“El niño de Hollywood” nos enseña a reconocer nuestra monstruosidad frente al espejo

Con una narrativa que estremece y atrapa,El niño de Hollywood(Penguin Random House) explica a través de la vida y muerte de Miguel Ángel Tobar –alias el “Niño”– cómo Estados Unidos y El Salvador abonaron las condiciones para que germinara un sicario de la Mara Salvatrucha. Esta es la historia de un pandillero que simboliza muchos de los males que derivaron en las condiciones en las que se desarrollan muchos salvadoreños. A modo literario, los hermanos Óscar y Juan José Martínez firman un reportaje que expone y nos hace reconocer la monstruosidad de la violencia rutinaria.


Allá por 1995, después de que regresáramos en familia del exilio, mis padres compraron una propiedad en Los Planes de Renderos y nos matricularon, sin consultarlo mucho, en un colegio humilde –pero “de principios cristianos”– en San Jacinto. Con mis hermanos conocíamos bien la sensación de ‘pollo comprado’ que solía acompañarnos durante los primeros días en un colegio nuevo: la guerra y el trabajo de mi padre nos obligaron a cambiar domicilio y escuela cada cierto tiempo. Sin embargo, nada de lo que había vivido hasta entonces me pudo haber preparado para lo que experimenté durante esos meses en San Jacinto.

Al segundo día de clases vi a dos muchachas –a dos casi niñas, más bien– pelearse con una ferocidad asombrosa en un momento en que se ausentó el maestro. Más que jalarse el cabello, se daban puñetazos limpios en la cara, codazos y rodillazos por todos lados, incluso cuando se revolcaban ensangrentadas en el piso del salón, mientras el resto del aula les vitoreaba.

“El Niño de Hollywood” ya se encuentra a la venta en distintas librerías de El Salvador como La Ceiba y la Internacional, entre otras

Poco a poco me di cuenta de que a algunos de mis compañeros púberes les emocionaba hacerse tatuajes de letras o números con máquinas hechizas en lugares poco visibles. Paulatinamente, me volví también en el blanco de su agresión. Yo era ‘un niño bien’, me llevaban en carro al colegio, tenía zapatos nuevos, ni siquiera sabía jugar fútbol y carecía de la fuerza o los callos de muchos de ellos, quienes por las tardes ayudaban a sus padres en sus oficios.

Por entonces, comenzaron a golpearme a puertas cerradas en los recreos. Aprendí a defenderme y a escabullirme, a ganármelos con tretas, a buscar la protección de mi hermano mayor y sus compinches. La situación se volvió insostenible para mis padres, no porque me atreviera a revelar lo que estaba viviendo, sino porque Casa Presidencial quedaba en aquel entonces por esa zona. Más de una vez, junto a mi madre y a la salida del colegio, tuvimos que cruzar  manifestaciones llenas de hombres encapuchados que lanzaban morteros y volteaban patrullas a media calle. Los alumnos de los institutos de la zona se incorporaban al caos. Se quitaban el uniforme. Luego el cincho, que utilizaban para atacar o defenderse de alumnos de otros institutos a quienes habían jurado odiar.

Y narro todo lo anterior debido a que nunca me imaginé que volvería a recordar con tanta claridad aquella época, sino hasta que leí “El niño de Hollywood”, el libro más reciente de los hermanos Óscar y Juan José Martínez.

Sobre el libro

Este reportaje literario nos cuenta la historia de Miguel Ángel Tobar, alias el “Niño,” quien fuera miembro de la pandilla Hollywood Locos Salvatrucha, de Atiquizaya. En un trabajo de investigación que duró muchos años y que fue publicado originalmente en el periódico digital El Faro en 2014, con la firma de Óscar Martínez. Luego, junto a su hermano, Juan José, los Martínez arriesgaron el pellejo para entrevistarse en repetidas ocasiones con uno de los asesinos más brutales del occidente del país. El libro narra cómo, para el final de su corta vida, al “Niño” lo querían ver muerto ambas pandillas e incluso la policía. Así nos damos cuenta de que Miguel Ángel Tobar se puso muchas máscaras a lo largo de su existencia, pero reconocemos que, en esencia, él fue un hombre que sufrió  injusticias horribles desde su niñez, un hombre que reaccionó como suelen reaccionar muchos salvadoreños que se desarrollan en entornos absolutamente adversos: con violencia.

No obstante, la tarea de Óscar y Juan José va más allá de narrar la espeluznante y trágica vida del “Niño”. Los autores se adentran también en las entrañas de una problemática que aqueja a millones de salvadoreños.

Arman, cual rompecabezas, el fenómeno de las pandillas desde sus raíces hasta nuestro tiempo. Demuestran que no se trata de un suceso aislado, sino que es el resultado de engranajes macropolíticos, del trauma sin tratar de la guerra civil y de una ristra de malas decisiones de parte de gobiernos que no han sabido encarar el problema.

Y así, página tras página, uno cae en cuenta de que el protagonista de la crónica de los hermanos Martínez no es un sicario, ni una organización criminal, ni gobiernos incompetentes. El protagonista de esta historia es el odio, el odio heredado por generaciones de maltrato y desprecio; el odio como una olla de presión, como un modus vivendi que te obliga a tener un enemigo jurado para encontrarle sentido a la vida.

Algunas de las imágenes que aparecen entre el relato de “El Niño de Hollywood (Cómo Estados Unidos y El Salvador moldearon a un sicario de la Mara Salvatrucha 13)”

Y aquí no me refiero solamente al odio que se profesan entre «las letras y los números», como se denomina en la crónica a las pandillas principales. Hablo también del odio que se profesan «oligarcas» y «comunistas» (cada cual desde sus trincheras de cuatro siglas). Como también ocurre con los fans del Real Madrid contra los del Barcelona; los del INTI contra Inframen; los pro-vida contra pro-aborto; evangélicos contra católicos; y muchos más. 

Allá por 1995, pude cambiarme de colegio y escapar de la violencia, pero no del protagonista de este libro. Odié a muchos de mis compañeros por la manera violenta e injusta con la que me trataron, pero nunca se me ocurrió pensar en sus obstáculos y sus carencias. Ellos me despreciaron por mi condición afortunada. Creyeron que mi timidez era petulancia.

Si hay algo que demuestra “El niño de Hollywood” es que el odio, al igual que la violencia, tiene memoria. Y que nos condena, como al “Niño” a una vida corta, triste, a salto de mata. Nuestro país es cada vez más pequeño y más interconectado. Ya no basta con cambiarse de colegio o de colonia para escapar a la violencia. Hoy en día pagamos la factura de lo que se hizo hace 25 o 50 años.

Pero, al parecer, nadie quiere encarar esta realidad de frente. Prueba de ello es que gran parte de los spots publicitarios de la campaña presidencial de meses atrás se fundamentaron en ese mismo odio, en la efectiva herramienta del enemigo jurado. La crónica de los hermanos Martínez lleva meses abriéndose paso en librerías en México y Europa. En nuestro país, sin embargo, es posible comprar una copia en físico del libro desde hace pocos días, después de que las primeras copias ingresadas hace algunos meses fueran decomisadas porque se les consideró como “contenido pernicioso”. 

Esto nos dice que en muchas personas aún persiste una incapacidad de reconocer nuestra monstruosidad en el espejo. Se prefiere continuar perpetuando al odio, manteniéndolo como un vecino inseparable.

No sé usted, querido lector, pero este no es un país que yo le desee a mis hijos. Ni a los “niños de Hollywood” en potencia.

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