La final de la Copa Libertadores de América 2018, ganada con justicia por River Plate (3-1, 5-2 en el global), quedará para la historia por muchas razones. Una de ellas, sin duda, por su duración. Desde que el cruce quedó establecido, pasaron 39 días de una pasión que por largos trayectos derivó en convulsión.
Fotos de la cuenta de Twitter de River Plate y Real Madrid
Alguna vez el escritor Osvaldo Soriano, maestro del costumbrismo argentino, nos deleitó con un cuento futbolero genial: el penal más largo del mundo, que incluso tuvo su adaptación cinematográfica en España. Ahora, más de tres décadas después, sabemos que aquello no era otra cosa que un preámbulo de lo que vivimos en estos meses: la final más larga del mundo.
La que, por fin, culminó ayer, fue una final que empezó a palpitarse desde el 31 de octubre, cuando Boca Juniors empató 2-2 en Brasil ante Palmeiras y logró su boleto a la final. River, su eterno rival, lo había conseguido un día antes, en una noche mágica ante Cruzeiro. Durante esos 39 días pasó de todo, incluyendo cinco jornadas distintas donde la gente acudió al estadio y no siempre con éxito: el sábado 10 de noviembre (suspendido por lluvia), el domingo 11 (se jugó en La Bombonera y acabó 2-2), el sábado 24 (el día de las pedradas al bus de Boca), el domingo 25 (nuevamente aplazado) y, al fin, el 9 de diciembre en Madrid, con el equipo dirigido por Marcelo Gallardo consagrándose en el Bernabéu.
En medio pasó de todo. La relación entre los presidentes Rodolfo D’Onofrio y el Tano Angelici, habitualmente tensa, recorrió todos los estados: indiferencia, amistad, traición, respeto mutuo, guerra total. El abanico fue tan grande como la lista de ciudades a albergar el partido decisivo: Mendoza, Santiago de Chile, Montevideo, Asunción, Miami, Atlanta, Abu Dhabi, Doha… y finalmente Madrid. La Libertadores en la tierra de los conquistadores.
Que sí, que no…
Además, la incertidumbre siempre fue una constante. Más allá de tener día, hora y estadio definido, ni River ni Boca querían jugar en Madrid. River insistía en disputarlo en el Monumental. Boca pretendía sencillamente que no se jugara y que le dieran el torneo por ganado. Incluso interpuso una demanda en el TAS que, a falta de 36 horas, tuvo una resolución negativa. Después de todo, la final se jugó en Madrid y con comportamiento de “primer mundo”, con barras bravas deportados y con banderazos multitudinarios de ambos equipos de forma relativamente pacífica.
Si el juego de ida –aquel 2-2 en La Bombonera– no defraudó, este tuvo puntos incluso más altos. De hecho, al no contar el gol de visitante, la final del Bernabéu pareció una final de formato a un solo partido, con las dos aficiones presentes, un anticipo de lo que ocurrirá a partir de 2019, con la final en Santiago.
River, que había sobrevivido a su visita a La Boca, también tuvo que remar contra la corriente aquí. Empezó perdiendo, otra vez, gracias a una excelente definición de Darío Benedetto (44’). Pero se recuperó a tiempo y lo empató con un golazo de Lucas Pratto (68’), que culminó una excelente jugada colectiva. River siempre fue más ambicioso, pero se vio obligado aún más cuando a Boca le expulsaron al colombiano Wilmar Barrios (92’). Con uno más, adelantó las líneas, presionó más arriba y, con la entrada del colombiano Juan Fernando Quintero, terminó de desequilibrar. Fue el propio Quintero, con un potente remate, quien puso el 2-1 (109’). Y a partir de ahí, en los minutos finales del tiempo extra, se vio un cierre extraordinario, de área a área. Con River intentando liquidarlo en varios contraataques mal resueltos; mientras Boca se aferraba a la última esperanza –con 9 jugadores, por la lesión de Fernando Gago–, apostándole a pelotazos largos, algún cabezazo salvador, entre ellos el del potrero Andrada, ya jugado en ataque. Incluso hubo un tiro en el palo que habría llevado las cosas a los penales. Al final, River lo mató con una contra sin portero que Pity Martínez (120’) condujo al gol sin interferencias.
Fue un justo premio para River, que se sobrepuso a todas las adversidades. Para empezar, no pudo jugar la final en su estadio. Después, no pudo contar en ninguno de los dos juegos de las finales con su entrenador, que estaba sancionado por la Conmebol. Además, siempre fue abajo en el marcador, tanto en Buenos Aires como en Madrid.
A pesar de todo, logró recuperarse.
Así River celebró en el Bernabéu, el estadio donde tiempo atrás se había consagrado uno de sus hijos pródigos: don Alfredo Di Stefano. Probablemente, ninguno de los protagonistas de esa noche en Madrid sea digno de vestir la camiseta titular de alguno de los clubes grandes de Europa, pero dejaron ver que en intensidad en el campo y pasión en las gradas no hay nadie que les iguale. El marco, definitivamente, no les quedó grande. Eso es mucho decir, sobre todo porque en los palcos de la “Casa Blanca” estaban Lionel Messi, Jordi Alba, Antoine Griezmann, James Rodríguez –llegado de Alemania– y la banda de la Juve, encabezada por Dybala y Chiellini. También se vio a muchos más como Javier Zanetti, Cholo Simeone y Michel Salgado, entre otros.
El día después
Ahora empieza el trabajo de los cardiólogos y psicólogos. Sobre todo de estos últimos. No será fácil para los de Boca –aficionados y jugadores– sobreponerse al momento anímico. Este lunes probablemente se produzca la cifra más alta de ausentismo en todo el país, incluso superando a las de los días de Mundiales. Es que luego de un partido de vida o muerte como este, con cicatrices que serán eternas, ir a trabajar y soportar las cargadas y burlas del resto, no es sencillo de digerir.
Para los derrotados es momento de enterrarse bajo tierra, de desaparecer del mapa y olvidarse por un tiempo del fútbol y de los colores. Momento ideal para reveer las siete temporadas de House of Cards o probar con una de las nuevas series turcas como terapia, y así dejar que el tiempo vaya corriendo antes de volver a intentar sintonizar un canal deportivo o de leer un periódico. Por supuesto, olvidarse del Whatsapp, vehículo preferencial para la circulación de memes hirientes.
A propósito de los memes, los Boca-River de antaño –sobre todo los últimos del siglo pasado y los primeros de este– propiciaron lo que podría llamarse como el precedente del meme digital moderno. En aquel entonces, después de cada clásico importante, la ciudad de Buenos Aires aparecía tapizada con afiches –como si se tratara de un concierto– de Boca burlándose de River o viceversa, dependiendo del ganador, con el mismo estilo de los memes actuales. Eran otros tiempos y otra producción, ya que implicaba un trabajo nocturno, con diseño, impresión y pegatina incluida, que se extendía hasta el amanecer.
Este 3-1 del Bernabéu es una reivindicación histórica para River. Termina por confirmar a Marcelo Gallardo como uno de los tres entrenadores más importantes de la historia y neutraliza, en cierta forma, aquel fatídico descenso que hizo que River fuera Riber. Hoy River se escribe con letras grandes, pero por otras razones.
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1 Responses to “River y la final más larga del mundo”
Un par de correcciones a la nota, mis estimados. La semi de River fue contra Gremio, no contra Cruzeiro. Y en el global contra Boca, quedaron 5-3. Saludos!