“The trials of Gabriel Fernández” o por qué los niños son de todos

«I believe the ultimate evil in this world
is knowing what´s wrong,
seeing what´s wrong
and looking away when you have the power
to make the difference»
— Jon Hatami, The trials of Gabriel Fernández

La nueva serie documental de Netflix –nombrada “The trials of Gabriel Fernández” (“Justicia para Gabriel”, en español)– promete ser el relato más desgarrador en la historia de la plataforma de contenido y, de hecho, sí lo es, en muchos sentidos.

ALERTA SPOILER: la siguiente publicación presenta detalles del argumento de la serie documental “The trials of Gabriel Fernández”, disponible en la plataforma de Netflix.


Desde antes de anunciar la pandemia provocada por el COVID-19, en el mundo suceden cosas terribles, sucesos que no atraen mucho foco por parte de los medios de comunicación. Hemos sido testigos de tiempos en donde lo peor de la humanidad se ve reflejado en cada día de nuestras vidas, donde no estamos seguros ni en la calle, ni en nuestras casas.

Hay sectores que por definición siempre son más vulnerables. Esto hace énfasis en la necesidad de ponerles más atención con el fin de protegerlos. Los niños, por ejemplo, son –o deberían ser– parte de la preocupación de todos. Los niños son vulnerables, pues están en crecimiento y desarrollo. No saben cómo defenderse solos y, en su inocencia, aprenderán a enfrentarse con la violencia del mundo para sobrevivir conforme pase el tiempo. 

La nueva serie documental de Netflix –nombrada “The trials of Gabriel Fernández” (“Justicia para Gabriel”, en español)– promete ser el relato más desgarrador en la historia de la plataforma de contenido y, de hecho, sí lo es, en muchos sentidos.

Gabriel Fernández era un niño de ocho años en 2013. Hijo de migrantes mexicanos avecindados en Palmdale, Los Angeles, a Gabriel nunca lo quisieron, nunca tuvo una oportunidad. Su madre lo abandonó en el hospital el mismo día que nació. Entonces lo recogió uno de sus tíos y, junto a su pareja homosexual, lo criaron hasta los cuatro años. Sin embargo, los abuelos decidieron quitárselos por considerar que un niño no se puede criar en un hogar homosexual. Su madre lo pidió de vuelta cuando Gabriel cumplió siete años, presuntamente, buscando el “wellfare” del Estado, el apoyo económico otorgado para la manutención y el cuidado de los niños. En esa casa vivía el niño con su madre, sus dos hermanos mayores y el novio de la madre. Un mal día, Gabriel entró a urgencias del hospital más cercano debido a un supuesto accidente, una caída.

Horrorizados, los doctores se dieron cuenta de que no sólo había entrado a urgencias a razón de una evidente golpiza, sino que tenía claras señales de maltrato sistemático durante aproximadamente ocho meses. Quemaduras de cigarro, balines incrustados de una pistola de balines, múltiples cicatrices, signos de ahorcamiento, costillas rotas, arena de gato sucia en el estómago, costras en la cabeza y un sinfín de marcas de tortura. El pequeño Gabriel entró en coma y, finalmente, fue desconectado al día siguiente.

Muerto a los ocho años de edad. 

El caso fue ampliamente comunicado en los medios de comunicación. La indignación y el dolor causó un impacto en la comunidad. Los juicios hechos a la madre, Pearl Fernández y al novio de la madre, Isauro Aguirre, fueron motivo de este documental.

El valor de los documentales está, principalmente, en la historia de la vida real que cuentan y en el material extraído de la realidad y editado por los realizadores. En este caso, no sólo desarrollaron la cobertura íntegra de los juicios, sino que obtuvieron entrevistas a personajes relevantes para esta narrativa tan sensible para el espectador. Es crudo porque, si bien muchos documentales sugieren ciertas imágenes, en este caso, se van por la grande y muestran abiertamente imágenes desgarradoras de Gabriel y de su sufrimiento.

Isauro Aguirre fue el autor de la infame golpiza que lo mató y por eso se le juzga en un principio. No hay duda alguna de su autoría en el hecho, pero se alega si se le va a juzgar por homicidio en primer grado (con premeditación, alevosía y ventaja) argumentando los meses de tortura del niño; o en segundo grado, es decir, montó en cólera y se le pasó la mano al momento. De ser hallado culpable en primer grado, eso lo haría acreedor a la pena de muerte. La madre, a su vez, es juzgada por obvias razones: por haberlo permitido. 

Sin embargo, la serie no se trata solamente de la responsabilidad de los adultos en casa sino de dónde estaba el Estado mientras todo eso le sucedía a Gabriel. Se acusa también a cuatro trabajadores sociales que fueron a hacer visitas a esa casa durante ese periodo de tiempo por no cumplir cabalmente con su trabajo y ser negligentes al no percatarse de las claras señales de maltrato. Se denuncia que la oficina encargada de estas problemáticas es muy secreta. No participan en este documental y, sin embargo, se manejan alrededor del principio conservador de la estructura familiar consanguínea. Entonces, si Gabriel vivía con su madre, no era un caso que ameritara especial atención de su parte.

El cineasta Brian Knappenberger investiga la trágica muerte de un niño de California de ocho años que sufrió abusos horribles por parte de su madre y el novio de su madre. El documental de Netflix muestra, además, los sistemas fracturados y complejos que no pudieron protegerlo.

El documental habla también de los oficiales de policía del departamento correspondiente que acudieron al mismo domicilio atendiendo reportes de los vecinos y que también fueron negligentes al no revisar el caso adecuadamente. 

Gabriel Fernández no sólo era torturado y maltratado físicamente, sino también era encerrado en un gabinete de la cocina con un espacio menor a un metro cuadrado, esposado, vendado y sin alimentación; además de habérsele tirado los dientes con un bate de béisbol.

Dentro de los entrevistados para la serie, se cuentan varios familiares de Gabriel, su maestra de la escuela, compañeros de clases, jurados del juicio, médicos, enfermeras, testigos presenciales y periodistas. Estos últimos jugaron un papel clave para hacer del conocimiento de la opinión pública el caso. Una segunda línea narrativa la encabeza el fiscal del caso, Jon Hatami, hijo también de migrantes y víctima de algún tipo de abuso infantil en un grado mucho menor.

«Lo más terrorífico del documental es darse cuenta del número de veces y de personas que pudieron convertirse en una oportunidad para Gabriel de salir del infierno»

 

Si bien a todos les resulta muy doloroso; ninguno de sus familiares fueron a rescatarlo de las garras de su desnaturalizada madre; ninguno de los vecinos se hizo cargo de que la policía hiciera su trabajo; la maestra de la escuela no logró llevárselo ningún día para denunciar el estado en el que el niño asistía en múltiples ocasiones a clases; ningún padre de familia notó que sus hijos tuvieran un compañero que necesitaba ayuda desesperadamente. El interés de las personas alrededor de Gabriel nunca fue lo suficientemente poderoso para actuar drásticamente ante la posibilidad de salvar su vida. Es aquí donde los niños deberían ser de todos y saber que estar al pendiente del otro podría llegar a ser una decisión de vida o muerte. 

En una estructura legal que supuestamente es tan estricta como la de Estados Unidos, ¿cómo es posible que Palmdale sea este barrio de nadie adonde la justicia no llega? Podría tratarse incluso de un fenómeno racial, teniendo en cuenta que la mayoría de los vecinos de Palmdale son migrantes mexicanos y con el estigma de manejarse con hábitos civiles cuestionables. La autoridad prefiere ignorar las cosas sucediendo en estos barrios por temor o por indicación. 

En teoría, este tipo de contenidos invitan a la reflexión, a pensar más allá de nuestra realidad más inmediata, a poner atención en las cosas verdaderamente importantes. Sin embargo, al final, si bien los culpables reciben la condena esperada, nos damos cuenta de que no hemos aprendido nada. Se repite el mismo caso con otro niño del mismo barrio en circunstancias cruentamente similares. 

El de este documental no es un contenido fácil de mirar ni de apreciar. Independientemente del gran trabajo del director, Brian Knappenberger (autor de osados documentales como “We Are Legion”, sobre Anonymous; o “The Internet´s Own Boy: Aaron Swartz”), no tiene el propósito de disfrutarse o de gozar, porque si se tiene un poco de humanidad, se sufre con esta historia. El trabajo tiene el propósito de mover, de impactar, de abrir los ojos ante una realidad que habita entre nosotros, y que, por comodidad o ignorancia, preferimos no observar. 

¿Qué le pasa a la humanidad? ¿Por qué llegamos a límites tan voraces? La pandemia será el menor de los problemas cuando se termine y nos demos cuenta de que al final, seguimos viviendo con nosotros mismos. Ojalá la solidaridad y la conciencia se nos hicieran hábitos y entendiéramos el estado de emergencia más allá de nuestras pantallas. 

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