El desplazamiento interno por violencia ha marcado el 2016. Pese la negativa oficial para reconocerlo públicamente, los casos se han acumulado este año. El fotográfo Salvador Meléndez hace un repaso de tres de ellos: decenas de salvadoreños que abandonaron sus casas tras ser amenazados por pandilleros, en territorios donde el Estado no tienen control territorial.
Foto FACTUM/Salvador Meléndez |
En El Salvador, los desplazamientos forzados y la guerra social no existen, por lo menos no para el gobierno liderado por Salvador Sánchez Cerén. El informe de la Mesa de Sociedad Civil contra desplazamiento forzado por violencia y crimen organizado, presentado en enero de este año, sostiene que el Estado salvadoreño todavía no reconoce oficialmente la problemática del desplazamiento forzado en el país. Sin estadísticas oficiales, el fenómeno ha sido visible por informes como el de la Mesa y por reportes cada vez más constantes de los medios de comunicación.
La conclusión de la Mesa no es casual. En septiembre de este año, justo cuando la crisis por los desplazamientos por violencia fue evidente, con la creación del primer refugio para deplazados en tiempos de paz, tanto el vicepresidente Óscar Ortiz, como el director policial Howard Cotto, le restaron importancia al problema. “Tampoco estamos en Afganistán”, dijo Ortiz.
Mientras el gobierno quiere ignorar los desplazamientos forzados internos, la Procuraduría para la Defensa de los Derechos Humanos (PDDH) ha sido la única instancia estatal salvadoreña que ha reconocido oficialmente la gravedad del problema. Un informe de la PDDH, dirigida entonces por David Morales, mostró en agosto de este año una selección de la información recopilada por la Mesa de la Sociedad Civil que daba cuenta de al menos 623 víctimas de desplazamiento forzado, entre agosto de 2014 y diciembre de 2015.
El mismo informe señala que el Observatorio de Sociedad Civil sobre Desplazamiento Interno por Violencia Gneralizada en El Salvador recopiló 42 casos de enero a abril de este año. Además, al menos 641 familias abandonaron sus viviendas por amenazas, extorsiones y homicidios, cometidos por pandillas, según datos del Fondo Social para la Vivienda; y otras 412 personas, según el ministerio de Relaciones Exteriores, consultaron cómo solicitar protección en el exterior por la violencia del país. La Dirección General de Migración, de nuevo a solicitud del Observatorio, informó que entre 2015 y el primer trimestre de 2016 10,915 personas, que habían sido deportadas desde los Estados Unidos, manifestaron haber abandonado el país por la inseguridad.
“La guerra social es tratada como un problema de delincuencia y los delincuentes son enfrentados por la PNC y el ejército; por lo tanto, que el gobierno acepte oficialmente que existen desplazamientos forzados originados por una guerra social sería aceptar que ellos como Estado han perdido el control social y están siendo sustituidos por fuerzas delincuenciales, llamadas pandillas o maras”, escribe Dagoberto Gutiérrez, exguerrillero y actul vicerector de la Universidad Luterana Salvadoreña, en el libro “Muerte Violenta”, de Daniel Arnavat.
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Pese al silencio oficial, los medios de comunicación en San Salvador han presentado una vez más, de manera natural, las imágenes de un nuevo éxodo de familias salvadoreñas que abandonaron sus apartamentos de dieciseis metros cuadrados en los Condominios Jardines de América, en San Jacinto, el pasado 21 de octubre. El terror de ser asesinados por pandilleros de la Mara Salvatrucha (MS-13) los hizo correr con sus pertencias guardadas en bolsas plásticas para jardinería, no sin antes cubrir sus rostros de las cámaras de los periodistas que llegaron al lugar a cubrir la noticia. Algunos dejaron atrás quince o veinte años de vivir en estos apartamentos de clase obrera, interrumpiendo los estudios de sus hijos.
“No me vayás a hacer fotos por favor. Estamos hartos que los medios vengan a ponernos las cámaras enfrente y no piensen en la seguridad de uno”, me dice uno de los hombres que están cargando un camión de mudanza estacionado afuera del condominio. Se trata de uno de los propietarios de uno de los dos apartamentos que siguen los pasos de las primeras familias que huyeron por temor a represalias de los pandilleros.
Durante la tarde que Factum estuvo retratando la vivencia en el lugar, durante largas horas los únicos sonidos en los pequeños apartamentos –de 4 mts de ancho por 4 mts de largo- fueron las cerraduras abriendo y cerrando las puertas y alguna que otra ventana mostrando algún rostro asomando por los cristales. Una señora, en la segunda planta, salía de su apartamento cada quince minutos para corroborar que los policías seguían en el lugar. Al verles entraba de nuevo. El único apoyo gubernamental es la presencia policial una vez iniciados los desalojos. Los ojos de los residentes que huyen prefieren pasar agachados ante la mirada de los agentes, que ven nada más cómo cargan un camión de mudanza hacia nadie sabe dónde.
“La gente tiene miedo de salir en los periódicos”, me dijo horas después una mujer, mientras sus pequeños hijos jugaban en el corredor de apenas un metro de ancho.
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El pasado 16 de septiembre, un día después de las celebraciones de la Independencia, unas veinte familias de salvadoreños del cantón El Castaño, en Caluco, (Sonsonate) huyeron de sus casas. Dos días atrás, cuatro pandilleros del Barrio 18 asesinaron a un campesino de 64 años de edad y además ordenaron a los habitantes que pagaran la extorsión para poder seguir viviendo en sus propias casas.
Irma de los Angéles Barrientos, una campesina de 40 años, es hermana del hombre de 64 años asesinado por los pandilleros. “Mi hermanito (Francisco Zepeda Barrientos) fue un hombre dedicado al campo. Todos los días se levantaba temprano a trabajar la tierra y a cuidar sus animalitos. Y así lo mataron esos cuatro cipotes que llegaron a arruinarnos la vida”, menciona Irma.
Durante un mes estos desplazados por la guerra no oficial cambiaron su estilo de vida a causa de las pandillas. Pasaron de poder dormir tranquilos bajo los techos de sus casas a dormir bajo bolsas plásticas negras, haciendo filas para poder tomer sus alimentos financiados por la alcaldía de Caluco, mientras la Policía Nacional Civil organizaba sendos operativos de capturas.
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1 Responses to “Los desplazados invisibles”
Ustedes saben que este problema no es de hoy. Tiene años y nunca se había tomado en serio. Ahora que estas administraciones la están combatiendo, ustedes le hechán mas leña al fuego, Saben que eso no se soluciona de la noche a la mañana, en lugar de acusar ayuden a resolver la situación de que manera?, Es cierto que todos estamos preocupados por lo que sucede, difundamos mensajes de esperanza, demos una cuota de confianza a nuestras autoridades. Con sus mensajes NEGATIVOS, ayudan MAS a aquellos que quieren ver al país, al pueblo postrados
, ante la delincuencia. Por favor no se pongan a favor de partidos politicos que ven en la situación que se vive , AGUA PARA SU MOLINO. Por favor sean imparciales, no inclinen la balanza. Buenas noches….