
Los supervivientes
Este ha sido un año repleto de pérdidas. Tres de los protagonistas de las historias que Factum contó durante 2020 repasan los meses posteriores al momento que cambió sus vidas. Sobrevivir ha sido díficil en un país donde la nueva normalidad no ha permitido cerrar los duelos y, como en sus casos, reparar injusticias.
Foto FACTUM/Salvador Meléndez
El 2020 los partió de diferente manera. Kony Méndez perdió a su padre por el coronavirus. Félix perdió a su esposa y su trabajo por el encierro obligatorio por la pandemia. Y Carolina Meléndez no pudo sepultar a su madre porque el Hospital Rosales perdió su cadáver. De diferentes maneras, y en dimensiones distintas, los tres sufrieron atropellos, fueron víctimas de negligencia o de violaciones de derechos humanos.
Revista Factum documentó sus historias en el transcurso de 2020, y y antes de que finalizara el año les buscó para saber cómo están. ¿Cómo sobrellevan sus ausencias? ¿Qué quedó después del encierro? ¿A qué se aferran? ¿Qué han hecho para sanar? Los tres perdieron. Los tres, en diferentes dimensiones, hablan de esas pérdidas, de sus duelos, de las preguntas que quedan, pero principalmente del camino que tomaron para reponerse.
“Me pregunto qué habría pasado si no lo hubiéramos ingresado”

Kony Méndez sostiene un retrato familiar donde aparece junto a Esteban, su fallecido padre , y su madre y hermano. Esteban fue uno de los primeros casos mortales a causa del COVID-19.
Foto FACTUM/ Salvador Meléndez
Kony Esmeralda Méndez, de 32 años, perdió a su padre a causa del Covid-19, en mayo de 2020. Su hermano se hundió en el alcoholismo desde entonces y ella se sumió en la tristeza. Seis meses después todavía le asaltan las dudas.
“Yo enterré sola a mi padre. Mi hermano no me acompañó porque estaba mal. Empezó a consumir alcohol tras la muerte de mi papá y terminó en el Hospital Psiquiátrico, donde estuvo ingresado doce días. Mi papá ingresó al hospital de San Bartolo el 12 de mayo, y al cuarto día empleados de una funeraria nos avisaron de su muerte. Cuando fui y me dijeron que había muerto de Covid-19, pedí un examen. Como estaba en negación, cerrada completamente en mi dolor, quería pruebas. Todavía no sé si es a mí papá al que enterré. No lo vi, estuve lejos. Todavía estoy con la duda.
Tampoco sé qué es lo que le pusieron en el hospital, si es que le dieron algo. No sé cuál fue el tratamiento. Parte del duelo es eso: buscar a quién culpar. Entonces yo decía: “no actuaron bien”. La verdad es que lo único que hicieron fue meternos pánico. La muerte de mi papá no apareció en las estadísticas oficiales. Hasta ese momento yo confiaba que los datos eran verídicos, pero me quedé esperando que en San Martín, donde vivía mi papá con mi hermano, saliera un caso positivo en esas fechas, y nada. Eso es invisibilizar a la gente, como que si un chucho se murió.
Quedé con un gran miedo, porque eso fue lo que hicieron: meternos terror. Todavía no quiero que mi mamá salga ni tan siquiera a compran pan. Ella ha quedado con ataques de pánico. Este proceso fue tan feo porque cuando un familiar se muere, llegan los amigos, otros familiares y llega el consuelo entre el grupo familiar. Pero yo aquí estuve sufriendo mi dolor sola, queriendo abrazar a un hermano, a un amigo, pero todos estaban lejos. No vi a nadie. Estuve sola. Morir es natural, pero ir a enterrar al ser que uno más ama en soledad, no es natural.
Lo enterramos en el cementerio Las Colinas, cerca de Soyapango. El día que lo enterramos yo tenía cinco días no comer nada. Solo tomaba suero y comía galletas. Pasé un mes así. Vino el día del padre y no lo fui a enflorar. El día de los difuntos tampoco fui. Ni siquiera he ido a traer las escrituras que dan. Hay que ponerles una plaquita, pero no he hecho nada de eso. No tengo fuerzas.
Los primeros meses después de su muerte fueron de insomnio, pérdida de apetito y llanto constante. Yo tenía una tristeza bien profunda. Cuando se oían noticias de vacunas, decía: “mejor que nos muramos todos y así me reúno con él nuevamente”. Perdí las ganas de vivir, pero hoy ya pienso diferente. Si viene una vacuna, me la pondría.
Tengo una niña de siete años. Mi mamá y mi hija aguantaron hambre por 15 días porque a mí no me daba hambre y no salía a comprar, no quería nada. Sólo pasaba sueros y galletas. Mi hermano andaba solo en la calle porque cayó en el alcoholismo. Tomó durante tres meses. Pero después dije: “si yo estoy mal, toda mi familia está mal”. Me metí a un grupo de autoayuda. En el trabajo tenemos uno. Soy trabajadora social, y me incorporé al trabajo el 1 de octubre. Eso me ha ayudado. En Facebook me metí a otro grupo, y cuando me empecé a recuperar pude ayudar a mi hermano.
Mi papá fue profesor. Estaba jubilado, pero siempre enseñaba. Me pregunto qué habría pasado si no lo hubiéramos ingresado. Quizá mi papá no habría muerto, o ¿Qué hubiera pasado si le hubiéramos dado otras pastillas? Porque él tenía 77 años, pero era un hombre fuerte, nunca se enfermaba, tomaba muchas vitaminas y hacía ejercicio todos los días, no consumía drogas ni alcohol.
Ya tengo más resignación. Yo lloraba todos los días y todo el día. Hoy cumplo 20 días sin llorar”.

Esteban era un profesor jubilado y gustaba mucho de la lectura. Kony conserva estos libros de su padre guardaba entre sus pertenencias. Foto FACTUM/ Salvador Meléndez
“Yo fui el autor intelectual de la huelga de hambre”

Félix, uno de los salvadoreños que vivió la detención durante la cuarentena estricta por el inicio de la pandemia del coronavirus en El Salvador, habló con Revista FACTUM sobre cómo cambió su vida una vez salió del centro de contención.
Foto FACTUM/ Salvador Meléndez
Félix, quien prefirió conservar su nombre en el anonimato para no perder su nuevo trabajo, estuvo encerrado en un centro de contención durante el inicio de la pandemia. La Policía lo capturó cuando salió a comprar a la tienda, durante la cuarentena obligatoria. 52 días de encierro lo dejaron sin empleo y con un divorcio.
“Antes de la detención me pidieron $400 para no llevarme. Los policías nos estaban canjeando por días de licencia, porque a ellos les pusieron cuotas de detenidos. Por eso cuando nos llevaron a la delegación decían: este ponémelo a mí, este lo traje yo. Después de 52 días detenido, y cinco pruebas de Covid realizadas, salí de la cuarentena obligatoria. Me hicieron firmar una carta jurada y me tomaron fotos cuando me dejaron en la casa. En la carta decía que solo estuvimos encerrados cinco días en total. No incluyeron todo el tiempo que estuve en el centro de contención Monte Carmelo, en Soyapango. Nos dijeron que nos iba a llegar a visitar la unidad de salud, cosa que nunca pasó. La única payasada que hacían era enviarnos un mensaje por el celular.
Yo fui el autor intelectual de la huelga de hambre en Monte Carmelo. Fue la única manera de denunciar los abusos que se estaban cometiendo allí. La vida le enseña a uno a golpes, y mi pensamiento hoy es muy distinto. Desde la detención soy más pensante. Empecé a leer la Constitución, empecé a leer debido a la violación de mis derechos por parte de la Policía. Antes no sabía ni mis derechos ni mis deberes. Yo era creyente porque mis abuelos tienen una iglesia, pero experimenté qué es depender de Dios. Mientras estuve detenido me sostuve en la fe.
También me cambió la perspectiva respecto a la autoridad, que antes para mí era incuestionable e inapelable. Hoy si algo no me parece, debato, hablo, digo. Ya no estoy intimidado como antes y estoy dispuesto a que si me pegan, me peguen, por el mismo maltrato que sufrimos adentro del centro de contención.
El encierro me ocasionó bastantes daños. Cuando salí, mi esposa dijo que 15 días no podía dormir con ella. Y después de esos quince días ella ya estaba con otra mentalidad. Teníamos diferencias desde antes, pero el encierro fue el detonante para la separación. El despegue que tuvimos acabó con la relación. Ella decidió irse, y se fue cuando yo estaba desempleado. Sólo estuvo un mes más cuando yo regresé, y me abandonó cuando más la necesité.
Cuando le hablé a la de recursos humanos de Ecofoods, la empresa de alimentos donde trabajaba, me dijo que me iban a reinstalar. La esperanza mantiene al bobo. Pero después vinieron las lluvias y los derrumbes, y nunca me llamaron. Yo tenía contrato y tenía cinco meses de haber entrado a trabajar ahí, pero como siempre que es la empresa contra un empleado, gana la empresa. Luego vinieron los pagos de recibos: de agua, de luz, de teléfono. Prácticamente sobreviví con ayuda de familiares y amigos y una ayuda que me dio Cristosal, porque llevaba dos meses sin trabajo. Hace poco pagué un recibo de cable que se me acumuló, y todavía tengo vencido el pago de alcaldía.

Félix muestra el documento para movilizarse que portaba al momento de su detención durante la cuarentena estricta en Soyapango. La empresa donde trabajaba no lo reincorporó luego de su encierro de 52 días en un centro de contención.
Foto FACTUM/ Salvador Meléndez
Me siento víctima porque nunca cometí un delito. Y leyendo la Constitución en ninguna parte faculta al Gobierno a detener a alguien arbitrariamente. Nunca se cumplió con las resoluciones de la Sala de lo Constitucional que ordenaban liberarme. Nunca. Pero yo he decidido dejar todo así, porque aquí polvo blanco endereza laderas. A los que me detuvieron arbitrariamente los puedo acusar de aquí a diez años y las pruebas están, pero no lo haría por la popularidad que ha alcanzado el presidente. Él va a tener el poder Ejecutivo, el judicial, y sería pelear un ratón contra un león.
Tengo mes y medio de estar en la empresa donde estoy trabajando ahora como bodeguero. Sí, vivir solo no es bonito, pero Dios nunca te quita algo para darte algo peor. Terrenalmente pueda que esté solo, pero mi confianza está puesta en Dios. Lo que el presidente nos hizo talvez no lo va a pagar ahorita, pero la palabra de Dios dice en Gálatas 6:7: Dios no puede ser burlado, pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Y yo me rijo por las leyes divinas”.
“No tuvimos tiempo para vivir el luto”

Carolina Meléndez pudo enterrar a su madre Amelia Tejada hasta dos meses después de su fallecimiento. Foto FACTUM/Cortesía
La madre de Carolina Meléndez no murió por Coronavirus, pero la enterraron como si hubiese fallecido a causa del virus. El personal del Hospital Rosales confundió el cadáver de la madre de Carolina con el de otra paciente, y ella pudo enterrar a su madre dos meses después de su fallecimiento. El hospital no ha hecho nada para reparar el daño.
“Han sido momentos difíciles. Puedo empezar diciendo que desde el momento que pudimos hacer la exhumación, después de tanta lucha, tuve paz mental. Fue difícil estar parada ahí viendo cómo un tractor desentierra donde usted tiene la esperanza de que esté su mamá. Yo estaba a una distancia bastante lejos. La fiscal me decía que no era recomendable ver, por el daño psicológico, pero yo creí que por paz mental era mejor hacerlo porque uno ya no sabe de qué puede ser capaz la gente. Quería cerciorarme de que era mi mamá, porque ya no confiaba en nadie. Me acerqué a ver el brazalete que le habían puesto en el hospital. Habían pasado 50 días desde que murió.
No se pudo hacer reconocimiento físico, pero anterior a la exhumación ya me había acercado a Medicina Legal para unas muestras de ADN. En el momento que la sacaron de la tumba, me mostraron el brazalete. Decía Amelia Tejada, y en ese momento Medicina Legal la transportó. Yo sentía una angustia porque podían volver a confundir su cuerpo. La exhumación se hizo un viernes y el miércoles siguiente me entregaron el cuerpo para poder darle sepultura.
En el entierro ya no pudimos llorar. Sentimos que ya no tuvimos tiempo para vivir el luto, y ya cuando eso se dio estábamos tan gozosos de que se nos diera la oportunidad de enterrarla que no pudimos llorar. A pesar de que no murió por Covid, esta situación nos marcó un antes y un después. No fue una situación típica de poder darle los honores. Por un descuido se nos robó la oportunidad de despedirnos de ella.
Mi papá y yo no dormimos bien todos esos días que estuvimos en la incertidumbre que si era ella, que si nos la iban a entregar o nos iban a hacer esperar siete años para la exhumación. Llegábamos a las cuatro de la mañana hablando lo que pasó. Un día, a las cinco, le dije que nos fuéramos a acostar porque tenía que levantarme a trabajar. Creo que esa es una de las partes más duras, porque a pesar del dolor uno tiene que seguir con el día a día, y con las obligaciones laborales y de la casa. Pero a partir de ese momento sentimos una tranquilidad. Hacemos la broma con mi papá que yo ya no lo oía roncar, pero a partir del día de la exhumación roncó porque durmió más tranquilo.
A finales de octubre me llamaron del hospital Rosales y me dieron una explicación de lo que sucedió. Me ofrecieron ayuda psicológica, pero la rechacé. Es que el solo hecho de pasar por ese hospital yo me pongo helada, me da miedo, incluso de repente tengo episodios y se me viene el olor al químico que usan en la morgue. No creí prudente estar yendo al hospital a tomar la atención psicológica.
Tengo amistades que me ayudaron a mantener la cordura antes de la exhumación. Después de eso no he recibido atención psicológica del Estado. Tengo una niña de diez años y me aferro a ella. Digo que en la medida que yo esté bien, ella estará bien. La cocina también ha sido una buena terapia. Una manera de honrar a nuestros familiares es seguir luchando. Por eso me aferré a mi trabajo. Yo trabajo en un call center, y a veces, entre llamada y llamada, me derrumbaba y me ponía a llorar, pero tocaba respirar profundo y tomar las riendas. Como salvadoreños que somos tenemos que superar las dificultades por los que quedan.

Carolina puso un nacimiento junto a la fotografía de su madre, quien murió por causas naturales, pero fue confundida con una paciente Covid.
Se junta el cansancio, la incertidumbre y toparse con gente insensible. Las personas en redes sociales que atacan y no creen. Piensan que son casos ficticios que uno reporta. Desde que me acerqué a los medios, hubo comentarios de que nos queríamos lucrar de la situación. Hubo burlas, comentarios en los que se burlaban. Cuando lo único que buscábamos era tomar acciones legales para evitar que estas cosas sigan sucediendo.
Estamos durmiendo mejor, aunque pesadillas sí sufro bastante. Pesadillas del día que llegamos a la morgue, pesadillas del día que se hizo la exhumación. Trato de mantenerme ocupada para no pensar cosas tristes, pero es difícil. A pesar de que no es responsabilidad mía, a veces tengo sentimientos de culpa. Y digo: “si quizá yo hubiese tenido los medios económicos para seguir pangando un hospital privado, esto no hubiera pasado”. Ojalá esto sirva para hacer conciencia en las instituciones, que se humanicen un poco más, para no hacer más crítico este momento de perder un familiar.
Yo no soy una persona que guarda rencores. Espero que ellos tengan más cuidado. Quizá voy a sentir más satisfacción el día que me digan que a las personas que mueren por Covid las pueden ver por videollamada. No les puedo decir que me siento 100% reconciliada con ellos porque es inevitable. No puedo sentir empatía con alguien que causó tanto daño, pero sólo les deseo que mejoren, que mejoren sus protocolos”.
Opina