Aquel regreso de Caifanes (v.2.0)

[El siguiente escrito apareció publicado originalmente en La Prensa Gráfica el 25 de Abril de 2011, como parte de la cobertura del concierto que Caifanes ofreció en el Vive Latino de ese año y que constituyó su regreso oficial a la escena musical, después de 15 años de separación. La presente actualización incluye además hechos ocurridos en los últimos cuatro años]


Siempre lo recuerdo, fue antes y después de que los olvidaran y que hicieran historia. Aquella vez, como quien espera abril, los cinco miembros originales de Caifanes decidieron unir su talento y asfixiar sus diferencias para ofrecer uno de los conciertos emotivo como pocos. Del estallido de una célula fragmentada volvió la unión, la madurez, el éxito y la ratificación de cinco dioses que por quince años permanecieron ocultos. Aquello duraría así por tres años más…

Pero quisiera retroceder en sombras del tiempo que, si no fuera por la música, seguro estaría perdido.

En día cualquiera de 1990 y voy en bus rumbo a Chinameca, bastión sagrado de San Miguel y enemigo íntimo del mellizo Jucuapa, versión usuluteca de Caín. La dinámica es harta conocida: puntual y refrescante, como el viaje ruidoso de la atolondrada manada de pericos verdes cada atardecer, así también la vacación de fin de año abre el pórtico de la jaula escolar. Y como no ha nacido quien ensille a este potro, en la humareda del bus queda la preocupación de una madre refugiada en la estela de su propia madre, una abuela que afortunadamente resulta ser la mía.

A estas alturas de la vida, con trece años bien versados en las costuras de la Zacamil, ya conozco bien el camino a oriente: las rigüas en el desvío a San Vicente, los chorizos en Cojute, el rebotar de las semillas jocotes cuando chocan sobre el pavimento calaceado y el aroma del mango sazón que las vendedoras asoman por las ventanas. El fresco de chan, el calor perro, los zopilotes giratorios y el temor a los infaltables retenes militares. Hay guerra, pero es amorfa. A diferencia de los reclutamientos. Esos sí me dan miedo.

Voy algo agüitado, porque en Chinameca no hay amigos. Hay familia, sí. Hay colchones que se pegan a las paredes en las noches ruidosas de lluvia de plomo. Y hay semitas –distintas a las del resto del país– de las que me vuelvo adicto. Pero dos meses ahí se me hacen muy largos. Pronto me aburro y pelotear con la pared de barro deja de ser opción. Menos mal en la mochila traje lo que siempre me rescata en el capullo puberto pre-adolescente: una colección exigua de cassettes curativos. Y no sé porqué, pero esta vacación me está pasando algo muy extraño. Invierto largos períodos del día acostado en una hamaca, comiendo cada vez más semitas (nunca engordando) y extirpando los demonios de una vieja grabadora SANYO. Ajá, la misma marca que patrocina al Águila… Y me enfrasco en la rutina de darle play al cassette con el cartoncito amarillo de Sonido Mágico que dice “Caifanes”, el mismo que mi tía Lissette insiste en que lo ponga de nuevo, pero solo el Lado A, porque ahí viene esa cumbia de “La negra tomasa” que tanto le gusta.

Héme aquí, en este período de composición del mundo adolescente, en el que me pregunto cosas tan vitales como: ¿porqué alguien se alarma tanto por perder un ojo de venado? Y ya entrados en curiosidad: ¿quién es tan sádico como para arrancarle los ojos a un pobre venadito? ¿Por qué este tipo quiere que lo maten si ya está que se muere? ¿Será cierto eso que de noche todos los gatos son pardos?

Tía Lissette: ¿”pardo” es así como “zarco” verdad? Es que estos Caifanes son extraños. No como los Enanitos Verdes, que hablan de cosas más sencillas de entender, aún con ese nombre.

Y así, día tras día, tarde tras tarde, noche tras noche o los tres platos completos. Amarrándome a una escoba y volando lejos, entendiendo que hay algo adictivo en medio de ese sonido afilado que recae constantemente en lo fúnebre. ¡Bienvenido a la filosofía del Frutsi ¿Será que solo somos sombras en tiempos perdidos? ¿Será que me estoy volviendo loco? Estos tipos me dicen que la vida no es eterna. Yo apenas tengo casi 14 años. ¿Será que ya necesito electro-shocks? No lo creo. Solo es que ellos consumen drogas y yo… semitas. Además, soy fácilmente influenciable.

Será por eso…

♠♣♥♦

Caifanes es considerado por muchas personas como la banda más importante de la historia del rock hecho en México. Foto cortesía de OCESA.

Caifanes es considerado por muchas personas como la banda más importante de la historia del rock hecho en México. Foto cortesía de OCESA.

Nos vamos juntos tres años más atrás, a 1987, cuando México DF era un feto abortado por la relación extra marital entre un terremoto y una mascota futbolera llamada Pique. Y de las cloacas más profundas, de los hoyos fonquis, de la ultratumba del smog, cuatro tipos de imagen tenebrosa, con peinados inspirados en “El bello durmiente” (de Tin-Tan), buscaban venderle a un ejecutivo de CBS la idea de que 1987 era el año en que sus canciones cautivarían a las masas, que Caifanes podría vender tanto como Ivonne, Ilse y Mimí. Pero la respuesta del ejecutivo resulto ser aún más tenebrosa:

“En CBS intentamos vender discos, no ataúdes”.

Y como exacta es la matemática: los ejecutivos de las disqueras son (y fueron) ‘pendejos do nascimento’. En los vagones que de Balderas conducen a Insurgentes crecía el rugido del underground. Era un rugido tan grande que impulsó a otra disquera más arriesgada (Ariola) a organizar un concierto (de teloneros de Miguel Mateos) en el que secretamente medirían la popularidad de sus dos candidatos locales a ser producidos seriamente para grabarles un LP completo: o bien era Neón con su “Juegos de amor”; o Caifanes con su “Mátenme porque me muero”. Y desafiando al sentido común de la putrefacción mercado-ilógica musical… ganó Caifanes, que terminó produciendo con Cachorro López el primer disco de la banda. Nunca se sabrá, pero si en ese concierto el veredicto del César hubiera sido otro, quizás la historia del rock mexicano hubiera transitado por veredas más espinosas.

“Abrimos con ‘Será por eso’ y recuerdo que volteé a ver a Sabo, como preguntándole, sorprendido, qué está pasando. Recuerdo que se me acercó y me dijo: ‘¡Pues cántale! ¡Órale! ¡No se me distraiga!”, relata de esa noche Saúl Hernández, pues lo que ocurría era que todo el público estaba ya cantando la canción, sin que existiera todavía un disco que lo soportara.

Y la bomba explota. Su mecha era la aguja de un tocadiscos. Caifanes comienza a mutar hacia un átomo incomprensible, tal y como lo detalla el célebre escritor psicotrópico Xavier Velasco (amigo íntimo de Saúl Hernández) en el libro ‘Una banda nombrada Caifanes’:

“Improvisan. Han creado un lenguaje privado que les permite excesos como el de componer una canción mientras prueban el sonido, y estrenarla esa misma noche. Hacen canciones de aullidos, se clavan, se aislan de todo lo que no sea sentir y saber que están tocando y que no hay nada mejor que puedan hacer. No saben qué es lo que están aprendiendo ni para qué sirve; sólo se dejan ir sin preguntar, el placer sólo se explica a través del placer y ninguno tiene tiempo para perderlo haciendo preguntas”.

Llega “El diablito” y regresa un hermano pródigo/prodigio: Alejandro Marcovich, quien aporta una rosa plagada de espinas, la pulcritud para ejecutar un sonido maravilloso en seis cuerdas electrificadas y también el horizonte de un formalismo empresarial demasiado democrático, demasiado ajeno a un átomo placenteramente autodestructivo. Todo aquello fue acompañado por un movimiento, un “Rock en tu idioma” que por años se mantuvo reinante. Los discos paridos a futuro venían engatusados con compromisos lastimeros. Y la juventud hizo lo suyo, es decir: todo lo posible porque el torbellino acabara en desastre.

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Más que random, los clics del siguiente álbum fotográfico son muy dolorosos. Son casi sangrientos: Sabo y Alfonso enemistados por vocación; Diego Herrera abandonando la banda e integrando las filas del eterno enemigo (una compañía disquera, BMG), la desintegración del núcleo original, después de haber creado (junto a la impecable producción de Adrian Belew, King Crimson) un disco irrepetible llamado “El Silencio”; Alfonso André y Saúl Hernández, que se abrazan para la portada de “El nervio del volcán”, mientras Marcovich, ausente de abrazos, sabe que ha llegado su momento de brillar, comienza a pensar que ya no es hora de hacer un silencio y no hay espacio para que abra completamente sus alas, al grado que cuando le preguntan qué tiene todavía en común con Saúl, responde, medio en broma, medio en serio: “el esqueleto y la cantidad de cromosomas”; Marusa Reyes, manager de la banda (y luego de Jaguares) impone el régimen en la empresa; la agonía de un 18 de agosto de 1995 en San Luis Potosí; los derechos de un nombre en disputa; el trueno extinguido en la garganta operada de Saúl; el negocio que obliga a Jaguares a aferrarse de la nostalgia que le dio la vida; los golpes a Alejandro Marcovich en un Vive Latino; las acusaciones mutuas; 15 años de silencio.

Mira que la vida no es eterna.

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Por eso no es casual que aquel 9 de abril de 2011 contemplara a 75 mil personas en el Foro Sol. Para tener una idea macabra y apabullante: esa cifra que empalma con el estimado de muertos que dejó la guerra civil en El Salvador. En aquel sábado de abril, en el escenario principal del Festival Vive Latino 2011, solo soy una hormiga más esperando que alguien patee de una buena vez el hormiguero.

¿Cómo pudo gestarse el regreso de la banda más enemistada entre los cuatro jinetes del Apocalipsis del rock en español? Si bien volvieron los Héroes, los Cadillacs y Soda… ¿Porqué era tan imposible que lo hiciera Caifanes? Sería quizás por la percepción  de que en ninguno de esos casos los trapos sucios se habían ventilado tan públicamente como en el caso del jinete mexicano. Los reflectores de la guerra Marcovich-Hernández posiblemente ocultaban que, al comienzo de la historia, en el núcleo de la banda tampoco había muy buena química entre Sabo Romo y Alfonso André. Caifanes siempre fue un rumiante que regurgitaba su misma pasión visceral. Quince años después del estallido, verlos juntos, tocando para las memorias de una generación que cotiza las canas virginales y currículums rechazados en la bolsa del trabajo, es una noticia que sacude las cervicales de un país ya bastante atolondrado. Pero el regreso de Caifanes estuvo impulsado, según narraban los protagonistas hace cuatro años, por los simulacros de la muerte, la misma que inspiró a Saúl a escribir en 1987 “Mátenme porque me muero”, a raíz de la pérdida de su madre.

Sucedió que en Febrero de 2010, mientras ensayaba en Guadalajara con la banda Rostros Ocultos, el bajista Sabo Romo sufrió un infarto al miocardio que, según los reportes médicos, fue ocasionado por el estrés. El músico pudo sobreponerse a la adversidad, no sin antes darle un buen susto a su familia y seres queridos. Cuatro meses más tarde, Alejandro Marcovich presentó ataques epilépticos a causa de un cuadro de cisticercosis. Por 17 días, el músico se sometió a diversos análisis y el cuerpo médico que atendió a Marcovich determinó que tenía un tumor alojado en el cerebro. Hace apenas una semana, en la revista Sin Embargo, Marcovich narró lo delicado de aquel momento:

“Estaba en Kansas por dar un concierto y tenía dos más en Chicago. De pronto me pongo a leer en Internet lo de Gustavo (Cerati) y no lo podía creer. Yo venía de días atrás sino de meses atrás sintiendo cosas raras. Estaba en la computadora y no podía conectar lo que quería escribir con los dedos. Me quedaba en blanco un minuto y luego pasaba. Antes de irme a Kansas me había ido a revisar y el médico me advirtió de mi conducta irregular eléctrica y me dio anticonvulsivos para poder viajar, que a mi regreso haríamos estudios más profundos. En Kansas, cuando me entero de lo de Gustavo, en la habitación de hotel, solo, empiezo a sentir un zumbido en el cerebro, como si de pronto tuviera un millón de abejas en la cabeza. Estaba en el piso 16 del hotel. Me acerqué a la puerta y tuve la precaución de cerrarla para que no me robaran ni la guitarra ni la computadora, lo cual es muy bizarro. Según tú te vas a morir, pero te preocupa que no te roben la guitarra. Toqué el botón del elevador, esperé que llegara, subí, marqué Lobby y de ahí ya no me acuerdo nada más, hasta que desperté en una ambulancia lleno de sangre […] Salí del elevador caminando hacia atrás rumbo al mostrador. Estaba prácticamente inconsciente. Cuando llegué al mostrador me dio una convulsión y caí al suelo y me hice una herida de 10 centímetros. Los médicos gringos me dijeron que tenía un cuerpo extraño en la cabeza y que podía ser un tumor o cisticercos. Hablé con mi esposa, decidimos que regresara a México…”

Para ese entonces, Saúl Hernández estaba en Amsterdam (Holanda) con su familia, cuando recibió algunos correos que le informaban que Alejandro estaba por ingresar al quirófano del Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía “Manuel Velasco Suárez” (I.N.N.N.), en la Ciudad de México.

“Yo no lo sabía. Y me preocupó mucho (…). La vida te da zapes celestiales que te dicen que ‘o reaccionas ahora o…’. Y pues, me dejé zangolotear. Y creo que lo que marcó una decisión de acercarme fue el corazón”, declaró el cantante en entrevista en el programa de Javier Solórzano. Saúl le escribió entonces un correo a Marcovich, un correo tocado por la fortuna, ya que arribó justo antes de que el guitarrista ingresara al quirófano. Era un correo de apoyo, de compañía en la prueba que se aproximaba. Pero ese correo fue el primer intento de acercamiento entre dos océanos separados por un continente de percances bastante severos. Pasada esta etapa, Saúl y Alejandro pudieron por fin volver a hablar. “Lo que nos dijimos cuando lo visité en el hospital es algo que se quedará solo para nosotros dos”, dijo en su momento Hernández.Y en ese momento volvió a caer sobre la mesa una propuesta de reunión de Caifanes, que al ser consultada, fue trasladada al plano de la realidad. Tanto Sabo, como Alejandro, superaron sus problemas de salud con eficiencia. Este último también tuvo palabras acerca de la ruptura de la banda, quince años atrás: “Estábamos metidos en esa maraña de éxito y estrés, que pasan muchas cosas que uno no acaba de entender”, le declaró el guitarrista a Carmen Aristegui, semanas previas al 9 de Abril.

Saúl Hernández y Alfonso André son los únicos dos integrantes de Caifanes que en ningún momento han abandonado el proyecto Caifanes. Fotos cortesía de OCESA México.

Saúl Hernández y Alfonso André son los únicos dos integrantes de Caifanes que en ningún momento han abandonado el proyecto Caifanes. Fotos cortesía de OCESA México.

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Los últimos años han sido complicados. Caifanes se mantuvo como el quinteto que identifica su sonido más pulcro hasta marzo de 2014, cuando publicaron un comunicado en el que aclaraban que volvían a ser el cuarteo original, es decir, sin Alejandro Marcovich. Sin muchas respuestas para demasiadas preguntas, reservándose el derecho a alimentar suspicacias.

A Marcovich le ha sustituido desde entonces Rodrigo Baills, del grupo The Melovskys y las canciones donde el Alejandro más brilló como arreglista han desaparecido de los set list de Caifanes.

En entrevista con Revista Factum, Marcovich aclaró que hay un tema de negocios –de regalías y derechos de autor– involucrado en la causa de porqué el Caifanes que va de “El Diablito” a “El Nervio del Volcán” ya no suena igual en los conciertos de la agrupación actual:

“Hay dos explicaciones. La primera: puede ser que no las toquen por instrucciones del dueño de la marca Caifanes, que es Saúl Hernández. ¿Ok? Que si hay cosas que se tienen que saber públicamente, una es esa… Desde que existía Jaguares, yo sé que a los guitarristas, él (les) tenía instrucciones de que no tocaran mis frases de guitarra… Puede ser por despecho, por no tener problemas legales… Entonces, sí… La realidad es que los arreglos de guitarra son míos […] Sí (están registrados) y no tengo porqué tener ningún empacho en decirlo. Es mi obra. Entonces, es tan fácil como que… Si él (Saúl) me echara una llamada y me dijera: ‘Oye, es que yo quiero tocar la canción como es, porque a la gente le gustaría escucharlo’… Yo no he recibido ninguna llamada, ningún mail, pidiéndomelo. Porque una cosa es que esa obra sea mía y otra cosa es que yo no quiero que sea usada. Entonces, si la gente pensara: ‘Ahh… como es tuyo, entonces ahora la culpa de que Caifanes no suene como sonaba es de Alejandro Marcovich’… No, la culpa es de que él (Saúl) no quiere pedírmelo…”

También en entrevista con Revista Factum, Diego Herrera informó que Caifanes ya está grabando nueva música. Son nuevos tiempos, la industria ya no es lo que era, pero Saúl, Sabo, Diego y Alfonso lo saben bien. Cada uno de ellos ha publicado materiales como solistas y saben cómo se maneja una carrera artística en la actualidad.

Un nuevo regreso de Alejandro Marcovich se antoja muy complicado, especialmente cuando él mismo declara que está enfrascado en otros proyectos que le generan más alegría y que “ni quiere, ni necesita volver a Caifanes”.

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