El club de los bullies

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Lo peor que puede pasarle a un mentiroso no es que le dejen de creer, sino encontrarse a un mentiroso más grande y con mayor capacidad de torcer la realidad.

Lo peor que puede pasarle a un matón no es que sus víctimas aprendan a defenderse, sino encontrarse a un matón más grande y que le pague con la misma moneda.

Lo peor que pudo haberle pasado a Nayib Bukele es descubrir que Donald Trump le hizo lo mismo que Bukele le ha hecho a tantos en su paso por la política salvadoreña.

En dos discursos diferentes, Donald Trump le restó validez a las publicitadas políticas de seguridad de su fan salvadoreño. “No es cierto que esté transformando a los malos en buenos”, dijo Trump.

Y hasta ahí tiene razón: detrás de las cifras que se repiten hasta el hartazgo, hay cuestionados abusos de poder, el retorno de las capturas arbitrarias masivas o la tortura, y pactos oscuros con cúpulas criminales cuyo paradero desconocemos, pues a ellos, a los líderes pandilleros, no los exhiben semidesnudos en sus tours a periodistas internacionales.

Pero luego Trump le hizo a Bukele una movida del más puro manual Bukele de la política: le dijo que está enviando a todos los criminales y terroristas a los Estados Unidos.

Esto es una simple y llana mentira.

Un bocado de la bajeza propagandística que Trump está empleando para volver a La Casa Blanca: esa narrativa de que millones de terroristas y psicópatas están llegando a la frontera y que a todos, sin excepciones ni matices, hay que devolverlos a sus países de origen para mantener seguro al estadounidense bueno.

Y así, con una mentira, el aspirante a la presidencia estadounidense desarmó ante la opinión pública a un Bukele indefenso que no tiene la capacidad de valerse por sí mismo ante el monstruo mediático que es Trump.

Ante eso, Bukele optó por hacerse el indiferente y demostrar, por otro lado, que aún cuenta con el aplauso del partido Republicano, aunque para ello se rodeó de uno de los congresistas más cuestionados y, además, con múltiples investigaciones en su contra.

Pero seguro que le importa.

Porque le pagaron con su misma moneda: la de aprovechar un megáfono enorme y privilegiado para estigmatizar al enemigo del día, dejándolo sin capacidad de defenderse o siquiera contrastar un poco la situación.

Pero además porque quien lo hizo era, hasta hace poco, considerado un amigo.

Tan amigo que en su breve encuentro en Nueva York en 2019, un tímido y nervioso Bukele, como quien conoce a la estrella de pop cuyos pósters adornan su habitación, se limitó a decirle torpemente: “él es buena gente y cool; y yo soy buena gente y cool”.

Por eso estas palabras de Trump seguro sonaron muy parecidas a la traición en Casa Presidencial.

Porque no las esperaba.
Porque fueron abiertamente mentiras.
Porque lo retrataron no como el “socio indispensable” que creía ser, sino como otro político desechable. Uno que se creía personaje principal y lo trataron como un extra más. Justo como Bukele trata a sus lacayos.

Y finalmente porque revelaron cómo funciona la lealtad de los déspotas.

Bajo ellos no hay amigos, sino leales sirvientes que les hacen los favores y a los cuales, si es necesario y los índices de aprobación lo requieren, es fácil sacrificar.

A Bukele lo trataron como trata Bukele.

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