“Cargo”: la catarsis posapocalíptica del ‘survivor horror’

Una nueva ola de películas y videojuegos dan vida a un género al que me gusta llamar como “horror apocalíptico”. Cada vez que aparece algo nuevo, algo que parece que será el catalizador de nuestra extinción como raza, en vez de enfrentarlo o hablarlo, lo exteriorizamos, lo convertimos en un material audiovisual con el que podremos hacer catarsis; sin que en realidad debamos hacer algo al respecto. Pero, aún así, nos sentimos movidos y perplejos porque pensamos que un día esto puede pasar. “Cargo”, una película de Netflix, es un buen ejemplo de ello.


Siempre apoyamos al personaje principal en una película de horror. Lo apoyamos por simple identificación con la tenaz resistencia; lo apoyamos porque si los humanos somos tan testarudos como para sobrevivir guerras, ataques terroristas, violencia cotidiana y hasta a Donald Trump, está claro que podemos respaldar a quien se encuentre ante algún tipo de zombie, monstruo o loco de turno.

Parece una exageración afirmar que vivimos rodeados de monstruos; o, en todo caso, pareciera el inicio de un discurso político. Pero no, este post no va sobre política. Escribo sobre la idea de un mundo donde ser un monstruo es la norma, superhéroes monstruos, universo de adolescentes monstruos, familias de monstruos, empresas de electricidad de monstruos. En fin, un mundo en el que todos son monstruos; un mundo en el que ser humano ya no es la norma… Es la excepción. 

Hoy en día, lo desconocido ya no da tanto miedo porque lo conocido cumple mejor ese papel. La cotidianidad está pintada por el rojo del horror de las masacres, las guerras sin sentido y los asesinatos sin razón. Todo ello nos atemoriza más que cualquier historia sobre una hipotética invasión extraterrestre. Es una reminiscencia de cuando Scooby-Doo nos enseñó que los verdaderos monstruos son humanos. Pero ahora ya no necesitamos desenmascararlos. Basta sintonizar el noticiero de turno para verlos en acción. 

Educados por el entretenimiento occidental, hemos crecido aprendiendo de las películas de horror que nos han mostrado cómo el “villano o malo” mataba –o intentaba matar– a casi todos, excepto a uno o dos personajes principales (de raza no negra) que se defendían o al menos escapaban. La norma ha sido ver el cliché de la “mujer bonita” salir corriendo y tropezarse, con un grito agudo anunciando su muerte y quedando a merced del monstruo, quien deberá liquidarla de forma violenta y un tanto erótica.

Sin embargo, los tiempos van cambiando más veloz que de costumbre. Poco a poco, nos hemos vuelto incrédulos ante la estupidez de los personajes que mueren por no ser lo suficientemente humanos o por no ser lo suficientemente inteligentes. Hoy en día, encontrar estas historias nos lleva a insultar a los guionistas por crear personajes de tan pequeña dimensión. Cada vez más queremos personajes que puedan concebir un plan de ataque o de escape; paulatinamente vamos exigiendo personajes que luchen por su supervivencia: queremos pensamiento lógico y consecuente con el actuar. 

Los slashers están muy a la baja. Van siendo olvidados. Su era de gloria –durante los años setenta y ochenta– ha quedado como un género demasiado trillado. Ahora necesitamos y queremos un miedo más inteligente. Es por eso que ha comenzado a estallar el nuevo survival horror.

En un post anterior escribí acerca de una lucha contra el silencio; ahora lo hago sobre un conflicto que involucra a un rival muy recurrido en la última década: los zombis.

Cargo y el predominio del “survival horror”

En los universos de zombis, el enfoque no está realmente en los muertos vivientes, sino en la condición humana. Por ejemplo, en 1968, el padre de los ghouls, George A. Romero (The Night of The Living Dead-1968) abordó la discriminación racial al optar por un héroe afroamericano (interpretado por Duane Jones) que después de salvar a una mujer termina siendo acorralado por un grupo de campesinos blancos. Y es que los zombies son una versión sin límites del ser humano.

Vivimos en un mundo donde amanecemos pensando que la Tercera Guerra Mundial va a comenzar por culpa de un tuit lleno de horrores de ortografía; un mundo donde sentimos que el fin es una posibilidad real; un mundo en donde, claro, por instinto nos importa más la supervivencia que la muerte. Ver un mundo posapocalíptico se vuelve casi catártico. 

Es por eso que una película como Cargo entra en esa categoría.

Cargo es, una vez más, un proyecto bastante ambicioso de parte de Netflix, que le da vida al corto australiano del mismo nombre y que debutara en 2013. Aquí les dejo el link del corto, pero les sugiero que no lo vean antes de la película, porque si lo hacen van a arruinarse la experiencia del filme completo.

Al ser una película de Netflix, logré ver Cargo en el inquietante silencio de la sala de mi casa. Esta es otra película de zombis, pero diferente. Cargo se siente, más bien, como una película de supervivencia ante una entidad, una plaga que en los primeros cinco minutos no vemos, pero sentimos. El mundo posapocalíptico convive y sobrevive con esta entidad. 

Como es usual, sabemos que hay algo malo que va a pasar. Entonces comienza el waiting game. Al igual que en nuestro día a día, hay veces en las que estamos empapado de tanto tedio que esperamos que nuestra vida común y corriente se detenga para que algo pase; incluso si es algo malo. La ley de Murphy nos obliga a ser así. Y con Cargo ocurre lo mismo: esperamos que la vida de los personajes pase de ser una supervivencia pasiva a ser una supervivencia activa. Me explico: las leyes y las normas del universo ya están escritas, por lo que los personajes principales tienen sus propias reglas y normas para sobrevivir. Pero siempre hay algo que se vuelve el catalizador de lo malo. Esto significa que no regresaremos a ese estado neutro en el que nos encontrábamos al inicio. Decidimos no volver a ver atrás hasta que alguna tragedia ocurra y cree un nuevo “estado neutro”. 

Las películas de miedo suelen comenzar con el Apocalipsis ya iniciado. El fin del mundo ya ocurrió y estamos viendo lo que queda. Esto nos demuestra que le tememos más a lo que viene después del fin, a que inicie la vida después de que lo que conocemos como “lo normal”, al momento en el que debamos sobrevivir con menos de lo que tenemos. El miedo consiste en asumir las consecuencias del fin del mundo y tener que coexistir con el caos. 

Y esto parece ser más duro.

Ahí está el caso de The Last of Us, el último juego de Naughty Dog, el aclamado estudio detrás de la serie Uncharted. El juego sigue a Joel y Ellie, sobrevivientes de un mundo lleno de plagas, mientras viajan a través de los Estados Unidos. Los grotescos infectados de The Last of Us pueden ser los monstruos de la aventura posapocalíptica de Naughty Dog. Pero no, ellos son los supervivientes. Los cazadores que a toda costa consiguen materiales y matan a sangre fría son a los que uno termina por temer.

Las películas de “survival horror”, como género, tratan acerca de la condición humana y el futuro siendo tan brillante como es para la humanidad actual. Puedo decir que estoy seguro de que  estamos listos para seguir viendo más películas sobre nuestro fin.

Ahora bien: ¿seguiremos viviendo el fin del mundo desde una sala de cine o a través de un videojuego? ¿Porque seguimos con ganas de prepararnos para lo inevitable? ¿Porque somos todos un poco masoquistas? ¿O un poco de las dos?

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