A los especialistas en literatura les tocará ubicarlo en el panteón de los escritores salvadoreños. Para mí, hoy, en el estado de tristeza que me embarga su muerte anunciada, solo puedo pensar en el niño que vivía escondido en el cuerpo del viejo que paseaba por San Salvador. El niño tierno, herido, combativo y, sobre todo, talentoso.
¿Su obra perdurará? Seguramente, pues tenemos gran necesidad de conocedores de técnicas académicas que sean lúdicos. Autores que no tengan miedo de hurgar en el folclor, en la Historia, en su propia psiquis, y traducir con la imaginación lo que allí encuentran y que nos hará a nosotros, lectores, enfocar nuestra mirada en formas insospechadas.
Ricardo y yo fuimos muy amigos desde que lo conocí en España, cuando, en 1970, Roberto Huezo y yo fuimos enviados por Walter Béneke, entonces Ministro de Educación, a buscar profesores para el Bachillerato en Artes. Desde entonces siempre tuvo un puesto en mi mesa y una butaca en mis obras. La vida me quita un amigo.
En las palabras de Shakespeare: “Buenas noches, dulce príncipe, y que coros de ángeles arrullen tu sueño”.
Entrevista a Ricardo Lindo hecha por Secretaría de Cultura.
Foto principal: tomada de Facebook de Ricardo Lindo. |
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