En la sociedad actual europea debe aceptarse que parte significativa de la ciudadanía más joven no acepta la sumisión a las normas de la vida social. Demasiada juventud argumenta: yo no he votado esa constitución, ni ese tratado, ni esa norma, por ello no me compete. Ello está debilitando la cohesión social y la persona se encuentra en situación de marginalidad, más que de pertenencia, proyectando un cambio más en su identidad, abriendo camino a los populismos.
En unos días la ciudadanía de los países que pertenecen a la Unión Europea (UE): Alemania, Austria, Bélgica, Bulgaria, Chipre, Croacia, Dinamarca, Eslovaquia, Eslovenia, España, Estonia, Finlandia, Francia, Grecia, Hungría, Irlanda, Italia, Letonia, Lituania, Luxemburgo, Malta, Países Bajos, Polonia, Portugal, República Checa, Rumanía y Suecia, votará para decidir quiénes serán sus representantes en el Parlamento Europeo.
Se da el caso curioso del Reino Unido, que anda en el direte de irse; y como no ha llegado a ponerse de acuerdo en el tratado por el cual pueda irse, la ciudadanía de ese país votará sus parlamentarios con lo que se observa como mar de fondo: las inmensas dificultades que plantea el salirse en estos momentos de la UE, entre ellas que deberá pagar 65,000 millones de euros.
No puede negarse que en estos momentos la situación de la ciudadanía de la UE tiene un sustrato anímico muy complejo. Demasiados piensan que los tiempos pasados han sido mejores para la UE que en la actualidad, y muchos creen que el futuro no será en absoluto mejor que ahora y por ello no saben cómo parar esta sangría sentimental, sobre todo para las generaciones venideras.
La UE tiene un subsuelo conformado por demasiados ciudadanos que están diluyendo sus sentimientos europeístas en favor de un nacionalismo populista. El nacimiento de este sentimiento está en que el nivel de vida ha bajado, pues la crisis económica obstaculiza seguir sosteniendo el estado de bienestar social que se tiene en la UE. Se sabe que hay que ajustar un cambio, pero no se sabe cómo; y en vez de fomentar la apertura, se trabaja con cerrarse en el ensimismamiento de las naciones que componen la UE.
En vez de avanzar hacia los Estados Unidos de Europa, o, si se quiere, hacia los Estados Federados de Europa, se está fomentando el cierre de fronteras con un nacionalismo excluyente.
Estas dos dimensiones: abrirse y ampliar los marcos de acción o encerrarse y acortar la Unión Europea, son las dos bandas del campo electoral. El 26 de mayo es la cita y en verdad el campo está muy abierto.
Los sondeos muestran que hay un alto porcentaje de europeos que no tiene decidido su voto. Hay un sentimiento común, en una gran mayoría, de que se necesita un cambio. El quid de la cuestión es que hay varias opciones de cambio y ninguna se posiciona como mayoritaria.
En países tradicionalmente abiertos y proclives a la UE han crecido partidos populistas nacionalistas, no partidarios de abrir la UE. Las encuestas señalan que un 70 por ciento de 97 millones de electores aún no sabe qué votará. Con esos datos es muy difícil saber qué va a pasar con la unión.
A esto se le añade que tanto Donald Trump como Vladimir Putin no desean una UE unida y fuerte. Ellos trabajan seriamente por desgastarla con el concurso más tibio de China. El horizonte antes despejado de la UE ahora está muy cubierto por nubes de tormenta.
Hay una lucha soterrada de sentimientos encontrados entre los que creen que la UE ya tuvo su mejor momento, pero no ha sabido cuajarlo, y los que creen que es mejor volver a los estados nacionales homogéneos. Y como sustrato de toda esta situación está la inmigración que cada día llama a sus puertas y con ello hay quienes creen que esto rompe la uniformidad de la raza, la religión, las ideas.
Estos fantasmas son sobredimensionados por los partidos anti Unión Europea, por los partidos racistas y xenófobos y por los populistas nacionalistas, que no son mayoría, aún. La globalidad de inmigración en la UE está alrededor del 5 por ciento. Es cierto que hay países que llegan al 38 por ciento, pero en otros, escasamente, se llega al 3 por ciento.
Sin embargo, la inmigración ha generado en algunos países movimientos fuertes de rechazo, tanto sociales y como políticos, llegando incluso a gobernar en algunos de ellos como Polonia, Hungría, Eslovaquia, República Checa y Austria. Y en otros como Italia el populismo ha avanzado en coalición, o como en el caso de España, en donde Cataluña ha planteado una secesión de esa autonomía. Todo ello no augura unas elecciones tranquilas en la UE.
El debate de fondo es hacia dónde se va a decantar la balanza en estas elecciones y la posibilidad de que resulte un parlamento ingobernable porque nadie será capaz de armar una mayoría de gobierno, por tener visiones contradictorias y enfrentadas que imposibilitarán llegar a acuerdos mínimos, estables y comunes.
La Europa socialista que era capaz de pactar con la liberal se ve sacudida por el populismo, el nacionalismo xenófobo y el antieuropeísmo más crudo. Hasta ahora podía decirse que Francia y Alemania formaban el núcleo duro del europeísmo, pero ambos países están sacudidos, muy seriamente, por el avance de nuevos movientos sociales. Emmanuel Macron lleva más de año y medio agitado en extremo por el movimiento de los chalecos amarillos, nacidos de la Francia rural de las clases medias empobrecidas y cansadas del elitismo de los políticos de la Escuela Nacional de Administración, la ENA, que ha dado nombre a una clase social: los “enarcas”, empecinados en estar por encima del bien y del mal de la política. Y Angela Merkel, en Alemania, ya ha insinuado claramente que se marcha y no desea reelegirse.
Si a esta situación netamente política se le une la crisis de la OTAN, en la que Trump ha pedido que se aumente el gasto militar al 2 por ciento, lo cual en tiempos de flaqueza económica es inasumible, y por otra parte Rusia con Putin colabora para tensionar a países como Ucrania y poner piedras en el camino de los países que bordean las fronteras de la UE, debe reconocerse que son demasiados incendios los que tienen que apagar los países de la unión.
La consecuencia es que el talón de Aquiles del neoliberalismo europeo es su propia democracia que ve avanzar en nombre de ella a líderes políticos que, elegidos democráticamente, llegados al poder, se convierten en dictadores de hecho: cambian leyes y cuestionan, en nombre del populismo, la democracia, la arquitectura democrática de los partidos políticos tradicionales. Un ejemplo claro es el movimiento independentista catalán o el movimiento del norte de Italia.
Frente a expresiones como las de Trump “América primero”, ya hay quien empieza a gritar “Europa primero” y que Europa no está unida, pues en estos momentos es muy diversa y diferente.
Veremos qué sale el 26 de mayo.
*Luis Fernando Valero es doctor en Ciencias de la Educación. Fue profesor y primer director del Centro de Proyección Social de la UCA, de 1976 a 1980. Fue profesor titular en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, España, y profesor invitado en varias universidades de Iberoamérica: Venezuela, Colombia, Argentina y Brasil.
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