Cambios inminentes después de la COVID-19

Hay consenso social entre expertos, filósofos, sociólogos, economistas, etcétera, acerca de que después de esta pandemia la sociedad actual se verá obligada a reformarse seriamente, ya que han sido muchas las conjeturas que se hacen del impacto que esta crisis tendrá en los seres humanos.

Para empezar, esta enfermedad ha sido, por primera vez desde que el ser humano está sobre la tierra, global, en un sentido total.

Pandemias y epidemias ha habido desde el comienzo del ser humano. Desde el descubrimiento del Hombre de Pekín, considerado el primer homo erectus y primer eslabón del proceso evolutivo de los homínidos. Desde esos orígenes, el ser humano se ha enfrentado, ha sufrido o ha sido destruido por los virus y las bacterias. Conviene no olvidar que desde el comienzo de la vida siempre han existido los virus y las bacterias, ya que estos son los ladrillos sobre los que el proceso evolutivo vital se ha construido. Estos seres vivos conforman parte de la propia vida y sin ella no existiría la misma; las bacterias y virus están con o contra nosotros. Una muestra a nuestro favor: nuestra flora intestinal que nos ayuda a vivir. Ahora bien, tampoco podemos ignorar que hay virus y bacterias que atacan o deterioran nuestra salud y ello es una prueba más de que la vida y la muerte, la salud o la enfermedad no son otra cosa que el hecho de vivir. Vivimos porque día a día vencemos a la muerte, hasta que llega un momento en que esta vence y dejamos de existir.

Pandemias y epidemias ha habido siempre y la humanidad ha seguido adelante. Se llama epidemia a la aparición repentina de una enfermedad debido a una infección en un lugar específico y en un momento determinado. Se denomina pandemia cuando el brote epidémico afecta a más de un continente y que los casos de cada país ya no son importados, sino provocados por trasmisión comunitaria.

Dado el proceso de construcción del desarrollo del proceso vivido por el ser humano, hasta hace relativamente poco lo que había eran epidemias y el desarrollo era lento, pues el ser humano se trasladaba andando. Posteriormente, el ser humano ha ido aumentado la capacidad de usar recursos diferentes, como han sido los animales, caballos, elefantes, camellos, coches, etcétera, y ha ido aumentando su capacidad de viajar hasta la llegada del avión, con los vuelos de bajo precio que han hecho que por primera vez en la historia de la humanidad pudiéramos, en cuestión de horas, trasladarnos a cualquier parte del mundo y así el portador de un virus o una bacteria se traslada de un continente a otro. Por ello hoy podemos decir que estamos en una pandemia global.

Epidemias ha tenido el ser humano a través de su historia. Las sufrieron los imperios como el romano, el francés, el inglés, el español. No podemos olvidar la gran peste negra de 1348 que asoló el mundo europeo y el imperio romano bizantino, lo que desembocó en una nueva era y en 1520 se convocó a una reunión de distintos países en Basilea para publicar unas reglas profilácticas.

Es conocido cómo se desarrolló la viruela en las tierras americanas y el impacto que para esos habitantes autóctonos tuvo la llegada de la viruela a estas tierras y cómo se llevó la vacuna para curarla por parte del médico español Francisco Javier Balmis Berenguer. Su entusiasmo le llevó a encabezar la que puede considerarse la primera misión humanitaria de la historia, que entre 1803 y 1806 llevó la vacuna de Jenner hasta América y Asia.

Ante la situación planteada por el COVID-19, Yuval Noah Harari, considerado uno de los mejores analistas del mundo, ha señalado que la humanidad se enfrenta a una crisis mundial. Y no cabe duda de que, dada la situación por la que estamos pasando todos los países y el tono global de esta pandemia, es más que evidente que las decisiones que tomemos sobre esta inmensa crisis cambiarán la textura social de nuestra civilización. Piénsese que hay países cuya riqueza esencial es el turismo. Este está totalmente parado, o que el comercio y la producción industrial está bajo mínimos y que ha habido países en donde los muertos se han contado por miles, colapsando los cementerios hasta el grado de que las familias se han visto obligadas a dejar los cadáveres en la calle. Estas situaciones hacen retrotraer a nuestra humanidad a momentos que solo habíamos estudiado en los libros de historia, cuando nos informamos de las terroríficas epidemias en la edad antigua, media o moderna, con nombres como la peste negra, el cólera morbis, la viruela, la gripe, el sarampión, la tuberculosis, el VIH, epidemias que duraban años y desolaban tierras y comarcas enteras, obligando a huir a sus habitantes, buscando condiciones mejores mientras en el viaje el virus mutaba o se extinguía.

Recordemos la novela de Noahn Gordon “El médico”, de cómo el protagonista Rob viaja por medio mundo en busca de los médicos más famosos.

Hoy no ocurre como antes, que por la ignorancia del saber se pensaba que eran los dioses los que mandaban el castigo a los humanos, o el dios cristiano o judío, por la mala y perversa conducta de los habitantes, por sus actos nefastos y nefandos, eran maldecidos por las divinidades. Ha sido el avance cultural del saber el que fue descubriendo que la peste negra la transmitían las pulgas de las ratas, que se contagiaba por el aliento o por el contacto, para lo que era necesario el aislamiento. Ese conocimiento tardó años.

En esta ocasión, desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la aparición del nuevo virus el 31 de diciembre de 2019, diez días después, el 10 de enero de 2020, ya se completó la secuencia genética del coronavirus y se puso a disposición de los investigadores de todo el mundo. Desde entonces, se han publicado más de 250 genomas del nuevo coronavirus siguiendo su evolución y su forma de expandirse por el mundo. Aún no se ha podido encontrar una vacuna, de aquí que sea por primera vez que la humanidad se ha ido a un confinamiento general para evitar la propagación de la enfermedad.

Hoy las autoridades, en derivación de los conocimientos científicos, han decidido en casi todos los países del mundo que las familias se recojan y sus derechos fundamentales han sido recortados por decretos de alarma. La sensación de inseguridad no nace solamente de la presencia de la enfermedad, sino también de ver que hay una desestructuración de los elementos que configuran el entorno cotidiano. Todo es distinto, así sea en Wuhan, Roma, Madrid, San Salvador o París, todos lo cumplen en una escala sin precedentes, incluso los que mandan en las favelas de Río de Janeiro o bajo la mafia italiana o las maras de El Salvador.

Pero también se ha demostrado claramente cómo pervive en el inconsciente colectivo el pensamiento sobre mitos y magia y hay aún dirigentes políticos que se resisten a aceptar lo que la ciencia y los científicos señalan, poniendo por encima de la salud de las personas otros valores como es el comercio, la libertad de hacer cada uno lo que le da la gana por encima del compromiso social de la especie humana.

Esta pandemia es una inmensa prueba que tiene la humanidad de que la globalización es más que evidente. La globalización ha hecho que por primera vez en la civilización, por su capacidad de transporte y de movilidad, la industria y el comercio dependan de una conjunción entre todos los países. A nadie se le escapa que el capitalismo moderno ha desplazado la producción a algunos países. Mientras unos solo ensamblan, otros producen piezas solamente. Hay países como China, India o Japón que producen cosas únicas, pero la globalización hace que esas piezas, en horas, lleguen a los países para ser ensambladas o vendidas como los vestidos o los alimentos.

La pandemia actual ha puesto en jaque a una civilización que tenía como principal objetivo el beneficio máximo y el continuo usar y tirar. De aquí que la pandemia de la COVID-19 haya atacado el corazón del sistema y obligara a repensar seriamente qué debe hacerse de nuevo por los países y la civilización, a no ser que, como han dicho los expertos, seamos capaces de ponernos de acuerdo en desarrollar medidas para lograr un equilibrio adecuado. Pero esas medidas no pueden ser tomadas a la ligera, llevadas por la inmediatez, y se debe priorizar lo más importante y esencial. Para muchos, lo primero es desarrollar una vacuna, y a pesar de la cantidad de científicos que están trabajando, para ello tienen unos plazos irremisibles, si se quiere que las medidas sean adecuadas y que no se cometan errores. Por ello, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, señaló que “es posible frenar la epidemia, pero únicamente sobre la base de un enfoque colectivo, coordinado y amplio, que involucre al conjunto de la maquinaria y hay que entender que nada será igual después de esta pandemia y que medidas decretadas para el corto plazo durante la emergencia se pueden convertir en parte integral de la vida. Otros muchos creen que no hay que dejar caer la producción, el comercio y la riqueza y que hay que saber priorizar y aceptar los tiempos. Vivimos en una tensión de contrarios, pues, por otra parte, ¿de dónde va a salir el dinero si todo el mundo está confinado?

Decisiones que en otros tiempos llevarían años de deliberación se están aprobando en cuestión de horas. Tecnologías experimentales se permiten porque el riesgo es no hacer nada. Hay situaciones que habrá que pensar sobre ellas como cuando todo el mundo trabaja desde casa y se comunica solo a distancia. O que las escuelas se cierran y los alumnos reciben las clases, que eran presenciales, adaptando deprisa y corriendo para estar “en línea”, y hay quien se pregunta dónde está el troquelaje y la urdimbre afectiva de la enseñanza de un maestro o maestra delante, mirando a los ojos del alumno para captar si entiende, si está atento… ¿Qué ocurre en el proceso educativo cuando todos los niveles son “en línea” y las decisiones de los gobiernos y las empresas se toman a distancia? Es obvio que no son tiempos normales. ¿Podemos afirmar que esto no influirá nada en nuestro futuro más inmediato y mediato?

¿Qué se aprendió de la crisis del 2008? Que puso en jaque el sistema económico mundial por una crisis de aquel capitalismo del desastre que Naomi Klein denunció por el agotamiento de los recursos naturales y de las instituciones de protección social susceptibles de amortiguar las crisis y que eran cada vez más recortadas.

Ya ha habido científicos que han reconocido que el esquilmamiento de las zonas tropicales y su destrucción, desplazando miles de animales hacia la civilización. Eso ha provocado que miles de virus para los que no tenemos inmunidad nos invadan sin estar preparados para combatirlos.

Quizás por eso reflexionó el presidente Emmanuel Macron el 12 de marzo de 2020 su voluntad de “poner en cuestión el modelo de desarrollo en el que el mundo lleva metido desde hace décadas y que deja ver a la luz del día sus fallos; preguntarnos sobre las debilidades de nuestras democracias. Lo que ha revelado ya esta pandemia es que la sanidad universal, independientemente de los ingresos, los antecedentes o la profesión y nuestro estado del bienestar, no son costes o cargas, sino bienes preciados, activos indispensables cuando golpea el destino. Lo que ha desvelado esta pandemia es que hay bienes y servicios que deben ser puestos fuera de las leyes del mercado. Delegar nuestra alimentación, nuestra protección, nuestra capacidad de cuidar nuestras condiciones de vida en otros es, en el fondo, una locura. Debemos recuperar el control”.

Se han estado recortando recursos para la sanidad publica de miles de euros o dólares. Eran continuas las declaraciones de los sindicalistas y las asociaciones sociales de que hacían falta más médicos, más sanitarias, más enfermeras, más maestros. Más recursos en una palabra. No es casualidad que ante la falta de protección, de mascarillas, guantes y respiradores como ha ocurrido en España se hayan infectado 70,000 sanitarios, enfermeras y médicos de coronavirus y hayan fallecido 26 médicos y enfermeras.

Es más que evidente que el mundo no va a ser igual después de esta pandemia. Estamos en otro nuevo cambio de era. Ha habido signos que auguraban el cambio, la llegada del hombre a la Luna, el avance continuo de la tecnología, la bomba atómica y su amenaza permanente, nuevos virus que nunca faltaron, como el VIH o la gripe asiática, o atentados como la caída de las Torres Gemelas de Nueva York. Cabe pensar que estamos en el inicio de este nuevo tiempo, después de impresionantes transformaciones, y se sospecha que es imposible que se mantengan mínimamente los niveles de vida si siguen cerrados los negocios. El turismo no existe, ni el comercio, si las personas no pueden salir a trabajar, como ha señalado Juan A. Gimeno, exrrector de la UNED y expresidente de Economistas Sin Fronteras, también miembro del grupo impulsor del foro Futuro Alternativo: “Vamos a demostrar que existen soluciones diferentes a las que se presentan como dogmas indiscutibles. Necesitamos propuestas que aglutinen a esa gran mayoría social que reconoce que lo auténticamente importante es la vida, no la bolsa”. O como ha señalado también Yuval Noah Harari, acerca de que tenemos que pensar seriamente qué vamos a hacer: “Quizás las dos opciones más importantes [sean] si enfrentamos esta crisis a través del aislamiento nacionalista o si la enfrentamos a través de la cooperación internacional y la solidaridad”.

Habrá que reflexionar que quizás hay que repensar el pensamiento de Ignacio de Loyola cuando dijo: “En tiempos de desolación, no hacer mudanza”.


*Luis Fernando Valero es doctor en Ciencias de la Educación. Fue profesor y primer director del Centro de Proyección Social de la UCA, de 1976 a 1980. Fue profesor titular en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona, España, y profesor invitado en varias universidades de Iberoamérica: Venezuela, Colombia, Argentina y Brasil.

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