La mágica noche de Caifanes en El Salvador

Las ondas sonoras invadían al público, los corazones se aceleraban, las puertas del cielo parecían abrirse ante los ojos de la multitud. El reloj daba las nueve en punto. Era una larga espera para un público ansioso de observar un encuentro inédito para el escenario principal de las instalaciones del CIFCO.

En la espera, una pausa que alegraría a los corazones: cinco músicos habían llegado por fin para alzar el vuelo. En la puerta principal se notaba una caravana y de un vehículo todo terreno bajaban los artistas, saludaban, se marchaban a prepararse. Mientras tanto, en la extensa fila de acceso al recinto, cientos de fans esperaban pacientemente entrar al concierto de Caifanes.

En el anfiteatro del CIFCO la música de fondo consolaba a quienes desde muy temprano esperaban. Entre más gente se aglutinaba, los reflectores de los medios se prendían para documentar la gala. Por ello se descubrió que la fiesta no sería solo salvadoreña: las cámaras de televisión enfocaban a visitantes de Guatemala. De repente, por otro acceso eran grabados los de casa y por último los hondureños tuvieron la palabra. Centroamérica presente en San Salvador, El Salvador.

Como un calentamiento, las luces del escenario se oscurecían como si de repente saldría la banda. Desde el centro, a poco distancia, sobre el escenario, los técnicos y sonidistas probaban los instrumentos. Al dar un giro de 360° podías notar lo diverso, la pluralidad de cada personalidad. Ahí no solo había ochenteros o roqueros. Era una fiesta completa.

Eran alrededor de las 10:30 pm cuando se escucharon gritos imparables. Se proyectaron los destellos de las cámaras de todos los celulares que grababan el comienzo de un viaje al encuentro con los Caifanes, como luciérnagas en medio de la noche.

La histeria se apoderaba de todos los presentes: primero salió Diego Herrera a cautivar con su teclado; Alfonso André, el batero, fue el segundo en aparecer; luego Rodrigo Baills conectó su guitarra, abriendo paso a la presencia del bajo de Sabo Romo. Y por último, Saúl Hernández se plantó frente a la multitud. La voz líder del grupo rompió cualquier hipnotismo con su canto.

Sin mediar palabras, dos canciones sonaron seguidas: “Los dioses ocultos” y “Para que no digas que no pienso en ti”. Luego los músicos callaron sus instrumentos para escuchar la voz del legendario Saúl:

“El Salvador, un país de lucha, resistencia, amor y lo más hermoso: tú… A la vida no hay que tenerle miedo sino coraje. Al amor nunca le tengas miedo…”

– Saúl Hernández

Esas fueron las palabras de bienvenida para todos los que ahí se cobijaban en la emoción. Y así, “Miedo” sonó en San Salvador.

“Aprovechemos que estamos vivos… has de tu vida algo muy hermoso…”, diría también Saúl Hernández más adelante.

El set de canciones continuó con algunas muy esperadas, como “Te estoy mirando”, “La vida no es eterna” y “Cuéntame tu vida”. El riff de “Viento” se escuchó y como imán todo aquel enamorado empezó a conquistar… Abrazos, besos, dedicatorias, amor y posteriormente el grandioso solo de Diego en el saxofón.

Ahí estaba. Era evidente, esa noche de viernes El Salvador vivió y aplaudió el regreso de los Caifanes. “El aplauso es tuyo raza…”, insistió Hernández. La química entre la banda era incuestionable, era volver a lo de siempre, como acoplarse a andar por los caminos conocidos pero que por algún tiempo has dejado de recorrer. Era retornar a ser, por un instante, de nuevo un adolescente.

Mientras tanto, dos canciones dedicadas fueron tocadas para El Salvador: “Ayer me dijo un ave” y “Antes de que nos olviden”.

“No pedimos una disculpa sino un perdón”

–Saúl Hernández

Esas fueron las palabras del vocalista ante las injusticias de las autoridades mexicanas cometidas a los migrantes salvadoreños en su tránsito hacia los Estados Unidos. Hernández enfatizó que siempre debe primar el respeto a los derechos humanos.

Así, mientras la fuerza en cada interpretación crecía, la mística entre el público y la banda se convertía en una relación de amor. Al inicio con gran atracción y un poco de timidez… Amor que se saborea mejor entre más tiempo se convive. Y fue ahí, en ese punto, que el concierto entró mucho más en calor.

Y claro, se percibía cómo todos estaban listos para llegar al clímax. Ya los seguidores se desprendían y se dejaban llevar. Llegó el momento de realizar un simulacro de despedida. Saúl dijo adiós, las luces se apagaron y los Caifanes se retiraron del escenario. Pero regresarían con más canciones: “Quisiera ser alcohol” fue la pieza que sacudió la melancolía.

Se venía un gran final. Los saltos de los que aún conservaban energías no cesaban. Sonó el clásico tema “No dejes que” y todo quedó servido para que “La célula que explota” motivara al público a ahogarse en un grito. Ya para entonces la banda cumplía el papel de espectador. La primera mitad de una de las canciones más simbólicas del grupo fue cantada a viva voz por los miles de fans. Y así, al son de “La Negra Tomasa”, los Caifanes se despidieron y bautizaron a El Salvador.

*Foto principal por Frederick Meza.

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