Es una película correcta en la mayoría de tramos, pero irrelevante al final. La hacen entretenida el buen uso de los tiempos dramáticos que se le suponen a un veterano como Ridley Scott y las capacidades histriónicas de Matt Damon, que nadie cuestiona. Pero “The Martian” no debería ser una competidora seria en la noche de Oscares –está nominada a siete estatuillas, incluidas mejor película y mejor actor para Damon. Lo dicho, es un filme correcto. Nada más.
7 nominaciones
Mejor película.
Mejor actor, Matt Damon.
Mejor diseño de producción.
Mejor edición de sonido.
Mejor mezcla de sonido.
Mejores efectos especiales.
Está también va del instinto animal de supervivencia que empuja a los seres humanos a salir adelante en situaciones límite, como “The revenant”, que se perfila como una de las grandes ganadores en la noche de #Oscars2016. En “The Martian”, el sobreviviente es un astronauta, interpretado por Damon, al que sus compañeros, creyéndolo muerto, dejan en el planeta rojo cuando tienen que regresar a la tierra para evitar morir en una tormenta espacial.
Pronto sabemos que el astronauta, Mark Watney se llama el personaje, ha sobrevivido a la tormenta y ha decidido, a pesar de que todas las probabilidades están en su contra, no morir. A partir de ahí empieza la lucha de regreso a la vida; en este caso, la brújula de la odisea es el dominio de la ciencia que se supone a un viajero de la NASA. En la construcción del personaje se percibe la intención de reflejar el asunto del poder de la inteligencia humana para dominar el entorno agreste que le rodea. La historia, que es ya vieja en el cine y encontró uno de sus momentos cumbre en la secuencia inicial de Odisea 2001 de Kubrick, no recibe ningún aporte extraordinario en “The Martian”.
Más de alguno ha caído en la trampa de decir que las posibilidades de oscarizar que tiene la cinta de Scott se ven complicadas, sobre todo porque “The revenant” del mexicano Alejandro González Iñárritu cuenta con mucho más oficio la odisea de supervivencia. No es eso. Es que “el negro” Iñárritu, acaso por su educación propia, que inició hace década y media con “Amores perros”, es uno de esos tipos para quienes todos las herramientas del lenguaje cinematográfico están al servicio de la complejidad interna de sus personajes. No al revés.
Ridley Scott es un director de otra cosecha, una que suele dar más visibilidad al entramado que al personaje. Parido por la industria estadounidense, que siempre puso en la grandilocuencia y la taquilla sus principales razones de ser, este cineasta creo un lenguaje propio con “Alien”, donde combinó ciencia ficción, terror y acción con trazos estéticos de gran factura. Pero incluso ahí donde se puede identificar la maduración absoluta de Scott, que es en “Gladiador”, el personaje de Maximus, bien actuado por Russel Crowe, debe rendir su protagonismo ante las coreografías sangrientas desplegadas en la Roma que el director ha puesto en la pantalla.
En “The Martian”, Ridley Scott prueba a darle más protagonismo al personaje, y lo hace, como lo había hecho Robert Zemeckis con Tom Hanks en “El náufrago”, acudiendo a un actor correcto, como lo es Damon. El entretenimiento –insisto, la película es entretenida– viene aquí de vivir junto al náufrago marciano las peripecias de la supervivencia, como sembrar papas utilizando sus propias heces como fertilizante, o verlo desvariar un rato llamándose pirata espacial. Y así.
Todo el asunto se hubiese saldado con una nota de aprobado si no fuese porque, al final, y entiendo que para apelar a la taquilla, Ridley Scott cede a la inexplicable tentación de banalizarlo todo con esas escenas en el Times Square de Nueva York o Trafalgar Square de Londres que pretenden masificar la imagen del héroe renacido.
Nada extraordinario.
Opina