Desplazamiento dictatorial urbano

Así como la desmedida ambición de la humanidad por valerse de los recursos naturales –para generar riquezas en muy pocos– ha dado origen a la destrucción del medio ambiente y el desplazamiento climático, la desmedida ambición del presidente Nayib Bukele por valerse de los recursos inmobiliarios del centro de San Salvador –que también busca generar riquezas en muy pocos– ha dado origen a la destrucción del casco histórico y al desplazamiento dictatorial urbano.

Nayib Bukele es un dictador porque, entre otras muchas cosas, se ha aferrado al poder a pesar de lo que dice la Constitución. Si bien los desplazados por su gobierno no se limitan a las personas desalojadas de sus hogares en el Centro Histórico de San Salvador, es en ese territorio donde la movilización forzada avanza con mayor rapidez.

En menos de un año hemos atestiguado cómo la depredadora ambición de gentrificación del casco histórico capitalino ha ido arrasando, cuadra a cuadra, edificios y estructuras que solían ser los hogares o medios de supervivencia de centenares de salvadoreños que no han visto otra alternativa más que desplazarse al ritmo que marca la «medicina amarga» del presidente.

El proyecto de renovación del Centro Histórico fue presentado como una iniciativa de “modernización” del patrimonio, pero no es más que un ejemplo de cómo el poder puede desdibujar y volver a dibujar las líneas de la ciudad, según los intereses de unos pocos.

La justificación oficial es mejorar la imagen urbana, atraer inversión y revitalizar el turismo, pero detrás de ese “progreso” hay miles de personas que ven su historia y sustento sepultados bajo concreto, pintura y luces.

Lo que Bukele llama “progreso” es, en realidad, un desplazamiento urbano impositivo que privilegia al capital privado por encima de lo público y de los medios de subsistencia de quienes, por generaciones, han hecho del Centro Histórico su hogar y su espacio de trabajo.

Las imágenes publicitarias del “nuevo San Salvador” muestran edificios iluminados y calles limpias, pero lo que ocultan es el costo humano y social de esa transformación.

Los pequeños comerciantes, vendedores ambulantes, artistas y residentes del casco histórico están siendo forzados a abandonar un territorio que, históricamente, ha sido el corazón económico y cultural de aquellos que deben subsistir sin mayor ayuda del gobierno; los mismos que ahora son extintos en lugar de ser ayudados. Los “problemas” en donde no se vean, por favor…

El desplazamiento dictatorial urbano, tal como sucede en San Salvador, va más allá del simple desalojo físico. Es, en realidad, un desarraigo cultural. Estos espacios no son solo edificios que pueden ser reemplazados o mejorados; son lugares que guardan memoria colectiva. Las personas no son objetos que puedan moverse a gusto del interés de nadie; son seres humanos y no un inventario de artilugios que se suben a un camión y se llevan a cualquier bodega para sacarlos de la vista.

Mientras los altos funcionarios del gobierno de Nayib Bukele celebran el “renacimiento” del Centro Histórico, las personas que han sido desalojadas enfrentan una amarga realidad: no se les ofrece una alternativa digna, ni una compensación justa.

El proceso no es respetuoso; es abrupto, violento y deshumanizante. Las imágenes de personas viendo impotentes la destrucción de sus hogares es el reflejo cruel de las decisiones del presidente y los funcionarios que aplauden el nuevo Centro Histórico. Las mismas autoridades que prometen “un futuro mejor” están ignorando que este futuro deja a muchos fuera de cualquier posibilidad de participar en él.

El Centro Histórico, al ritmo que lo impulsa Bukele, se está convirtiendo en una ciudad inaccesible para quienes le han dado vida durante años.

Presidente: la modernización no puede construirse sobre la pena y abandono de quienes ya estaban marginados antes de su plan. El desarrollo urbano no debería ser sinónimo de exclusión, sino de una integración en la que los beneficios sean distribuidos equitativamente, y donde los residentes nativos del espacio que piensan explotar tengan voz y voto. Que no sean denigrados, ignorados o invisibilizados.

El desplazamiento dictatorial urbano es, en esencia, un síntoma de un poder que no escucha ni dialoga; un poder que se cree dueño del espacio público, que privilegia al cemento sobre la gente y que concibe la ciudad histórica como un escaparate para el capital privado.

Al ritmo en que avanza la «medicina amarga», las siguientes imágenes que veremos serán las de un campo de refugiados con los distintos rostros del desplazamiento dictatorial de Nayib Bukele.


  • Marvin Romero es un periodista con ocho años de experiencia en cobertura de temas sociales y de seguridad pública. Master en Desarrollo Territorial. Becario del Centro Internacional para Periodistas (ICFJ) y de la International Women’s Media Foundation (IWMF). Enfoque en narrativas multimedia.

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