Ganó la trampa

 

Dos semanas después de las elecciones del 4F hay algo peor que tener resultados tardíos y nada confiables: es saber con certeza absoluta que ganó la trampa. 

Y no solo ganó la trampa porque el principal candidato fue un tramposo, un funcionario que usó todo lo que estaba a su alcance para torcer las leyes, para amenazar a sus críticos y hacer cumplir sus berrinches. Ganó precisamente porque ahora la trampa se normaliza, se alienta y se abraza como si fuera un premio.  

Lo ocurrido desde el domingo 11 de febrero en el Gimnasio Nacional, cuando comenzó el escrutinio final para la Asamblea Legislativa, ha sido escandaloso. El Salvador ha vivido numerosas manipulaciones electorales, algunas descaradas, pero ni los gorilas uniformados que gobernaron en el pasado se atrevieron a tanto. 

La manipulación de estas elecciones ha sido evidente, grabada con teléfonos, transmitida en vivo, a pleno día, descuidada, con miles de testigos. Papeletas sin ningún doblez; papeletas marcadas con plumones, incluso cuando los plumones no formaban parte del paquete electoral; paquetes sin custodia; magistrados de papel; y digitadores que no tienen pudor en cambiar los datos para beneficiar a su secta. 

La peor enseñanza de estas elecciones es la institucionalización de la trampa, de la mentira, del engaño, de las mañas, como la única forma posible de hacer las cosas. 

El tramposo, el que altera los resultados, sabe que no habrá consecuencia alguna. Porque quien debería detenerlo, los vigilantes de su mismo partido, Nuevas Ideas, le aplauden su astucia; los fiscales, que responden al mismo partido, son actores de reparto de este espectáculo; los policías, que responden al mismo partido, funcionan como los vigilantes de la colonia; y los magistrados del Tribunal Supremo Electoral, que están arrodillados al mismo partido, son solo el patético recuerdo de lo que debería ser un árbitro electoral. 

Siempre ha habido un vivián: el que agarra el tercer carril para subir más rápido en la carretera; el que mete a dos o tres más en la fila del súper; el que consigue las incapacidades falsas para no trabajar; el que toma dinero público para comprar una casa en el volcán o construirse un spa. 

La trampa siempre estuvo ahí. Lo nuevo, lo que realmente asusta, es que sean quienes nos gobiernan los que normalicen las trampas. Los que la alientan incluso si supuestamente lo han ganado todo. Los que la promueven con el ejemplo más visceral: Si la Constitución se puede pisotear, ¿por qué no una elección?

El Salvador, una sociedad que celebra la trampa. Volvimos a hacer historia.


Foto FACTUM/Gerson Nájera

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