Birdman: La inesperada virtud de Iñárritu

Con Birdman, el mexicano Alejandro González Iñárritu vuelve a estar bajo los reflectores grandes de los Óscar al estar nominado como mejor director y mejor película –cosa que no lograba desde 2006, cuando estuvo doblemente nominado por Babel–.

González Iñárritu sigue poniendo pasos firmes en una buena trayectoria, pero parece tener difícil su camino al Óscar como mejor director, ya que la competencia de este año es especialmente reñida, al estar frente a Richard Linklater.

La Academia siempre ha estado enamorada de las historias de superación y la de Linklater es una de ellas, detrás de la pantalla. Pero el mexicano es aún “joven”  y hacer puntos para el premio grande siempre cuenta.

Creo que Birdman es de ese tipo de películas que logran dos tipos de reacciones: unos la amarán; otros la odiarán. Los primeros, por ser una propuesta fuera de la común, con un exquisito uso del color, haciendo gala de planos secuencias –larguísimos planos secuencia– y de diálogos complejos, entre otros.

Los otros, la odiarán por ser una película ciertamente desestabilizadora, en ocasiones difícil de seguir y sobre todo por su final, que por querer ser imprevisible termina siendo –y acá me cuesta encontrar un adjetivo– desabrido, al menos para mi gusto.

He visto por ahí algunas interpretaciones de los posibles significados del final de la película y, como es de esas a las que cada quién puede darle sentido propio, no me detendré mucho en ello. Prefiero que el lector le brinde su propio contexto y su propia visión.

Mejor diré que Birdman es la historia de Riggan Thomson (Michael Keaton), un actor venido a menos de sus tiempos de gloria que, en su búsqueda por volver a la esfera pública, busca un aliciente en el teatro.

Así inicia a complicarse la trama torno a él: entre su relación familiar fallida, sus compañeros de obra (que tienen sus propias luchas) y su alter-ego que lo acompaña, arrastrándole a convencerse de su futuro fracaso.

Resalta el trabajo de Edward Norton  quien hace el papel de Mike Shiner, un actor que quiere robar el protagonismo de Thomson. No obstante, la química que logran Keaton y Norton en la pantalla es interesante y se logra acoplar a los propósitos de sus personajes.

De las mujeres del elenco, Emma Stone –quien luce sumamente delgada– y Naomi Watts, no hay mucho que decir: cumplen sus roles sin mucha pena pero tampoco sin mucha gloria. 

La cinta tiene la virtud de empezar a crecer en un entramado en el que cabe la comedia negra, las insinuaciones sexuales e incluso los efectos visuales. De poco en poco suma hasta llegar al clímax de la cinta en la que uno ya no sabe realmente si está viendo algo más apegado a la ficción o a la realidad.

Isabela Vides es periodista y  comunicadora. Productora del Cortometraje "Fumar no se puede" selección oficial de El Salvador para participar en el Ícaro centroamericano.

Claudia Vides es periodista y comunicadora. Productora del Cortometraje “Fumar no se puede”, selección oficial de El Salvador para participar en el Ícaro centroamericano.

 Lo que sí diré es que es una película que vale la pena ver. Algunos la verán una vez y nunca más, otros la verán varias veces para tratar de asimilarla mejor.

Entre las pinceladas que nos deja González Iñárritu en la película hay un intenso y sesudo diálogo entre Shiner y posteriormente Thomson, con una crítica teatral que de antemano tiene malas intenciones con la obra que están poniendo en marcha.

Aunque no sé si será la opinión del director, parece reflejar una aguda reflexión personal sobre el quehacer y la visión de los críticos. Por tanto, me despido de esta opinión con un guiño al mexicano, a sabiendas de lo que podría merecerme.

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