El presidente que mató la esperanza

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El Salvador ha tenido una pésima historia con sus presidentes. Los últimos seis serán recordados por empobrecer al país, por aumentar la desigualdad, por pactar con los criminales, por la corrupción que permitieron y disfrutaron. Mauricio Funes, encima, será recordado por algo más: por matar la esperanza de gran parte de la nación.

El fallecimiento del expresidente, confirmada por la dictadura nicaragüense, deja un enorme sentimiento de impotencia. La impunidad, acostumbrada a ganar en El Salvador, prevalecerá. Otro presidente que desfalcó millones de dólares y pactó con las pandillas murió sin haber pisado la cárcel.

El paso de Funes por la presidencia dejó una profunda herida en la institucionalidad y en la confianza ciudadana. Su administración sentó un precedente nefasto que aún hoy resuena en la política nacional.

El Salvador de 2009, cuando el experiodista llegó al poder, era un país harto de la corrupción y del abandono que habían significado los 20 años de gobiernos de Arena. Funes representó para muchos la ruptura de esa vieja política. Él mismo se envolvió con la bandera de la transparencia, de la ética, de la rendición de cuentas… pero se lo tragó el cinismo.

Funes no solo defraudó a quienes depositaron su confianza en el proyecto de cambio que supuestamente representaba el FMLN, sino que también allanó el camino para que oportunistas, capitalizaran el descontento popular.

Cuesta recordar algo positivo durante ese quinquenio. La ley de acceso la información pública, obsoleta en este Gobierno, fue aprobada durante el gobierno Funes. No gracias al presidente; a pesar de él.

Funes también deja dos grandes enseñanzas. La primera: la ilusión que provocan los mesías en la política es proporcional a la decepción que causan cuando muestran sus verdaderas intenciones. Porque los mesías no existen. Y la segunda: el poder no solo corrompe; en algunos casos, únicamente desvela la podredumbre.

El daño causado por la gestión de Funes no solo se tradujo en un robo al Estado salvadoreño, sino también en un deterioro de la democracia, que hoy se ve amenazada por un populismo que se nutre de las frustraciones del pasado.

Funes mató la esperanza de un país. Luego lo dejó huérfano ante un corrupto mayor y más autoritario. Y ya no está para hacerse cargo de ello.

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