El principito en clave salvadoreña

El principito aprovechó la migración de una bandada de pájaros silvestres para emprender su viaje”. Aterrizó en Soyapango, El Salvador,  y se encontró con un marero. “¿Cuál es tu profesión?”, preguntó el pequeño príncipe. “Yo soy marero”, contestó el joven. “¿Y qué hacen los mareros?”  ―Nosotros matamos gente. “¿Por qué hacen eso?”, preguntó el principito. ―Por lealtad a la mara, nosotros somos leales y respetamos nuestras leyes. ―¿Cómo es que matando gente son leales a las leyes? ¿Cómo son esas leyes? El marero empezó a explicar, pero no pudo sostener con argumentos su posición, entonces dijo: “Mejor te lo explico otro día porque hoy tengo que ir a cobrar la entrada a la colonia. Todos los habitantes de esta colonia están bajo nuestra protección, así que tienen que pagar una ‘cora’ para entrar y otra para salir. Así nosotros no tenemos que trabajar, pero tenemos familia que mantener”. El principito quedó desconcertado y le dijo:  ”No me gusta tu profesión porque es de muerte, las profesiones buenas son las que dan vida”. El principito se acordó de su rosa que tiene cuatro espinas para defenderse, y se preguntó: “¿Qué la gente de Soyapango no tiene espinas para defenderse? Y siguió caminando…

El principito se subió a un microbús que lo llevó a San Salvador. Vio un gran edificio con vidrios azules en toda la fachada y pensó: “Esta ha de ser la casa de gente importante, voy a entrar para conocer qué hacen allí”. Subió en el ascensor hasta el piso número quince.  Vio una puerta de cristal y entró. Allí se encontró con una recepcionista que le preguntó: “¿En qué le puedo ayudar?”  El principito contestó: “Quiero ver a su jefe”. ─ El señor gerente está muy ocupado, pero lo puedo comunicar con el contador de la empresa. “Está bien”, contestó el niño. Le indicaron el camino hacia una oficina en donde estaba un señor contando dinero. “¿Qué estás haciendo? Preguntó. “Estoy contando dinero” contestó el contador. “¿Para qué sirve el dinero?”, preguntó el niño. “Para comprar muchas cosas”, contestó el contador, y lo miró con extrañeza y pensó: “¿De dónde vendrá este niño que no sabe para qué sirve el dinero?”. “¿Qué cosas?”, insistió el niño. “Se pueden comprar muchas casas, muchas fincas, muchos negocios” ¿Y para qué necesitan tener muchas casas?, preguntó el niño. “Para alquilarlas o venderlas y así tener más dinero”, contestó el contador. ¿Y para qué sirve tener mucho dinero?  “Para sentirse uno muy importante y que la gente lo mire a uno con respeto o con envidia”. El principito pensó: “Este señor no sabe, quizá, que cuando uno se va para la otra vida no puede llevar nada, solo su conciencia. Y la conciencia tiene que haber realizado muchas buenas obras en beneficio de otras personas para poder disfrutar de la luz y de la paz eternas”. Se despidió y se fue a buscar otra persona que le pudiera enseñar algo.

Al salir del edificio, se encontró con un vendedor de minuta. “Buenos días señor”, saludó el principito. –Buenos días, dijo el vendedor. ─¿Qué hace usted? ─ Yo vendo minuta, contestó. “¿Qué es la minuta?”, preguntó el principito. ─Es hielo raspado al que se le ponen sabores sabrosos, y gusta a la gente, especialmente a los niños.  El principito se despidió y se fue pensando: “Este trabajo sí es bueno porque hace feliz a la gente”.

Más adelante se encontró con un borracho tirado en la cuneta. Se acercó a él y trató de revivirlo porque lo creyó muerto. Sin embargo, después de un rato, el borracho abrió los ojos y se puso a llorar. “¿Por qué lloras?”, le preguntó el principito. ─Porque soy un bolo, contestó el borracho. Entonces, “¿por qué bebes?” Preguntó el principito. ─Bebo para olvidar, dijo el borracho. “¿Qué quieres olvidar?”, preguntó el pequeño príncipe. ─Quiero olvidar que soy un bolo, contestó el borracho. El principito se alejó pensativo, y dijo: “Los hombres son muy extraños, no los entiendo”.

Siguió caminando y se encontró con un gran gentío. El principito preguntó a un transeúnte: “¿Qué pasa aquí?” Es que viene la reina de las fiestas de San Salvador y la van a entrevistar aquí con la gente de la calle, para saber la opinión de ellos hacia la reina y las fiestas”. Al momento, llegaron dos motorizados y una patrulla de la policía con la sirena encendida, atrás venía la reina en un carro descapotado, repartiendo besos y saludos.

El principito se escurrió entre la gente hasta colocarse a la par de la reina, que ya se había bajado del carro y estaba subida en una tarima. Los organizadores al ver al principito, un niño vestido de manera extraña, dijeron: “Dejen que el niño pregunte, los niños siempre hacen las mejores preguntas”.

─¿Qué hace usted?, le preguntó el principito a la reina. ─Yo soy reina―le contestó la joven. Pero, ―¿para qué sirve ser reina? ─Para que me admiren― contestó la reina. Y eso, ―¿para qué sirve? ─Me sirve a mí para que me sienta importante, a mí me aplauden y gritan “Que viva la reina”. Eso me hace bien, me confirma que soy la más hermosa de toda la capital. También me encanta ser envidiada por todas las jóvenes―El principito empezó a alejarse pensando: “ese trabajo no sirve para nada. Esta reina es aplaudida hoy y mañana será olvidada. Ser reina no le hace ningún bien a la gente. La vanidad no es buena consejera. ¡Definitivamente yo no entiendo a los seres humanos!”

Ana del Carmen Álvarez.

Siguió caminando por las calles de San Salvador, cuando encontró a varios hombres trabajando. Uno estaba subido en una escalera y los otros la sostenían. El principito le preguntó: ―¿Qué están haciendo? ─Estoy arreglando el semáforo, contestó el hombre que estaba subido en la escalera.  ―Y, ¿qué es un semáforo? ─Es este aparato que sirve para ordenar el tráfico de vehículos. Como ves, tiene tres luces de colores. La verde sirve para que los vehículos circulen, la roja para que se detengan y la amarilla para indicar que va a cambiar la luz. El principito pensó: ”Este trabajo sí es útil, pues evita los accidentes de vehículos, pero sería más útil si los seres humanos tuvieran un semáforo interno que les ordenara continuar con lo que hacen si es una obra buena o detenerse y no continuar si es una obra mala. Este semáforo interno no tiene poder para obligar a las personas a que le obedezcan. Si lo tuviera no podríamos ser libres. ―¡Qué complicado es vivir en este planeta!, pensó el hombrecito. ─Y pensar que en mi asteroide solo somos la rosa, los tres volcanes y yo”.

Los obreros invitaron al principito a compartir su almuerzo. Se sentaron en el andén con la espalda recostada en el muro de la agencia vendedora de carros que está atrás. ¿Y vos de dónde venís?, le preguntaron al niño. ─Yo vengo de un asteroide muy lejos de aquí, respondió el pequeño. ―¿Y por qué viniste aquí? ─Porque ando buscando un amigo―, respondió.

─Nosotros podríamos ser tus amigos, respondieron los obreros,  ─pero para eso se necesita tiempo y nosotros no lo tenemos.

─¿Y por qué se necesita tiempo?, pregunto a su vez el principito.

─Para conocernos mejor―, dijeron los obreros.

En ese momento, llegó un periquito volando y se posó en el muro en donde estaban apoyados los obreros y el principito. Luego aterrizó en el suelo y empezó a picotear las migajas de pan que se les habían caído en el andén cuando comían.

─Si vos querés, yo puedo ser tu amigo―, dijo el periquito.

―¿De verdad?―, dijo el niño. ¿Tú tenés tiempo para que nos conozcamos?

─Sí―, contestó el periquito.

─¡Qué alegría me has dado! Entonces vámonos a caminar y a platicar para empezar a ser amigos, dijo el niño.

El periquito se posó en el hombro del niño, y empezaron a caminar, se alejaron unos metros del lugar, y al llegar a la esquina de la calle, salió un ladrón, al que apodaban “Culebra”, y amenazó al principito con una navaja. ─Dame todo lo que traés, dijo el ladrón. ─Yo no tengo nada, respondió el niñito. El periquito revoloteaba picoteando la cabeza del ladrón, pero no pudo impedir el asalto  ─Por tu culpa, vas a morir, dijo el asaltante―, y le ensartó la cola de gallo en el estómago.

El principito lentamente cayó al suelo y una gran rosa de sangre se dibujó en el pavimento. Antes de morir el principito pensó ─De todos modos, yo no me quería quedar en este lugar. Aquí ya no hay porvenir, de aquí hay que irse. Cerró sus ojos y partió feliz hacia su planeta a reunirse con su amada rosa.

Foto FACTUM/Ramiro Figueroa, tomada de Flickr con licencia de Creative Commons.

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