En diversos momentos de la película “Mad Max: Fury Road”, algunos de los personajes de esa sociedad distópica y apocalíptica se lanzan en furibundas persecuciones a bordo de sus máquinas rodantes. Entre gritos, llaman a los que van con ellos y en los otros vehículos a que sean testigos de sus hazañas, con la clara intención de que esas personas den fe y testimonio de que aquella acción fue realizada y proporcionen el nombre de quien la realizó.
Esa invitación a un registro visual y oral de un hecho pertenece a las sociedades ágrafas, donde el registro documental mediante la escritura es inexistente o solo está reservado a una élite dominante, como la política, sacerdotal o académica. Cientos de civilizaciones operaron de esa manera a lo largo del tiempo sobre la faz de nuestro planeta, hasta que algunas del Oriente Lejano y Medio y de Mesoamérica dieron el paso hacia el registro de términos cuneiformes, ideogramas, pictogramas, etc. A partir de entonces, las hazañas del Gilgamesh, de los héroes de Troya y de las dinastías mayas ya no quedarían en la oralidad, sino que pasarían de pueblo en pueblo mediante tablillas de barro, papiros, cortezas de amate o estelas de piedra. Entonces, la palabra escrita se convirtió en la mejor manera de dejar una huella imborrable, que serviría para muchos aspectos.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, a los registros documentales escritos e impresos se unieron otros, como los fotográficos, sonoros y fílmicos. Los discos de carbón, la plata y el colodión pasaron a ser materiales industriales que servirían para capturar las luces, voces y movimientos del pasado, con el afán de preservarlos y mostrarlos a las generaciones humanas del futuro, con la esperanza de que estudiaran esos aportes y los valoraran desde las nuevas invenciones habidas en el futuro.
Gracias a los acelerados avances en la invención de aparatos de sonido y de registro fotográfico y cinematográfico, el mundo pudo acceder a nuevas formas de documentar el paso del tiempo, las hazañas, las batallas, las luchas sociales y un sinnúmero de actividades cotidianas y trascendentales. Es gracias a esos materiales que el mundo del siglo XXI ahora puede disfrutar de la voz de Thomas Alva Edison o de unos cuantos minutos de las manifestaciones femeninas de las “Sufragistas” londinenses, que fueron la inspiración para que mujeres como la salvadoreña María de Guillén Rivas se lanzaran, en las décadas de 1910 y 1920, a buscar el voto para las mujeres centroamericanas y que les fue autorizado, al menos en un sueño constitucional, en septiembre de 1921.
La palabra escrita también se unió a los más remotos antecedentes del arte pictórico para dejarle a la humanidad memorias de hechos más recientes. Las biografías de personajes resultan ser de gran interés, tanto si son memorias redactadas por el propio personaje, libros por encargo o materiales no autorizados. La polémica se abre ante esas posibilidades. Sin embargo, ha sido posible gracias a esas palabras recogidas en libros que el mundo del siglo XXI sepa de las vicisitudes por las que tuvo que atravesar la pareja de artistas daneses Einar y Gerda Wegener, cuyas vidas se recogen en el filme “La chica danesa”, donde las artes y la ciencia médica serán las protagonistas y testigos de un esfuerzo por lograr una profunda transformación humana, que terminará en tragedia, pero que también abrirá el espacio para la esperanza a miles de personas de la comunidad LGTBI.
En muchas ocasiones, a las víctimas se les niega el espacio a expresar lo que sienten ante los hechos que han sufrido. Incluso, se les ha negado la posibilidad de sentar a sus victimarios ante el banqulllo de los acusados y exigir justicia. El silencio cómplice rodea y encubre a los perpetradores. Pero, tarde o temprano, esa lápida será rota por la luz de la verdad. Un archivo con cartas delatoras saldrá a la luz entre las manos de un equipo periodístico como en “Spotlight”, o quizá una madre y su descendiente rompan las cadenas de su esclavitud mediante la oralidad denunciadora de años de maltrato psicológico y físico, como se evidencia en “Room”. No importa el tiempo transcurrido, porque más tarde o más temprano los hechos se conocerán y los culpables podrán ser procesados ante los tribunales. Gracias a la palabra escrita u oral –la heredada desde las sociedades ágrafas del pasado-, los testigos rendirán sus testimonios y denunciarán.
La historia de la humanidad ha estado más orientada hacia la destrucción de la memoria y de los archivos que a su conservación, fomento y proyección entre las mismas sociedades. Desde pequeños, no se nos enseña a cuidar y valorar los archivos como fuentes de conocimiento y de defensa de la democracia. En cada archivo se guardan miles de páginas que podrían servir a un pueblo para entender su desarrollo, pero también para exigir mejores condiciones de vida. Los archivos son los custodios de la democracia, porque son la base sobre la que se asienta el pasado, se permite revisar el presente y se posibilita la construcción de un futuro con mejores posibilidades para todas las personas.
En muchas ocasiones, en El Salvador nos hemos negado la posibilidad de ser testigos y de dar testimonio. O, si lo hemos dado, no se nos ha escuchado dentro de nuestras fronteras. Hemos tenido que salir al mundo para elevar nuestras voces y presentar nuestros escritos. Nuestros archivos y bibliotecas han sido diezmados, quemados, destruidos por terremotos y por la propia desidia de funcionarios, propietarios y usuarios. Lejos estamos de guardar registro de todos nuestros productos documentales como sociedad. No poseemos un Museo Nacional de la Fotografía ni tenemos una Cineteca Nacional que custodie nuestros primeros daguerrotipos o nuestros pininos en el mundo del cine, hechos por personas como Virgilio Crisonino y otros.
Es lamentable que, tras quince años de estar cerrada, nadie lamente que la Biblioteca de la Fundación Manuel Gallardo, en la ciudad de Santa Tecla, no pueda estar al servicio de la investigación académica en momentos en que el interés universitario por la historia es palpable en la región centroamericana. Solo una sociedad ágrafa puede permitirse mantener cerrada a esa entidad, que es la biblioteca privada más importante del istmo, donde se custodia la memoria impresa y archivística del país y de Centroamérica entre 1850 y 1950.
No poseemos un Archivo del Escritor, como si hay en Chile y en otros países. ¿Cómo podremos acceder al epistolario, apuntes, cuadernos, agendas y demás materiales de nuestros principales poetas, pensadores, periodistas y otros intelectuales si sus archivos se han dispersado con sus muertes, se han vendido a instituciones extranjeras o se han dispersado en muchos sitios dentro y fuera del país? Por eso, resulta notable la labor que durante dos décadas ha desarrollado el Museo de la Palabra y la Imagen (MUPI), donde hay cabida no solo para cientos de miles de fotografías y registros sonoros de la guerra, sino también hay sitio para depositar, ver y conservar películas y archivos personales. Sin embargo, la labor titánica de Carlos Henríquez Consalvi y su equipo de trabajo resulta una enorme cuesta cotidiana, al tener que enfrentarse al eterno problema de los recursos insuficientes para la conservación de la memoria yd e la historia confiadas a sus manos.
Hoy por hoy, El Salvador carece de una moderna Ley de archivos y bibliotecas que se aúne a la del acceso a la información pública, en procura de la transparencia en el manejo de los recursos estatales. Eso pone en riesgo a decenas de archivos gubernamentales, municipales, eclesiásticos, privados y de organismos multilaterales. Se han hecho valiosos esfuerzos en diversos sentidos, pero la conservación y digitalización de muchos de esos legajos aún está muy lejos de ser realidades palpables y al servicio de las necesidades académicas y del gran público.
Da tristeza leer que, en una de sus sentencias, la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia no reconozca al Archivo de Tutela Legal del Arzobispado de San Salvador como “patrimonio nacional”, porque sus páginas atañen más a situaciones propias de cada una de las víctimas de derechos humanos documentada y clasificada. Esos terribles hechos registrados forman parte de nuestra memoria y de nuestra historia, por lo que su protección por parte de la iglesia católica y de las autoridades gubernamentales debiera ser de obligatoria cumplimiento, casi tanto como abrir el espacio para que la ONU entregue la custodia permanente del archivo de datos y voces que sirvió, en 1992, para la redacción del informe “De la locura a la esperanza”. Y, llegados a este punto, cabe pensar en lo que pueda pasar con los expedientes de casos de corrupción, abuso sexual por parte de párrocos, narcotráfico, asesinatos colectivos recientes y demás asuntos que también podrían caer en esa misma categoría “privada”.
Somos testigos y protagonistas dentro de una sociedad de la información, donde las redes sociales nos arrastran a un ritmo vertiginoso. Lo que predomina es la rapidez y la inmediatez, por lo que no queda mucho espacio para seleccionar y depurar lo que se va a guardar y lo que tendrá que ser descartado para el futuro. El análisis deben hacerlo especialistas que vayan más allá de la compilación del “big data” y del análisis del comportamiento que tengamos como consumidores. Hay un aspecto filosófico más profundo que debemos escudriñar, para darnos la oportunidad de que la era del internet y de las redes sociales deje elementos tangibles para que continúe el registro de la memoria e historia de la humanidad. Hay que dejar constancia permanente dentro de lo efímero del presente, para que las generaciones del futuro no solo se encuentren con un cúmulo de datos electrónicos sin sentido.
En ese sentido, la cultura está llamada a seguir siendo parte fundamental del ser humano. Los sonidos, los colores, los movimientos, las letras y demás elementos producidos a diario por la producción cultural mundial deben ser nuestros testigos de lo que hicimos hoy para que las generaciones venideras asuman nuestras verdades, errores, anhelos, frustraciones, sensaciones, etc. Lo mismo que hacemos ahora lo hicieron ya los hititas, los mayas, los chinos, los egipcios y miles de civilizaciones más. Por esa parte, solo somos parte de esa gran cadena de la memoria humana, que incluso llevamos parte de nuestros genes al enfrentarnos a diario con las condiciones de un mundo sujeto a los vaivenes del cambio climático.
Esta noche del domingo 28 de febrero de 2016 es la gran gala de los premios Oscars. Es la gran fiesta institucional del cine mundial. Podemos estar o no de acuerdo con las películas postuladas y con los hombres y mujeres que ganen en cada una de sus categorías. Pero de lo que podemos estar seguros es de que esta noche se le rendirá un homenaje más a las aspiraciones humanas por dejar constancia documental, sonora y fílmica, de nuestra presencia en esta roca que vaga por el espacio. Esta noche seremos testigos y daremos testimonio, una vez más, en diversos formatos y en diversas lenguas. Una noche más, la humanidad se dará “El abrazo de la serpiente” y mirará al cielo, con la misma inquietud y ansiedad de los neandertales.
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