haber tocado en El Salvador Metal Fest».
A la fecha, Sentencia cuenta con dos EP y dos álbumes. El último de estos fue publicado en 2019 y lleva por nombre “Reign Supreme”. Fue masterizado en Colombia y su particularidad es que da cuenta de toda la comunidad de apoyo del grupo, porque en cada corte del álbum hay una colaboración con músicos locales e internacionales, de diversos géneros.
En la actualidad, la banda está conformada por Arana en la voz, Edwin Genovéz en la guitarra, Carlos Ávila en el bajo y Salvador Delgado en la batería. Han participado en festivales dentro y fuera del país. En 2018 fueron invitados para abrir el concierto de los californianos de Terror en Costa Rica, pero en migración detuvieron al guitarrista debido a sus tatuajes. Un año más tarde fueron teloneros de Suicidal Tendencies en el concierto de 2019.
Para Arana, el estigma con los tatuajes es cosa de todos los días: «La gente te ve raro, la policía siempre te interroga y los pandilleros también. Todo cuesta el doble. Conseguir trabajo es bastante complicado. Hay que ‘tenerlos bien puestos’ para decidir andar así. A estas alturas, ya no sé cuántos tengo, pero la mayoría son sobre bandas que me marcaron, mi familia y experiencias que no quiero olvidar».
Algunos años atrás, Alexander sumó el boxeo a sus hobbies. “Me ayuda con mi trastorno obsesivo-compulsivo”, asegura. “Soy una persona agresiva y el boxeo me ha hecho más tranquilo. Como el hardcore, a simple vista, puede parecer solo violencia, pero en realidad es hermandad y disciplina. En la calle ‘me daba verga’ y me sentía paloma. Pero ya en el boxeo hay reglas y, al inicio, me sentía sofocado porque me estaban ‘dando verga’, pero es pura técnica”, agrega.
A la fecha, ha participado en dos competencias nacionales. En 2019 se llevó una medalla de bronce en la categoría de 91 kilogramos (peso pesado). En 2020 consiguó plata. Esta vez en la categoría de 91+ kilogramos (peso súperpesado).
Ahora, Alexander comparte sus experiencias de vida y cambio a través de la música, para que quienes pasan o han pasado cosas similares puedan identificarse con sus canciones. También le sirve como un canalizador de energía, al igual que con el boxeo. No reniega de su pasado; lo asume como parte de su construcción como persona.
“Para mí, el straight edge es mis valores con mi familia y amigos. No tomar no es la prioridad. Antes tenía una vida negativa y diferente. Una vez puse un pie en esto, aprendí a ser más honesto, más humilde, a caminar con rectitud, a asumir mis decisiones. Todo alrededor cambió”, concluye.
Alex Arana nos compartió algunas de las fotos de su álbum personal, imágenes que muestran los cambios que ha vivido en su vida con el paso del tiempo.