Una Primera Dama ridículamente inteligente

La Gran Sala de La Casa Tomada abrió las puertas el pasado jueves 23 de agosto (en función única) a Primera Dama, obra del Laboratorio Teatral Artes Landívar, invitados desde Guatemala gracias a la iniciativa de Proyecto Dioniso, apoyado por el Centro Cultural de España en El Salvador.

Fotos FACTUM/Salvador Meléndez


La obra está basada en el cuento homónimo del guatemalteco Augusto Monterroso, una alegoría del poder gubernamental sirviendo a los caprichos del ocupante en turno: la inauguración de un programa de alimentación infantil que se vuelve excusa para que la Primera Dama de la República triunfe en su insistente afición de recitar poesía. 

Con las interpretaciones ágiles de Evelyn Price, Josué Sotomayor, y Marcelo Solares, la dirección de Cecilia Porras Sáenz transforma la historia en un despliegue bufo adornado de risas falsamente inocentes y críticas tiernamente mordaces.

A nivel escénico se traduce inesperadamente el sarcástico heroísmo del trabajo original, volviendo la experiencia un show infantilesco e inconsciente de sí mismo. Con disfraces de peluche, los personajes son intercambiables de actor a actor, abundan las bromas visuales, los chistines gestuales, la musicalización jocosamente popular. El trono/carroza del Presidente conejo es una tarima adornada por flores falsas, con un oso alimentándole galletas y otro animalito armado con un fusil custodiando.

Es muy difícil evitar reír, ser partícipe o darle cabida al sinsentido adorable que se presenta encarnado, por ejemplo, en un hombre adulto vestido de oso que barre migajas de galleta al ritmo de Juan Gabriel; o ante la declamación sobreactuada de uno de los poemas más injustificadamente afectados de Rubén Darío. Pero con esta reacción es, precisamente, que la obra cumple su cometido: crea una copia en carbón del finísimo ridículo que nuestros pueblos centroamericanos han aprendido a entender como normal.

Nuestras historias, nuestras luchas, nuestras administraciones están protagonizadas por las mismas estructuras de poder, que no podrían estar más desinteresadas en el bienestar colectivo. Estamos acostumbrados a profesar alguna suerte de adoración y respeto a quienes –por suerte de un puesto o circunstancia– extienden en falsa magnanimidad una ayuda superficial, auto conveniente y risible. Una ayuda que, lejos de ser caridad, nos corresponde como derecho en pos de una vida digna.

Reír no es solo un reconocimiento de este absurdo, también constituye el mejor anestésico a su complicada solución. Ajusticiamos a nuestros políticos corruptos con chistes y memes, consolándonos en el hecho de que siempre los hemos conocido, que nos han jugado la vuelta, pero no realmente. Una obra de teatro que se vuelve más performance con la complicidad del público, Primera Dama provoca esa risa catártica envuelta en decepción, y por qué no, cuestionamiento. Un antídoto ridículamente inteligente a tiempos cada vez más descarados.

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