La pandemia despertó al presidente de su sueño de Fepade

Nayib Bukele se puso la chumpa negra y se dirigió a miles de salvadoreños y salvadoreñas que lo escuchaban profundamente descontentos con su hoy y angustiosamente inquietos por su mañana. “¿Cuál es la velocidad de respuesta del gobierno hoy, si hay una crisis?”, preguntó, con una sonrisa sardónica en su cara. “Entre investigar, interpretar y actuar, el gobierno tarda un año”, respondió él mismo. “Si hay una crisis, el gobierno tarda un año en responder. Y eso, si es que responde bien”.

Después del caos con que este viernes 27 de marzo arrancó su plan de entregar 300 dólares a personas que han quedado sin ingresos debido a la cuarentena por la Covid19, esas palabras bien podrían ser el preámbulo de una autorrecriminación severa del presidente. El caos tuvo dos momentos: inició la noche del viernes 27, inmediatamente después de que el presidente anunció que se habilitaba una página en internet para que la ciudadanía pudiera consultar quién es beneficiario de la ayuda. El sitio cayó en parálisis al instante y nadie pudo consultar nada. El segundo momento se produjo particularmente el lunes 30, cuando, siguiendo las instrucciones del presidente, la gente acudió en multitudes a los Centros de Atención por Demanda (Cenades) a indagar si serían beneficiados con el bono o no.

Así que aquellas palabras del presidente sobre la velocidad del gobierno bien podrían parecer hoy una autoevaluación muy severa. Pero no lo son. No lo son porque esas palabras las dirigió al país el 13 de enero de 2019, desde el auditorio de Fepade, en la recta final de la campaña presidencial, para acusar al gobierno de entonces de ser ineficaz e ineficiente. Acto seguido, el candidato presidencial del partido Gana pintó el país que aguardaba a los salvadoreños si 20 días después lo elegían presidente y llegara a presentarse una crisis durante su quinquenio. Prometió que su gobierno tardaría menos de un año en responder. Menos de un mes. Ni siquiera le tomaría un día. ¡Ni una hora! Porque el suyo sería un gobierno de cambios radicales: a su gobierno le tomaría solamente un minuto responder ante una crisis.

Cientos de salvadoreños esperan frente a las oficinas del Cenade de la colonia Flor Blanca, en San Salvador, El Salvador, el 30 de marzo de 2020. Con ello se rompió la cuarentena domiciliaria que decretó el gobierno de Nayib Bukele ante la emergencia del Covid-19.
Foto FACTUM/ Salvador Meléndez

Bukele es presidente de El Salvador desde el 1 de junio de 2019 y este martes 31 de marzo completó 10 meses en el cargo. Ahora mismo, aquel señalamiento de campaña y aquella oferta de responder en un plazo de un minuto es un bumerán de realidad que le golpeó una vez tras otra desde el viernes 27 hasta este martes, cuando su gobierno fue incapaz, una vez tras otra, de entregar lo que vendió.

Las consecuencias trascienden un posible deterioro de imagen del gobierno. La consecuencia principal puede ser que la buena intención de aliviar la asfixia económica de miles de salvadoreños se ejecutó tan mal que la entrega del bono de 300 dólares se perfila, hasta hoy, como la más grave violación a los principios de contención de la pandemia (no aglomeraciones, distanciamiento físico) y como la principal fuente potencial de diseminación del virus de la Covid19.

Hasta antes del caos de la entrega del bono a una multitud que solo seguía las instrucciones del presidente, Nayib Bukele podía jactarse de dirigir un país que daba ejemplo al mundo de previsión, de anticipación y firmeza para tratar de evitar una diseminación explosiva del coronavirus.

Pero este lunes 30, él mismo hizo números gruesos y admitió en redes sociales que tal vez unas 20 mil personas se agolparon este lunes en los centros dispuestos por el gobierno para que la gente consultara si recibirán el bono de los 300 dólares. Con certeza todas volvieron a sus casas con las manos vacías. Vacías de certeza y de dinero. Y nunca sabremos cuántas regresaron con la muerte en sus manos.

El gobierno, si es medido con la vara que Nayib Bukele mostró durante aquella transmisión de Facebook Live en enero de 2019, le falló a decenas de miles de personas. A centenares de miles. Y tal vez, también, le haya terminado fallando al país ante la pandemia.

Cuando 14 meses atrás denunció la lentitud del gobierno de Salvador Sánchez Cerén, él prometió que su gobierno recortaría el tiempo de respuesta de los 525 mil 600 minutos que según él tardaba esa administración, a uno solo.

“¿Qué es lo que nuestro plan propone en el tema de la nueva gobernanza?”, preguntó Nayib Bukele en aquella transmisión pregrabada en el auditorio de Fepade, en San Salvador. “Que el tiempo de respuesta sea inmediato. Que si la crisis es hoy a las 4 con 58, la respuesta sea hoy a las 4 con 59”.

El candidato presidencial llamó a esa administración de ensueño prometida “un gobierno de verdad”, y aquella velocidad sería posible porque tendría un equipo “que utilice todas las herramientas tecnológicas que el siglo XXI nos está dando”. Lo dijo con una sonrisa de autocomplacencia.

 

El pez por su boca muere, dicen.

La pandemia mundial que ha postrado naciones ricas y potencias en todo el orbe encontró en El Salvador una resistencia inesperada a tal punto que, hasta el inicio de esta semana, los casos sospechosos y confirmados de Covid19 apenas sobrepasaban la veintena. Detrás de esas cifras puede haber muchos factores, pero sin duda el presidente ha mostrado dos atributos que son muy valiosos en momentos de crisis: previsión y liderazgo.

El Salvador tenía años de adolecer de un vacío de poder, aparente o real, pues particularmente el gobierno de Sánchez Cerén se caracterizó por un presidente ausente, invisible ante los retos que la realidad le ponía al país, y era difícil saber quién tomaba las decisiones de gobierno y era misión imposible averiguar qué pensaba hacer el presidente sobre los principales problemas nacionales.

Lejos de eso, Nayib Bukele vio venir la pandemia de la Covid19, se arremangó y tomó el timón del carro para conducir durante la tempestad. Dispuso medidas impopulares y que parecían extremas, pero esa capacidad de anticiparse y su firmeza han permitido a El Salvador ganar tiempo valioso y posiblemente permitan que la mortalidad por la Covid19 sea menor a la que podría provocar si no se posterga lo más posible la diseminación del nuevo coronavirus en El Salvador.

Respiro aliviado al pensar que en tiempos de pandemia las riendas de este país ya no están en las manos de Sánchez Cerén. Y puedo especular si en lugar del triunfo del candidato de Gana hubiéramos visto el del candidato de Arena: tendríamos un Carlos Calleja vacilante ante la posibilidad de disponer medidas que pudieran impactar de forma directa en los intereses empresariales de sus principales financistas de campaña, y también puedo imaginar la tibieza de un Hugo Martínez ante la multiplicidad de presiones para intentar quedar bien con dios y con el diablo.

Así que partamos de que, quizás, lo mejor que nos pudo pasar es que el año de la pandemia nos encontrara con Nayib Bukele a cargo del Ejecutivo. Supo anticipar escenarios, cerró escuelas, restringió las reuniones multitudinarias, cerró las fronteras y, finalmente, encerró a todo mundo en casa.

Hasta ahí todo bien. Luego vienen los pelos en la sopa que tanto incomodan al gobierno y a sus aplaudidores. Son pelos que, si el presidente tuviera la actitud adecuada, podrían dejarle valiosas enseñanzas. Porque esos atributos deseables en un presidente pueden convertirse en casi nada si están acompañados de esas actitudes y taras que pueden atentar contra cualquier buen esfuerzo, contra cualquier buena intención, contra cualquier buena medida de contención. De esos pelos habla esta nota.

Volvamos a aquella noche cuando Nayib Bukele ofreció alterar los órdenes de magnitud del quehacer estatal en casos de crisis. Ofreció plazos de reacción no más largos que lo que tarda un parpadeo. Un chasquido de dedos. Como haría un mago: un abracadabra, y ya. Como haría un dios: hágase la luz, y ya. Ofreció, en esa ocasión y en otras muchas, un gobierno prácticamente infalible, hacedor de milagros, perfecto. Un gobierno deiforme.

Aquel tipo de ofertas no cesó con el inicio del gobierno. Al contrario, continuó y la última fue la solución apresurada para entregar el bono de 300 dólares. El presidente ha hecho hasta jactancia del apresuramiento y de la improvisación, pero si nos atenemos a las advertencias que él mismo estuvo haciendo durante días sobre lo que podría desatar la expansión masiva de la Covid19, lo que ocurrió entre el viernes y el lunes nos permite sacar esta conclusión: la improvisación puede matar.

Hay que decir que si algo ha caracterizado al Nayib Bukele candidato y al Nayib Bukele presidente en su relación con la ciudadanía y con la institucionalidad de El Salvador es la grandilocuencia, la jactancia de su autosuficiencia, la preocupación por construir un halo de infalibilidad en torno suyo y el reclamo del mérito de la omnipotencia fundada en su popularidad. En resumen, la virtual deificación de su imagen al pretender la ostentación de talentos paranormales y de poderes ilimitados hasta el punto de comportarse como si él fuera la sede de la soberanía nacional.

Su noción de que El Salvador es él y viceversa tal vez nace de dos elementos objetivos: uno, que ni se despeinó para derrotar en las urnas a los dos grandes partidos de los últimos 30 años, y dos, que las encuestas muestran un nivel de aprobación abrumador, superior al 80 %.

La realidad de gobernar, sin embargo, poco a poco ha terminado exponiendo a Nayib Bukele como un ser humano más, que tiene cualidades buenas y malas, que comete errores y que falla. A pesar de eso, él sigue pretendiendo, cuando menos, que tiene tanto poder delegado que puede mirar con desdén y hacia abajo a la Constitución y a las leyes secundarias.

Por ejemplo, cuando a finales de enero las denuncias de la población sobre la pésima calidad del agua servida por cañería se convirtió en una amenaza para la imagen de su gobierno, Nayib Bukele ideó una medida de distracción para tratar de contener la erosión de imagen de su administración. Su táctica culminó el 9 de febrero, cuando tras llamar al pueblo a la insurrección contra los diputados, hizo un amago de golpe de Estado contra la Asamblea Legislativa, irrumpiendo con militares en el salón donde sesiona el pleno legislativo. Su justificación fue que la legislatura no le aprobaba iniciar las negociaciones de las condiciones para un préstamo internacional por 109 millones de dólares.

El episodio parecía haber sido anunciado 15 meses atrás, cuando el candidato Bukele, en un discurso ante estudiantes de la Universidad de El Salvador en noviembre de 2018, los animó a prepararse para defender lo que su futuro presidente dispusiera y a exigir a los diputados que aprobaran lo que la presidencia les pidiera que aprobaran. Si eso no ocurría, los exhortó, debían ir a sacarlos de sus curules, y los legisladores no podrían evitar su derrocamiento a manos del pueblo porque no podrían contar ni con la defensa de la Policía Nacional Civil ni con la de la Fuerza Armada, ya que, según dijo el candidato, ambas obedecerían al presidente.

Un pelotón de soldados del ejército salvadoreño rodea la zona de curules de los diputados en el Salón Azul de la Asamblea Legislativa, el domingo 9 de febrero de 2020.
Foto FACTUM/Salvador Meléndez

Al final, la crisis del agua y los frutos del atentado contra el órgano legislativo se le escaparon de las manos. Por la primera tuvo que salir a contradecir a su ministra de Salud en cuanto a que el agua no era potable, y tuvo que decir en público que sus funcionarios cometieron errores al informar sobre la situación de un agua presuntamente saludable, y que él terminó diciendo que no era potable.

Por la crisis del amago de golpe de Estado se le ocurrió salir a decir que él había contenido a las masas que querían la cabeza de los legisladores.

Otro ejemplo: en su discurso de 100 días de gobierno, el 9 de septiembre de 2019, aseguró, entre otras cosas, que su Plan Nacional de Salud ya estaba dando grandes resultados. Ese plan, según constató la revista Gato Encerrado, aún no existía. Era poco menos que un globo lleno de aire lanzado por el presidente días atrás, el 27 de agosto.

Otro ejemplo: recién sentado en su silla presidencial, el 6 de junio de 2019, su gobierno empezó a actuar una obra con la que pretendía mostrar que aquella promesa del 19 de enero era posible de cumplir. Ofreció construir desde cero un puente sobre el río Torola en un plazo de apenas 45 días. En un chasquido de dedos. En su gabinete muchos habrán contenido la respiración ante aquel primer reto que el presidente decidía asumir. El espectáculo había arrancado y los seguidores del presidente aplaudían a rabiar.

Condimentada con información falsa sobre las razones que hacían urgente e insoslayable levantar aquel paso vehicular sobre el río en el noreste de El Salvador, la oferta del plazo de mes y medio se fue desmoronando poco a poco. El puente debió estar listo el 21 de julio, pero solo pudo terminarlo con cinco meses de retraso, en diciembre. Aquello quedará recogido en la historia, posiblemente, como el primer gran ridículo de la administración Bukele, porque el gobierno escogió libre al rival con el que quería pelear, el gobierno puso el ring y todas las condiciones de la lucha, hizo su promesa de victoria sin que nadie lo obligara, y perdió estrepitosamente. Porque dicen que el pez por su boca muere.

En todo caso -se consolaban los bukelistas-, hoy los salvadoreños tienen un puente donde nunca antes a un gobierno se le ocurrió que había que construir uno. Y bueno, después de todo, tal vez Nayib Bukele no es infalible, pero entre él y “los mismos de siempre” hay una distancia astronómica.

Ya en la presidencia, en estos 10 meses, el gobierno del presidente que prometió acabar con décadas de opacidad y de déficit de probidad, incumplió las disposiciones básicas de probidad cuando él y la mayor parte de su gabinete violaron el plazo legal para presentar declaraciones de patrimonio. Ya en la presidencia ha ocultado información que por ley es de carácter público y hasta ha desobedecido reiteradas veces a la máxima autoridad garante del derecho de acceso a la información. Ya en la presidencia, ha atacado la independencia de los otros órganos del Estado, ha plagado su gobierno de parientes, compadres y amigos de sus parientes y compadres, y ha chasqueado varias veces los dedos para que lo que quiere que se haga, ocurra.

Chasquear los dedos ya le causó más de una frustración. Porque la Constitución de El Salvador no tiene aquellas disposiciones que le permitirían convertir sus deseos en hechos. Por ejemplo, cuando ya en plena crisis por la Covid19 chasqueó los dedos para convertir a la despedida ministra de Salud en directora ejecutiva del Consejo Nacional para la Niñez y la Adolescencia, a pesar de que la Ley de Protección a la Niñez y la Adolescencia establece que ese nombramiento corresponde al consejo directivo del CONNA. El presidente terminó aceptando lo que dice la ley y se retractó.

Unos días antes de eso tuvo que chasquear los dedos más de una vez, porque el truquito de la prisa no siempre fructifica. Por ejemplo, el decreto de emergencia para afrontar la pandemia requirió de la publicación en redes sociales de cuatro documentos diferentes, uno tras otro, y cada nuevo documento invalidaba el anterior. Creó un océano de confusión en un público que necesitaba entender las medidas de restricción para saber a qué atenerse. Poco después llegó al extremo de publicar un documento que contenía disposiciones sobre las restricciones de movilidad y de actividad económica, para después salir a aclarar en las cuentas de redes sociales del Ministerio de Salud que ese documento divulgado antes por medio de esas mismas cuentas era “falso”.

En el ámbito de la salud y ante la pandemia, ha salido a decir que el país no está preparado para luchar contra el virus sin perder muchas vidas. “Ningún país estaba preparado”. Pero seis meses después de que el presidente dijera que su inexistente Plan Nacional de Salud ya estaba dando resultados, el plan no ha sido presentado en sociedad. Y no se sabe qué hizo el gobierno que iba a cambiar la forma de administrar el Estado en estos 10 meses para mejorar un poco el sistema sanitario de cara a la pandemia. No ha sido sino hasta esta semana que la administración, tan dada a propagandizar cada botella de agua entregada, ha informado en sus cuentas de redes sociales que está preparando el Hospital Saldaña y otros hospitales para afrontar la epidemia.

Mientras tanto, el presidente se ha comportado hasta hoy como si él y la presidencia estuvieran exentos de cumplir la Constitución y las leyes y como si él fuera la ley y la República y viceversa.

La inminencia de la invasión de la Covid19 nos permite ilustrar con este ejemplo: el sábado 21 de marzo, a las 10:25 de la mañana, Nayib Bukele tuiteó:

Once horas más tarde, a las 9:20 de la noche, en cadena de radio y televisión, dispuso que a partir de ese momento todo mundo quedaba confinado obligatoriamente en el lugar donde se encontrara. “A partir de esta noche, ya nadie podrá salir de la casa donde se encuentra”, dijo en la cadena de radio y televisión.

Ante las críticas y reclamos, él y su equipo dijeron que ya él había advertido más temprano en un tuit que todo mundo debería volver a sus lugares de residencia. Es decir, un tuit del presidente es, en sí mismo, una orden de obligatorio y general cumplimiento, un mandato vinculante, una ley que cobra vigencia en el instante en que se publica.

A 10 meses de iniciado, el suyo es un gobierno que se mueve entre el autoritarismo, la incompetencia, el espectáculo grosero, el realismo mágico y el escarnio vulgar a sus adversarios y críticos.

Estos 10 meses, y particularmente las últimas dos semanas, han puesto en evidencia que hay una distancia astronómica entre ofrecer y dar. Que vender a la ciudadanía que se puede gobernar con solo chasquear los dedos es más propio de ficción que de la realidad. Que es venta más propia de un gitano en Macondo con un trozo de hielo que de un presidente.

Los retos del gobierno, de la Constitución y de la realidad tienen un potencial educativo para cualquier gobernante. Quizás no es buena idea que haga jactancia de la improvisación, de la autosuficiencia, de la omnipotencia. Quizás no es buena idea hacer equipo con mucha gente cuyos méritos más claros para diseñar y ejecutar políticas públicas son pertenecer a la parentela o al círculo de allegados del presidente. Quizás no sea tan buena idea hacer creer a la gente que la voluntad del presidente puede derrotar restricciones y procesos constitucionales. Quizás no sea tan conveniente hacer creer a la gente que la verdad, el conocimiento y las habilidades nacionales residen en ese grupito cerrado que al aparecer la primera crisis -la del agua- termina haciendo el ridículo. Quizás deba rediseñar la burbuja autocomplaciente blindada a toda crítica proveniente del exterior y expuesta solo a los aplausos incondicionales de su auditorio de autómatas. “Sí, presidente; cómo no, presidente; cumplida su orden, presidente…”

Esta crisis tiene un gran potencial de enseñanza, y está en manos del presidente aprovecharla para salir fortalecido de ella. Puede comenzar por leer la Constitución de la República y hacer que su equipo, sus asesores, también la lean. Eso le evitará algunos posibles ridículos por venir. Puede aprender también que la improvisación es necesaria a veces, pero no puede jactarse de que en el afán de deslumbrar con su promesa de responder a crisis en no más de un minuto, él y su gobierno terminan destruyendo la barrera de contención ante el Covid19 que tanto le costó levantar. Puede aprender también que no es necesario que invente la rueda, porque en su misma presidencia hay muchas personas dedicadas al quehacer técnico y que manejan al dedillo la información que pudo usar para diseñar rápidamente un eficaz y eficiente plan de entrega del bono de 300 dólares. El presidente puede aprender también que el 3 de febrero de 2019 los salvadoreños lo eligieron presidente, no rey, y que su poder tiene límites y que sus anhelos y ocurrencias no son ley solo porque se le cruzan por la mente. Puede aprender que el gobierno que resolvería con un chasquido de dedos y apoyado en las herramientas tecnológicas que nos da el siglo XXI ha fallado en el campo en que quizás se sentía más cómodo para hablar cuando era candidato y cuando presentó su plan Cuscatlán la noche del 13 de enero de 2019. La Covid19 le ofrece una gran oportunidad para que aprenda que es finito.

Puede ocurrir que al salir de la crisis por la Covid19 El Salvador haya perdido un ilusionista y haya ganado un estadista. Puede ocurrir que al salir de la pandemia, El Salvador haya perdido un rey y haya ganado un presidente. Y puede que no.


*Ricardo Vaquerano es periodista salvadoreño, con 22 años dedicados a la edición periodística.

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