La última novela del Premio Nobel Mario Vargas Llosa trata sobre el golpe militar perpetrado contra el gobierno de Jacobo Árbenz en Guatemala en 1954; golpe “auspiciado por Estados Unidos a través de la CIA”*. Novela histórica que se basa en varios años de investigación y “cuyos ecos resuenan hasta la actualidad”. Esas repercusiones, y especialmente esas lecciones de la historia que parece no absorbemos totalmente, son sobre las que trata este artículo.
La novela empieza hablando sobre dos personajes privados, extranjeros, uno de ellos el gran empresario de aquellos tiempos dueño de la United Fruit Company y el otro un cabildero de Washington, “probablemente las dos personas más influyentes en el destino de Guatemala y, en cierta forma, de toda Centroamérica en el siglo XX”. Vargas Llosa describe magistralmente cómo esos personajes tramaron, para defender sus intereses privados, contra la “democracia moderna” hacia la cual los presidentes Juan José Arévalo y Árbenz trataron de llevar a Guatemala. Esa democracia moderna incluía leyes que iban a permitir los sindicatos, así como una ley antimonopólica para garantizar la libre competencia y una ley de acceso a las tierras no cultivadas.
La estrategia de esos personajes no empezaría en Guatemala, sino en “operar simultáneamente sobre el gobierno de los Estados Unidos y la opinión pública norteamericana”. Para ello ocuparon a los medios de comunicación, a los grupos de “relaciones públicas” y luego a la CIA y al gobierno de Estados Unidos, especialmente a su embajador y agentes de la CIA en el terreno. El miedo al comunismo y el uso de los medios y la propaganda para imponer “una afable ficción sobre la realidad” fueron las herramientas más útiles para sus propósitos. Su objetivo era garantizar las ganancias de la United Fruit Company a través de mantener el monopolio “que aleja a posibles competidores y las condiciones realmente privilegiadas en que trabajamos, exonerados de impuestos, sin sindicatos y sin los riesgos y peligros que todo ello trae consigo”.
Para lograr eso, el embajador estadounidense tuvo una presencia local fuerte, como “virrey o procónsul”. Se alió con políticos locales, con la iglesia católica —que aprovechó para defenderse de la entrada de los evangélicos—, con los grandes empresarios privados y, sobre todo, con el ejército, al que le dieron órdenes y, cuando no quiso obedecer, lo amedrentaron, sobornaron y corrompieron. Los estadounidenses no enviaron tropas, pero sí apoyaron con logística, contactos y apoyo de gobiernos vecinos, y plata. Fueron los intereses de estos grupos, especialmente los de la United Fruit Company, en ningún momento los intereses de Guatemala, los que prevalecieron y dirigieron el proceso de esos golpes de Estado.
El resultado es historia. Esa batalla se ganó, pero todos ellos perdieron la guerra. La frutera desapareció, su presidente se suicidó y de ella “solo quedarían malos y pésimos recuerdos”. Uno de los grupos que pagaron más caro fue el de los militares, todos los actores principales terminaron muy mal. Los soldados fueron utilizados y muchos muertos, y la institucionalidad de las Fuerzas Armadas se vio seriamente comprometida. Guatemala entró en una espiral de violencia, gobiernos corruptos y estancamiento social y económico.
Vargas Llosa termina “Tiempos recios” diciendo: “Pero no menos graves fueron los efectos de la victoria de Castillo Armas para el resto de América Latina… haciendo retroceder la opción democrática por medio siglo más. Hechas las sumas y las restas, la intervención norteamericana en Guatemala retrasó decenas de años la democratización del continente y costó millares de muertos…”.
Cuando Vargas Llosa llegó a presentar su libro a Guatemala, hubo muchos de esos grupos que se manifestaron en su contra. La Universidad Marroquín, que le había dado un doctorado honoris causa, se negó a que lo presentara en sus instalaciones. El gran capital centroamericano y extranjero sigue defendiendo sus “condiciones realmente privilegiadas”, algunas veces monopólicas u oligopólicas todavía, resistiendo la modernización, aferrándose a los viejos campos conocidos del comercio y el consumo, y perdiendo cada vez más influencia y generando menos trabajos.
Muchos de los embajadores estadounidenses siguen actuando como virreyes, ejerciendo influencias desmedidas en las situaciones nacionales. Varios gobiernos de la región son sumisos a Estados Unidos, y a pesar de ello seguimos siendo para ellos “hoyos de mierda” y su política, aunque con vaivenes, sigue siendo la de proteger sus intereses y sus fronteras, menospreciando el necesario desarrollo centroamericano.
Otros grupos sí han cambiado. Los militares de varios países centroamericanos han comprendido mejor su función después de las guerras, se han terminado los golpes militares y se han retirado —como institución— de la política. La iglesia católica, en parte por acciones como las de Guatemala, no pudo frenar a los evangélicos, que ya son iguales o mayores que ella, y sigue en muchos países conservadora y aliada del statu quo, pero en muchos otros jugó un papel clave para avanzar en la democracia y defender los derechos humanos.
Si no terminamos de aprender de la historia; si no llevamos a esos que no quieren aprender de la historia a absorber sus lecciones; si no trabajamos con otros actores ayudándoles a ubicarse y saber sus limitaciones, haciéndoles ver que la democracia moderna es necesaria en la región; si nuestros gobiernos continúan tratando de imponer “una afable ficción sobre la realidad”; volveremos a vivir tiempos duros, tiempos difíciles, o sea, tiempos recios.
*Todas las citas provienen del libro “Tiempos recios”, de Mario Vargas Llosa.
*Mauricio Silva ha trabajado por más de 40 años en administración pública. Ha sido director y gerente de varias instituciones en El Salvador y experto en el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo.
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