Quinta temporada de House of Cards: primeras impresiones

Vuelven Frank y Claire. Vuelven los Underwood. Vuelve la serie de televisión más prestigiosa que el gigante del streaming, Netflix, ha producido. Ha vuelto House of Cards. Por ello a continuación compartimos las primeras impresiones de la quinta temporada del drama político que encuentra en la realidad a su inspiración. Aunque a veces bien pareciera al revés, que es la realidad la que toma nota de House of Cards.

[Esta publicación presenta información ‘spoiler’ de los primeros seis episodios de la quinta temporada de House of Cards]


El hombre que da instrucciones con el peso de su mirada, con sentencias de muerte edulcoradas por susurros o imponiendo el temible castigo de su presencia vuelve a aleccionarnos acerca de su maestría en el manejo de la pestilencia del poder político. Está de regreso el mayor de los titiriteros; el hombre que desprecia a los niños porque menosprecia la inocencia; el que no tiene paciencia para las cosas inútiles; el workaholic obseso que asimila la necesidad de dormir como una debilidad detestable, pero capaz de contemplar abstraído a su esposa mientras ella reposa al lado de su amante.

Francis J. Underwood, el personaje encarnado por el descomunal talento del actor Kevin Spacey, está de regreso y junto a él también ha vuelto la brillante actuación de Robin Wright, en el papel Claire Underwood, la ‘dama de hielo’ con la que Frank ha orquestado el plan que lo llevará –¿o quizás a ella?– a retener la presidencia de los Estados Unidos. Esta vez, sí, por vía electoral… (o como sea posible).

Meet your new daddy… [and your new mommy].

Sirve para ilustrar la mente maestra de Frank Underwood el monólogo con el que arranca el episodio 5 de la nueva temporada, la mente de un hombre capaz de planificar incluso el vuelo de una moneda arrojada al aire, las decisiones que, en apariencia, pertenecen al azar.

En el ajedrez, la victoria se alcanza cuando el Rey rival se ve tan agobiado que no encuentra capacidad de maniobra. O cuando, rendido ante la evidencia de la derrota, el Rey decide tumbarse y abandonar la batalla. Pues en la quinta temporada de House of Cards vemos cómo, a pesar de una adversidad desalentadora, Frank y Claire Underwood jamás abren espacio a la rendición o a la admisión de un jaque mate.

Primero habrá que contextualizar un poco:

  • En el afán de borrar de la agenda mediática la investigación periodística que puso en evidencia delitos del pasado, los Underwood se escudan en el caos producido por el terrorismo. Se amparan en una guerra total, como una neblina disuasoria, para generar conexión con el electorado a través del miedo causado por el brutal crimen que —tal y como vimos al cierre de la cuarta temporada— cometieron dos fanáticos radicales (estadounidenses) que simpatizaban con el extremismo de la Organización Islámica del Califato (ICO, por sus siglas en inglés). Los Underwood aprovechan la situación a su beneficio, no sin antes sufrir el inevitable costo moral de la pérdida de la vida de James Miller, decapitado por los radicales. En esa coyuntura arranca la quinta temporada.

Y ese inicio es apoteósico. Con el morbo de admitir con gracia los artilugios que tanta simpatía nos despiertan, Frank se toma el estrado del Congreso para evitar que el debate gire en torno a él y sus delitos, desviando la atención hacia el impacto creado por el brutal asesinato de James Miller y exigiendo una votación para su propuesta de declaración de Estado de Guerra contra la ICO. Si algo han sabido trabajar muy bien los guionistas de House of Cards es la construcción de los planteamientos iniciales, como también de los desenlaces. No solo de cada episodio, sino de cada temporada. Lo vimos en el pasado, en la segunda temporada, cuando nos estremecimos con el asesinato de Zoe Barnes. Y esta nueva entrega arranca con otra demostración del talento de Kevin Spacey, quien se ha apropiado del personaje de una manera tan bestial, que será muy difícil pensar en un futuro donde no leamos sus actuaciones como una extensión de Frank Underwood, las mismas actuaciones que ya le hicieron ganar un premio Globo de Oro en 2015.

Asombra también la catarata de déjà vu que el cruce entre la ficción y la realidad nos presenta en pantalla.

Los guiones de la actualidad de House of Cards poseen inspiración de episodios de la realidad y que parecieran alimentar la inventiva en una ficción que cada vez pareciera menos ficticia.

“Quiero que le digas al mundo que si quieren seguir viniendo a por nuestros hospitales, nuestras universidades, nuestros campos de golf y Dios sabe qué más, tendrán que presentar algo más que mi cabeza en una antorcha”.

– El presidente Frank Underwood a la secretaria de Estado, Catherine Durant.

Políticas migratorias xenófobas y el cierre de fronteras… ¿Lo hemos visto recientemente? ¿Nos suena familiar haber visto hordas de manifestantes invadiendo Washington bajo la consigna de “Not my President!”? ¿Qué tal la apuesta por la lucha directa contra el terrorismo como medida disuasoria? ¿Lo hemos visto antes? Filtración de información con poder de cataclismo político en poder de Rusia. ¿Lo estaremos viviendo ahorita? Manipulación de la Agencia de Seguridad Nacional, que controla la inteligencia del Gobierno de los Estados Unidos, para incidir —a través de redes sociales— en volteretas inesperadas de resultados electorales…

¿Lo veremos, revelado, en el futuro inmediato? ¿En dónde? ¿En House of Cards o en los titulares de CNN?

Y es que House of Cards juega a darle rienda a nuestras propias teorías de conspiración acerca de la política estadounidense, la política rusa, la china o la influencia islámica. Nos coloca ahí, balanceándonos entre ficción y lo que hemos absorbido como realidad con el paso del tiempo en el diario vivir.

Mucha de la tensión que Frank ha vivido en su escalinata por retener la presidencia de Estados Unidos se descarga en su conversación con Joshua Masterson, el extremista simpatizante de la ICO, a quien ajusticia más allá de lo permitido por la ley. Capturado, vencido, torturado. Masterson es el receptáculo de las frustraciones que Frank ha ido acumulando. En el diálogo, el presidente de los Estados Unidos no se enfoca en recabar información de inteligencia. Busca, más bien, reducir al extremista a su mínima existencia; busca robarle el orgullo de considerarse un mártir; busca hacerle ver que era indigno del reconocimiento de una adolescente. Y, finalmente, lo sentencia a muerte, mientras lo despide con una sonrisa.

El lujo del diálogo directo

Los espectadores de la serie somos los únicos que percibimos la dualidad maquiavélica de Frank. Esto gracias al recurso de recibir un mensaje directo, honesto y a la vez clandestino de su parte. Y en esta temporada es cuando más lo escuchamos hablarnos en exclusiva. Esa distinción encuentra un momento vital en la escena en la que Frank charla con nosotros, mientras congela a todos los gobernadores de Estados claves para ganar las elecciones, como si del profesor Charles “X” Xavier se tratara.

“No tienen nada que temer”.

La frase con la que cierra el primer episodio, mientras le da un apretón de manos a una concurrencia angustiada, una concurrencia que termina por ser una metáfora de nosotros mismos, simples peones en el tablero. Y por eso es tan atinado que Frank vuelva al diálogo íntimo que desde un inicio ha tenido con nosotros, para recalcarnos su gigantesco cinismo.

Frank nos pedirá —mirando siempre con sorna a la cámara— que comprendamos bien su nueva lección ajedrecística: en su mundo, los alfiles no desafían a los reyes, aunque se crean con el derecho de hacerlo.

“Los virtuosos aman quejarse de su función en mandos intermedios y condenar a los que tienen influencia en el mundo”

– Frank Underwood

 

House of Cards sigue impregnado del frío gris de su paleta de colores, el mismo gris que siempre fue un sello del mundo burocrático que nos comparten.

En la quinta temporada continuamos viendo el drama personal de Doug Stamper, que se balancea entre el alcoholismo y los achaques de la conciencia que lo conducen a una búsqueda de afecto y sexo incapaz de manejar. Continuamos viendo la incidencia del periodismo, como testaruda piedra de tropiezo. Y seguimos enredándonos en el poco convencional amorío de Tom Yates con la Primera Dama.

Y hablando de Claire Underwood, la trama comienza a desenredarse en cuanto al alcance de sus intenciones y posibilidades. La tensión queda retratada en la escena en la que la hija del decapitado James Miller le susurra a Frank que desea que él muera y así Claire sea la presidenta. Ella terminará siéndolo —aunque interina—, pero llegados al episodio 6 de la temporada, cada vez lucen más fuertes las posibilidades de que sea ella quien alcance la presidencia, y no Frank. Dicha escena revela un destino previsible y que muchos hemos estado tejiendo en nuestras elucubraciones mentales.

También nos adentramos en las fricciones del “matrimonio perfecto y jovial” de Will y Hannah Conway, que poco a poco comienza a sufrir el desgaste ineludible de un desafío directo con los Underwood.

Como ocurre con todas las series, cada temporada debe presentarnos personajes nuevos personajes. En la quinta temporada destaca la incursión de Sean Jeffries, el periodista que Tom Hammerschmidt incluye a su equipo —y luego despide—, pero del que esperamos que desentierre la historia de la asesinada y muy recordada Rachel Posner.

En fin, llegados al final del capítulo 6, House of Cards continúa sin revelarnos quién será el “POTUS”. Arrancamos la serie pensando que ese misterio se revelaría apenas en los primeros episodios, pero los guionistas han estirado la trama un poco más allá de lo verosímil, a pesar de que House of Cards nos demuestre reiteradamente que lo inverosímil encuentra terreno más fértil en nuestro mundo real. Ese mismo donde los Frank Underwood de siniestra autenticidad revelan sus secretos únicamente al espejo.

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