La pandemia que mata mujeres no para

La violencia contra la mujer en todas sus formas no descansa. Está ahí, pululando, fuertemente arraigada en una sociedad machista y patriarcal. No se detiene por un decreto de emergencia nacional o por un régimen de excepción.

A estas alturas, hemos atestiguado que la pandemia desatada por el COVID-19 y sus consecuencias no nos afecta a todos por igual. Como leí en una de las tantas publicaciones que abundan en estos días, todas y todos estamos navegando en un mar de tempestad, pero no nos encontramos en el mismo bote: unos van en yate, otros en una barca y otros ni siquiera tienen a qué aferrarse. A esto le sumamos que el COVID-19 afecta a mujeres y hombres de manera diferente. ONU Mujeres señaló que el coronavirus golpea tres veces a las mujeres: por la salud, por la violencia doméstica y por cuidar de los otros.

Esta frase tan dura retrata una realidad igual de compleja. Los roles de género que atribuyen a la mujer el cuidado de otras y otros, tanto dentro como fuera del hogar, sitúa a las mujeres en una posición especial de vulnerabilidad.

Tanto es así que, en plena crisis del coronavirus, la violencia machista continúa matando y haciendo de las suyas. En El Salvador, en medio de una cuarentena y con un régimen de excepción vigente, Yesenia Menjívar fue asesinada en Chalatenango cuando iba camino del trabajo a su casa. Yesenia forma parte de ese gran sector de la población salvadoreña para quien la frase “Quédate en casa” no tiene cabida. Yesenia fue a trabajar y no regresó. Fue su madre quien, desesperada al ver que no regresaba, interpuso una denuncia y fue junto con la policía rural a buscarla. Su cuerpo fue encontrado semidesnudo, con signos de violencia sexual. Yesenia trabajaba cuidando niños.

Según datos de la Fiscalía General de la República, del 16 al 20 de marzo hubo 61 delitos que se contemplan dentro de la Ley Especial Integral para una Vida Libre de Violencia para las Mujeres (LEIV), sin contar los feminicidios. Y del 21 al 24 de marzo se reportaron 29 delitos de violencia contra las mujeres, durante la cuarentena domiciliaria. Un estado de emergencia nacional no detiene la violencia machista, sino que la empeora. Silvia Juárez, de la Organización de Mujeres Salvadoreñas por la Paz (Ormusa) señaló que los casos de violencia doméstica se habían incrementado en un 70 por ciento hasta el 2 de abril. El promedio de las denuncias es de alrededor de 35 a 40 mensuales, y en este tiempo de emergencia se han registrado hasta 100 al mes. De acuerdo con la ONU, ha aumentado drásticamente el número de mujeres y niñas que se enfrentan a abusos, en casi todos los países, incluso en donde deberían estar más seguras: sus hogares.

Al igual que una pandemia, la violencia contra la mujer tampoco conoce fronteras. Italia, con la crisis del COVID-19 desbordada y con la mayor tasa de mortalidad, también tuvo que lidiar con la muerte de Lorena Quaranta, una joven médica que estaba en la primera línea de asistencia y combate a los enfermos. A Lorena no la mató el virus. La mató su pareja, porque creía que Lorena lo había infectado. El resultado de su examen dio negativo.

La violencia contra la mujer es tan compleja de contrarrestar porque está presente en la mayoría de ámbitos en los que nos desenvolvemos. En estos días también no solo hemos presenciado la violencia más grave, que es la feminicida, sino también una multiplicidad de expresiones de violencia desde todas las esferas.

En redes sociales, los ataques dirigidos a mujeres son frecuentes y muy graves, cargados de lenguaje misógino, acompañados de mensajes relacionados a su sexualidad e incluso amenazas. Es un hambre por desprestigiar, por aminorar, por pisotear. Estas expresiones lo único que hacen es contribuir a un discurso de odio y la consecuente promoción de violencia.

Se vuelve una paradoja de mal gusto que muchos de esos ataques cruentos son dirigidos a abogadas. Es decir, mujeres que conocen bien sus derechos y los ejercen y expresan sin tapujos, que exigen el respeto de los derechos fundamentales y que cuestionan cuando se irrespeta el Estado de Derecho. Esas no son ganas antojadizas de criticar porque no se tenga nada mejor que hacer. Es saber que independientemente de circunstancias normales o extraordinarias como las que vivimos, los derechos son los límites para el poder y hay reglas del juego que se deben respetar siempre.

Preocupa sobremanera también que existan autoridades que, en vez de hacerle frente tajante a las expresiones de violencia, le hacen eco. Peor aún, cuando viene de quienes dicen ser respetuosos de la dignidad “más aún y en especial” de una mujer. Un funcionario público está llamado a proteger y promover los derechos, no a insolentar troles y personajes nocivos que suscitan campañas misóginas.

Resulta también violento que a una mujer no le digan de qué murió su esposo, que una hija sea insultada porque quiso saber legítimamente qué le pasó a su padre, que una mujer no pueda cuestionar el proceder del gobierno, que una mujer sea acusada injustamente de ser algo que no es por llorar de desesperación por no saber cómo sobrevivir, que una enfermera no pueda exigir que se le brinden los insumos necesarios para poder trabajar en medio de esta crisis, que siempre nos quieran sumisas, que siempre nos quieran calladas y que nos recuerden qué pasa si nos atrevemos a hablar.

Es paradójico que la crisis del coronavirus en Latinoamérica vino a golpear en marzo, mes en que se conmemora el Día Internacional de la Mujer. En El Salvador, la marcha del 8-M fue de los últimos eventos masivos que hubo, antes de entrar en cuarentena. También, el 4 de abril se cumplieron 21 años de la violación y asesinato de la niña Katya Miranda. Ambos delitos continúan en la impunidad.

Somos una sociedad enferma que tiene que sanar desde dentro. No solamente hay que hacerles frente a pandemias evidentes que nos paralizan. También de forma enérgica hay que hacerles frente y contrarrestar esas pandemias que se reflejan en violencias que van desde las más tangibles y ruidosas hasta las más sutiles y silenciosas. Es necesario ser contundentes contra este tipo de conductas que ponen en riesgo a las mujeres, dejando de lado que esas actitudes, en sí mismas, pueden ser constitutivas de delito. Necesitamos del esfuerzo de todas y todos. No podemos permitir que la respuesta a exigir que se garanticen derechos fundamentales sea que te ultrajen, que te maldigan, que te desprestigien. Ninguna persona debe ser violentada por ejercer sus derechos, mucho menos por el hecho de ser mujer.


*Gabriela Santos es abogada y profesora de la Licenciatura en Ciencias Jurídicas de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), de El Salvador. Tiene un magíster en Derecho por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

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