Incubus y la noche guatemalteca

No es tan fácil ser fan. Implica esfuerzos que trascienden lo comprensible de parte de quienes se reconocen incómodos ante la pleitesía por el descontrol y el placer de exagerar. Implica dinero, implica tiempo, implica riesgos. El fan es un junkie de las emociones y ve saciado el apetito cuando logra capturarlas y almacenarlas en la psiquis. Sirva como ejemplo el fanatismo que siento por la banda californiana Incubus, que hace un par de semanas se presentó en la Ciudad de Guatemala, como parte del Empire Music Fest.


Debo admitir que me emocionaba más ver a Incubus que a Iron Maiden. Para verlos fue necesario viajar en avión (de México a Guatemala), gastar no poco dinero en taxis, buses y el boleto de acceso, aguantar la lluvia inoportuna de la noche chapina, caminar entre el fango y arriesgarse a enfrentar lo desconocido del Jocotillo, kilómetro 37 y medio de la carretera que conduce a El Salvador. ¿A cambio de qué recompensa? Disfrutar de 18 canciones, la música de Brandon Boyd, Mike Einziger, José Pasillas, Chris Kilmore y Ben Kenney.

El Empire Music Festival es el evento musical más importante que se realiza cada año en Guatemala. Si bien mi viaje estaba motivado por ver a Incubus en suelo centroamericano, el festival también contaba con muchos atractivos más. Divididos entre los días 4 y 5 de marzo, el line up incluía artistas del peso de Skrillex, Café Tacvba, Zedd, Molotov, QBO, Yellow Claw, Motor, Tony Dize y muchos más. La agenda de mi viaje encontraba en El Salvador (y el concierto de Iron Maiden) su objetivo principal, sin embargo, al saber que Guatemala vivía en estos días esta fiesta, la escala era casi obligatoria. Sin embargo, por motivos de trabajo, solo me fue posible acudir al concierto del día viernes 5, justo para el cierre del festival.

A eso de las 3:00 de la tarde aterrizaba el avión que me llevaba de México. El resto fue un acelere total… Pasar migración, recoger maletas, cambiar dólares por quetzales, buscar y negociar tarifa de taxi, localizar un hotel donde dejar las maletas por unas horas y, finalmente, algo vital: ¡ubicar cómo llegar al jodido kilómetro 37!

Un mal presagio comenzó desde que hablé con el primer taxista:

– ¿Como cuánto me cobraría para llevarme al lugar del concierto?

– “Ahh… mire. Eso está algo retirado. Solo de ida le cobraría 450 quetzales (¡¡casi 60 tuzas!!)”, me respondió el caballero del taxímetro rampante, el mismo que me miraba con ojos brillosos de white walker y dientes que rechinaban como caja registradora.

Detectado (y desestimado) el timo, decidí buscar otras opciones, sin saber que para llegar a ese lugar es harto complicado utilizar transporte público para mortales harapientos. Por esa carretera solo circulan buses interdepartamentales y, para colmo, una nube negra comenzaba a merodear el cenit. Afotunadamente, en cuestiones de rock, Satán siempre provee.

Cuando empezaba a perder la fe, contestó mi mensaje Daniel, un buen amigo chapín que justo en ese momento se decidía a emprender el viaje al festival. Él me ofreció ride para llegar al concierto, solo debía alcanzarlo en el centro comercial Galerías La Pradera. Así hice y, después de un par de Gallos para entrar en el mood correcto, el primer gran obstáculo estaba ya sorteado.

Comenzó entonces la escalada por la carretera que de Guatemala conduce a El Salvador. Empezó también la lluvia y eso dificultó el tránsito en una zona que, de por sí, ya es bastante caótica. Empecé a entender que, con ese tráfico, quizás los 450 quetzales que cobraría el taxista no estaban tan desproporcionados como creí. Por un momento la lluvia cesó y, cuando por fin accedimos al lugar, me di cuenta de que, de haber tomado un bus interdepartamental, seguro me hubiera pegado una mega perdida. El EMF es un buen espectáculo, pero el acceso al recinto es bastante complicado para quienes carecían de vehículo propio y que no pudieron abordar algunos de los buses que se pusieron desde temprano a disposición. Curioso fue que la diferencia en el precio del boleto general para ver el festival un solo día o los dos era de apenas 50 quetzales. Tocó pagar 620 (unos $80 dólares) por la experiencia. Eso sí, al llegar noté que el espectáculo cuenta con muy buena organización —muy en el rollo del festival Estéreo Picnic de Bogotá—, con góndolas estilo teleférico, juegos mecánicos, múltiples escenarios y carpas donde se presentaban agrupaciones de rock y DJ’s de música electrónica, principalmente. Ahhh… ¡y mucha cerveza a la venta! La modalidad de compra era por tokens, la moneda oficial del festival. Cien quetzales ($12.90 dólares) daban crédito para diez tokens y la cerveza valía dos tokens. ¡Hagan las cuentas!

En esas matemáticas estaba cuando comenzó a desatarse la lluvia siniestra y que no cesaría sino hasta el final de la presentación de Molotov, concierto que paso a detallar a continuación…

Molotov, durante su concierto en Guatemala. Foto de Orus Villacorta.

Molotov, durante su concierto en Guatemala. Foto de Orus Villacorta.

Molotov party

Terminada la presentación de Bohemia Suburbana (banda ya legendaria del rock guatemalteco) y sin importarles los riesgos de dar un concierto bajo una fuerte lluvia, Molotov saltó al escenario con el tema “Oleré y Oleré y Oleré (El UHU)”. La banda mexicana fue congregando a mucha de la gente que poco a poco abandonaba sus refugios de la lluvia y decidió pasárselo bien, aunque terminaran empapados. Por un espacio de 80 minutos, mientras obedecían el mandado de un cronómetro en cuenta reversible, Molotov realizó un repaso por su discografía con canciones clásicas como “Chinga tu madre”, “Here we kum”, “Gimme the power”, “Parásito” o “Frijolero”, pero también con otras de más reciente manufactura, como “Lagunas metales”, o adaptaciones a su estilo, como con “Amateur”, “Perro negro granjero”.

Algunas de las estampas curiosas del show de Molotov incluyeron el momento en que Tito (cantante y guitarrista de la banda) comenzó una guerra con Paco (cantante y bajista) con púas; o cuando antes de cantar el tema “Frijolero” decidieron enviarle saludos fraternales a Donald Thrump.

Como suele ocurrir, el final de su presentación llegó con el tema “Puto”, que era el que la gran concurrencia estaba esperando. Molotov cumplió con las expectativas y ya para el final incluso desapareció la lluvia. Todo quedaba listo para el gran platillo de la noche, el show de Incubus.

El turno de Incubus

El EMF es un festival con fuerte dominio de música electrónica. Pero entre los exponentes de rock, la banda más esperada en la edición 2016 era sin duda Incubus. Asiduos a cosechar discos de oro, la agrupación que nació en una cochera de Calabasas, California, es considerada una de las más populares y exitosas en el mundo. Canciones suyas —como “Drive”, “Wish you were here”, “Pardon me” o “Dig”, entre muchas más— se encuentran instaladas en el inconsciente colectivo del rock mainstream de los últimos 20 años. Que llegaran a presentarse en el triángulo norte centroamericano debía ser una gran noticia. Y sin embargo, cuando dieron las diez de la noche y las luces del escenario Sol se apagaron, apenas unas 3 mil personas (a lo mucho) se apostaban frente a la tarima en paciente espera.

Brandon Boyd, cantante de Incubus, en el concierto que ofreció en Guatemala. Foto de Paul Crespo.

Brandon Boyd, cantante de Incubus, en el concierto que ofreció en Guatemala. Foto de Paul Crespo.

En pantalla comenzaron a proyectarse animaciones psicodélicas de estrellas y luces, mientras DJ Killmore ya comenzaba a soltar la ambientación que los más fans reconocíamos de inmediato. Se trataba de “Nice to know you”, la misma rola con la que abre el que quizás sea el disco más exitoso de la historia de Incubus: “Morning view”. Desde entonces, un drone volaba de manera invasiva sobre la colmena de cabezas y se acercaba jugueteando con los artistas. El show por el que había hecho tanto esfuerzo había, por fin, comenzado a hurgar los nervios del emotional junkie.

A continuación sonó “Anna Molly”, el primer sencillo de “Light granades”, un disco en el cual la banda abrazó ya decididamente un sonido más radiable y digerible. Fue sorpresivo notar la cantidad de verdaderos fans de la banda que se encontraban presentes. Si bien muchos simplemente acompañaban la algarabía de los más emocionados, había quienes sí conocían cada palabra que emergía de la garganta de un eufórico Brandon Boy, quien de momento aparecía vestido con una gabardina café, esperando que el calor y la humedad terminara por desesperarlo.

En seguida comenzó la distorsión y el feed back de otra vieja conocida: “Circles”, en la que Mike Einziger hace un gran trabajo con su guitarra. Además de ser un tremendo guitarrista y compositor, Mike posee estudios de historia y filosofía de la física en la Universidad de Harvard (con el físico  e historiador, Dr. Peter Galison). Su impacto en el sonido de Incubus no es una cosa que solo sea palpable en las producciones discográficas. También lo hace en vivo, cuando improvisa los intros de muchas de las canciones. Hablamos aquí de un tipo nada ordinario.

La prueba de fuego para separar a los fans más obsesos llegó con “Absolution Calling”, que es parte de lo más reciente que Incubus ha propuesto, el EP llamado “Trust Fall (Side A)”. La canción sonó impecable y debido a no ser una de las canciones más conocidas, el público hizo silencio, así que hubo espacio para atestiguar las habilidades de cada ejecutante. En especial, esta canción fue perfecta para entender la química que alcanzan DJ y baterista.

Incubus no quiso abusar con demasiadas rarezas, así que rápido se despacharon dos más conocidas: “Stellar” (del exitoso disco “Make your self”) y “Sick sad little world” (del “A crowd left in the murder”). En esta última es cuando la banda alcanzó quizás la parte más energética del show. Y es por eso que ya para entonces Brandon yacía sin camiseta y causando el delirio de su fanaticada femenina.

Un lujazo fue escuchar al Incubus que muchos añoran, al de sus primeros discos, como por ejemplo con “Vitamin”, esa gran rola de rabia y conjunción entre tornamesas y efectos espaciales en guitarras, trabajo cuya obra cumbre se materializó en el álbum “S.C.I.E.N.C.E”.

La noche dio para escuchar más clásicos, como por ejemplo “Wish you were here”, “Pardon me”, “Megalomaniac”, “Drive” y “Pardon me”. Incubus dio un solo encore y regresarían para cerrar el show con las canciones “A crow left in the murder” y el cover de “Pony”, original de Ginuwine, famoso cantante de R&B.

Así llegaría el final del concierto. Buena parte de la fanaticada se dirigiría al otro escenario, para recibir la propuesta electrónica de Zedd. Tocaba emprender el desafío del regreso a la ciudad. Busqué entonces los buses económicos que habían sido anunciados y ninguno de ellos estaba en servicio. Había que esperar dos horas más, hasta las 2:00 de la madrugada del domingo 6 de Marzo. El problema es que mi bus partía para El Salvador a las 2:30. Había que tomar medidas apremiantes.

Ubicarse a la deriva, pidiendo ride a los desconocidos no es una opción muy recomendable en el triángulo centroamericano, así que tocó abocarse a la única posibilidad viable: pagar el servicio de Urban (taxi de estilo ejecutivo). El viaje de regreso a la capital costó ($30 dólares) y, la verdad, por la hora, por la distancia (aunque ya no hubiera tráfico), por las condiciones, me pareció justo. Atrás quedó en la memoria una gran noche musical, casi dos horas de show y el recuerdo de la vez que Incubus dejó su sello en la noche chapina.

Foto destacada, obra de Paul Crespo.

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