Justicia para Ernesto Cardenal

Quienes hemos conocido a Ernesto Cardenal y bebido en sus impresionantes versos nunca entendimos la suspensión a divinis de este maravilloso poeta, dada por Juan Pablo II al sacerdote y persona de paz que es Ernesto Cardenal, y mucho menos aquella admonición publica en el aeropuerto de Managua en su viaje al país.

No hay más que leer sus poemas: un ejemplo para darnos cuenta de que el papa Juan Pablo II no entendía su poesía, como los versos del “Canto cósmico”.

“La palabra*

En el principio
-antes del espacio-tiempo-
era la Palabra
Todo lo que es pues es verdad.
Poema.
Las cosas existen en forma de palabra.”

O estas otras estrofas:

“En el principio no había nada
ni espacio
ni tiempo.
El universo entero concentrado
en el espacio del núcleo de un átomo,
y antes aún menos, mucho menor que un protón,
y aún menos todavía,
un infinitamente denso punto matemático.
Y fue el Big Bang”.

Ahora, por fin, el papa Francisco I, iberoamericano, entiende su español y sus palabras. Ha hecho justicia y ha vuelto a restaurar el caos, descrito por Cardenal en su “Canto cósmico”, en esa búsqueda de una nueva manera de entender la relación entre las personas que, como señaló el  filósofo Gianni Vattimo,  afirmando que en el cristianismo crítico la verdad no es otra que  la caridad encarnada en la bondad, que no es otra cosa que la natural inclinación a hacer el bien, hecho esencial en la vida de Ernesto Cardenal.

Desde 1984 se le prohibió al poeta y sacerdote con una suspensión a divinis (prohibición de administrar los sacramentos y decir misa). Tamaña injusticia que pudo ver todo el mundo aquel 4 de marzo de 1983. Y el dedo inquisitorial de Juan Pablo II que humillaba a Ernesto Cardenal afirmando que tenía que conciliarse con la iglesia. Él permaneció arrodillado ante aquel papa, que obviamente por su historia personal frente al comunismo no entendía lo que en aquellos momentos la revolución nicaragüense estaba iniciando. Ahora, el nuncio apostólico en Nicaragua, el alemán Stanislaw Waldemar Sommertag, ha visitado a Cardenal para anunciarle la buenanueva y se ha ofrecido a concelebrar con él su primera misa en 35 años al serle levantada tan injusta admonición y condena.

A sus 94 años, más vale tarde que nunca, Ernesto Cardenal le dice al papa Francisco: “Agradezco la bendición que recibo amorosamente”. Obviamente, hay mucha agua corrida en estos años tanto para el Vaticano como para Nicaragua y para Iberoamérica. Los tiempos no han pasado en vano y ha habido demasiados vaivenes en estos años y se ha visto cómo las buenas intenciones de Cardenal y otros compañeros de las fatigas iniciales se han ido dejando en el camino y cómo a veces la historia se tuerce en caminos retorcidos y atrabiliarios de intenciones nacidas de una visión sincera y sacrificada de la caridad. No hay más que leer los libros de Sergio Ramírez, “Adiós muchachos”; de Fernando Cardenal, “Junto a mi pueblo, con su revolución”; y de Ernesto Cardenal, “Vida perdida” y “La revolución perdida”.

No se puede dejar de pensar que para algunos el levantamiento de esa admonición llega tarde para Fernando Cardenal, para Miguel d’Escoto y para Edgar Parrales. A este último, debido al rumbo que ha tomado su vida, no es causa de que le afecte ya en su vida diaria, pues decidió ser un seglar tras salir de su vida sacerdotal.

Aquella condena personal tiene un sustrato clarísimo en contra de la teología de la liberación, como consecuencia de una corriente de Guerra Fría que es evidente que cambió el curso de la historia social y política de la mano del papa Juan Pablo II, de Ronald Reagan y de Margaret Hilda Thatcher y que dio sus frutos. Hoy parece que el mundo vuelve a revivir aquellos gemidos. No hay más que ver en qué se ha convertido el mundo de la mano de Trump, de May, de Putin y de sus adláteres; la evolución que ha dado Iberoamérica desde aquellos tiempos y los malos momentos que está viviendo la iglesia católica, perdiendo feligreses en una sangría pavorosa y cómo los creyentes buscan en otras ramas del cristianismo o en otras religiones aquello que parecía ofrecía la teología de la liberación y los movimientos de una iglesia más integrada en las raíces del pueblo que buscaba la justicia social y la caridad en su mejor sentido.

Hoy el panorama es más confuso y quizás el primer papa iberoamericano de la historia de la iglesia busca a marchas forzadas reorientar ese camino, reparando como mínimo injusticias flagrantes como la acontecida con aquellos cristianos que se remangaron los brazos y metieron las manos en las masas para hacer y construir un mundo mejor.

Han sido demasiados los que han dejado sus vidas en el empeño, como las decenas de sacerdotes y cristianos de base que han caído por el camino y ello se sabe bien en El Salvador con Monseñor Romero a la cabeza y Rutilio Grande e Ignacio Ellacuría, Martín Baró, López, etcétera.

Aquella Iberoamérica que buscaba en la poesía, en la novela y en la política una tendencia a un mundo mejor, como marca referencial, no la estamos viendo reflejada en la realidad diaria, sino que se observa una involución digna de mejor causa. No son los mundos soñados los que se ven ahora en Nicaragua, ni en Venezuela, ni en Brasil, ni en Cuba, ni El Salvador… demasiados marcos sociohistóricos se han roto, dejando por el camino a muchos mejores e ilusiones que no han cristalizado las roturas de estructuras arcaicas que eran los poemas de Cardenal y las palabras de otros como Boff, Casaldáliga, Cámara y tantos y tantos que se han visto frustradas.

No sabemos si esta reparación de aquella visión injusta en este momento pueda significar que quizás en estas horas bajas de catolicismo acosado por piedras inmensas que impiden su caminar pueda hacer que aquellas visiones puedan adaptarse a un mundo globalizado; que pueda significar un renacer cultural como el que en aquellos momentos parecía que estaba naciendo. Habrá que esperar si solamente se convierte en el canto de un cisne sin manada detrás.

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