Originalmente estrenada en 2017, la obra “Los Ausentes” vuelve a cobrar vida esta semana en el Teatro Luis Poma. Es por ello que Factum conversó con la actriz y dramaturga salvadoreña Alejandra Nolasco, quien desarrolló sus ideas acerca de lo que conlleva hacer arte con temas difíciles pero vigentes en la realidad nacional. También habló del papel que juegan dichas obras en el proceso de transformación de la realidad y la tendencia reciente del teatro salvadoreño a colocar el dolor del día a día en primera fila.
Fotos FACTUM/Orus Villacorta y René Figueroa
El nombre de Alejandra Nolasco no resulta desconocido. Desde los dieciocho años persiguió su pasión por el teatro. Luego, al sumar dieciocho años más de experiencia en las tablas, Alejandra ha pasado de ser una joven promesa a ícono de la escena salvadoreña. Cuenta con más de una docena de obras interpretadas, con algunas de su autoría, como “Escondites”, trabajo que realizó al agenciarse el Premio Ovación 2011 y viajar a Argentina para recibir talleres del también reconocido Sergio Mercurio.
Como actriz, posee el talento de evocar tanto ternura y calidez como dolor profundo. Su más reciente obra, Los Ausentes, no solo es de su coautoría y codirección, sino que también es ella quien retrata a todos los personajes. Es la historia de Milagro, una mujer que busca a su hijo desaparecido en una sociedad donde la violencia, más que un suceso desgarrador, es el pan de cada día. O aún peor, el circo que consume un pueblo que a duras penas puede procurarse el pan.
Con un tema tan vigente como las desapariciones, no es casualidad que hayás decidido volver a montar Los Ausentes. ¿Por qué considerás que vale la pena hacerlo?
A ver. Yo no voy a parar las desapariciones con hacer una obra. No es ni mi intención ni tengo ese poder. Si lo tuviera, de verdad creeme que haría una obra cada dos meses sobre eso. Pero el alcance que tiene el teatro es bastante reducido. Es mucho más íntimo y tiene que ver con una convocatoria que se limita a las doscientas personas que caben por una función. Entonces, yo sé que el hecho de que las obras se mantengan con vida tiene que ver con eso, pero el que las obras se mantengan con vida es algo que todos queremos, no importa sobre qué hable. En este caso en particular, sí es una obra que, tristemente, quisiera seguir haciendo, en la medida de lo posible, porque el tema no va a parar. Lo sabemos nosotros, pero hay gente que no lo sabe. Hay gente que lo sabe y lo deja de lado. Entonces es eso. Es como un constante estar mencionando.
Cuando cuando vos trátas este tipo de temas, ¿cuál es tu propósito? ¿Es más una cuestión de denunciar, de empatizar, de poner en escena?
Parte es cosas personales. El motor que nos impulsa es o la indignación o el dolor. Como te dije, no voy a cambiar la realidad con hacer la obra. Es generar un poco de empatía. Es poner también el tema sobre la mesa. Denunciar, sí, pero va más allá de una denuncia. Va también con que el público se involucre de una manera emocional y racional con lo que está pasando. Porque escuchar una denuncia creo que pasa más desapercibido si no lo involucrás de otra manera. Entonces sí quiero generar cosas que tienen mucho que ver con ponerse en los zapatos de las personas que están pasando por esto.
¿Qué impacto emocional te genera exponerte a esta realidad? Tomando en cuenta que vos interpretás a todos los personajes.
Mirá, es bien cansado. En todo sentido. Emocionalmente, es desgastante; físicamente, también. Requiere mucha energía. Intelectualmente, también hay una cosa de decir: «huy, tengo que disociar aquí; aquí soy un personaje, pum, aquí soy otro». De hecho entrar a ensayo de la obra me cuesta, porque es organizar el pensamiento de personaje, voz, movimiento, desplazamiento.
Ahora, ¿qué pasa? Uno sabe el oficio que hace. Entonces no podría yo ponerme con el ejercicio, por ejemplo, “¿y si yo fuera Milagro?”, o imaginarme “aquí para colocar la emoción correcta, voy a imaginarme que desaparecen a mi padre”. No, ¡me sacan en carretilla si cada noche tengo que hacer eso! Ahí también va la técnica, el saber dónde colocar la emoción, qué es lo que tengo qué generar en mí para, dentro de un cuido o una distancia ya más organizada, lograr lo mismo en el público.
Sí, claro que uno se involucra. ¡Si es que trabajo con mi cuerpo, con todo lo que se mueve adentro de él! No te voy a decir que esto es así de fácil, ni de hacerlo ni de explicarlo. Aquí la técnica sí nos ayuda, nos protege. No podemos estarnos quitando los pellejitos del corazón todos los días.
Veo que tu generación de mujeres —Teatro del Azoro, La Cachada
— está a la vanguardia de trabajar estas realidades. ¿Por qué creés que, como mujeres dramaturgas, han decidido hacerlas suyas y trabajarlas a profundidad?
De entrada, no somos mujeres dramaturgas. Somos, inicialmente, actrices que empezaron a crear sus propias propuestas. Eso involucra un montón de cosas: juntarte con gente que sí escribe obras, crear desde la improvisación de la escena, crear desde una idea, juntarte con otro equipo de gente, ir probando.
Alicia Chong, Egly Larreynaga, Paola Miranda y yo estuvimos juntas entre 2003 y 2008. Todos esos años en un proceso de formación al que nos metimos, el Teatro Estudio. Nos hicimos, crecimos como actrices ahí, nos hicimos amigas ahí, compartimos muchos puntos de coincidencia ahí. No solo son colegas, sino algunas de mis mejores amigas. Con tus amigos vas a caer en puntos de coincidencia así de fuertes.
También es que somos una generación. Hemos hablado siempre de posguerra, rondamos los 35, 38 años. Somos gente que cuando quiso hacer teatro no tenía absolutamente ningún lugar dónde ir. La firma de la paz no trajo de vuelta ninguno de los procesos, ni parecidos a los que habían en el bachillerato en Artes, por ejemplo. O la gente que para el conflicto armado estudió en Rusia, Estados Unidos, Cuba. No tuvimos eso. Era llegar al borde del barranco y decir: «¿Y aquí que hago? ¿Me deslizo con este pedazo de cartón o me doy la vuelta y me voy a hacer otra cosa?». Empezamos a agarrar de donde hubiera. Nos hicimos muy a la brava, muy autodidactas.
Tiene también que ver con lo que vivimos de la guerra siendo niños. Cómo nuestros papás nos enseñaron en la casa o en la calle a ver hacia donde tiene sentido ver, que usualmente es ver hacia al que está más jodido, al que está, lamentablemente, pasándola muchísimo peor que vos. Lo veo no solo con gente de teatro. Lo veo en periodistas, músicos, escritores, gente de cine que tienen edades similares, No toda la gente comparte estas coincidencias.
Que quienes estén liderando este movimiento sean en mayor parte mujeres —Jorgelina Cerritos lo está haciendo desde su dramaturgia también— es por la manera en que aprendimos ciertos cambios de patrones y comportamientos hombre-mujer. El empoderamiento de la mujer nos llegó cuando ya éramos mujeres. Estuvimos en el limbo de una transición y entendimos que las jerarquías no son respetables solamente por serlo. Que no tienen que ver con hombre-mujer. La misma Cachada sale de la Egly. Y ahora estas mujeres son La Cachada. Sin Egly sabemos que no habría existido.
Caímos como revolcadas en una serie de transiciones. Sería súper curioso sentarnos un día y decir: «Quizá por esto; quizá por esto otro». Es bien fuerte.
Las generaciones más jóvenes crecen ahora en una situación donde la violencia es algo cotidiano y no un trauma aislado. ¿Cómo reacciona este público a una sensibilidad de posguerra?
¡No te quiero decir buena! (ríe). Me satisface. Eso viene de hacerte la pregunta: «¿Qué hiciera yo si a mí me arrebataran lo que más quiero? ¿Hasta dónde estaría dispuesta a llegar o a buscar? ¿Cuál es el límite del cansancio, la locura o la desesperanza». No creo que por ser más joven cambie. Hay gente muchísimo mayor que no tiene ni la más mínima idea de que esto pasa y que no le interesa que le saqués esto. Hay gente, incluso amigos o familia, que me dicen: «Ale, ¿y esa obra es triste?». Yo les digo: «Bueno, sí, te puede dar tristeza». Y me contestan: «A pues avisame cuando hagás una de chiste».
Es más una actitud de nosotros como salvadoreños.
Sí. De decir: «Tengo cuarenta mil problemas, un gran estrés en el trabajo, tengo que ir a cuidar a mi niño, de verdad que vengo al teatro a distraerme». Que no está mal. Yo no digo que todo mundo tiene que hacer esto. Yo pongo en la tele una peli tonta cuando estoy muy estresada, o voy al cine a ver una peli que no te implique aquel gran cansancio mental. Lo entiendo, pues. Solo le diría a esa gente: «Dénse el chance de venir». Porque las cosas que estamos haciendo tienen mucho que ver con contar el país en el que vivimos. El país en el que vivimos, lamentablemente, está dividido como en tres países distintos en los que nada se va a resolver si no es afuera de una relación de mando o superioridad. De eso va también, darte cuenta de en qué lugar vivís. Eso le puede estar pasando a la señora que trabaja en tu casa. Es invitar a abrirse un poco, a escuchar un poco lo que pasa aquí mismo.
Los Ausentes es una de varias obras recientes inspirada por una pieza periodística: “El último atuendo de los desaparecidos”, un foto reportaje de Fred Ramos. ¿Qué les abona a ustedes ese tipo de trabajo a sus exploraciones creativas?
Es de ahí, del material periodístico, de donde sacamos nuestras historias. Son quienes las están contando, son quienes hacen el trabajo de campo, de salir. Igual y en un futuro decimos todas: «Vámonos de profesoras voluntarias a una comunidad a ver qué cosas salen». Y hacemos nuestras propias investigaciones. Es también chivo, a nivel de generación, si lo abrís a gente que está haciendo cosas similares y cree en las mismas cosas.
Es incluso un manifiesto, una declaración de principios. Creemos en lo que hace el otro. Creemos que es importante lo que hace el otro desde su lugar y desde las herramientas que tiene. ¿Cómo yo logro también mamar de eso? ¿cómo logro también agarrar de eso para lo que yo quiero? Así podemos ir incluso tejiendo algo que nos involucre a todos. ¿Por qué no? Somos mucho más integrales como seres humanos que una limitante, que un título reducido. Tenemos chance de probar otras cosas con responsabilidad, siendo coherentes, sin ser charlatanes.
Un compromiso colectivo, realmente.
Que lo ha habido en cada país. Movidas similares de gente diferente, áreas que están haciendo cosas que de repente se reúnen y vuelven a hablar de las mismas cosas, giran alrededor de que esto que hacemos puede que tenga sentido.
Al final, ¿quién determina si esto que hacés tiene sentido?
En principio, uno mismo. Si me hiciera la pregunta: «Si hubiera dejado de hacer esta obra, todo hubiera sido igual, ¿no?». No todo hubiera sido igual. Hubiera buscado formas de hacerla. Era una inquietud demasiado fuerte. En principio, tiene sentido para uno ser coherente con uno mismo.
Luego, si lo que hacemos es contar historias, tiene mucho más sentido que la escuchen veinte a que no la escuche nadie. Un pesimista te dijera de entrada: «¡Va! ¡Qué gran alcance!». Yo no voy a cambiar esto. Preguntaba el otro día también, ahora qué pasa, después de este espejo qué pasa, qué otras cosas hay que hacer. Yo digo: «No sé. Yo ya hice el espejo. Usted es dentista, es doctor, usted es periodista, ¡pues vea qué hace usted también!». No está en mí. Lo que yo hago es esto, lo que sé hacer. Manejar el lenguaje teatral, transformar historias y contarlas desde ahí. Ese es mi oficio. No es ser redentora de nadie.
*Los Ausentes es una cocreación de Alejandra Nolasco, Didine Ángel y Tatiana de la Ossa. Escrita por Alejandra Nolasco y Tatiana de la Ossa. Con William Castillo, Larissa Maltez y Vladi Castillo en la dirección técnica. Espacio sonoro compuesto por Amnésica y Francisco Huguet. La obra se presenta en el Teatro Luis Poma del 18 al 21 de octubre. Jueves y viernes a las 8:00 p.m., sábado a las 5:00 y 8:00 p.m., y domingo a las 5:00 p.m. El costo de las entradas es $5 y $3.
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