La Procu

No recuerdo a otro nuevo funcionario que haya utilizado la mitad de su tiempo para pedir tantos votos de confianza en su gestión – lástima que no es rifa para entregar ese montón de listas completas-, y la otra mitad para explicar que su procuraduría procurará, como punto urgente, cambiarse el nombre. No sus capacidades; el nombre. Una institución que no llega a fin de mes, y cuyas resoluciones son únicamente morales –con la salvedad de entregarlas en uno de los países más amorales del mundo-, bien podría tener otras aspiraciones, pero la Defensora del Popolo parece ser una entusiasta de la imagen corporativa.

Si fuera solo un tema de título nobiliario –una moda impuesta por el alcalde, convertido en gobernador y elevado hace poco a príncipe pacífico-, pues vaya y pase, pero lo de la señora Procu es distinto. Las instituciones como la Procuraduría funcionan como las alcaldías cuando el residente de turno no alcanza los votos: hay una necesidad de pintar todo de blanco, tapizar después con los nuevos colores partidarios, y borrar de un plumazo todos los antecedentes, cualquier cosa que recuerdo un pasado ajeno.

La señora Procu lo ha dejado bastante claro desde su llegada, diciendo que ella marcará una diferencia y que sí atenderá a las víctimas. La chinita, dirigida en específico a su antecesor en el cargo, es en realidad un alejamiento a la macerada imagen de la Procuraduría como ente defensor de delincuentes, pecadoras que abortan y campesinos resentidos porque le mataron a una docena de familiares durante la guerra.

Está claro que esa imagen, aunque falsa, se ha tomado como verdad para muchos, especialmente para los que piensan que los derechos solo están garantizados para los humanos que van a misa los domingos, compran BigMacs para terminar con la desnutrición infantil y viven en muros libres de grafitis.

Semanas después de su nombramiento, la diferencia ha quedado muy marcada. Digamos que su selección de víctimas no le colaboró. Y eso que el abanico para escoger, en un país donde los muertos por año se cuentan por miles, como las viudas y los huérfanos, era amplio y necesitado. Pudo haber recibido en su oficina a las familias de Caluco que huyen de la violencia de las pandillas; a los jóvenes que sin ser pandilleros son criminalizados y golpeados por soldados y policías que ahora visten como soldados; a Agapito Ruano, el hombre que perdió 15 años de su vida en la cárcel por culpa de un error. El mensaje –quizás- hubiera sido otro.

Pero negativo, dijo la figura. La señora Procuradora recibió, en cambio, a un empresario procesado por corromper al sistema judicial, algo que se escribe rápido pero que huele a lixiviado. No hay ninguna evidencia de que le haya dicho “mi niño” al tomarle la denuncia, pero está claro que con este cambio de timón el espectro de denunciantes será más amplio que los marginados de siempre. El Mudo Montes y Dennis Alas, por ejemplo, ya tienen donde acudir para denunciar que les coartaron su derecho a asociarse. Rodrigo Chávez Palacios, por violarle la correspondencia que usó para enviar fotos de sus trabajos con la sierra. De aquí en adelante cualquier cosa es posible. Hasta el innecesario cambio de nombre.

Qué terificante, diría con su acento italodoreño Beatrice de Carrillo.

 

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