La rivalidad ficticia

La revista británica “World Soccer”, decana del fútbol, publicó hace unas semanas una edición especial llamada “Las mejores 50 rivalidades (los más grandes derbis del fútbol mundial)”. La vi en una librería, y en la página 75 hallé lo que temía. Incluyeron, con mezcla de malentendida visión global e ingenuidad insular, la “rivalidad” El Salvador vs. Honduras. El texto especifica: “El primer (ya hasta ahora único) ejemplo de un conflicto armado provocado por un partido de fútbol”, en referencia a la guerra de 1969, iniciada apenas días después de la serie de tres partidos entre ambos países por las eliminatorias mundialistas de la CONCACAF.


No, aquel duelo no provocó ni apuró la guerra. Fue una extraña casualidad de eventos que intercalaron fechas en la misma estación del calendario.

El Salvador vs. Honduras no es, ni por cerca, una gran rivalidad deportiva, pero cuando un hecho aislado carga un morbo inusual, es capaz de construir toda una reputación.

En una considerable porción del mundo, nuestra “Guerra de las 100 horas” se conoce como “La Guerra del Fútbol”. Para El Salvador y Honduras, un conflicto de violencia, abusos, extradiciones y tragedias. Para el circo global, dos naciones pigmeas luchando por un tema trivial. Y un texto célebre que dio al mito escenas de Tarantino. “La Guerra del Fútbol”, título del libro del periodista Ryszard Kapuscinski, cuenta cómo una joven salvadoreña llamada Amelia Bolaños no soportó que su país, El Salvador, perdiera el partido de ida ante Honduras (1-0 en Tegucigalpa), y se suicidó con la pistola de su padre. El cuento es absurdo, pero no increíble. Lo insólito es que tanta gente lo diera por cierto tanto tiempo, y que los lectores de Kapuscinski, convencidos de que su relato fue cierto, buscaran las cenizas de la historia, como si exploradores de la Grecia Antigua tuvieran esperanzas de hallar los huesos de un fauno.

El encanto morboso del relato de Kapuscinski hipnotiza a sus lectores. Desean creer que existió aquella joven suicida o, como apunta el periodista, ésta fue elevada a heroína nacional, y su funeral se llenó de honores de Estado, entre una multitud que mostraba su fotografía como imagen de santa.

No sólo “World Soccer” ha caído en la trampa. Hace dos años, los periodistas polacos Szymon Opryszek y Maria Hawranek llegaron a El Salvador para revisar la leyenda, y se fueron con la verdad vacía. Lo mismo le pasó al alemán Klaus Ehringfeld, quien peregrinó a Centroamérica en 2009, en busca de ruinas vivas 40 años tras la guerra. Ehringfeld desmintió en el “Diario de Berlín” la fantasía de Amelia Bolaños, pero ese mismo verano, el periodista José Marcos, de “El País” español, firmó como realidad pura la trágica ficción de la suicida.

Hoy en día, en partidos de la selección de fútbol de El Salvador, no es extraño ver chumpas conmemorativas de Adidas con la inscripción “La Guerra del Fútbol” en el pecho. El hecho en Wikipedia se titula como “La Guerra del Fútbol”. En los tantos de rankings de hechos infames del deporte, “La Guerra del Fútbol” es infaltable.

Así, un simple partido de fútbol entre vecinos, sin rivalidad ni suicidas ni guerras provocadas, carga el cartel de mito.

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