Nayib Bukele se autocorona en El Salvador

No hay resultados oficiales para las elecciones presidenciales de El Salvador. Eso no le impidió a Bukele autoproclamarse y reclamar 58 de los 60 diputados. Tres expertos consultados por Factum hacen pronósticos sombríos ante este resultado.

Ilustración FACTUM/Mariana Matal


Por primera vez en ocho décadas, un presidente salvadoreño se entregará la banda presidencial a sí mismo. Incluso sin un resultado oficial, Nayib Bukele se autoproclamó ganador de las presidenciales y reclamó casi la totalidad de diputados de la Asamblea Legislativa, algo que, de confirmarse, logró a punta de cuatro factores: un golpe a la Corte Suprema de Justicia; irrespetar uno de los pilares de la Constitución —la alternancia en el poder—; usar recursos públicos para su campaña; y amedrentar a los magistrados del Tribunal Supremo Electoral (TSE).

Y a partir del 1 de junio de 2021, Bukele no estará solo.

Tras un proceso electoral viciado, según expertos en derecho electoral, el oficialismo reclama haber agenciado una abrumadora mayoría de al menos 58 de los 60 diputados que, en términos prácticos, coloca a Nuevas Ideas como la fuerza política hegemónica, si no la única con una influencia real, en El Salvador. 

Bukele se proclamó ganador a través de la redes sociales, con un mensaje en su cuenta de X a las 6:56 p.m del domingo 4 de febrero. Horas después, tras el cierre de las urnas, el sistema de divulgación del TSE presentó serias inconsistencias, pues los datos de las actas supuestamente procesadas superaban el total del padrón electoral. 

En la madrugada del 5 de febrero, el TSE no había explicado el porqué de las inconsistencias en la divulgación y transmisión de los resultados. Tampoco se había pronunciado por la autoproclamación de Bukele. 

Con esta aplanadora, Nayib Bukele podrá continuar gobernando como lo ha hecho durante los últimos dos años y nueve meses: sin un freno a su poder, con una maquila de leyes a su medida y con la certeza de que ningún funcionario de segundo grado representará un límite o contrapeso a sus órdenes. Como un hombre que es, a la vez, el Estado entero.

Y es consciente de ello. Ante una plaza Gerardo Barrios repleta de sus fanáticos, Bukele celebró que esta “sería la primera vez que en El Salvador existe un partido único en un sistema democrático”.

Cientos de personas se concentraron frente al Palacio Nacional para celebrar la autoproclamación de Nayib Bukele. Foto Factum/Natalia Alberto

Detrás de la reelección y de este experimento de partido hegemónico hay una promesa para un El Salvador frustrado por gobiernos de diferentes tintes ideológicos, pero pocas soluciones a sus problemas más apremiantes: la efectividad. Es decir, que en lugar de dedicar largas horas a deliberar en supuesta democracia, una persona sea capaz de tomar decisiones apresuradas y de alto impacto. Pero esta promesa, aseguran expertos, chocará eventualmente con una realidad compleja.

La economía más allá de lo publicitario

Para la economista Tatiana Marroquín, una vez se asiente el polvo de la celebración, esta supuesta efectividad de un autócrata que no tiene que consultar con nadie presenta grandes limitaciones. Una de ellas es, precisamente, la economía, el pilar más débil de la administración actual. 

Siete de cada 10 salvadoreños identifican la economía y el costo de la vida como su principal problema, según las más recientes encuestas. Por otra parte, el Fondo Monetario Internacional ha advertido que la deuda del país está en una senda insostenible. Y la apuesta principal de Nayib Bukele, acaso la única de gran impacto, el bitcóin, no ha dado resultados.

A juicio de Marroquín, la velocidad de una intervención económica no garantiza su efectividad o su eficiencia. Por el contrario, indica que la rapidez suele reflejar “decisiones arbitrarias, ilegales o que no toman en cuenta todos los aspectos de un problema que se quiere solucionar”. Si esto sigue así, más allá de efectos publicitarios, opina, El Salvador no logrará transformar la vida y la situación económica de la población, algo que requeriría inteligencia, diversidad de pensamiento y no solo rapidez.

Ante el prospecto de un autoritarismo creciente y que pueda derivar en una dictadura, Marroquín rechaza que estas últimas sean efectivas. Por el contrario, recuerda que una de las características principales de estas es alejarse de la diversidad y de la misma gente, pues el poder responde a una sola persona y círculos cada vez más reducidos de poder. 

El pronóstico de Marroquín ante este resultado electoral es sombrío: “Que la ciudadanía le haya otorgado tanto poder sin límites y sin contraloría a una sola fuerza política da muy pocas posibilidades de resolver problemas complejos que no son prioritarios para este grupo político. Ya hemos visto en estos cuatro o cinco años que los asuntos prioritarios para el Estado son aquellos que benefician, por ejemplo, la popularidad del gobierno”. 

Simpatizantes de Nuevas Ideas portaban cubrebocas con la imagen del candidato oficialista. Foto Factum/Natalia Alberto

Los otros problemas, que no se resuelven de forma tan acelerada, son relegados a un rol secundario por este gobierno, lamenta. “En aquello que no puede resolver metiendo presas personas o con militares o con policías, sino que requieren de un refinamiento de proyecciones de mediano y largo plazo, porque son problemas mucho más complejos, me parece que hay muy poco interés de este grupo dominante”, concluye la economista.

Popularidad y manipulación a las reglas electorales: la receta

Una coyuntura económica complicada y el futuro incierto no parecen ser protagonistas después de este 4 de febrero, cuando Nayib Bukele, su partido y sus simpatizantes ya celebran su graduación a ser la única voz en El Salvador. Por el contrario, una amplia mayoría, según los cálculos oficiales, decidieron que más allá de lo que dice la ley, la misma persona debe quedarse en el poder y debe ser acuerpada por una aplanadora. Y ahora celebran su triunfo.

Para Eduardo Escobar, director de Acción Ciudadana y experto en derecho electoral, ese respaldo popular a Bukele es innegable. Eso, sin embargo, no le garantiza el sello de democrático al reciente proceso electoral. Por el contrario, invita a examinar a profundidad si los comicios fueron competitivos, transparentes e igualitarios. El resultado es una serie de irregularidades que inclinan la balanza hacia un lado, hacia el oficialista, advierte. 

“Lo que se dio es una contienda electoral desbalanceada desde el primer momento que el presidente se postula, eso ya es una ventaja indebida. Luego hacen una reforma electoral ad hoc para beneficiarse”, dijo. En menos de un año, el oficialismo cambió varias reglas que, a decir de expertos electorales, benefician sus prospectos. Entre ellas, están la reducción de escaños legislativos y municipios, el cambio a una fórmula que favorece mayorías y una ley de voto en el exterior que dirige la mayor parte de los votos a San Salvador, donde más diputados se eligen. 

Para Escobar, además de las reformas electorales, el oficialismo ha echado mano del financiamiento de campañas a su favor. “Han usado recursos estatales para posicionar candidaturas por parte del gobierno, posicionar al presidente, y también retuvieron el pago de deuda política a los partidos antes de las elecciones”, señala. 

En adelante, Escobar prevé que esta mayoría aplastante tendrá otro efecto tanto o más preocupante que la manipulación electoral: el pobre combate a la corrupción.

A pesar de ser de las banderas políticas principales de Nayib Bukele, Escobar considera que “el combate a la corrupción va a seguir siendo manipulado, va a seguir siendo utilizado como arma política contra la oposición, pero nula aplicación a los sectores o personas cercanas al partido o al presidente”. 

Con este resultado, Escobar también adelanta una predicción poco esperanzadora: “El combate a la corrupción se va a dirigir para figuras de la oposición, tanto del pasado como del presente. Y esto, obviamente, alimentará la narrativa de que este gobierno sí está combatiendo a la corrupción, que no son corruptos, que son transparentes”.

“Cárcel, exilio o cementerio”

El Salvador estrena un nuevo sistema político, el de partido hegemónico, después de un breve periodo de alrededor de tres décadas de democracia competitiva, en paz y sin intervenciones militares en política. Pero la historia del país no es ajena al poder total y desmedido. De hecho, la democracia ha sido una excepción en medio de prolongados períodos de autoritarismo. Así lo explica el historiador Carlos Cañas Dinarte, quien dijo a Revista Factum que “la historia del país ha sido de personas que han acumulado muchísimo poder”.

Cañas Dinarte mira hacia atrás y encuentra referentes de autoritarismo como Gerardo Barrios, el doctor Rafael Saldívar, el general Francisco Menéndez, los hermanos Ezeta o el brigadier Maximiliano Hernández Martínez, quien amasó el poder por más de una década. “Él es nuestro déspota más icónico y el que la gente más recuerda en ese sentido: es un dictador en todas las leyes, un dictador de manual, no solo era militar, sino que controlaba prácticamente todos los aspectos de la vida nacional”, dice el historiador.

Pero en los últimos 40 años, aclara el historiador, Bukele es el gobernante que más poder ha concentrado en sus manos. Según datos del Ministerio de Salud, para 2020 el 68% de salvadoreños tenía menos de 40 años. Es decir, para prácticamente siete de cada diez personas, el autoritarismo es una historia remota y lejana, un cuento de otras generaciones.

A la luz de la historia, Cañas Dinarte tampoco es optimista de lo que viene para El Salvador con estos resultados electorales. A las voces disidentes, “casi todos los regímenes autoritarios del país les han recetado cárcel, exilio o cementerio”. Un ejemplo de ello es la orden de captura a Rubén Zamora, que recientemente fue revocada pero sirvió como llamado de alerta, a su juicio, de “por dónde van a ir los tiros”.

Para Cañas Dinarte, El Salvador tiene frente a sí “una dictadura en ascenso”. Con militarización de la policía y de la sociedad entera, una reescritura de la historia según parámetros del partido oficial y con estos resultados, “hay prácticamente una consolidación de un acto antidemocrático, total y absolutamente inconstitucional”.

Estas advertencias —un gobierno que enfrentará una dura crisis económica sin herramientas técnicas, manipulaciones electorales, nulo combate a la corrupción y represión para las voces disidentes— son escenarios previsibles con los resultados electorales que apenas llegan a El Salvador. Esta noche, sin embargo, no parecen colarse a la lista de prioridades de un país donde una amplia mayoría aplaude de forma estruendosa lo que unos pocos consideran la muerte de la democracia y la consagración de una dictadura.

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