La fórmula de la banda de amigos sigue pegando tres décadas después

Juntar tres, cuatro, cinco talentos y convertirlos en la entidad que va a ser el corazón de una serie o película requiere de buen ojo. El grupo de los cuatro amigos de Stranger Things tiene buena onda. Pega. Cada quien con sus problemas, con sus temores y sus conquistas muy particulares. Están para que los seguidores de la serie se identifiquen con cualquiera de ellos, incluso pueden servir de referente de cualquier banda de cheros de hoy, de la década pasada, de los noventa o de los propios ochenta. Matt y Ross Duffer, los creadores de la serie, usaron este ingrediente justo a la medida y de allí en adelante todo ha sido éxito.

[¡Alerta de Spoiler!]


Will, Dustin, Lucas y Mike son cuatro pubertos marginados por sus compañeros de clase en la escuela. Son nerds. Son amigos. En sus bicicletas pedalean por las calles de un pueblito cualquiera de Estados Unidos en los principios de los años ochenta. Al pueblito podemos llamarlo Hawkins, clavado justo en el condado midwestern de Roane, en el estado de Indiana, uno de esos lugares a los que les encaja perfecto el cliché: donde nunca pasa nada.

Los hermanos Duffer crearon el universo de esta serie y en medio se les ocurrió colocar a los cuatro amigos, al mejor estilo ochentero de películas como Los Goonies y Stand By Me, y con referencias inequívocas a los amigos de E.T.  —¿ya cayeron en la cuenta de que Eleven en Stranger Things es el equivalente al Extraterrestre?— y de It —de principios de los noventa— y hasta grupos de amigos adultos como Los Cazafantasmas. Es decir, los Duffer recurrieron a una fórmula preconcebida que tuvo mucho éxito décadas atrás. Y al parecer a las nuevas generaciones, de forma extraña, les ha caído bien.

Una amiga de veintitantos años recién me comentó que está encantada con la serie. Yo, apenas recién entrado en los cuarenta, le empecé a comentar sobre las decenas de guiños a películas y música que la serie pone casi como para jugar a identificar a quiénes hacen referencia. La respuesta a mis comentarios fue, luego de un silencio, que ella no sabía ni jota de lo que yo le estaba hablando. Que en los ochenta ni siquiera había nacido. Me quedé con eso y con una promesa ligera de acompañarla a ver—por primera vez para ella— Pretty In Pink, a la que se hace una pequeña referencia en el final de esta segunda temporada.

Aplausos para los Duffer: han creado una serie de televisión ubicada en los años ochenta que puede llegar a ser muy simpática hasta para quienes no saben mucho de la cultura pop estadounidense de esa década.

Volviendo a los amigos, la ambivalencia de Will (Noah Schnapp), Dustin (Gaten Matarazzo), Lucas (Caleb McLaughlin) y Mike (Finn Wolfhard) es que son personajes que en lo individual tienen una historia conmovedora con sus compañeros, con su familia, con sus fantasías y primeros enamoramientos. Pero la magia que logran los Duffer es que al juntarlos se convierten en el protagonista de la serie. Un protagonista, por cierto, bastante ausente: Will pasa casi toda la primera temporada atrapado en la otra dimensión y en la segunda desde el tercero o cuarto capítulo lo volvemos a perder cuando es poseído por el malo de la historia.

Y si bien en la primera temporada pudimos ver juntos a los otros tres amigos por más tiempo, la línea que lleva la historia en esta segunda temporada los separa por completo. Cada cual por su lado: Will en su onda inconclusa con la otra dimensión; Dustin criando sin saberlo a un perro de demogorgón; Lucas enamorando a Mad Max —todo un pillo— y Mike, más adelantado que Lucas, saboreando la amarga depresión por haber perdido a su Eleven.

La dirección de la serie tuvo a bien colocarle una especie de carnada a los amigos inseparables: Mad Max. La chica californiana aparece como una preadolescente Yoko Ono dentro del cuarteto de Hawkins. Mike, de entrada, no quiere que sea parte del grupo. Suficiente tuvo ya con Eleven, ¿no? Will no puede opinar sobre Mad Max porque tiene su propio drama con el Azotador de Mentes. Quienes pueden llegar a tener un punto de quiebre en su amistad más adelante podrían ser Lucas y Dustin. No será la primera vez que en un drama de cine y televisión la amistad se termine por una tercera persona, sea un hombre o una mujer.

Pero Mad Max va más allá de ser una manzana de la discordia entre los amigos que nunca se mienten, su caracterización y puesta en escena la hacen un personaje potente en la historia. De hecho, se nos presenta no solo como la chica por la que babean Lucas y Dustin, sino como la power girl llena de misterios que quieren conocer. Mad Max, aunque Mike la rechace, es el poder femenino dentro del club de hombres. Claro, hasta que aparece la reina del poder, Eleven –she’s our friend and she’s crazy– a volver a ocupar  su sitio.

Los Duffer procuraron en todo caso que aunque la historia esté basada en un pueblito estadounidense de principios de los años ochenta, valores muy fuertes en el presente como la igualdad de género -mucho menos arraigados en aquellos días- tenga una presencia fuerte a lo largo de la historia. Y no es para extrañarse, precisamente los ochenta fueron los últimos años de la llamada segunda oleada feminista  en Estados Unidos, que dejó saldos positivos para las mujeres como una mayor independencia y libertad sexual plasmadas en leyes estatales y reproducidas en la cultura pop del cine -Sarah Connor en Terminator, Ripley en Alien, la Princesa Leia de Star Wars- y la música -Madonna, Cindy Lauper, The Bangles, Joan Jett & The Blackhearts-.

Y con todo este equipaje, así asistimos entonces a ver qué pasa con la banda de los cuatro nerds, alrededor de quienes gira la historia, y aplaudimos cuando al acercarnos al final vuelven a juntarse. ¿Quién no se alegra de reencontrarse con los amigos? Vemos otra vez la química, vuelve la emoción, surgen momentos graciosos a pesar del peligro que están viviendo y el gran protagonista de la serie, los cuatro amigos juntos, se suman a la línea trepidante de la historia que lleva a un final, sí, de película. De película ochentera.

La lealtad es un principio muy importante que mantienen intacto los cuatro. Hay pasajes en varios capítulos que son para decir: hasta aquí llegó la amistad o en cualquier ratito se van a ir a los puños. ¿Quién no se ha peleado alguna vez con un amigo? La actitud pacífica de Dustin hacia la escena en la que ve que su platónica Mad Max se va con Lucas es casi inverosímil, por ejemplo. En un caso así, cualquiera revienta o hace un show en plena fiesta. Los Duffer han logrado sobrevivir a esos momentos incómodos en la relación de amistad de sus personajes.

Quizás sea muy temprano para augurar grandes futuros para estos niños. Pero al menos Wolfhard ya filmó una película de buen rodaje como la nueva versión de It y Matarazzo se ha vuelto todo un farandulero. Van juntos a la mayoría de entrevistas de revistas y televisión. Y es que, pues sí, lo dicho: los cuatro juntos son el protagonista de la serie. Será de esperar para ver qué oportunidades toman en el mundillo hollywoodense y, también, ver que no vayan a sucumbir luego a los excesos de la fama.

El tiempo va en su contra: Stranger Things, si quiere ser recordada como una serie poderosa en todas sus áreas, debe llegar a un desenlace pronto. Va a ser demasiado extraño que la serie siga teniendo al mismo enemigo por diez temporadas más o que a Eleven, quien ya conoció a su hermana 008, se le empiecen a unir, cual X-Men, los supuestos 01, 02, 03…

Por hoy, a esta serie le pongo un 010.

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