“Stormborn” coloca la espada en la mano que mece la cuna

“Stormborn” es el episodio más reciente de Game of Thrones, fenómeno televisivo que a pasos acelerados se aproxima a su final, al grado en que hemos abrazado el arribo del invierno… y en el invierno sentimos que los episodios se nos agotan como nieve entre las manos (de Jamie Lannister).

[ALERTA SPOILER: la siguiente reseña detalla información explícita del segundo episodio de la séptima temporada de Game of Thrones]


Ya se extrañaban los parlamentos de una de las mentes más lúcidas y agudas de los Siete Reinos, la mente de Lord Varys, el mismo que destacaba en los duelos dialécticos con Meñique. Por eso, que “Stormborn” iniciara con el protagonismo de Varys, ante el escrutinio de la misma reina que un día mandó a asesinar, fue una buena decisión.

Acosado por la ofensiva de Daenerys Targaryen debido a la participación de “La Araña” en los planes de asesinarla (una orden emitida por “el usurpador”, Robert Baratheon, y casi concretada con la ayuda de Ser Jorah Mormot y “los pajaritos”, espías y sicarios de Lord Varys), el exconsejero de los rumores no se amedrenta y aclara que su fidelidad última es propiedad de sus intereses por el bien del pueblo, del vulgo, y estos no le pertenecen al antojo de los reyes o reinas de turno.

Los juramentos de Varys y Daenerys nos recalcan cómo ambos son personajes de notoria ética, pero sujetos a equivocarse. Cuando en la escena siguiente Varys cuestiona las decisiones que Melisandre tomó al apoyar a Stannis, la “madre de dragones” le recuerda que él ha gozado del mismo beneficio de la duda, el mismo que ahora ella también está dispuesta a compartirle a la Mujer Roja. Danny le recuerda —y deja muy en claro— que es ella quien decide quién merece ser digno o no de confianza. Pero Varys también muestra lo suyo. Le explica que es él quien la ha elegido a ella, y no al revés. Es él quien ha decidido confiar en ella y, por ello, le servirá fielmente, hasta verla sentada en el trono de hierro, siempre y cuando responda al bienestar de los humildes.

En la primera escena vemos también el vínculo de la amistad que existe entre Tyrion Lannister y Lord Varys. Ante varias de las arremetidas de Daenerys, Tyrion busca intervenir para absolver a su amigo de las dudas de su reina. La del eunuco y el gnomo es una de las amistades más genuinas y entrañables de toda la serie. Muestra —una vez más— cómo a  lo largo de toda la Canción de Hielo y Fuego son los bastardos, los rotos y los mancillados los que adquieren importancia vital en el destino de una historia no escrita para ellos.

Curioso resulta descubrir cómo Danny midió de distinta manera la vinculación que Varys tuvo en los planes de asesinarla ocurridos en el pasado; de distinta manera a, por ejemplo, cómo castigó en el pasado a Ser Jorah Mormont, a quien vemos sufrir en este episodio literalmente “en carne viva” debido a la psoriagrís que lo aqueja. El fundido de escena de su despellejamiento hacia el pastel de la escena siguiente fue formidable. Muestra esos pequeños detalles que hacen de esta serie algo especial. Nunca más volveré a comer una pasta “Chicken Primavera” de la Pizza Hut sin sentir que estoy devorando piel purulenta.

Comenzamos a ver cómo la Khaleesi muestra ascendentes tintes de tiranía, en una reminiscencia de la transformación que el portador del anillo único experimenta en The Lord of The Rings a medida se aproxima a Mordor. Entre más cerca se encuentra la Rompedora de Cadenas del Trono de Hierro, más enérgica y autoritaria se muestra ante los demás. Un ejemplo de ello es cuando accede a la sugerencia de enviarle una invitación a Jon Snow para que le visite… sin dejar de requerir que él se arrodille ante ella. Tía y sobrino se aproximan a un encuentro anhelado, aunque ambos desconozcan acerca de sus lazos sanguíneos.

[Lee también la reseña de “Dragonstone”, el primer episodio de la séptima temporada de GoT]

“Stormborn” sugiere desde ya la valía que adquirirá en el futuro Randyll Tarly, el temible y déspota papá de Sam, quien a pesar del aura vil que le rodea, demuestra que no toma sus juramentos a la ligera. Veremos más de él en el futuro. GoT suele cocinar a fuego lento el carácter de ciertos personajes, tal y como ocurrió con Euron Greyjoy, el nuevo villano, llamado a succionar nuestros temores con el protagonismo que antes le correspondía a Ramsay Bolton. La faena luce complicada —el talento de Ramsay como villano fue colosal—, pero Euron también tiene lo suyo. Ha mostrado, de momento, que no vive de promesas sino de hechos. Los obsequios que le lleva a Cersei no son nada despreciables.

Y ya que mencionaba nuestros temores, este episodio nos adelantó uno de ellos, cuando Qyburn le explica a Cersei la capacidad de la ballesta con la que planea matar a los dragones. 

Notable es la maestría con la que Tyrion conduce la mesa de estrategia en el #TeamDaenerys. Él sabe que Cersei buscará la alianza de muchas casas amparada en la defensa del reino ante la amenaza de una “invasión extranjera”. Tyrion idea entonces un plan en el que el reino no será tomado por la fuerza para reducir a la población hasta las cenizas. Sin embargo, la flota de Euron mostrará luego que nuevamente, como ya ocurrió en Meereen, los planes de Tyrion no resultan responder al guion de su lógica, tal y como ya le habría avisado Lady Olenna Tyrell a Daenerys, al recomendarle que aprenda a ignorar a los hombres astutos que le rodean.

Y entre tanta guerra, sangre, fuego valyrio y sed de venganza, a Game of Thrones se le estaba olvidando otro de los grandes elementos que la han convertido en un fenómeno mundial: el eterno truco del sexo cuasi pornográfico en pantalla amigable.

La escena de amor y erotismo entre Missandei y Gusano Gris nos trajo de vuelta a la vieja triquiñuela de los bajos instintos. Ya se veía venir que entre estos dos personajes había “furor del hot”, un imparable enjambre de feromonas revoloteando. Por lo que sus desnudos y su despedida —con el obvio sexo oral de por medio— resultaba inevitable.

En cambio, lo que se veía menos claro era el reencuentro de Arya Stark con Nymeria, la loba huargo que despidió al no encontrar mejor remedio en aquella lejanísima primera temporada. Los fieles a los libros de George R.R. Martin agradecemos el detalle de haber presentado el regreso de Nymeria acompañada por su manada de lobos, tal y como ahí se describe. También se agradece que la huargo gigante haya desestimado la oferta de Arya de viajar juntas de regreso a Invernalia. “Esa no eres tú”, exclama Arya al verla partir, fría e indiferente, pero tampoco la más rebelde de la camada procreada por Ned y Catelyn es ahora la misma, tal y como quedó claro con el trato áspero que Arya le dio (en otro reencuentro) a su amigo, Pastel Caliente.

No es nueva la semiótica del empoderamiento de la mujer que propone Game of Thrones a medida se ha ido desarrollando. En las primeras temporadas veíamos una abundancia de personajes de mujeres que fungían como mercancía sexual, como Maegi o como simples esclavas. Incluso lo vivía la nobleza. Arya Stark no podía practicar las habilidades bélicas que estaban destinadas para Brandon. La iniquidad persistía incluso en sangre real como en el caso de Daenerys, quien fue prometida como yegua de monta para beneplácito de ‘los machos llamados a gobernar’.

Ahora nos encontramos con una realidad completamente opuesta. Vemos sangrar a guerreras como Yara Greyjoy o las Serpientes de Arena (Obara, Nymeria y Tyene); como también vemos flotar sobre la sabiduría a Olenna Tyrell, la Reina de las Espinas, cuya lengua es más eficaz e infalible que el servicio postal de cuervos en Westeros; vemos el temple de una niña de 11 años como Lyanna al comando de la casa Mormont, una de las más importantes en el norte; vemos a una reina como Cersei aferrarse al Trono de Hierro, mientras afronta la rebelión de otra reina, Daenerys Targaryen, como legítima heredera; vemos a Sansa Stark a cargo el norte mientras Jon Snow viaja… ¡Hasta Nymeria subsiste como huargo reina, la jefa de una manada de lobos feroces que acechan los bosques!

Y eso es bueno.

Se agradece este empoderamiento de los cromosomas X en una narrativa moderna basada en una épica añeja.

“La mano que mece la cuna es la mano que gobierna al mundo”. La frase es conocida y sirve de ejemplo del valor de la madre, de la mujer, como factor dominante. En Westeros esa mano empuña también la espada, la lengua, la lanza y se aferra al lomo de dragones. Y no es algo casual… Aunque quizás se abuse un tanto de la decadencia de la masculinidad, retratada en Theon Greyjoy, de quien se piensa que ya está tan roto que no podría romperse más, hasta que descubrimos que “lo que está muerto… sí puede (volver a) morir”.


La próxima semana continuaremos reseñando un nuevo episodio de la séptima temporada de Game of Thrones. El turno de compartir sus impresiones le corresponde a Héctor Silva Ávalos. Mientras tanto, mientras transcurren seis largos días, aquí les dejamos el trailer del tercer episodio: “The Queen’s Justice”.

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