10,251 días

¿Ser de aquí y de esta generación es una fortuna o una tragedia?

Este aquí, El Salvador, casi siempre fue autoritario. Casi siempre. Y la fortuna o tragedia de esta generación (la equis) es haber crecido en ese “casi”.

Ese “casi” fue un paréntesis de apenas veintiocho años. Para ser preciso, 10,251 días.

En una historia salvadoreña que se había mantenido muy coherente en su autoritarismo, esos 10,251 días de democracia imperfecta, imperfectísima, fueron un mero accidente. La fortuna o tragedia de esta generación, la mía, es precisamente haberse hecho joven, adulto y comenzar a espiar la vejez en medio de ese paréntesis.

Creciendo en ese accidente histórico uno termina creyéndose que a El Salvador le sienta bien la democracia, el control al poder y el imperio del Derecho. Y cuando ese rumbo se pierde, uno comete el error de asumir que a esa misma carretera volveremos por inercia.

10,251 días pasaron desde el 16 de enero de 1992 hasta el 9 de febrero de 2020. Tenía apenas catorce años cuando se firmó la paz. Cuarenta y dos años cuando vi al ejército y a la policía ocupando a bruta fuerza el Salón Azul de la Asamblea Legislativa.

Si usted, desocupado lector, también es de los que encuarentenaron en ese paréntesis, a lo mejor también cometió el mismo error. Tal vez usted también creyó que esa democracia imperfecta, imperfectísima, y el orden constitucional imperfecto, imperfectísimo, que se asomaron en esos 10,251 días eran la regla general. En realidad solo se trataba de una excepción en nuestra historia.

Crecíamos en una democracia imperfecta, imperfectísima, cuando aquel 9 de febrero de 2020 los fusiles entraron a la Asamblea. La historia nos llamaba a despertar. Y si continuábamos dormidos, pues el 1 de mayo de 2021, cuando finalmente se consumó el golpe de Estado, nos plantó una buena cachetada en la otra mejilla.

El Salvador es lindo y hay mucha gente buena. Pero también es El Salvador de los cuñados Meléndez y Quiñónez de inicios del siglo XX, de Maximiliano haciendo de esto su finca del 32 al 44, y de los compadritos militares que se tropezaban entre sí desde los cincuenta hasta el 79 intentando formar un PRI salvadoreño. El Salvador es eso y también los millones de cobardes, indiferentes y oportunistas que lo permitieron.

El 16 de enero de 1992 fue disruptivo en esta historia. Dejar de matar, encarcelar y exiliar al que piensa distinto, y acordar entre enemigos cláusulas mínimas para limitar el poder no encajaba en una historia con tanto hijo de puta peleándose por ser el dueño de la finca.

¿Es una tragedia haberse vuelto joven, adulto y viejo en estos 10,251 días? Algunos dirán que sí. Nos engañamos solitos creyendo que esa excepción era la regla. Que somos desafortunados por haber vivido una mentira, una farsa. Pero haber crecido en el único paréntesis de democracia salvadoreña, por imperfecto, imperfectísimo, que haya sido, fue un privilegio.

Nuestros abuelos y padres crecieron gobernados por un dictador en los treinta, por compadritos militares hasta los setenta, y aunque luego por un gobierno civil en los ochenta, fue en medio de la distorsión de una guerra incivil. Esa fue la normalidad de nuestros viejos. Quién sabe si nuestros hijos crecerán en una normalidad similar. Nosotros, contrario a nuestros padres e hijos, fuimos afortunados.

El espacio que comenzó aquel 16 de enero de 1992 y nos vio crecer nos enseñó, o nos debió enseñar, que no es normal el culto a la personalidad de un político. No es normal la concentración del poder en un hombre. No es normal que las opciones de quien piensa distinto al gobierno sean el silencio, el destierro o la cárcel. No es normal que las reglas las defina un hombre y no la ley. No es normal la reelección en El Salvador. Nada de eso es normal. Y abrigar cierta indignación ante esas distorsiones es un síntoma de que algún espíritu democrático se cultivó en nosotros aquel 16 de enero de 1992.

Esos 10,251 días que iniciaron aquel 16 de enero ya pasaron. Ese periodo ya fue y no volverá. Estamos en otra etapa. ¿Qué vendrá después? ¡Qué sé yo!

En todo caso, lo que corresponde a quienes aún valoran los principios democráticos y republicanos es construir condiciones para que en el futuro se abra un nuevo paréntesis. Y que esa nueva excepción en nuestra historia sea más larga y sostenible; y que en ella nuestros hijos o nietos gocen de una democracia mejor, menos corrupta, y más útil para satisfacer las necesidades básicas que aquella democracia imperfecta, imperfectísima, que nosotros pudimos vivir en esos efímeros 10,251 días.


*Daniel Olmedo es abogado salvadoreño. Máster en Derechos Fundamentales por la Universidad Carlos III de Madrid. Ha trabajado en gremiales empresariales, firmas de abogados y en la Sala de lo Constitucional. Fue profesor de Derecho Constitucional, Derecho Administrativo y Derecho de Competencia. Ha sido directivo del Centro de Estudios Jurídicos y del Instituto Iberoamericano de Derecho Constitucional-Sección El Salvador. Escribió el capítulo La Constitución Económica en la obra conjunta Teoría de la Constitución, editada por la Corte Suprema de Justicia.

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