Si todos nos dicen lo mismo, ¿Cómo podría ser mentira?

“¿Por qué creemos cosas que son obviamente falsas?, preguntaron Philip Fernbach y Steve Sloman en un artículo del New York Times. Porque pocas cosas en este mundo son realmente obvias. La gran mayoría de nuestras certezas están mediadas por sujetos, comunidades e instituciones en las que confiamos” , Natalia Aruguete (2020).

Para entender cómo funcionan las redes sociales es necesario navegar por diferentes disciplinas de forma simultánea: ver encuadres de la comunicación política, analizar cómo se difunden las preferencias sociales y explorar cómo se propaga la información desde la estadística. Esto último es el gran trabajo periodístico publicado por Melissa Paises y Gloria Olivares en el texto “Los evangelistas de Bukele” y que me motivó a hacer esta columna; que bien podría parecer una clase; sin embargo, la autora apela a la buena disposición del lector para darse la oportunidad de leerla. 

Algunos conceptos como “cajas de resonancia”, “información engañosa”, “desinformación” plantean grandes problemas de compresión del cómo y el por qué funcionan tanto en un entorno de una aparente democratización y libertad de la información. Digo aparente, porque la forma en que circula el contenido en redes es casi siempre polarizada, afectando las decisiones políticas de los usuarios. No quiero que se malinterprete, las redes sociales han propiciado lógicas de organización colectiva que forjan una comunicación horizontal de tipo democrática, casos como #ProhibidoOlvidarSv o #El15Marchamos, por recordar algunas de tipo nacional, o #MeToo y #Yosoy132 a nivel internacional son excelentes ejemplos de acción colectiva. 

Pero, así como existen las acciones colectivas en las redes, también asistimos a formas organizadas de la violencia bajo mecanismos que favorecen la propagación del conflicto y la polarización, desinformación e información falsa o engañosa. Gracias a la investigación periodística citada sabemos que hay herramientas discursivas como sacar de contexto ciertas temáticas o frases, narraciones en off, inventar citas, exagerar, descontextualizar y titulares clickbait que promueven escenarios falsos. En palabras sencillas, tenemos un aparato comunicacional que nos miente de una manera constante y reiterada a cada momento del día y que tiene como objetivo desacreditar y atacar cualquier discurso que no esté alineado con el oficialismo. Hasta aquí, nada nuevo.

Pero, ¿cómo funcionan estos mecanismos y por qué son tan efectivos en su papel desinformador? Existen tres procesos para explicarlo: la atención selectiva, la activación en cascada y los elementos de encuadre. Si bien el análisis de estos elementos podría llenar un libro, intentaré hacerlo en unos pocos párrafos para luego, decir ¿por qué este tipo de “evangelistas de Bukele”, como lo llaman las periodistas, son tan nocivos para la sociedad?

Hago esto no desde un carácter periodístico, sino desde una postura académica para explicar un fenómeno y por qué es importante el trabajo que se hace con estas investigaciones. 

Las redes sociales se han convertido en la principal vía de acceso a noticias y es la forma más habitual de informarse y acceder a noticias; dicha información está presentada como encuadres que son una especie de marco, como cuando enfocamos una cámara y elegimos qué queremos que salga en una fotografía de todo un paisaje posible. La coherencia de esos encuadres depende de muchos factores uno de ellos es la autoridad política; pero, también depende de elementos más fluctuantes como la decisión que tenemos los usuarios de compartir o de ignorar cierto contenido. 

Es ahí donde entra el primer proceso: la atención selectiva. Si conectamos con un tema es más probable que compartamos contenido con el que tenemos afinidad ideológica y social. Por ejemplo, si nos gustan los gatos no dudaremos quizá, en compartir gatitos divertidos por todas nuestras redes y esas redes crearán un algoritmo para que nosotros sigamos viendo cada cierto tiempo, videos, memes o fotografías con ese contenido; y lo mismo y a mayor escala pasa con temas de tipo político. 

Esto pasa porque cada persona procesa información que le resulta cognitivamente congruente (“nos suena”, “nos llama”) pero también está la de tipo disonante (“no nos suena”, “no nos llama”). El humor, la sátira y el performance que usan los youtubers son excelentes para moldear esa información cognitivamente congruente. Esto se debe a que hay un proceso fisiológico (corteza prefrontal y sistema límbico) que se estimula a partir del humor asociándolos a emociones positivas; y, a nivel cognitivo y emocional todo lo que sea incongruente, inesperado y lúdico vencerá la resistencia y nos pondrá en modo juego y que propicia ver una y otra vez contenidos que nos dan cierto agrado.

La activación en cascada que es el segundo proceso al que estamos expuestos va mucho más allá de lo que nos gusta o no nos gusta, está estrechamente relacionada con a quiénes seguimos y quiénes son nuestros contactos y lo que a ellos les gusta o no les gusta. Cuando nosotros habilitamos un contenido (damos like o retuiteamos) eso aparece en el muro o TL de nuestros contactos, y lo mimos sucede cuando ellos lo hacen: aparece en nuestro muro; con eso, lo que se crea es una modificación en la frecuencia y la velocidad en que los contenidos circulan. 

Por eso los troles o actores como ciertos youtubers son tan necesarios en escenarios políticos. Porque la información fluye con mayor facilidad en redes densamente conectadas, es decir, las que tienen más usuarios congruentes con su ideología (muchos troles tuiteando entre sí y dándose like). Y, por el contrario, se apaga en redes poco conectadas o con usuarios disonantes. 

¿Qué pasa entonces con los troles? Algo que se llama indexing: muchas voces (usuarios) que están hablando de un tema hacen que otros usuarios se vayan circunscribiendo a ese tema y comiencen a participar, acrecentando cada vez más una temática y muchas veces, dicha temática es desinformativa, una noticia falsa o una descontextualización. Como ya se comprobó en la investigación periodística referida. 

Una vez se han habilitado contenidos en nuestro muro, pasa el tercer proceso. Los elementos de encuadre que es una combinación de todos esos contenidos habilitados (los que seguimos nosotros y los que nuestros contactos y sus contactos y, los contactos de sus contactos, siguen). Esos contenidos nos hacen interpretar o evaluar, por muy sencillo o mecánico que sea el proceso. Entonces, de manera conjunta, la atención selectiva filtra el tipo de información, la activación en cascada interconecta contenidos y los elementos de encuadre ayudan a interpretar un evento. 

Cuánto más lejos estamos de la evidencia, porque no tenemos -por ejemplo- acceso a información pública, más vamos a depender de las creencias colectivas, como en el caso de los troles, los youtubers o el aparato propagandístico estatal que nos dice lo que les conviene que sepamos; la lógica es “Si todos nos dicen lo mismo, ¿por qué sería mentira?” lo que describe algo que pasa en la sociedad salvadoreñas, y en otras más: hay una distancia entre creencias y certezas, entre lo que afirmamos saber y aquello que realmente sabemos. El “sólo sé que no sé nada” socrático ahora se reemplaza por el muy aristotélico “Lo dicen los youtubers”. 

Y mientras más nos alejamos de nuestros contactos, más quedamos expuestos a encuadres un tanto disímiles con los que no estamos de acuerdo, y eso no necesariamente cambiará nuestras creencias, pero sí pueden alterar la percepción que tenemos de ellos. Por esa razón las redes pueden incrementar la polarización afectando las decisiones políticas aun cuando no modifiquemos nuestras preferencias ideológicas. 

Este tipo de troles y youtubers hacen la función de “preactivar” que en comunicación política significa “preparar a un sujeto para que sea sensible a ciertos argumentos”, así las personas son preactivadas por todos estos discursos de desinformación, noticias falsas y posturas de apoyo al gobierno, no como inyecciones que son inoculadas en el cerebro, cual película gore; no, los contenidos que son preactivados ya están alojados en la mente de las personas en el universo de lo plausible. De esa manera, aceptamos la evidencia que sostiene nuestras conclusiones sobre algo y descartamos aquellas que las contradigan. Este tipo de función mental se llama razonamiento motivado y no es una excusa de por qué actuamos como actuamos cínicamente; por supuesto que no, sino que es la búsqueda para encontrar el camino más corto para obtener una respuesta que se ajuste a nuestros prejuicios cuando la información es escasa o inexacta, el sesgo nos hace dar crédito a lo que confirma nuestras creencias. 

Todo esto se une a la actitud política autoritaria que caracteriza a algunos gobiernos de corte populista que se basan en emitir enunciados, muchas veces falsos, para producir daño a sus oponentes y financiar de manera deliberativa, grupos que propaguen actos de violencia comunicacional. Un trol no tiene por objetivo que se entienda el contenido literal de los mensajes, su objetivo es callar al oponente evitando que el mensaje del “otro” siga circulando en la red y de ese modo, los temas de discusión que no favorecen a la comunidad de pertenencia del trol desaparecen del espacio público. Ahora suena más lógico la conveniencia que tiene que pensemos “Si todos nos dicen lo mismo, ¿por qué sería mentira?”

Es verdad que cada usuario hace su propia red, pero no es su propio arbitro en este juego de la información. Por eso es que este tipo de mecanismos de control que incluye a youtubers, muchas veces pagados por gobiernos son tan nocivos, porque en lugar de ser actores que democraticen la información se trata de decisiones políticas de usar y expandir información falsa o tendenciosa como una forma sutil de violencia.
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Bonini, T, y Trere, E. (2024). Algorithms of Resistance: The Everyday Fight against Platform Power. MIT Press.

Calvo, E., y Aruguete, N. (2020). Fake news, trols y otros encantos: Cómo funcionan (para bien y para mal) las redes sociales. Siglo XXI Editores.

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*Alexia Ávalos es salvadoreña residente en México. Doctorante en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco bajo la línea de investigación “Comunicación y Política”. Maestra en Estudios de la Cultura y la Comunicación y especialista en Estudios de Opinión “Monitoreo de la agenda pública y medios de comunicación”.

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