La caída de Mauricio Funes, el talismán de la izquierda salvadoreña

Ganó la presidencia de El Salvador en 2009 como candidato del exguerrillero FMLN después de 20 años de gobierno de la extrema derecha en medio de la algarabía de un país ansioso de cambios. En julio de 2016, casi dos años después de haber dejado el poder, huyó a la Nicaragua de Daniel Ortega cuando en su país la Fiscalía allanaba sus propiedades en el marco de una investigación por enriquecimiento ilícito. Esta es la historia del ascenso de Carlos Mauricio Funes Cartagena, el experiodista y expresidente hoy investigado por corrupción.


Corre el 8 de marzo de 2010. Sobre la fachada de la Casa Blair, una residencia histórica a pocos metros de la Casa Blanca en la que el Gobierno de Estados Unidos hospeda a dignatarios visitantes, ondea el pabellón azul y blanco de El Salvador. Dentro del edificio, construido en 1824, se hospedan desde ayer Mauricio Funes, presidente salvadoreño, su esposa Vanda Pignato, y una veintena de sus funcionarios. La comitiva entera se alista para acompañar al mandatario a una visita al presidente Barack Obama que está programada para las 10:00 a.m. de este día.

La estancia del presidente Funes en Casa Blair es un honor poco común entre mandatarios centroamericanos.

Antes de la visita, Funes y su esposa, que era entonces una de sus principales asesoras en política internacional debido a la cercanía que tiene con el Partido de los Trabajadores de Lula da Silva en Brasil –Pignato es brasileña–, afinan los temas que el salvadoreño tocará con Obama en unos minutos. Solo Funes y su esposa, retirados en un pequeño patio interno de la Casa Blair. Más lejos, otros funcionarios, incluso el canciller Hugo Martínez, esperan señales del jefe.

La visita va bien a juzgar por lo que la prensa salvadoreña, aliada tradicional de la derecha política adversaria de Funes y el FMLN, tienen que decir. Funes es, dicen los titulares, el principal aliado de Obama en Centroamérica, gracias a su discurso moderado. El presidente, dice Rafael Castellanos, un columnista cercano al opositor partido ARENA, “definió (en su visita a Washington) el modelo económico y social que impulsará en el país, distanciándose definitivamente del proyecto ALBA y de (Hugo) Chávez, lo que causará enojo a algunos miembros de su partido”.

Incluso el Washington Post, que en 2010 no suele dedicar mucho espacio a Centroamérica, ha reservado una fotonota de Funes y Obama sonrientes en la antesala del Salón Oval a la que ha titulado “Obama complacido con (presidente) salvadoreño.”

Antes de volar a El Salvador, Funes da un discurso en la escuela secundaria multicultural Bell, ubicada en la calle 16 y la Irving, cerca de Columbia Heights y Mount Pleasant, barrios latinos por excelencia en el Distrito de Columbia. Unos mil salvadoreños, residentes en la capital estadounidense y los suburbios, escuchan las palabras del presidente, cargadas de reconocimiento para ellos, los migrantes, quienes con sus remesas han aportado entre el 14 y el 17% del producto interno bruto de El Salvador desde hace dos décadas (la cifra, aportada en su mayoría por los 2.7 millones de salvadoreños que viven en los Estados Unidos, llegó al 17% en 2015, según datos del Banco Central de Reserva).

Al final de acto en la Bell, varias decenas de los asistentes esperan que Funes llegue a saludar al auditorio en que los organizadores han preparado una ronda de bocadillos típicos salvadoreños para agasajar el Presidente. Pero Funes no llega a probar las pupusas, tamales, plátanos fritos y pastelitos de chucho; alguien de la embajada en Washington avisa que el mandatario se ha retirado debido al cansancio. Un murmullo de desaprobación recorre la sala.

Durante esta gira, Funes también suspenderá, 10 minutos antes, una reunión con la junta editorial del Washington Post. Y llegará tarde a un par de reuniones. Eso, la impuntualidad y los desplantes a funcionarios, seguidores, incluso al cuerpo diplomático, se convertirán luego en sello de su gestión. Pero hoy, tras la exitosa reunión con Obama, nada puede ensombrecer el periplo.

Al regresar a San Salvador, Funes lleva consigo la promesa de Obama de ir a El Salvador: la visita oficial de la primera pareja estadounidense se concretará poco más de un año después, el 22 de marzo de 2011. En casa lo esperan índices de popularidad muy saludables: entre el 65 y el 70%, según encuestas privadas de la casa CID-Gallup de la época. Pero también lo espera un partido, el FMLN, que, como escribió el columnista Castellanos, no termina de confiar en el presidente, y una situación de violencia e inseguridad que empieza a salirse de control.

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Han pasado más de 6 años desde la noche en que durmió en la Casa Blair de Washington y casi dos desde que dejó la presidencia de la República. Es el 8 de septiembre de 2016. Mauricio Funes está en Nicaragua, asilado por el gobierno del presidente Daniel Ortega.

Esta mañana, el salvadoreño ha aparecido en dos canales de la televisión nica, el 4 y el 19 –propiedad de familiares del Ortega– explicando sus motivos: ha dicho que se fue de El Salvador a hacer una consultoría en Managua, y que estando en la capital nicaragüense se enteró de que “la derecha oligárquica” de El Salvador, en connivencia con la Fiscalía salvadoreña, iniciaría una “persecución política”, según él la llamó.

En El Salvador, los problemas de Funes son, en esencia, judiciales y empezaron en febrero de este año, cuando la Corte Suprema de Justicia (CSJ) hizo pública una resolución de corte plena -15 magistrados- en la que señalaba indicios de enriquecimiento ilícito a Funes, lo que supuso la apertura de un juicio civil contra el expresidente. La ley salvadoreña establece que todos los funcionarios públicos deben presentar declaraciones patrimoniales al iniciar sus gestiones y al dejarlas. En el caso de Funes había inconsistencias de ingresos no justificados por los salarios devengados mientras fue presidente.

A mediados de agosto pasado, con base en el informe de la CSJ, el fiscal general Douglas Meléndez inició una investigación penal contra Funes por cinco delitos relacionados con corrupción. A esas alturas, el expresidente, otrora preferido de Obama, tenía ya semanas largas viviendo en Managua.

El 6 de septiembre, el New York Times registraba, en una nota corta, los primeros bemoles de la caída de Funes. “Ex líder salvadoreño bajo investigación obtiene asilo” fue el título del artículo.

¿Qué pasó entre los dorados días de la Casa Blair, cuando la prensa decía de él que era el símbolo de la nueva izquierda latinoamericana y en El Salvador aun sus adversarios políticos le daban el beneficio de la duda, y la huida a Managua en medio de otro tipo de titulares, unos que usaban palabras como corrupción, investigación, prófugo…?

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Mauricio Funes creó su marca personal en el canal 12 de la televisión salvadoreña durante la década de los 90. En un panorama de medios de prensa dominado por la connivencia con el poder, el de la derecha, Funes destacó con programas de entrevistas y opinión que, como pocos, cuestionaba a los gobiernos de turno. Su trabajo frente a las cámaras le valió, además de ganar en 1994 el prestigioso premio María Moors Cabot de la Universidad de Columbia en Nueva York, importantes cuotas de popularidad.

Los cuestionamientos de Funes llegaron a ser tan incómodos que el presidente Francisco Flores de ARENA (1999-2004) hizo uso de todo su poder para empujar la salida del entrevistador de Canal 12. A esas alturas, no obstante, Funes ya había empezado su camino hacia el otro derrotero de su vida, el de la política. Después de varios enfrentamientos sordos con Schafik Hándal, comandante del FMLN que perdió la carrera presidencial en 2004 y que se opuso públicamente a una candidatura de Funes, el ex entrevistador mantuvo un diálogo político con el partido que terminaría llevándolo a la candidatura en 2009.

Tras ganar la presidencia por un margen modesto a Rodrigo Ávila, candidato de ARENA, Funes ocupó los meses de la transición, de marzo, fecha de la elección, al 1º de junio, cuando ocurre la toma de posesión, para acomodar su alianza con el FMLN. No fue fácil.

Dos colaboradores cercanos de Funes en aquellos días explican que uno de los primeros impasses ocurrió la noche misma de la elección, el 15 de marzo, cuando el liderazgo del FMLN, encabezado por Salvador Sánchez Cerén, vicepresidente electo y miembro de la comisión política del partido, exigieron a Funes importantes cuotas en el gabinete, incluidos los ministerios más importantes, como educación, seguridad pública, relaciones exteriores y hacienda. Funes no cedió: “Aquí me acaban de elegir presidente a mí, presidente del país, no gerente”, dijo el ex entrevistador a los comandantes según una persona que conoció de aquella reunión.

El producto final de las pláticas fue un gabinete mixto. El FMLN, empero, se quedó con la cartera de seguridad pública, lo que le daba acceso a los recursos de la inteligencia del Estado. Eso puso nervioso a Funes, y así lo dijo Francisco Cáceres, su secretario privado, al entonces encargado de negocios de la embajada de Estados Unidos en El Salvador, Robert Blau, de acuerdo a un cable clasificado revelado en el portal Wikileaks.

Las tensiones con el Frente durante los primeros meses de gobierno volcaron a Funes a la búsqueda de aliados políticos. Encontró dos más que dispuestos: el partido GANA, del ex presidente Antonio Saca, a quien la Corte Suprema también ha señalado en 2016 indicios de enriquecimiento ilícito, y el general David Munguía Payés, un operador de inteligencia militar marginado por los gobiernos de ARENA de los puestos de poder y de los ascensos (Funes lo hizo general).

Parte del grupo cercano al presidente eran también los miembros del grupo Amigos de Mauricio, una organización creada durante la campaña presidencial para hacer contrapeso al FMLN y generar fondos propios. Entre estos destaca Miguel Meléndez, conocido como Mecafé, un empresario de seguridad privada a quien Funes nombró presidente del estatal Centro Internacional de Ferias y Convenciones (CIFCO) y quien durante los primero años de Gobierno ganó contratos públicos por unos 14 millones de dólares. En agosto pasado, la Fiscalía también allanó propiedades de Mecafé como parte de las investigaciones contra Funes.

Desde los primeros meses de su presidencia en 2009, Funes encomendó a Gerardo Cáceres, otro miembro de los Amigos de Mauricio, la dirección de un esfuerzo de interlocución política no oficial con posibles aliados. Para ello montaron una oficina en la colonia San Benito, cerca de Casa Presidencial, a donde llegaban líderes de todos los partidos políticos, sobre todo de GANA, vinculada al ex presidente Antonio Saca, y del PCN.

A la postre, Cáceres fue desplazado como operador político no oficial por Herbert Saca, primo del ex presidente y un hombre al que investigaciones policiales y periodísticas ya habían relacionado entonces con la banda de narcotraficantes Los Perrones.

“Herbert empezó a entrar a Casa Presidencial porque el grupo íntimo del presidente le comió la cabeza con que el FMLN lo vigilaba y quería joderlo. La gente de los Amigos de Mauricio pensó que podían usarlo como operador político, pero se equivocaron: Herbert los usó a ellos para entrar”, dice un ex funcionario de la administración Funes, miembro del FMLN, quien trabajó en la inteligencia estatal.

A finales de 2011, instado en parte por presiones provenientes de Washington para que se deshiciera de Manuel Melgar, el ministro de seguridad del FMLN al que Estados Unidos acusa de haber participado en una masacre de marines norteamericanos durante los años 80, pero también por su aspiración urgente de hacerse con el control de la inteligencia estatal, Funes nombró a Munguía Payés como sustituto de Melgar. A partir de entonces, el general se convirtió en uno de los hombres más poderosos del gobierno: dejó a uno de sus lugartenientes en el ministerio de la Defensa y se hizo con el control de las inteligencias militar, policial y estatal.

“Hubo una reunión en la Residencia Presidencial en la que Funes se mostró dudoso (sic) de nombrar en la Policía a oficiales que habían sido cuestionados por corrupción a los que Munguía estaba empujando”, cuenta un ex funcionario que estuve en varias cenas en las que el presidente habló del tema. Según esta fuente, Munguía dijo a Funes que no podía garantizar su seguridad si no le daba el control absoluto del aparato.

Para entonces, el Presidente sostenía ya una relación extra matrimonial con Ada Mitchel Guzmán Sigüenza, una joven a la que el Ministerio de Relaciones extendió un pasaporte diplomático sin que ella fuese empleada del Gobierno, según reveló una investigación del periódico digital El Faro. Al terminar su periodo, Funes se separó de su esposa, Vanda Pignato, y formó hogar con Guzmán Sigüenza, con quien ya había procreado un hijo. En la resolución de asilo publicada por el Gobierno de Daniel Ortega en la gaceta oficial de Nicaragua consta que Guzmán Siguenza, su hijo y otros dos hijos de Funes (de matrimonios anteriores al que lo unió a Pignato) son sujetos del beneficio.

En 2011, dicen por separado dos ex colaboradores de Funes que hablaron con el autor de esta nota bajo condición de anonimato, el Presidente temía que sus adversarios, en especial los que tenía en el FMLN, utilizaran su vida personal para chantajearlo.

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Francisco Ramón Salinas, general de brigada de las Fuerzas Armadas de El Salvador, llegó vestido de paisano, gris, y corbata azul con pequeños puntos blancos, al salón multiusos de Casa Presidencial, al suroeste de San Salvador. Era el 23 de enero de 2012, día en que se consumó el primer gran giro de la presidencia Funes con la llegada de un grupo de militares a la cabeza de la seguridad pública. La movida, propiciada por el Presidente en parte por la desconfianza que le generaba su propio partido, en parte para proteger sus secretos personales, y en parte para tener más cerca a sus favoritos, generó las primeras deserciones en el gobierno, y provocó no pocas reacciones negativas en El Salvador y el extranjero.

En Washington, el influyente senador demócrata Patrick Leahy, uno de los más vocales en el apoyo a la administración Funes entre 2009 y 2010, expresaba serias dudas sobre Munguía Payés y sobre la lucha anticorrupción impulsada por el presidente salvadoreño, algo que Leahy consideraba fundamental para la aprobación de más paquetes de ayuda en el congreso estadounidense. “La oficina (del senador) ha puesto objeciones… que tienen que ver con temas de corrupción y falta de combate al crimen organizado”, dijo entonces un asistente de Leahy.

Mientras todo esto ocurría, las voces preocupadas por rumores de corrupción en la entraña del Gobierno de Funes se hacían más sonoras.

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Investigaciones posteriores realizadas por la Corte Suprema revelarían que ya para 2011 Funes y varios de sus colaboradores y amigos más cercanos, entre ellos Meléndez y el doctor Leonel Flores, entonces presidente del Instituto Salvadoreño del Seguro Social, llevaban vidas en las que compras de autos de lujo, zapatos de marca, residencias en zonas exclusivas y decenas de viajes en aviones privados no eran cosa rara. La Revista Factum reveló, por ejemplo, que Funes llegó a gastar más de 10,000 dólares en una sola compra en una tienda de zapatos de lujo de Miami.

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Reporte de gastos realizados por el ex presidente Funes con una tarjeta de crédito personal. Fuente: Resolución de la Corte Suprema de Justicia.

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A principios de 2012, el general Munguía y sus colaboradores llevaron al Presidente una propuesta que parecía arriesgada, pero que fue planteada como la única alternativa posible para bajar los índices de homicidios que entonces llegaban a un promedio de 14 diarios. El tema de la inseguridad se había convertido, además, en el principal grito de batalla de la derecha política y de ARENA, el partido de oposición. Es propuesta sería luego conocida como la tregua entre pandillas.

El plan consistía, básicamente, en relajar las medidas de seguridad a los jefes de las pandillas MS13 y Barrio 18, las más grandes y violentas de El Salvador, para que estos se comunicaran con sus mandos medios en la calle a fin de pedirles que redujeran la cifra de homicidios. Todo se hizo desde los cuerpos de inteligencia controlados por Munguía Payés. Investigaciones posteriores de la Fiscalía han revelado que además de los beneficios carcelarios los pandilleros tuvieron acceso a armas, a puestos en gobiernos municipales y que los tratos entre funcionarios públicos y pandillas también incluyeron a gobiernos locales controlados por ARENA, el partido de oposición.

La idea inicial, según reconoció luego el general, era mantener el pacto en secreto debido a que era una potencial bomba política que se podía revertir contra el Presidente. Cuando Funes recibió la propuesta, ha dicho Munguía, la aprobó y pidió extrema precaución con el manejo público, lo que se complicó porque los planes se filtraron muy pronto a la prensa salvadoreña. A lo largo del pacto, que duró 14 meses y en efecto produjo una significativa reducción de homicidios durante al menos seis de ellos, Funes estuvo informado de todo, según ha reconocido el general.

La tregua pandillera marcó buena parte de la agenda pública de la segunda mitad del mandato de Funes. Eso y el enfrentamiento cada vez más público y frontal entre Funes y ARENA.

El FMLN, a estas alturas, había renunciado a las pretensiones de control del aparato estatal, se había retraído en las trincheras que tenía en el gabinete y preparaba la presidencial de 2014 con el vicepresidente Sánchez Cerén, el viejo comandante, como candidato. En la estrategia, Funes se había convertido, desde la presidencia, en el activista más feroz en contra de ARENA: utilizaba un programa radial sabatino, llamado Conversando con el presidente, para empujar los ataques al adversario político. Y fue el principal promotor de un juicio por corrupción contra el ex presidente arenero Francisco Flores, quien murió durante el proceso.

Al hablar desde Managua sobre el asilo que le ha dado Ortega, Funes insiste en que fueron esos señalamientos los que han empujado a la derecha política a perseguirlo.

Sánchez Cerén ganó en segunda vuelta, por poco más de 6,000 votos, el margen más estrecho en una presidencial salvadoreña. Funes, que había salido de la presidencia con números de aceptación bastante saludables a pesar de la impopular tregua, se retiró parcialmente de la vista pública, aunque se mantuvo activo en redes sociales como Twitter y Facebook. Reportes de prensa no confirmados le adjudicaron relaciones comerciales con Tony Saca, su predecesor y empresario radial, y con Jorge Hernández, ex entrevistador como él y dueño de una importante red de canales de TV, radios y portales de apariencia noticiosa. Funes aceptó que realizó consultorías con al menos una de esas empresas.

El 18 de agosto pasado, cuando ya la Fiscalía General había abierto la investigación criminal en contra del otrora talismán de la izquierda salvadoreña, las redes sociales se llenaron con fotos de los allanamientos que mostraban pistas de la vida que el ex entrevistador llevó mientras fue presidente. Por lo decomisado se puede decir, cuando menos, que no era un estilo parecido al que llevan decenas de miles de salvadoreños que viven bajo niveles de pobreza: en su casa o en propiedades relacionadas con su pareja o sus amigos, los fiscales hallaron decenas de zapatos y de armas de fuego, vehículos y licores. Infobae ha reportado, además, que Funes y su círculo cercano tienen múltiples cuentas de ahorro dentro y fuera de El Salvador.

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Funes, mientras todo eso pasaba, tuiteaba desde Nicaragua para alegar que era un perseguido político, que la Fiscalía salvadoreña actuaba por presiones de Estados Unidos y que pedía asilo para protegerse él y a su familia.

El FMLN, el partido que lo llevó al poder, con el que no terminó de encontrarse durante su quinquenio, se mostraba magnánimo: su secretario general, varios diputados, aun el presidente Sánchez Cerén, secundaban el argumento de que Funes había huido a Nicaragua huyendo de las amenazas de la derecha y no de una investigación criminal por corrupción. Medardo González, el máximo jefe del FMLN, aceptó incluso que el partido había “aconsejado” a Funes irse para evitar el arresto.

Lejos, muy lejos queda hoy de Managua la noche aquella en que el presidente Mauricio Funes de El Salvador durmió en la Casa Blair de Washington.

* Héctor Silva Ávalos, co-director de Revista Factum, sirvió como diplomático en Washington entre 2009 y 2012, durante los primeros años de la administración Funes. La versión original de este artículo fue publicada en el portal argentino Infobae; puede leerla aquí.
Fotos de Revista Factum.

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