La lógica de una campaña presidencial debería ser que los candidatos muestren al electorado sus propuestas y que esos planteamientos, por lo menos, se acerquen a las necesidades de la gente. Hasta acá, nada extraño ni difícil de concebir. Sin embargo, en El Salvador ya nos estamos acostumbrado a escuchar toneladas de ideas recicladas campaña tras campaña, indistintamente si son elecciones legislativas y municipales o para elecciones presidenciales. No es extraño que, por ejemplo, candidatos a alcaldes expresen en sus propuestas intenciones de resolver problemas con cuestiones que son competencia del legislativo o del ejecutivo. Algo hay que decir para entusiasmar. Tampoco es extraño que, entre un partido y otro, las propuestas a veces solo cambien de nombre, pero en el fondo todos se refieren a cosas muy generales.
La actual campaña presidencial -que por cierto está fuera de tiempo legal- no está siendo nada diferente a lo que esperábamos: candidatos pronunciándose sobre los problemas del país, sin proponer nada en concreto. Pero lo más grave es que ninguno de los partidos políticos más fuertes tiene credenciales para animar al electorado a votar por ellos. Más o menos las palabras vienen siendo las mismas, el diagnóstico también parecido, las cifras están ahí, manipulables hacia un lado y otro. Arena habla de un país en ruinas, al borde del precipicio y esto, como es natural que lo afirmen, es culpa del FMLN. El partido oficial, por otro lado, repite la nada rara premisa de que los problemas del país son estructurales y que, por tanto, no es posible que un gobierno o dos puedan solucionar grandes temas de fondo que, como también es natural que lo afirmen, fueron herencia de Arena.
En un país con problemas como los que vive El Salvador, quizá sea más fácil hacer una campaña desde la oposición que desde el oficialismo. La oposición puede hacer hincapié, segundo a segundo, en la deteriorada situación económica, de seguridad, ambiental, etc. Y culpar al gobierno de turno. El oficialismo, por su parte, tendrá necesariamente que exponer sus principales logros y saber decir a la gente porqué ha sido difícil resolver este problema o aquel otro. Claro, acá también juega un poquito la demagogia. De un lado y otro no se ve claridad.
Pero la otra opción que tiene posibilidades de resultar electa… ¿será que sí tiene planteamientos serios y realizables? Pues hasta el momento nada de eso sabemos. Quizá se deba a que su proyecto político y la lucha por inscribirse con bandera propia les ha robado muchas energías y mucho tiempo, pero para pensar sobre esa opción tampoco se parte de cero: hay dos gestiones municipales que observar. Pero con la claridad de que es muy diferente gobernar un municipio a gobernar un país. Y acá no estoy diciendo que las gestiones del señor Bukele hayan sido buenas o malas, solo digo que no parte de cero.
Los candidatos parecen tener un plan de gobierno de bolsillo, una versión “para llevar” a cualquier lado (sobre todo a entrevistas en radio y televisión) y que les permita sortear toda serie de preguntas sobre sus intenciones. Que, si es sobre el tema económico, pues ahí viene la iluminación máxima: hay que diversificar la matriz productiva, que hay que apostarle al agro, diversificar la matriz energética, reorientar las políticas económicas, crear un triángulo virtuoso (como dice el candidato del FMLN) o un triángulo de la esperanza (como el triángulo de cuatro lados que ha propuesto el candidato de Arena). Sobre el tema de seguridad, la historia es parecida. Lo mismo si se piensa en el tema ecológico, de una verdadera reforma educativa, de salud. Muchas ideas lanzadas al aire. Ese programa de gobierno versión de bolsillo no habla de los “cómo”, del financiamiento, de qué han hecho sus gestiones ejecutivas sobre ese tema. Como dice Enrique Dussel, no se trata de si los candidatos tienen o no facilidad de palabras; se trata de que no hay claridad de ideas, ni hay planes programáticos, ni agendas. Nada.
La ausencia de propuestas concretas y realizables no es cosa nueva, igual nos ha pasado en las elecciones anteriores: eso provoca la apatía de la ciudadanía para debatir y pensar en temas políticos y reafirma la idea de que las elecciones no solucionan nada. ¿Está todo perdido? Quizá no. En la medida en que más gente con genuinas intenciones de servir se vaya sumando y participe, siempre habrá esperanza. Como también diría Dussel, no se debe pensar que en el mundo de la política está todo podrido y por eso nosotros no debemos involucrarnos. Justamente esa corrupción y ridiculización de la política, debe motivar a más y más ciudadanos a ejercer más presión por dignificar y alentar proyectos políticos serios y realizables. De los partidos, poco debemos esperar. Ahí no hay seriedad.
Mauricio Maravilla es estudiante de quinto año de Ciencias Jurídicas y conductor de La Entrevista de Canal 8.
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