Soy cristiano y apoyo el aborto legal

“Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, hagan callar la ignorancia de los seres humanos insensatos; como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios.”

1.Pedro 2,15-16

En los últimos días ha escalado la intensidad del “debate” sobre la despenalización parcial del aborto con argumentos racionales y otros no tanto. Esta problemática evidencia la mentalidad arcaica y cavernaria de la clase política, el fanatismo (siempre irracional) del fundamentalismo religioso y la monumental ignorancia de la sociedad como resultado de la falta de acceso a la educación sexual y reproductiva.

La intromisión con argumentos doctrinales y no teológicos (y mucho menos cristianos), además del desconocimiento real de la problemática por parte de líderes religiosos entorpece, sin dudas, los procesos de crecimiento y madurez social. Esto puede verse como una estrategia de manipulación y control de parte de las instituciones religiosas fundamentalistas. La metodología es la misma que se ha utilizado desde que el emperador Constantino institucionalizó el movimiento de Jesús: se usan el miedo y la culpa como herramientas de control.

Ya se ha esclarecido con suficientes argumentos que la interrupción voluntaria del embarazo no está mencionada en la Biblia y que su prohibición está anclada en tradiciones que muestran desprecio por la autodeterminación, la salud y, en fin, la vida de las mujeres.

¿Pero adivinen qué? El desprecio por la vida de otra persona sí es antibíblico y va contra el mandamiento del amor al prójimo que dejó Jesús de Nazareth.

(Aquí puedes leer el posicionamiento de la iglesia #IEPES con respecto al Aborto)

Nos encontramos ante un problema de salud pública que nos aqueja como sociedad y país “laico”. Para resolverlo falta que la sociedad una sus voces para proteger a las miles de mujeres y niñas que son, y podrían ser, afectadas por estas leyes terrenas y clasistas que las condenan sádica y cruelmente. El debate ya se ha instalado, pero aún se oyen posturas incomprensibles para ser expresadas en el siglo XXI.

Algunos de los que se oponen al aborto seguro y legal argumentan que “el derecho a la vida  de las mujeres embarazadas es descartable aún antes del tercer mes de gestación”. Ni hace falta decir que es inaceptable desde cualquier perspectiva. Otros se refieren al supuesto “derecho a la vida del feto”, pero en los primeros tres meses el óvulo fertilizado no se considera feto aún. Estas visiones muestran la ignorancia sobre el tema.

Por otro lado, existen diversas líneas teológicas que consideran la encarnación del alma a partir del momento en que adquiere la conformación característica de nuestra especie, es decir, cuando se conforma el feto, a finales del tercer mes de gestación.

La mayoría de los instrumentos internacionales de derechos humanos guardan silencio respecto a cuándo comienza el derecho a la vida, pese a que la historia de la negociación de los tratados, la jurisprudencia y la mayoría de los análisis jurídicos parecen sugerir que el derecho a la vida, como se contempla en dichos documentos, no tiene vigencia antes del nacimiento de un ser humano.

Las leyes que restringen el aborto y criminalizan a las mujeres afectan gravemente su salud no sólo limitando su acceso a servicios seguros para la interrupción del embarazo, sino también privando arbitrariamente el tratamiento necesario en caso de abortos incompletos o cuando se le otorga tratamiento sin paliativos para el dolor (medicamentos restringidos debido a nuestras arcaicas políticas de drogas).

Hay certeza de que los abortos clandestinos son motivo de muerte y graves secuelas. Y no sólo para las mujeres, si lo pensamos más a profundidad. Las experiencias que hemos escuchado y acompañado espiritualmente son escalofriantes, complejas, desesperadas. Las situaciones de riesgo y daños secundarios que atraviesan familias enteras, tanto de las pacientes (mujeres que se deciden a favor de sus responsabilidades y en muchos casos por cumplir con los roles que de ellas se espera su entorno cercano y en la sociedad), como de las personas que llevan a cabo los abortos clandestinos, son evitables.

Algunos gobiernos cavernarios, como el nuestro, buscan defender la negación del acceso al aborto desde una perspectiva de recursos. Este argumento tampoco es justificable.

La atención adecuada a las complicaciones de abortos inseguros es mucho más cara que la provisión de abortos médicamente seguros. Mientras que el aborto es un procedimiento de bajo costo, especialmente en las etapas tempranas del embarazo (cuando se pueden usar técnicas de aspiración o farmacéuticas), el costo del cuidado y rehabilitación de mujeres con complicaciones por abortos inseguros es significativo.

Debe quedar claro que, cuando se restringe el derecho de las mujeres a tomar decisiones autónomas con respecto al aborto, se amenaza una larga lista de derechos humanos esenciales.

En nuestro país actualmente no existe acceso a servicios de aborto legal y seguro, pero sí existen barreras generalizadas para acceder a otros servicios de salud reproductiva, incluyendo los anticonceptivos. Esto amplía incalculablemente las posibilidades de embarazos no deseados y la práctica clandestina de abortos inseguros.

Ambas situaciones generan una serie de problemas para la salud física y mental de las mujeres que pueden evitarse con atención segura.

Adicionalmente, las clínicas, los/las médicos y las parteras que practican abortos ilegales no tienen ningún incentivo legal para preocuparse por la vida y salud de las mujeres que son sometidas a sus servicios. Todo lo contrario, incluso se ponen en peligro si se sabe de su ayuda a las mujeres en esta situación desesperante.

Recordemos que la hipótesis represiva desarrolla un discurso sobre el sexo con mecanismos de dominación ideológica, implícitos y sutiles para vigilar, disciplinar y, en definitiva, someter o reprimir la expresión genuina de la sexualidad como manifestación de sabiduría y de comprensión de la esencia de la energía femenina y masculina.

Por ello, se hace necesario señalar y reprobar las leyes oscurantistas e iniciativas inquisidoras que persiguen y condenan la pobreza de las mujeres. La falta de acceso a educación, salud y seguridad las hace víctimas de un Estado laico influenciado por grupos fundamentalistas de organizaciones basadas en la fe.

Es rotundamente inaceptable que el Estado salvadoreño siga ignorando y desoyendo las exigencias de movimientos sociales, grupos de derechos humanos y organismos internacionales, y sostenga legislaciones que atropellan y violan a diario los derechos reconocidos por el mismo Estado.

La tibia e incompleta propuesta de Lorena Peña no es la solución, si bien su acto de demagogia ha servido de catalizador para el debate, realmente dudo de su interés real sobre la problemática. Es decir, ella es diputada desde el año 2009, ¿por qué ignoró el clamor de salud y justicia de la mujer salvadoreña durante más de siete años? ¿Por qué esperar sólo unas semanas antes de terminar su periodo como presidenta del órgano legislativo? En fin, nuestra clase política y sus descarados actos de demagogia los dejamos para otro artículo. Ahora, nos queda sólo apostar a la lucidez de quienes gobiernan para que se deshagan de su doble moral y den un urgente tratamiento legislativo en favor de la salud de nuestro país.

Insisto en la importancia de tomar conciencia sobre la necesidad de educación sexual en las escuelas. Es fundamental recuperar un vínculo sano con la propia sexualidad y reconocerla como don de Dios que requiere ser responsables.

A los que ostentan el título de “padres de la patria” sin merecerlo, recuerden que el Estado es laico y no debe bajo ninguna circunstancia doblegarse a la doctrina de una religión o institución. El Estado somos todas y todos, no se trata del que tenga más influencia o más fuerza, no se trata de imponerle nada a nadie: se trata de crecer en el debate racionalmente tomando los hechos y evidencias como punto de partida.

Finalmente, invito a todas las comunidades cristianas de El Salvador, y a las hermanas y hermanos que practican otras religiones y formas de vida espiritual, a orar, a reflexionar y repensar desde una perspectiva con los ojos puestos en Jesús.

Primero, porque la oposición al aborto no es bíblica, ni es un mandato divino. Y segundo, porque abogando por la prohibición y penalización del aborto se logra que miles de mujeres y adolescentes pobres mueran o padezcan graves daños a su integridad física, moral y espiritual.

Hermanas y hermanos, seamos sensatos. Si seguimos a Jesús de Nazaret nos toca reconocer las atrocidades que le están ocurriendo a millones de mujeres y niñas en el mundo y en nuestro entorno. Transmuten sus esfuerzos, pasen del odio al amor, al apoyo y la educación para prevenir realmente las muertes inocentes; y alcen sus voces en favor de la vida de las mujeres.

 

“Porque no nos ha dado Dios un espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio”.

2da. carta a Timoteo cap. 1,7

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