“Fear Inoculum”: Tool declara su vigencia

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Hace más de una década, Tool dejó de figurar entre las novedades de la prensa musical para pasar a la sección judicial de los medios, debido a sus interminables batallas legales. En especial, por los derechos sobre su catálogo discográfico. Eso –y no el misterio ni la épica– provocaron un silencio de 13 años que tuvo su fin con la publicación de su quinto álbum de estudio: “Fear Inoculum” (Tool Dissectional, Volcano, RCA, 2019). La espera valió la pena.


Tool no es una banda, es un monstruo de cuatro cabezas: Danny Carey (batería, percusiones), Adam Jones (guitarra), Maynard James Keenan (voz) y Justin Chancellor (bajo). Cabezas interdependientes, juntas desde el inicio –a excepción de Chancellor, fichado en 1995–; cabezas que han creado su propio universo visual y sonoro. Pasar revista a sus discografía (que desde hace poco tiempo están en las plataformas de música streaming) confirma que en cada nueva entrega han ganado complejidad y credenciales para ser una banda de culto. 

La liberación de “Fear Inoculum” indujo a un hype entre los roqueros, sobre todo en los de la ‘Generación X’ y los viejos millenials (los nacidos a inicios de los ochenta). Al fondo de ese humo y excitación no hay un producto vacío o una trampa nostálgica, sino un sólido disco que se ha colado entre lo más escuchado en las plataformas digitales. Y ese, quizá, sea su primer gran logro: en una época donde el ritual de dedicar plena atención a un álbum ha sido derrocado por el sencillo de la semana, Tool pone entre las listas de popularidad un álbum que dura alrededor de una hora y media (en la edición digital), demostrando que no hay que sumarse a la corriente de lo efímero para ser exitoso.

Si bien esta producción exige que el receptor no sea un escucha desesperado, no llega a ser cansina ni pretensiosa, sino profunda y magistral. La apuesta es por un público maduro que pueda apreciar los paisajes sonoros que proponen, que se deje sorprender por las variaciones, por las evocaciones; por la furia, pero también por el susurro y la experimentación.

La producción estuvo a cargo de la banda, pero tuvieron a dos viejos compañeros de viaje en la grabación, mezcla y masterización: “Evil” Joe Barresi, que también ha trabajado para Kyuss, The Melvins, Chevelle, Queens of the Stone Age, etc.; y Bob Ludwig, que ha trabajado para más de 1,300 artistas, entre los que destacan: Led Zeppelin, Queen, Jimi Hendrix, Frank Ocean, Paul McCartney, Nirvana y Daft Punk. Por eso no resulta extraña la gran calidad del sonido de este álbum.

Los patrones que caracterizan a Tool están presentes, pero no hay repetición sino permutación. Esta vez hay más de rock y metal progresivo que del espectro alternativo; la rareza de la inadaptación social sustituida por una narrativa sólida. El primer corte también fue el primer adelanto del disco y el primer sencillo: “Fear Inoculum”, una pista de más de diez minutos que hace las veces de una plegaria social, un mantra contra la tiranía, contra la charlatanería, con ese enigmático tribalismo que caracteriza sus percusiones. Una puerta a la nueva experiencia, pero que nos recuerda de dónde viene la banda. 

En griego antiguo, «Pneuma» significa «respiración» y en un contexto religioso: «espíritu» o «alma». Aliento de vida, para este caso. Ese es el nombre del segundo corte. Confirma que la plegaria inicial es incidental y que este álbum no va solo al flanco político, sino a la trascendencia humana. Es una especie de evocación a la esencia ulterior. Lo transmiten no solo en la letra, sino en la exploración de casi 12 minutos con una espectacular ejecución en la batería, una línea de bajo que hace las veces de carretera y una guitarra que servirá de vehículo. El uso de los sintetizadores nos cambia de época por momentos, nos hace sentir en los setenta de Emerson, Lake & Palmer. También las armonías vocales. 

La experiencia sonora de este disco está tan bien diseñada que incluso posee puentes instrumentales que se alejan de las etiquetas que pueden colocarse al álbum y sirven de descanso para la intensidad de los cortes principales. Estos nodos son: la espacial “Litanie contre la peur”, la ambiental “Legion Inoculant”, la vibrante y ácida “Chocolate Chip Trip” y la ruidosa “Mockingbeat”. Certifican que para Tool cualquier encuadre es exiguo y que no hay un segundo de más ni de menos en este álbum. 

Quizás la pelea legal de Tool con Volcano tenga su punto final con la liberación de este disco, el último que estaban obligados a publicar con este sello discográfico. De ser así, la batalla llega a su fin y los miembros de la banda son los guerreros de los que habla el tema “Invincible”, guerreros que regresan orgullosos luego de mantenerse coherentes a sus ideales.

«Warrior struggling to remain consequential»

Esta es la letra menos críptica del álbum, pero que sea tan directa, la hace efectiva y vibrante. Es uno de los mejores temas de esta producción. Presenta momentos gloriosos para ser escuchados con buenos audífonos, como ocurre en el minuto ocho, cuando un riff agresivo integra a la atmósfera un sintetizador y la codificación de la voz permanece para llevarnos al breakdown que despierta la necesidad de headbangear. Para el minuto diez, el bajo y la batería parecen no caber en los auriculares. Después, con un breve silencio, reintegra al escucha al orgulloso canto de victoria.

Pasada la mitad del disco, Maynard retoma sus preocupaciones políticas (expresadas a detalle en “Eat the Elephant” (BMG, 2018), de su proyecto A Perfect Circle) y hace un llamado a la acción en la canción “Descending”. Desde el plano musical, este es el Tool más clásico, puede que intencionalmente, para poner en primera fila el mensaje («mobilize/stay alive»).

A este punto, la tesis del álbum es clara: no podemos cambiar nuestra realidad sin cambiarnos y viceversa. Por tanto es un peligro ahogarse en el monólogo interno y en la terquedad de lo conocido. De esto va “Culling voices”. Durante la mayor parte de la canción, Maynard no parece cantar, sino profetizar; y las guitarras, por cómo están paneadas y ejecutadas, sacan al escucha de sí para que pueda observarse como un ser incapaz de lograr empatía. Luego hay una explosión para entregar al oyente el conjuro que puede liberarlo de su ego («don’t you dare point that at me»).

Pero el monstruo de cuatro cabezas no es famoso por consentir, sino por agitar. Y al cierre de este nuevo capítulo en su obra desatan la furia en “7empest”, no sin antes advertirla:

«Keep, keep, keep calm/fuck, here we go again»

Es la única canción donde se detalla leguaje explícito. Adam abre su galería de riffs, no da tregua, dispara uno tras otro. La potencia y cohesión la dan Justin y Danny, en el bajo y batería. Mientras, Maynard usa la versatilidad de su voz para burlarse de la ficción del control social:

«Trying to lull us in, before the havoc begins»

Cerca del minuto nueve, parece ser la voz que clama en el desierto lo que cosecha la humanidad:

«Disputing intentions invites devastation/a tempest must be true to its nature»

El apocalipsis de “7empest” inicia en el minuto diez con un bajo asesino que da paso a uno de los mayores momentos de virtuosismo musical en el disco. La tempestad es la única certeza y nada puede contra eso:

«Blameless, the tempest will be just that/so try as you may, feeble, your attempt to atone/your words to erase all the damage cannot»

Y así, sin falsos optimismos, cierra.

Tool regresó y de forma letal confirma su vigencia y relevancia. El rock no debe ser eternamente juvenil. A veces la novedad puede ser la madurez, como lo confirma “Fear Inoculum”.

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