Jorge Drexler: “Shakira trabaja mucho más que yo en la composición”

“Me llena de alegría ir por primera vez a El Salvador. Estoy feliz, la verdad”. Es lo primero que dijo Jorge Drexler luego de saludar y atender la siguiente entrevista con Factum. Jorge es el cantante uruguayo, radicado en España, que este 18 de septiembre, a tres días de cumplir 54 años, se presentará por primera vez en la capital salvadoreña. Llega con la gira de su más reciente producción, “Salvavidas de Hielo” (2017), su disco de estudio número 13.

Fotos cortesía del equipo de prensa de Jorge Drexler


La esencia de Jorge es la inteligencia. En sus canciones elige con precisión académica las palabras. También la música. En “Salvavidas de Hielo”, el binomio protagónico es el de guitarra y voz. “Cuánto más me limito, más me libero”, asegura, citando al compositor ruso Ígor Stravinski.  Jorge también demuestra tener un hambre permanente por conocer. “Cabal, cabal, cabal”, bromea después de pedirme que le explicara qué significa esa expresión en El Salvador. “Recomiéndame algo de música de El Salvador, que tengo muy poco conocimiento. Más allá de la poesía de Roque Dalton, tengo muy poca cultura con lo que respecta a tu país”, dice al finalizar la entrevista y toma nota de cada sugerencia.

La entrevista –que originalmente estaba pactada para que durará 15 minutos– terminó en una plática de alrededor de una hora, donde el uruguayo no rehuyó a ninguna pregunta. Comenta largo y tendido sobre la fama, los procesos creativos, el pop, Shakira, Joaquín Sabina, el feminismo, la industria de la música y, por su puesto, sobre su primer concierto en El Salvador. Vía telefónica, Drexler ofreció con gentileza y amabilidad la siguiente conversación en exclusiva a Revista Factum:

El próximo 18 de septiembre, Jorge Drexler dará un concierto por primera vez en El Salvador. “Yo prefiero conocer profundamente una cosa, tener una buena conversación con alguien de El Salvador o darme un buen baño en el mar, probar una buena comida, que estar recorriendo como un loco los días que voy a estar [en el país]”, dijo en entrevista con Revista Factum.
Foto/Cortesía del artista.


A inicios de la década pasada, dejaste de ser uno de los secretos mejor guardados de la canción de autor. Ahora sos un icono de la música en español, incluso paradigma para muchos nuevos músicos. Es decir, se espera bastante de vos. ¿Cómo asumís esa expectativa de tus seguidores?

Je, je. Antes que nada, con mucha alegría, con mucho agradecimiento y sin ningún tipo de responsabilidad personal. Ja, ja. Yo no soy el embajador y escribo simplemente para expresar las cosas que siento. Yo agradezco la admiración y que la gente me tenga como referencia, porque lo considero un acto de amor, pero a mí no me genera ninguna responsabilidad. Mi compromiso es con lo que escribo y con la verdad de lo que escribo. Al escribir sobre lo que considero que es una verdad personal, creo estar respetando al otro porque me considero uno igual con el otro y, si soy sincero, a mí mismo, pues, a alguien esa canción le servirá. No me gusta asumir roles. Ni el de gurú ni el de embajador ni el de icono.  Un icono es una entidad muerta. Un icono es una piedra y yo soy un ser vivo. Me pido para mí el derecho a equivocarme, a estar en silencio, a meter la pata, a acertar.

“Solo a un pelotudo se le ocurre
querer ser famoso a cualquier costa.
Tenemos este error de que la fama
es un fin en sí mismo […]
La fama es un producto colateral
del hecho de hacer las cosas
con convicción y que te vaya bien”.

Existe mucha interacción con el público en un concierto usual de Jorge Drexler. Foto/Cortesía del artista.

¿La fama limita la creatividad o da más permisos para explorarla?

La fama es una palabra muy fea. Como concepto tal, el de “famoso” –que ahora está tan extendido– es un parásito. No sirve para nada el concepto de la fama. Yo te puedo hablar de la popularidad, del prestigio, del respeto, que son cosas que busco y que son bonitas; y que también son peligrosas. Pero la fama, en sí, es fácil de descalificar. Solo a un pelotudo se le ocurre querer ser famoso a cualquier costa. Tenemos este error de que la fama es un fin en sí mismo. La fama no es un fin en sí mismo o no debería serlo. La fama es un producto colateral del hecho de hacer las cosas con convicción y que te vaya bien; que no son dos cosas que necesariamente van juntas. Poner amor en lo que haces y que te vaya bien no necesariamente van juntos. Una vez que esto se produce y que tú te dedicas a algo, te dedicas con ahínco y tienes la suerte de que te va bien, además del mérito de habértelo trabajado, ahí hay que saber relacionarse con el reconocimiento y con la popularidad y con las expectativas de los demás. El reconocimiento es como la gorgona o la cabeza de la gorgona. Es decir, si tú te lo tomas en serio, miras tu reconocimiento y tu popularidad a los ojos y te lo crees tú mismo completamente; te crees merecedor de eso completamente; te paralizas como se paraliza quien mira directamente a la gorgona. Es decir, te conviertes en piedra. La fama puede convertirte en piedra si no tienes cuidado con ella. No hay que tomársela en serio, hay que mirarla de costado, del reflejo de un espejo de tu escudo. Ja, ja. No hay que ir de frente a la popularidad. A mí me gusta el reconocimiento. Me gusta que alguien me pare en la calle y me diga: «mis hijos se han dormido con tus canciones»; o «he hecho el duelo de un familiar con tus canciones»; o «he conocido a mi amor por esta canción». Eso me llena alegría. Me encanta que la gente me trate bien, que me digan en un restaurante: «estamos contentos de tenerte aquí». Pero de ahí a convertirse en un ícono de uno mismo… Ojalá consiga evitarlo todo lo que pueda. Hasta ahora, no hay ninguna capital de las que voy a tocar que no pueda moverme con alegría por la calle, andar en bicicleta, sentarme en el mismo bar que me siento todos los días y disfrutar del cariño sin que eso me inmovilice. No soy un famoso, la verdad. Nunca me sentí uno.

Es una época donde la guitarra ha perdido relevancia. Incluso algunos fabricantes de guitarra han dicho que este es su peor momento. Sin embargo, vos le das el papel principal en todas las composiciones de tu disco “Salvavidas de hielo”. ¿Qué querés comunicar al ponerla como la piedra angular de tu álbum?

Mi amor por el instrumento, en un primer lugar. Un instrumento que ha estado conmigo más de 40 años. Es una declaración de amor a ese instrumento que amo como a ningún otro. Y luego, mi amor a los límites. Es muy importante ponerse límites en esta época en la que tenemos más de todo. Más canciones de las que vamos a poder escuchar, más libros bajados de los que vamos a poder leer, más “amigos” de los que vamos a poder disfrutar, en las redes sociales. Digamos, ¿no? Ja, ja, ja. Entonces: escoger, elegir una cosa y profundizar. No andar por la superficie de la realidad como se hace ahora que somos surfistas de la realidad; sabemos muy poquito de muchísimas cosas. Agarrar una cosa y saber todo de una cosa. Yo pensé que sabía todo de la guitarra, porque llevo muchos años con ella, pero he descubierto muchos aspectos que no conocía: cómo suena percutida su caja, cómo suena percutido su aro, cómo suena el diapasón percutido.

“Yo no soy de aquí, pero tú tampoco” decís en la canción “Movimiento”. En el catálogo de tus canciones, tus opiniones políticas rara vez son manifiestas. Generalmente, son perceptibles solo para el escucha atento. ¿Te preocupa algún flujo migratorio en específico de los que se están dando tanto en el sur como en nuestra región centroamericana y en Europa?

Sí. Me preocupa y me estimula también. La migración, como lo digo en la canción esa, ha sido una característica de nuestra especie. Tú y yo estamos a decenas de miles de kilómetros en este momento, hablando tranquilamente en un lenguaje común. Yo de Madrid, tú de El Salvador. Eso si no fuera por los desplazamientos humanos traumáticos o amorosos, de los que sean, pero el desplazamiento humano es una constante en nuestra especie. Entonces me preocupa, porque es una tragedia. En América Central es una tragedia. La cantidad de salvadoreños que cruzan México jugándose la vida y la integridad para tener una vida mejor en Estados Unidos es monstruoso. Es decir, la cantidad de gente que muere cada día en el Mediterráneo intentado mejorar su nivel de vida y el de su familia, llegando a Europa, a veces escapando de la muerte, en algunos casos, como de la guerra de Siria o el norte de África. Mi padre huyó de Alemania en un barco con mis abuelos, cuando mi padre tenía cuatro años, en 1939, para salvar su vida y lo recibió Bolivia. La mitad de mi familia se exilió de Uruguay en la dictadura para salvarse de la cárcel y vivió en Venezuela. Hasta el día de hoy, todavía tengo familia en Venezuela. Yo soy un inmigrante también. Vivo en España, aunque nací en Uruguay. No puedo verlo de otra manera. Pero a la vez hay una cosa que, a veces, dejamos de lado: la inmigración es un elemento polinizador también. Es decir, no habría guitarras en Latinoamérica sino fuera porque vinieron desde España en un barco. No habría blues en Estados Unidos si no hubieran sido en una tragedia, traídos forzados los esclavos africanos de África. Pero el resultado es que de una tragedia se produce una belleza, como la música negra americana.

¿Y te preocupa el resurgimiento de grupos xenófobos?

En Uruguay ha habido algunos brotes de xenofobia con respecto a los venezolanos inmigrantes. Viéndolo desde afuera, ¿tú sabes lo enriquecedor que es para la sociedad uruguaya que lleguen venezolanos con una gastronomía, una cultura, una manera de ver el cuerpo, de bailar, una música nueva, un colorido increíble? Nuestro país es mucho más interesante por recibir inmigrantes. Uruguay es un país hecho de inmigrantes, en gran mayoría.

En la canción “Silencio” jugás con los silencios y recordé esta polémica pieza de 1952, «4′33″», de John Cage…

Bien. Muy bien encontrada esa referencia.

¿Al igual que Cage estás retando el concepto mismo de música con este tema?

Sí. La idea es utilizar la materia prima de la música, que para mí es el silencio. Porque el sonido no se manifiesta sin silencio. Ja, ja. Si no tiene algo sobre lo que destacar. Utilizar ese silencio como una herramienta musical. El silencio adquiere un rol expresivo, igual que lo adquiere en esa obra de John Cage; igual que lo adquiere en toda la música, porque los golpes de batería resaltan por los espacios que hay entre ellos, digamos. También–al igual que la limitación de las guitarras como instrumentos del disco– es una manera de jugar con la sobreinformación y hacer una pausa. Elegir no recibir información por un instante. No darla. Porque damos una cantidad de información tan innecesaria en las redes sociales. Yo lo entiendo, yo también lo hago, yo también me arrepiento. Ja, ja, ja. «Estoy con tal en un concierto de tal». ¿A quién le importa? Ja, ja. Perdón, a la gente le puede importar. Esa no es la clave. A la gente le importa. La gente quiere saber en qué concierto estás. Lo peligroso no es que le importe a la gente; lo peligroso es que tú creas que sea importante contarle a otra persona lo que has desayunado y digas: «Soy tan genial y tan importante que todo mundo va a querer saber qué desayuno». Eso es el peligro. Las redes, entre muchísimas cosas buenas –porque hay redes solidarias de alerta, de alarma, de defensa de derechos civiles–, pero entre todas esas cosas, tienen un fillo narcisista que no sería peligroso si no cayéramos en la tentación muchas veces. Las cosas que son ajenas completamente para nosotros no son peligrosas, pero el narcicismo nos tienta a todos. Todos somos vanidosos.

“Entendamos que en gran parte
de las canciones de Joaquín
Sabina –aunque han pasado
20 o 30 años– el contexto
también era muy diferente y
tienen mucho valor. Yo conozco
a Joaquín personalmente y nunca
me ha parecido una persona
machista. No puedo entender eso
ni lo puedo compartir, en ese
sentido. Si usamos el adjetivo
machista para Sabina, ¿qué nos
queda para Trump?”

El uruguayo Jorge Drexler ha recorrido casi toda América Latina compartiendo su música. Después de que visite a El Salvador, solamente le quedará un país en donde nunca ha actuado: Honduras. Foto/Cortesía del artista.

Hay un tema como homenaje a Joaquín Sabina, “Pongamos que hablo de Martínez”. Sabina es de esos iconos que nunca han sido muy bien vistos por el movimiento feminista…

No. Perdona. Te voy a hacer una salvedad… Ahora puede que algún sector del movimiento feminista –el más intolerante, en mi opinión– no vea bien a Joaquín. Pero eso es una cosa novedosa. No ha sido siempre. Es una cosa novedosa y que yo no comparto, sinceramente.

Sobre eso: ¿cómo asumís la permanente  corrección política, tanto en los medios de comunicación como en las redes sociales? ¿Creés que limita la producción artística o creés que simplemente exige mayor sensibilidad social por parte de los artistas?

El avance de la inclusión dentro de nuestra especie, el hecho de considerar cada vez más amplio el grupo de lo que se llama un igual, porque cuando empezamos como especie solo considerábamos como igual a nuestra familia, luego nuestro clan. Los que estaban fuera de nuestro clan podían ser esclavizados. No los sentíamos como parte nuestra. Luego incluimos al clan, incluimos a la nación, se va ampliando ese círculo de empatía. A veces, dentro de esa ampliación del círculo nos hemos olvidado de personas que estaban dentro del círculo, dentro de nuestra sociedad y que discriminamos por su género, por su opción sexual, por su opinión política, por su visión religiosa. Por suerte, no hemos hecho más que avanzar en eso. Eso es lo primero de lo que hay que ser conscientes. Estoy muy feliz de que mi hija haya nacido ahora y no en la época de mi abuela, porque va a tener otro tipo de relación con la sociedad, otro respeto que le va a tener la sociedad y otra facilidad para abrirse camino. Yo soy hijo y nieto de mujeres trabajadoras y de mujeres muy independientes, muy fuertes, con mucha personalidad, que siempre se han abierto camino. Mi madre era médico, mi padre es médico y yo también. Mi abuela era maestra, mi abuelo era maestro. O sea, siempre consideré que cuando alguien se refería a un médico yo no pensaba primero en un hombre. Je, je. Pensaba primero en mi madre. Yo me he criado en un entorno donde en la práctica había una igualdad entre hombres y mujeres. Pero al mismo tiempo que te digo eso, también he visto cambiar los estereotipos. Yo soy la primera generación de mi familia de hombres que cambia pañales, que ha cambiado pañales de sus hijos. Mi padre no cambió pañales, je, je. Con todo lo que lo queremos, ¿no? Porque el tiempo va pasando. Eso es así: los hombres hemos ido entendiendo que hay tareas que también nos correspondían. Hay cosas a las que no llegaremos. No podremos dar el pecho ni tener un hijo adentro, que es una cosa que envidiaremos toda la vida; ni podremos tener orgasmos múltiples ni llegaremos a la longevidad que tienen las mujeres.

Pero sí es cierto que en el área de los derechos se ha ido a ampliando todo el tiempo. Eso es lo primero y hay que celebrarlo. Está muy bien. Luego hay que entender también que los procesos de cambio cultural no se dan de un día para el otro y no hay que ser intolerante. Saludo al movimiento feminista, me parece maravilloso. Yo soy feminista. Me considero adentro mío feminista. Celebremos los logros, busquemos que las cosas mejoren todavía, pero no tengamos prisa. Hay una inercia social. Las cosas llevan un tiempo. Concentrémonos en evitar las muertes por violencia de género, por ejemplo, que son peligrosísimas. Y entendamos que en gran parte de las canciones de Joaquín Sabina –aunque han pasado 20 o 30 años– el contexto también era muy diferente y tienen mucho valor. Yo conozco a Joaquín personalmente y nunca me ha parecido una persona machista. No puedo entender eso ni lo puedo compartir, en ese sentido. Si usamos el adjetivo machista para Sabina, ¿qué nos queda para Trump? Esa es mi respuesta. Je, je. Porque di muchas vueltas.

“¡Que viva la ciencia! ¡Que viva la poesía!”, cantás en “Guitarra y vos”, una de tus canciones que más sonó por acá. ¿Te parece indispensable el cultivo intelectual para la producción artística?

No. No me parece indispensable en general. Me parece indispensable para mí. Yo funciono así. A mí me gusta llegar a la epifanía a través del conocimiento. Me interesa más la epifanía a través del conocimiento que la epifanía sola o el conocimiento solo. Pero conozco muchísima gente con muy escasa formación… Yo qué sé…

¿Académica?

¡Académica! Hay que tener cuidado, porque cuando uno habla de inteligencia, por ejemplo, o formación, por ejemplo, está pensando en la inteligencia lógico-lingüístico-matemática, digamos, ¿no? Pero para mí, una persona que puede mantener un balón en el aire con los pies durante cuatro minutos tiene un grado de inteligencia cinética superior también. O un bailarín que no sabe escribir, pero que tiene destreza. No es inferior la inteligencia cinética que la inteligencia lógica. Cuando hablamos de formación, por ejemplo, no es inferior la formación extraacadémica del flamenco que se aprende en las peñas entre las 12 de la noche y las ocho de la mañana que la formación musical del Berklee que se aprende entre las ocho de la mañana… Je, je…  y las seis de la tarde. Son diferentes maneras de formarse. Para la creación artística, la formación académica no es necesaria. En mi caso, a mí me encanta. Y en muchos casos es muy importante, pero no es imprescindible.

En contraparte, sos uno de los autores de la canción “Loba”, de Shakira, que fue un gran éxito. Acá pegó bastante…

“Waka Waka” en España. Mucho. Ja, ja.

¿Existe complejidad en escribir canciones sencillas y pegajosas como esa?

“Loba” es todo menos una canción sencilla. Es una canción enormemente compleja. Tiene varias capas de producción, varias capas de desarrollo letrístico. Te voy a ser muy sincero: Shakira trabaja mucho más que yo en la composición haciendo su disco. Cuando fui a trabajar con ella, me di cuenta de que soy un atorrante. Tengo una visión de la música mucho más vivencial. Me siento en mi casa con mi guitarra, no quiero decir que no trabaje, eso no es cierto, pero me siento en la casa con mi guitarra y busco la emoción. Y a veces estoy horas sentado frente a una hoja en blanco. No tengo una sistematización muy clara. No soy una persona muy disciplinada. Muchas de las cosas surgen por una copa de vino con amigos, charlando o comiendo solo. Me vino de repente escribiendo en un papel, o en un vuelo tomando una cerveza. Es decir, estuve una semana trabajando en las Bahamas con Shakira y no entré ni una vez al mar. ¡Eso nunca pasaría en un proceso mío! Ja, ja, ja, ja. Trabajamos 12 horas por día. Era una locura. Y luego ella se llevó todas las canciones, hizo su propio collage. Yo siempre bromeaba con ella –tengo una relación muy linda con ella– diciéndole: «yo te doy todas estas opciones de rima, luego que elija la cantante. Ni tú ni yo, sino la cantante. Resulta que eres tú, pero no eres la que está aquí, es la que va a estar frente al micrófono. Elige la que te guste más». Y tiene tantas capas de trabajo su disco que me produce admiración. Yo te digo una cosa: es evidente que la música que ella hace no es la música que hago yo. Es decir, mi orientación musical, mis gustos musicales van por diferentes lados. Me gusta mucho el pop. Soy un gran fan de Michael Jackson, me gusta muchísimo Bruno Mars. Me encanta Katy Perry, muchas cosas de Katy Perry. Escucho todo lo que cae en mis manos.

Si no escuchara pop, me hubiera perdido de los Beatles. Si juzgara la música por su difusión y solo escuchara la que se difunde poco, me hubiera perdido de los Beatles. Si juzgara a la música por su difusión y solo escuchara la que se oye mucho, me hubiera perdido a Fernando Cabrera, de Uruguay, por ejemplo. O a Eduardo Mateo, de Uruguay, que lo conoce muy poca gente. Yo no juzgo la música por su difusión. Mi música es muy diferente a la de Shakira, pero cuando me la propuso dije: «este es un desafío. Si voy a aprender algo del pop, que es un género que me interesa, ¿por qué no aprender con la reina, que lo controla mucho más que yo?». Sobre todo, me di cuenta de que es una gran, gran trabajadora. Respeto el trabajo, respeto la dedicación. Ella estaba ahí, hombro a hombro conmigo, haciendo una cosa muy complicada: escribiendo entre dos. Es otro tipo de música, pero yo me aburro de trabajar conmigo mismo. Siempre me gusta trabajar con personas diferentes. Me canso de mí mismo muy rápido.

De eso va la siguiente pregunta. Tenés muchas colaboraciones con otros artistas, desde Mercedes Sosa a Ana Tijoux. ¿Con qué criterio elegís con quién colaborar?

Tengo un solo criterio. Bueno, tengo dos, si te soy sincero. Ja, ja. El más importante y el que más respeto es cuando lo hago por amor, pero por amor a la música no a la persona. Es decir, cuando alguien me manda algo y me conmueve profundamente, no me importa quién ni lo que haga. Si me invita a colaborar y me emociona lo que hace, lo hago. Salto por encima de todo y lo hago. Hay otros casos en los que uno –te voy a ser muy sincero– colabora por amistad. Esos casos me gustan menos. Pero yo creo que colaborar también es un acto de amistad, de solidaridad. Me interesa mucho más emocionarme que hacerle un favor a alguien. En el mejor de los casos –pasa muchas veces– suceden las dos cosas a la vez. Una persona a quien quieres y a quien admiras te invita a colaborar o viene a colaborar contigo. Las que has nombrado están en esta última categoría: personas que uno admira muchísimo y que además quiere personalmente.

¿Es casual que la mayoría sean mujeres?

Nunca me había detenido a pensar. En este último disco sí, porque además las mujeres que participan son las más conocidas. Porque tanto Mon Laferte como Natalia Lafourcade, como Julieta Venegas, son muy conocidas. En cambio David Aguilar, que recomiendo de corazón, es menos conocido, pero es un artista que admiro muchísimo de México. O Joel Cruz Castellanos, que también lo recomiendo, es un integrante de Los Cojolites, un músico que admiro, pero que no es tan conocido como esas tres campeonas de la canción. No lo sé, en la aplicación “N” tengo una canción con diez hombres cantando, por ejemplo. No sé si en números reales sea verdad eso de que son más mujeres. No lo sé. Me gusta mucho cantar con mujeres, pero también con hombres. Realmente ahí, sinceramente, me guío más por el valor artístico y personal que por su género.  De hecho, las tres mujeres que están en este disco no fueron elegidas por ser mujeres. Eso es muy importante aclararlo. Fueron elegidas por ser artistas de primer nivel, que resulta que son mujeres.

Mencionaste a Mon Laferte, que es uno de los “rostros nuevos” de la música en español, al menos en el mainstream. Hay nostálgicos de los años noventa de la música en español y hay otros optimistas con la música actual. ¿Vos te ubicás en alguno de esos bandos?

Desde luego en el de los nostálgicos no. No soy una persona nostálgica. Te voy a dar un ejemplo: el año pasado, en la salida de este disco, se cumplieron 25 años de la salida de mi primer disco. En el 2017 se cumplieron 25 años de “La luz que sabe robar”. Me di cuenta cuando ya estaba terminado el año. Ja, ja. Pensé: «claro, hace 25 años de mi primer disco y no he hecho ningún disco aniversario». No me gustan los aniversarios. Me gusta el presente. Me gusta pensar que las mejores canciones aún no las he escrito. En esta gira que van a escuchar en El Salvador toco las 11 canciones del disco en el show. Es decir, podría tirar del pasado y presentar el disco con cuatro canciones al principio y dejarlo, pero estoy muy orgulloso de ese disco y muy contento del presente. Tengo la alegría de estar muy orgulloso de mi presente, que es una cosa que me parece más importante que estar orgulloso del pasado. Y lo mismo me pasa con la música de los demás.

No soy un nostálgico, me parece una época maravillosa para vivir, increíble. Angustiante en muchas cosas, porque hay muchos cambios, pero muy buena en otros también. Cuando nací, los índices de pobreza mundial eran diez veces superiores a los que hay ahora. En términos relativos y generales. El nivel educativo de las personas era muy inferior al que hay ahora. Los niveles de violencia genérica eran muy superiores a los que son ahora, aunque nos parezca mentira y aunque en El Salvador la situación sea una excepción dentro de las estadísticas mundiales generales. No quiero ser frívolo, pero también hay que reconocer que el mundo ha mejorado en muchos aspectos. Tenemos que ver qué hacemos para que este crecimiento monumental que está teniendo esta especie demencial, terrible y maravillosa –que es la especie humana– no destruya el planeta. Ese es un desafío importantísimo. Cuando nací, todavía en Estados Unidos los negros tenían que sentarse en otro tipo de autobuses. El mundo ha mejorado mucho y hay cosas espantosas como el racismo que están siendo arrinconadas. A pesar de que haya pequeños pasos atrás, como con Trump y con varios líderes europeos, pero son pequeñas retrancas. El mundo avanza en los temas de derechos civiles, en los temas de salud, claramente.

Volviendo a la música, Jorge, vos has visto tus discos en diferentes formatos: cassette, CD, vinilo, streaming. ¿Creés que el streaming está matando la industria de la música o lo ves como una oportunidad?

¿Quién cree que el streaming está matando la industria de la música? ¿Hay alguien tan tarado? Perdón, eh. Ja, ja, ja. ¿Alguien de verdad cree que el streaming está matando la industria de la música?

Lo he leído de algunos músicos.

Lo sé, lo sé. Perdón. No quiero insultar a nadie, la verdad. Cada cual es libre de tener su opinión. Yo creo que no. Creo que lo que puede perjudicar seriamente a la industria de la música es que los dividendos que produce el streaming no están yendo en su totalidad a las personas que generan el contenido. Eso es importantísimo. Pero el streaming en sí es una plataforma de difusión. Es tan ridículo como decir: «tú crees que la imprenta está matando la literatura». Es una plataforma de difusión. El streaming genera nuevas maneras de escuchar música. Algunas se perderán; otras se ganarán, pero sobre todo es una herramienta. Tú puedes elegir qué quieres poner en tu red de streaming y luego, como  músico, también es muy importante que los dividendos generados por el streaming se repartan de manera equitativa. Pero, de hecho, en los últimos años ese ámbito no ha hecho más que hacer crecer exponencialmente las ganancias que genera el streaming para la industria musical. Es cierto que los músicos todavía no lo recibimos equitativamente. Ni yo. Yo tengo un contrato viejo con mi disquera que está terminando ya en este momento pero que he firmado antes de que existiera el streaming. Entonces tengo que detenerme y ponerme al día con eso y decir: «bueno, el mundo ha cambiado. ¿Qué hago ahora? ¿Cómo se vive ahora de la música?». Desde luego no creo que la esté matando. Creo que es una plataforma nueva y al igual que pasó cuando surgió la imprenta, que hubo muchos años donde el derecho autoral todavía no era considerado y la gente no sabía si el libro pertenecía al que lo había escrito, al que lo había tipiado, o al que lo había transportado o al que lo vendía en la tienda. Luego eso se fue aclarando. Con el paso del tiempo surgieron los derechos de autor, surgieron las regalías de ventas de objeto cultural y eso se está, de a poco, acomodando. Ya los contenidos han adquirido valor en los últimos años. Yo hace ocho o nueve años no hubiese ni intentado vivir de los contenidos, pero hoy en día, desde el momento en que Netflix y Amazon producen contenido, eso te da la pista de que la producción de contenidos da dinero. A mí me parece muy bien, porque los generadores de contenido tienen que cobrar acorde a lo que hacen. Lo que pasa es que esto es todo muy nuevo: la industria de la telefonía, los portales de internet, las grandes macroempresas semimonopólicas que hay hoy en día. Es decir, todavía no pagan una remuneración justa a los que generamos contenido, pero todo va a llegar. Todos lo estamos peleando de a poco.

La gente no entiende que, como
decía Stravinsky: «cuánto más me
limito, más me libero». Limitarse
es una manera de liberarse hoy en
día. Ponerse límite, concentrarse
en algo. No saber muy poquito de
muchísimas cosas sino
profundizar en una cosa”.

Para el concierto del próximo 18 de Septiembre, Drexler promete que tocará todas las canciones de su más reciente disco: “Salvavidas de hielo (2017)”. Foto/Cortesía del artista.

¿Y qué pensás del resurgimiento de los formatos análogos? Por ejemplo, tu último disco está en vinilo y un par más.

Me parece muy bien que exista una paleta. A mí me gusta mucho escuchar música en vinilo. Tenemos un tocadiscos en casa. A veces escuchamos vinilos y a veces  escucho Spotify del altavoz del teléfono. Je, je. Me gusta la paleta. Son diferentes maneras de escuchar. Además es muy bonito, porque sigue siendo un objeto físico, lindo. Determina otra escucha. Determina una escucha lineal, en el sentido que empiezas el disco y el disco sigue un trayecto. Tú entras en Spotify y pones una canción y a los 10 segundos ya te han ofrecido cuatro. Te vas para otro lado, no te vas para el disco, te vas para otra canción del artista o para otro artista similar. En vinilo, un disco se escucha muy concentrado. Te obliga a concentrarte en eso. Yo creo que está bien. En este momento, saber elegir es muy importante. Por eso yo elegí solo guitarras para el disco. Quería limitarme. La gente no entiende que, como decía Stravinsky: «cuánto más me limito, más me libero». Limitarse es una manera de liberarse hoy en día. Ponerse límite, concentrarse en algo. No saber muy poquito de muchísimas cosas sino profundizar en una cosa.

Antes de El Salvador te has presentado en otros países de Centroamérica, como Guatemala y Nicaragua. ¿Qué significa esta región para vos, cómo artista?

Me cuesta hablar de la región como un todo. No es lo mismo tocar en Nicaragua que tocar en El Salvador ni que tocar en Costa Rica. Son países con idiosincrasias muy diferentes. Como persona, me genera una curiosidad enorme. Es una región en las antípodas de mi país. Es una región con identidad milenaria de mucho peso. Con unas costumbres gastronómicas, artesanales, culturales, lingüísticas enormes. ¿Cuántas lenguas nativas hay en El Salvador? En México hay 120 y pico, por ejemplo. Con respecto a Uruguay, que es un país formado casi en su mayoría por inmigrantes europeos y africanos, con poca población indígena, con poca impronta en nuestra gastronomía, en nuestra cultura y en nuestros mitos de la cultura indígena precolombina. Lamentablemente, porque me encantaría saber mucho más de los guenoas, de los chaná-timbúes, pero sabemos muy poco. En cambio, en Centroamérica tiene un peso la cultura precolombina maravilloso. Yo voy a El Salvador sobre todo a aprender, a conocer. Voy abierto de orejas a escuchar. Te voy a decir la verdad: el primer encuentro con un país es como una primera cita. Todo es sorpresa y excitación, digamos, y expectativas. De toda esta gira que voy a hacer ahora hay dos lugares a los que voy por primera vez: Cuenca (Ecuador) y El Salvador. Estoy mirando a esos dos lugares con muchas expectativas, con mucho amor. Un primer concierto es una experiencia increíble. Solo me queda Honduras en Latinoamérica, después de que vaya a El Salvador. Estoy muy feliz. Muy, muy feliz. Hace muchos años que vengo intentando. Será un concierto muy especial, muy emocionante para mí. Como artista y como persona.

Imagino que a través de tus redes has notado que tenés una legión de seguidores acá…

Algo sé.

¿Estabas muy enterado de tus seguidores acá?

Más o menos. Soy muy pudoroso con las legiones de seguidores. Je, je. Es como lo que te decía de la gorgona. No quiero tomármelo mucho en serio. Espero ir ahí con una legión de seguidores y volver con una legión de amigos. Sinceramente.

¿Cuál es el plan para tu primer show en El Salvador, Jorge?

Llevamos la gira que estamos haciendo de presentación del disco. Con la banda al completo. Con toda la equipación técnica al completo y con el repertorio al completo de la gira. Y sobre todo, para mí es importantísimo todo lo que pase el día antes del concierto: lo que conozca del lugar, aunque sea poco. Yo prefiero conocer profundamente una cosa, tener una buena conversación  con alguien de El Salvador o darme un buen baño en el mar, probar una buena comida que estar recorriendo como un loco los días que voy a estar. Después voy muy abierto, porque en los conciertos, aunque te parezca mentira, desde el escenario aprende uno más que en el libro de historia del país. Y luego lo que pase después del concierto, adónde iremos después a celebrar. Es muy importante para mí la celebración, tanto para mantener unido y motivado a mi grupo de trabajo, que son mis amigos, como para conocer cómo se divierte la gente en el lugar, cómo se relaciona.


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