Una bruja colombiana que viaja en el tiempo se abre camino en Netflix. “Siempre bruja” tiene todo para ganar el bingo social del momento: diversidad, magia, millennials y una afroamericana carismática. Pero no es suficiente para una serie que no sabe si apostarle seriamente a la confrontación cultural o bailar alrededor de ella.
[Alerta spoiler: la siguiente reseña revela detalles sobre la serie “Siempre bruja”, que se transmite en Netflix]
La representación cultural de poblaciones históricamente excluidas ya no es una opción peculiar para el entretenimiento; es la conversación cultural del momento. Y el público –especialmente los más jóvenes– busca medios a través de los cuales extender sus reflexiones y hacer activismo pop.
En este contexto, Netflix ofrece una nueva serie latinoamericana llamada “Siempre Bruja”, como una respuesta a la demanda de narrativas con protagonistas mujeres y diversas. Aunque resulta entretenida y un festín para los ojos, falla en dirigir la conversación hacia sus temas más profundos, pues permanece dividida siempre entre la crítica obvia y el sentimentalismo.
La sinopsis de la serie es la siguiente:
«Cartagena, Colombia. ¿Qué es lo peor que una esclava de raza negra podría hacer en pleno siglo catorce? ¿Ser bruja? ¿Enamorarse de un hombre criollo? Carmen Eguiluz (Angely Gaviria) no pudo decidirse y terminó encarcelada por ambas. ¿Qué ocurre con su novio Cristóbal (Lenard Vanderaa)? Probablemente esté muerto. Mientras Aldemar (Luis Fernando Hoyos), el hechicero encerrado en la celda de a lado, le ofrece un trato para volver en el tiempo antes de todo este desastre: viajar al futuro con una gema y encontrar a una discípula suya. El futuro tampoco le es tan amigable. Entender cómo usar computadoras, estar bajo la amenaza de un misterioso asesino de mujeres y esconder su magia es de todo, menos sencillo»
Hay que mencionar lo más obvio: una mujer joven afrodescendiente en un papel no solo protagónico, sino reivindicativo es lo máximo. Aunque Angely Gaviria no siempre tiene el rango necesario para los momentos más sutiles, escurre carisma y brilla más en los momentos decisivos. Nadie ni nada opaca su papel. Su Carmen sacude lo que le rodea con la fuerza de sus orígenes, pero no es reducida a un estereotipo limitado por ellos. Es ingenua, pero no estúpida. Empoderada por nadie más que ella misma, el desarrollo de su carácter es natural y emocionante.
“Siempre bruja” está inspirada en el libro del mismo nombre escrito por Isidora Chacón, pero se toma libertades divertidas, de esas que piden a gritos hacer palomitas de maíz y prepararse para el caos.
A veces el corazón solo quiere ver una bruja afrodescendiente ganar batallas de hechicería mientras trata de entender cómo funciona un smartphone.
La duda que cabe es si una serie producida en Latinoamérica tiene la capacidad de sostener estos giros de forma profesional y cautivadora, si alcanza el nivel suficiente para satisfacer a una audiencia internacional.
La respuesta es que sí… hasta cierto punto. La trama de “Siempre bruja” es simpática y tiene espacio para todo tipo de situaciones fuera de lo común. La producción de Caracol, potencia audiovisual colombiana, es ambiciosa, aún si resulta evidente que para algunas escenas el presupuesto fue limitado. Aquí es donde todo empieza a tambalear. No hay una definición clara entre el gran drama o la telenovela excelente. Esta indecisión es el tiro de gracia de un universo con el potencial suficiente para volverse un monstruo.
Presentar el asesinato de mujeres como una metáfora sutil sobre el patriarcado y a una hechicera cuya magia reside en el respeto a sus orígenes y el orgullo de ser quien es (¡una justiciera!) resulta muy atinado en el contexto actual. Plantear la realización profesional de la mujer como magia en acción es un detalle poético. Todos los temas en la mesa de discusión están ahí de manera orgánica para el espectador. Por eso es tan molesto cuando Carmen o cualquiera de sus amigos sueltan una moralina sobre cosas tan predecibles como la honestidad o las redes sociales. O cuando hay una discusión en el aire sobre el misticismo y la ciencia que lleva a literalmente nada, porque nunca se vuelve a discutir. ¿Es la confrontación cultural de la serie un accesorio chic o su martillo de batalla? Porque ninguna de las dos está mal, pero si una no es más fuerte que la otra las inconsistencias en el argumento son muy difíciles de perdonar.
Toda Latinoamérica tiene problemas con el primo callado del racismo: el colorismo. Las sociedades latinas no puedan decir, sin mentir, que tener una complexión más clara no constituye una ventaja.
Queda precioso ver a una Colombia multirracial, pero es sorprendente que para la cantidad de cosas cliché que Carmen tiene para decir al respecto en el pasado, no tenga nada que decir respecto al tema de raza en el futuro. Que todo vaya de maravilla y esté resuelto. Que este sea el tiempo más feliz. ¿A los productores colombianos de esta serie no les llegó la noticia? Si vivimos en un momento donde el color de piel ha vuelto a ser relevante de la manera más negativa es este. De nuevo, el compromiso es a medias.
Ahora, con las relaciones. Una bruja poderosa como Carmen debería tener como objeto de su afecto, cuando menos, a un hombre con carácter. La serie la coloca en un triángulo con dos hombres blancos tan irrelevantes como un par de fideos aguados. Ninguno de los amoríos de absolutamente nadie es importante o memorable. Para una historia cuyo motor es el amor, nadie parece recordar que los sentimientos dependen de la sustancia para sobrevivir.
Habiendo dicho todo eso, ¿hay algo rescatable que ver? Mucho. Lo que las actuaciones del elenco no logran en profundidad, lo compensan en simpatía. El mundo mágico y su lógica caprichosa maravillan lo suficiente como para dejar pasar los momentos más tontos y menos inspirados. La robustez de las motivaciones individuales que Carmen no se intimida a expresar ponen a cualquier espectador de su lado. La nostalgia es genuina y empapa la dirección de arte, creando universos visuales bellísimos, si bien no tan exactos para cada época.
El humor, de hecho, es gracioso, por descomplicado –Jhoni Ki, interpretado por Dylan Fuentes, se lleva todos los aplausos aquí–. La serie se puede devorar en un fin de semana sin sentir que se está soportando el terminarla, siempre y cuando no se espere demasiado de ella.
El entretenimiento latinoamericano de calidad no debería ser, a estas alturas, una exigencia injusta. Claro, eso no significa que calidad sea sinónimo de oscuro o denso. Series como “Siempre bruja” deben decidir si quieren ser activismo audiovisual o entretenimiento con sensibilidad política.
En cualquiera de las dos canchas le iría muy bien. Sería atrevido declarar que “Siempre bruja” es excelente… pero no es tan mala. Lo que le falta es una intención clara.
Ningún hechizo tiene poder si no se ejecuta con autoridad. Por más adornos que ocupe, revela su falta de carácter a la distancia. Los espectadores latinos quieren ser encantados, pero “Siempre bruja” lo logra por un breve instante. Va siendo hora de que los servicios de streaming dejen de doblarse a las profecías de los algoritmos y permitan que el potencial de sus producciones originales florezca. El riesgo es grande, pero paga: que una serie perdure en el tiempo no es nada menos que magia.
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