Sobre cómo System of a Down despertó a 21 mil almas adormiladas

Una de las bandas de rock más innovadoras –y por ello aclamadas– en todo el mundo estuvo de paso recientemente por varios países de Latinoamérica. Son 21 años los que atestiguan el legado de System of a Down, el grupo de raíces armenias que la semana pasada presentó su espectáculo para 21 mil fanáticos de su música que acudieron al Palacio de los Deportes de la Ciudad de México.

Y Revista Factum estuvo ahí…

¿Cómo es un concierto de System of a Down en pleno 2015?

Digamos que es una maratón de flashes nostálgicos que invocan a un rock ya extinto.

System set list Lo sabe incluso la misma banda nacida en  Glendale, California, en 1994. Por ello experimentan en sus giras la gracia de las regalías que ofrece la nostalgia, el saberse queridos, respetados, idolatrados por una base de fans que, contrario a lo ocurrido con muchos camaradas de oficio, todavía no se ha extinguido. Por eso siguen viviendo de los cinco discos que publicaron en los tiempos en los que aún era apreciado publicar discos.

El del pasado 6 de Octubre no fue el primer concierto que SOAD ofrece en México. Ya en 2011 habían perpetuado el encuentro con los más fieles de su doctrina. Pero no exageraría quien afirme que lo que el Wake Up the Souls Tour ofrece en la actualidad es para entendidos, para despertar a los durmientes, ya que posee muchos guiños identificables solo por quienes han acompañado a SOAD más allá de las rutinarias “Chop Suey” o “Toxicity”.

System of a Down ofreció un espectáculo con 31 canciones, muchas de ellas Lados B, canciones extraídas de su álbum debut o del disco “You can steal this album”. La prueba era para el público.

Sin mucho discurso… ¡Pura matraca!

Para resistir a un concierto de System of a Down hay que estar en plenitud física. La banda no es de las que pierde demasiado tiempo entre canciones. Apenas da respiro. Es martilleo tras martilleo sin descanso, algo sorpresivo, si se toma en cuenta el objetivo de la gira actual. El Wake Up the Souls Tour busca crear conciencia y reconocimiento de los genocidios ocurridos en todo el mundo, pero en particular, el deseo de ser escuchados en Turquía, cuyo gobierno no ha reconocido plenamente el genocidio armenio que el Imperio Otomano anterior llevó a cabo desde comienzos del siglo pasado, en el que se estima que fueron exterminadas entre 800 mil a 1.5 millones de personas.

Y es que eso es System of a Down, una banda inteligente, que escribe con la misma creatividad con la que acepta su herencia musical armenia, y que bien puede hablarte en sus canciones sobre cómo no hay ninguna esperanza –ni siquiera en Dios– cuando las bombas están cayendo del cielo (“Tentative”, 2005); como también puede pedirte que viajés con ellos a su Hollywood, California, a conocer a la gente falsa que ahí llega a orar para quedarse viviendo un sueño más falso aún, mientras fuman crack en Santa Monica Boulevard (“Lost in Hollywood”, 2004).

Su público –una legión de fans entregados y que han aceptado con resignación que quizás ya nunca reciban un nuevo disco de la banda– se balancea entre la peculiaridad del discurso serio y el gen original de una generación cuyo sello de identificación es que está cool que ya no te importe nada.

Fuck the system…

Pero un concierto de System of a Down es, sobre muchas cosas, una fiesta de búfalos cocainómanos que danzan en estampida giratoria. Cuando las luces se apagaron y la batería de John Dolmayan dio rienda suelta a la locura, aquella gelatina de carne que se había apostado frente al escenario ya no paró de estremecerse.

Daron Malakian, guitarrista y quizás la principal fuente creativa de SOAD, apareció en escena al grito de “Meeeeeeeeexico Ciiiiiiiiity”. La luces aún en penumbra, una manta gigante con el logo de la banda escondido en la retaguardia, tres alfombras orientales dispuestas sobre la tarima, un batallón de fusilamiento armado con dispositivos celulares y el ansia que generaba el tapping de “I-E-A-I-A-I-O” para el desenfreno y la distorsión…

Release the madness…

De “Suite-Pee” sonaría solo media canción. Se vería mezclada con la estridencia de “Attack”. Los dos discos de los que proceden estas canciones serían la guía principal del concierto.

A continuación se escucharía “Prison song”, la canción con la que dieron apertura al concierto de 2011. Esta vez no hubo cortina gigante que cayera al suelo, como en aquella vez. Le seguirían “Know” y “Aerials”. A menudo avanzaba el concierto, los cuerpos castigados de los que se ubicaron en el ojo del huracán del mosh comenzaban a desparramarse por los costados del sector VIP. Mientras que desde arriba, en los sectores generales, las butacas del Palacio estorbaban a la hora de disfrutar una música que no fue hecha para contemplar sin sacudir la melena.

Parte del público que asistió al concierto de System of a Down. Foto de Salvador Bonilla. Cortesía de OCESA.

Parte del público que asistió al concierto de System of a Down. Foto de Salvador Bonilla. Cortesía de OCESA.

Vista desde el sector general en el concierto de System of a Down. Foto de Salvador Bonilla. Cortesía de OCESA.

Vista desde el sector general en el concierto de System of a Down. Foto de Salvador Bonilla. Cortesía de OCESA.

La voz de Malakian apenas fue escuchada en el intro de “Soldier Side”. El coro del público era ensordecedor. Estábamos instalados ya en las fauces de “Mezmerize”, uno de los discos más exitosos en la historia de SOAD. Ese intro de guitarra tan sencillo es el cordón umbilical que conduce al party que ofrece “B.Y.O.B.”, una canción que habla sobre el negocio de las guerras y cómo nunca son los ricos y poderosos los que combaten en las trincheras de cada conflicto. Esas iniciales tienen una broma un tanto macabra, una especie de humor negro. Originalmente significan “Bring Your Own Booze” (algo así como el “trae tu propia bebida” que se utiliza en las invitaciones de cualquier fiesta). Pero System decidió cambiarle una palabra al sentido original y, para darle congruencia al mensaje de esta canción, decidieron utilizar entonces la expresión “Bring Your Own Bombs” (que significa “trae tus propias bombas”).

No está demás decir que el momento enchinó la piel hasta del más cuerudo. 

El concierto duraría una hora y 45 minutos. En el transcurso medio del repaso, SOAD ofreció el regalo de ejecutar canciones que no solían tocar en sus tiempos de vigencia mediática, temas como “Cubert”, “Darts” y “Vicinity of obscenity”, por ejemplo.

Uno de los pocos momentos en los que la banda dio un pequeño discurso fue cuando decidieron tocar “Lonely day”. El cantante de la banda, Serj Tankian, pidió un minuto de silencio en honor a un amigo de la agrupación, fallecido recientemente. El público, en un principio, no comprendió muy bien la petición. Y como el silencio no llegaba, Daron Malakian dijo que no tocarían más hasta que la gente se callara. Se hizo entonces el silencio y la canción más lenta de SOAD (casi una balada rock) fue coreada por la multitud.

Daron Malakian, guitarrista de System of a Down. Foto de Salvador Bonilla. Cortesía de OCESA.

Daron Malakian, guitarrista de System of a Down. Foto de Salvador Bonilla. Cortesía de OCESA.

El final estuvo reservado para los grandes éxitos. Con esa convención musical la banda sí cumpliría, peor no con la del clásico encore, esa costumbre por esperar que el público pida otra canción más y regresar (a veces en repetidas ocasiones) al escenario. System of a Down dejó para el final el júbilo de escuchar sus canciones más queridas (“Chop Suey!”, “Toxicity”, “Cígaro”, “Question!” y “Sugar”, entre otras). Y ya no volvieron más.

Un concierto de SOAD prima, sobre todas las cosas, a la música, a las canciones. Es una muestra de cómo la banda entiende que poco más es necesario para hacer feliz a un público que también lo agradece.

NO TE PIERDAS LA GALERÍA DE FOTOS DEL CONCIERTO DE SYSTEM OF A DOWN.

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