“Prohibir el transporte nos afecta pero al que jodieron es al de a pie”

La prohibición del transporte público no fue comunicada en cadena de radio y televisión; llegó a través de un tuit. Horas antes de su entrada en vigencia la incertidumbre anidó en los microbuses. La única certeza de los motoristas era que, de ser cierta la medida (y al final lo fue), lo más afectados serán aquellos que, aun sorteando la cuarentena, no tendrán cómo moverse. Como la señora que vende botellas de agua en una calle de San Salvador o el señor que debe viajar todos los días a Santa Ana para mantener su salario.

Foto FACTUM/Gerson Nájera


Cualquiera que lo viera juraría que quien conduce este microbús va, cuando menos, drogado. El motor puja apresurado y la caja de velocidades truena ante el inclemente conductor que zigzaguea esquivando por centímetros a los otros vehículos, mientras avanza a toda velocidad sobre una calle llena de baches en las cercanías de la Universidad de El Salvador. A lo lejos, una mujer espera bajo el techo de un parabús. En lugar de huir desesperada al ver aquella máquina que se acerca desenfrenada y sin aparente control levanta la mano en señal de alto para abordar.

Son las 6:17 de la tarde del miércoles 6 de mayo. Nelly se sube al microbús de la ruta 44 y saluda al conductor. Carga dos bolsas grandes y pesadas. Las manos le tiemblan y se traba para sacarse una moneda de la bolsa del pantalón. Se le nota nerviosa. Entrega la cora que vale el pasaje y se sienta justo detrás de él. Nelly trae una duda y no tarda en soltarla.

–¿Mire, y mañana van a trabajar normal?– pregunta Nelly al conductor.

–Pues hasta ahorita no nos han dicho nada, pero lo más seguro es que no– responde el conductor, mientras zigzaguea entre un camión y un pick up a toda velocidad.

–¡Púchica, o sea que mañana me va a tronar!– se queja la mujer.

–¿Cómo va a hacer para ir a trabajar?– le pregunta el conductor.

–Caminar. Una hora y media voy a tener que caminar.

Nelly es una mujer de 39 años que vende agua embotellada en la calle. Lo ha hecho desde hace tres años y lo siguió haciendo durante toda la cuarentena obligatoria impuesta por el gobierno para contener la expansión del Coronavirus en El Salvador. Lo ha hecho porque es madre soltera, porque tiene dos hijos de cuatro y nueve años que alimentar, porque debe dos meses de renta y porque no ha recibido ayuda de nadie. Pero no sabe si lo podrá hacer el día siguiente. No está segura. El gobierno anunció que a partir de este jueves 7 de mayo el transporte colectivo dejará de funcionar durante 15 días. Ni Nelly ni el motorista del microbús lo pueden creer.

Un periodista de Factum viajó la noche del miércoles 6 de mayo, horas antes de la prohibición, en cuatro microbuses que circulan por el área de San Salvador y habló con motoristas y pasajeros. Todos tenían incertidumbre de las medidas que al día siguiente se iban a aplicar. Algunos no las creían o no estaban seguros. Lo que sí sabían es que, si bien afectaría a los motoristas, quienes pagarán las peores consecuencias son los que sin esas unidades no se pueden movilizar.

El decreto ejecutivo 22, firmado por el ministro de Salud Francisco Alabí, autoriza salir a trabajar a buena parte de la clase obrera de El Salvador, pero le quita la única posibilidad que esta tiene para moverse. Permite, por ejemplo, salir a trabajar a agricultores, trabajadores de call centers, trabajadores de gasolineras, panaderías y repartidores de agua, pero les prohíbe viajar en bus o microbús. El decreto dice que la única manera en que se podrán mover es si la empresa para la que trabajan les da transporte privado.

Un informe de 2015 de la Fundación Salvadoreña para el Desarrollo Económico Social (FUSADES) dice que en El Salvador el 80% de la población hace uso del transporte público. De ese total, buena parte tiene prohibido salir a trabajar por las restricciones de la cuarentena; otra parte puede hacerlo pero, horas antes de la entrada de las nuevas medidas, no sabía cómo se movería.

La falta de información no fue gratuita. El mensaje de la prohibición del transporte público no fue incluido en la cadena de radio y televisión que el presidente Nayib Bukele brindó la noche del martes 5 de mayo. Un día después, casi a la media noche del miércoles 6 de mayo, el presidente anunció en Twitter que a enfermeras, policías, soldados y personal necesario para atender la emergencia nacional los transportaría el gobierno. No explicó cómo.

A las 11:30 de la noche, otro tuit de la presidencia. Era el decreto ejecutivo 23, también firmado por Alabí, que decía que dentro de media hora, cuando la ley se empezara a aplicar este jueves 7 de mayo, todas las empresas debían dar transporte a sus empleados sin ningún costo. Un aviso de media hora.

–Mire, pero ¿está seguro de que no van a trabajar?– insiste Nelly.

–Es que yo no sé – responde el conductor – Dicen que los de la cooperativa de la ruta andaban en una reunión hoy a las 3:00 p.m. pero no sé. Yo lo que sé es que mañana tengo mi primer viaje a las 4:30 de la mañana y yo voy a ir a sacar este microbús. Ahí que vean si me detienen.

–Qué fregado, usted– reniega Nelly.

–Puta… ¡mire yo! ¡Mire la caja cómo la llevo! ¡Si nada estamos ganando!– dice el conductor mientras enseña la caja donde guarda el cambio: una moneda de un dólar y otras pocas de cinco y diez en su interior.

Foto FACTUM/Bryan Avelar

Un tuit se publica en un segundo, pero para que esa información llegue a la gente se necesita mucho tiempo más. La Presidencia de El Salvador publicó a través de su cuenta oficial un nuevo decreto ejecutivo, el número 22. Lo hizo a la 1:00 de la tarde de este miércoles 6 de mayo, cinco horas antes de que Nelly se subiera al microbús. El decreto dice claramente: “No podrá circular el transporte público de pasajeros”. Cinco horas después, casi al anochecer y a pocas horas de que se empiece a aplicar la nueva ley, ni Nelly ni el conductor del microbús tienen claro si eso es así.

–No, es que no puede ser que paren todo– dice Nelly, llevándose las manos al pelo, en un gesto de preocupación.

–No… yo digo que van a parar a algunos, nosotros sí vamos a salir – dice el conductor y la caja de velocidades vuelve a tronar.

Nelly sabe bien que en realidad ella no está en la lista de personas que pueden salir a trabajar, según lo aprobado por la Asamblea y por el Ejecutivo. Y para justificarse solo tiene una excusa: Es pobre y tiene, además de la suya, otras dos bocas que alimentar. Por eso no piensa parar.

–Yo sé que la mayoría va a ser obediente y no va a salir. Pero al tercer o cuarto día va a salir. La gente no va a poder así– dice Nelly.

Para Nelly las cosas se dividen en dos: las que tienen sentido y las que no. Todo es cuestión de entendimiento. Ella, por ejemplo, entiende que para vivir tiene que vender, y para vender tiene que salir todos los días a la calle. Cada semana compra varios fardos de agua embotellada y la ofrece a los conductores debajo de un semáforo en una arteria principal de San Salvador.

Pero hay quienes no entienden. Como los señores de la Policía o los soldados que desde que inició la cuarentena, según dicen, la llegan a amenazar. El gobierno ha autorizado que todo aquel que incumpla la cuarentena será llevado a un centro de contención por treinta días o más.

***

6:36 p.m. Cinco horas y media después de tuiteado el decreto ejecutivo que prohíbe la circulación del transporte público. Seis pasajeros viajan a bordo de un microbús de la ruta 101B. Al interior suena una cumbia.

El microbús hace una breve parada y un señor sesentón se sube con una mochila en su espalda. Paga el pasaje y toma uno de los asientos de en medio y desde ahí empieza a conversar a gritos con el conductor.

–Jefe, ¿Es cierto que mañana no van a trabajar?– pregunta el señor.

–Mire, así están diciendo. A todos nos han mandado a descansar. No vamos a correr mañana– contesta el conductor.

–¡A la puerca! ¡Y yo viajo hasta Santa Ana a trabajar!

–Así las cosas, maitro –responde de nuevo el conductor– Cero buses mañana por el coronavirus.

–Y yo hasta le pregunté a mi jefe y él me dijo que todo normal. ¡Está perro esto, hombre!– se queja el señor.

Para este señor, su pregunta no es si puede ir a trabajar, su pregunta ahora es cómo. El problema no es el permiso; son los 68 kilómetros que hay desde San Salvador hasta Santa Ana. A partir de este jueves y durante 15 días más, su patrono lo tendrá que recoger, si es que está en su posibilidad.

El Salvador reportaba hasta la noche de este miércoles 6 de mayo 695 casos confirmados de Covid-19, 15 fallecidos y 245 recuperados, lo que dejaba un total de 435 casos activos. Aunque, en comparación con otros países vecinos, la situación no es tan crítica, el gobierno ha decidido tomar medidas drásticas desde el principio, como restringir la movilidad y aplicar una cuarentena obligatoria nacional.

Unas cuadras adelante, el hombre se baja del microbús.

–Ta jodido el matro– comenta el motorista para los pocos que quedamos en el microbús.

–Está jodido– contesto – ¿Y ustedes cómo van a hacer?

–Mire. La verdad es que esto a nosotros los motoristas sí nos va a afectar. Nosotros si no trabajamos ganamos; si no, no. Así de sencillo. Pero a quien van a joder es a los que andan a pie, a los que usan el servicio pues.

Óscar Aguilar es un conductor de la ruta 101B. Tiene ocho años de trabajar como conductor. Antes de la pandemia ganaba un porcentaje de lo que lograba hacer en todo el día. Hacía seis viajes cada día y ganaba por cada uno un aproximado de cinco dólares. En total, un día bueno, podía ganar hasta $30. Pero ahora, en tiempos de pandemia, su ruta le paga $3 por cada viaje. Lleve pasajeros o no. Hace cuatro viajes porque las unidades han disminuido y el tiempo entre una y otra es mayor. En estos tiempos de pandemia no hay tantos pasajeros que llevar.

Foto FACTUM/Bryan Avelar

***

Al final de la noche del miércoles, Nelly llama por teléfono. Habla con un periodista. Dice que mañana, de todas formas, ella saldrá a vender. Piensa agarrar su fardo de botellas con agua y salir hasta donde pueda. Dice que le da un poco de miedo porque sabe que la pueden capturar.

–Me da miedo que me lleven a un centro de cuarentena. Hasta la cabeza me duele. Pero yo no puedo no ir a trabajar. ¿Usted cree que es porque yo quiero? No. Si yo quisiera poder vacacionar, tener tiempo libre. Pero no puedo por mis hijos. Mañana los voy a dejar aquí, y espero que no me lleven– dice Nelly.

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